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Había habido mucha crispación en el ambiente los últimos días. Como una nube pesada que lo envolvía todo. El coche en el que iba no era ninguna excepción.
—¿Me estás diciendo en serio que nunca le preguntaste si tenía coartada?
Julia suspiró.
—No, Ing-Marie. Soy una idiota, lo sé. Pero él sólo dijo que era daltónico de pasada, cuando estábamos hablando de electrodomésticos, y luego empezó a contarme lo agradecido que le estaba a Elisabeth y lo mucho que apreciaba lo que ella le había dicho, así que deduje sencillamente que era inocente. Fue una metedura de pata.
—«Metedura de pata» se queda corto —contestó Ing-Marie, enfadada.
El resto del viaje hasta Mariestad lo hicieron en silencio. Julia se secó con cuidado una lágrima que se empeñaba en salir, y esperaba que Ing-Marie, fiel a su costumbre, mantuviera la vista puesta en la carretera.
Diez minutos más tarde se encontraban en la recepción de Electrolux.
Treinta minutos más tarde estaban de vuelta en el coche.
—De todas formas hemos hecho bien en preguntar —afirmó Julia.
Mats Hunnevie no se había mostrado tan atento como en la primera visita. Se negó a moverse de la entrada.
—No tengo ni tiempo ni ganas de hablar con ustedes.
—Es que se me olvidó preguntarle una cosa la última vez que estuve aquí. Me gustaría saber qué hizo el día que desapareció Elisabeth —preguntó Julia con cautela.
Mats Hunnevie les informó de un modo desabrido que el día 2 de noviembre, desde la diez hasta las cuatro, estuvo con otro compañero en Töreboda haciendo una reparación.
—La policía comprobó mi coartada hace varias semanas. Así que no, yo no tuve tiempo, ni ganas ni ocasión para matar a Elisabeth.
—No queríamos decir… —comenzó Julia, pero se calló al ver que los brazos de Mats se tensaban cada vez más.
—Lo mejor que pueden hacer es dejarnos en paz a mi mujer y a mí. Klara está embarazada. De mi hijo.
Que se anduvieran con cuidado, les dijo cuando Julia e Ing-Marie se dieron media vuelta en la entrada y empezaron a ir hacia la salida. Que se anduvieran con cuidado.