EL DÍA DEL JUICIO FINAL
Después siempre recordaré con especial intensidad el instante en que se despertó.
Lo sorprendido que estaba.
La mirada, recorriendo el cuarto para entender lo que pasa.
Cómo Valdemar Almliden intenta moverse y cómo el plástico sujeta su cuerpo.
Cómo está tumbado delante de mí.
Grita.
—¿Qué estás haciendo, hija de puta? ¿Eh? ¿Qué haces?
Le sonrío. Le mando callar.
—Pensé que tú y yo teníamos que hablar un poco, papá. Pero si no te callas tendré que amordazarte y entonces esto se convertirá en un monólogo. Tú decides.
Sus ojos grises centellean. He visto el odio en esos ojos grises más veces de las que me gustaría recordar, pero justo en ese momento hay algo especial en su mirada. No tiene el control. Detesta no tener el control. Quiere tomar el control. Lo conozco tan bien que sé que no va a gritar pidiendo ayuda. Pedir ayuda no es el estilo de Valdemar Almliden. Me pregunto qué gritará en vez de eso.
—¡Pues entonces suéltame! ¡Suéltame! —aúlla.
No alcanza a decir más antes de que le meta en la boca una pelota de mascar para perros, comprada en una tienda Djurmagazinet por cuarenta y nueve coronas. Sus rugidos se convierten en gruñidos. Me inclino sobre él. Permanece totalmente quieto cuando le susurro estas palabras al oído:
—Cállate, mocoso.
Me empiezo a reír tontamente. Busco un taburete y me siento cerca de su cabeza. Me inclino hacia delante.
—Eso es lo que tú sueles decir. ¿Cómo te sientes al oírlo? Bastante ridículo, ¿no?
Evita mirarme. Lo entiendo. Yo también lo haría si la situación fuera la contraria.
Espero. Lo observo en silencio. Me siento como si flotara. Como si la culpa y la vergüenza se fueran de mi cuerpo, kilo tras kilo.
—Vamos a empezar por el principio. Decidí matarte después de ir a buscar a mi hermano pequeño al hospital. El día 1 de enero de este año. A las 15:51. Desde entonces he estado esperando este instante cada minuto. No pensarás estropeármelo ahora poniéndote a gritar como un…
Pausa estudiada.
—… ¿Qué solías decirme cuando lloraba? Gritar como un cerdo herido. ¿Eres tú el cerdo herido ahora?
Observo su lucha. La pelota de goma ahoga sus palabras. Intenta revolverse pero el plástico se lo impide. Me fijo en su cabeza. Me alegro de haberle envuelto también la frente. Que sacuda la cabeza no le va a ayudar gran cosa. Mi padre está muy bien donde está.
—¿Puedo seguir ya?
No hay respuesta. Señalo con el dedo la pared.
—¿Qué te parece mi collage?
Me levanto y me acerco a la pared donde dos días antes he pegado las fotografías con celo. Me coloco delante de la primera foto y miro a mi madre. Pongo una mano en su mejilla. «Qué guapa eres», pienso, me doy la vuelta y miro a mi padre a los ojos.
—Bueno, mi idea era decir algo de cada uno. Pero ahora me parece un poco pomposo y exagerado. Saqué la idea de una serie de televisión. En ella la gente suele reconocer lo que ha hecho antes de morir. La mayoría muestra también una pizca de compasión hacia sus víctimas. Piden perdón cuando saben que ha llegado su hora.
Me siento en cuclillas a su lado.
—Pero me doy cuenta de que eso es una serie y esto es realidad. He pasado muchos años esperando una disculpa. Algo que demostrara que te arrepentías de lo que habías hecho.
Meneo la cabeza.
—Pero, ya sabemos que estás loco. Seguro que estás ahí pensando que nunca hiciste nada mal.
Me echo a reír.
—Y yo también debo de estar loca.
Lo dejo y me voy hasta el reproductor de CD. Pulso el play. Empieza a sonar Dixie Chicks.
—Si escuchas la canción…
Me río de sus esfuerzos para liberarse.
—Papá, deja de intentarlo. No lo vas a conseguir. Mejor escucha la canción.
Dejo que Natalie Maines cante unos versos antes de continuar.
—Canta que se dice que el tiempo cura todas las heridas pero que ella aún está esperando que eso ocurra. Yo también lo espero, papá.
Miro a la persona inmovilizada que me engendró hace treinta años. Yo también canto la canción.
I’m not ready to make nice
I’m not ready to back down
I’m still mad as hell and I don’t have time
To go round and round and round
Permanecemos en silencio hasta que empieza a sonar el riff de guitarra de Entre un padre y un hijo. Miro a mi padre.
—Me doy cuenta de que estás tan enfadado que no escuchas la letra, y aunque la escuchases no la entenderías… Pero no te puedes ni imaginar la cantidad de veces que he deseado que oyeras esta canción.
Heredé tus ojos
y tu porfía.
Me diste tu modo de andar.
Nunca tu atención.
Cierro los ojos. Se me quieren saltar las lágrimas. Trato de impedirlo.
—Cuando oigo esta canción suelo imaginar que has muerto. Es tu entierro, y yo me subo al púlpito. A veces me veo cantándola delante de tu ataúd, pero la mayoría de las veces me veo sola en el púlpito, leyendo la letra. Es una especie de despedida pronunciar esas palabras delante de tu ataúd.
Abro los ojos y me encuentro con su mirada gris.
—No vas a tener ningún entierro. Por eso puedes oírla ahora. Hay una estrofa que viene enseguida con la que no sé cuántas veces me he echado a llorar.
Dejo que la voz de Peter Jöback inunde el cuarto.
Te perdono.
Este capítulo está cerrado.
Le pongo punto aquí.
Respiro aliviado.
Tarareo la canción y asiento.
—Ya me doy cuenta de que es una canción…, pero ¿sabes una cosa? Siento envidia de él siempre que la escucho. Él llegó a un punto en que pudo perdonar a su padre. Yo no puedo. Has hecho demasiadas cosas que son sencillamente imperdonables.
Parece tan pequeño. Tan miserable. ¿Qué me ha asustado tantos años? Me fijo en su cara. Ha envejecido. Largas líneas de expresión en la frente. Calvo. Miro los brazos que antes golpeaban con tanta fuerza y ahora están atados. «Relájate. Tu padre no es un monstruo. Es un señor mayor».
—He pensado lo que iba a hacer contigo. Si te iba a dar un golpe en la cabeza como hiciste tú con mi hermano.
Le pongo una mano enguantada en el estómago. Noto cómo se estremece. Me gusta que sus reflejos demuestren al menos que mi padre me tiene miedo. No al revés.
—Había pensado golpearte aquí —le digo, sin retirar la mano—. Por mi madre. Por mi hermano mayor. Por mi madrastra.
Nos miramos.
—No lo entiendo. Ni lo voy a entender por más años que viva. Estabas casado con mamá. Estaba embarazada de tu hijo. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste darle puñetazos en la barriga y susurrarle al oído que ibas a matar a aquel mocoso hijo de puta?
Lo miro esperando una respuesta. No llega. Muerde la pelota que tiene en la boca. Intenta expulsarla.
—¿Y mi madrastra? ¿Cómo es posible abalanzarse sobre alguien que es mucho más pequeño y más débil? ¿Y luego cerrar el puño y golpearla en el estómago con todas tus fuerzas?
Se me llenan los ojos de lágrimas al recordar la imagen de mi madrastra en el lavadero.
Me callo. Escucho la voz de John Mayer cuando se acerca al estribillo. Cuando canta que los padres han de ser buenos con sus hijas y que las hijas llegarán a ser madres un buen día, y que por eso es bueno que las madres también sean buenas con sus hijas.
—¿Sabes que me he esterilizado?
Sus ojos sorprendidos se vuelven hacia mí. No le da tiempo a contener la reacción. Yo lo miro a sus grandes ojos grises, asintiendo lentamente.
—Lo hice nada más cumplir los veinticinco años. Tú eres la primera persona a la que se lo cuento. Nunca he podido soportar la idea de tener hijos. O la idea de mí misma como madre. Mi hermano mayor lo ha logrado. Sus hijos son maravillosos, pero yo sabía que nunca podría tener hijos. Que nunca me atrevería. Cuando sus hijos se me acercan corriendo… Esos ojos tan llenos de cariño. De confianza. Confían en mí. No pueden imaginarse ni por un segundo el daño que podría hacerles.
Esta vez soy yo la que aparta la mirada. Miro al suelo y susurro:
—Lo que tú tienes… El problema que tú tienes, lo tengo yo también. Lo sé. Lo he sentido toda mi vida. No puedo arriesgarme a tener un hijo. No confío en mí misma. Soy como tú.
Le vuelvo a mirar.
—La gente como tú y como yo, papá, no debemos ser padres.
La tranquila canción acompañada de guitarra deja paso a Change it. Me estremece el cambio de ritmo, pero luego recuerdo la noche en el hotel Marriott Marquis de Nueva York. Sonrío.
—Es una pena que tu inglés sea tan malo, papá. Esta canción te aclararía bastantes cosas.
When the road is dark and cold, walk on, fearing not.
Get your life in order, clean house and rearrange it.
En realidad es bien sencillo. Se trata de cambiar lo que no le gusta a uno.
Committed now to tear the damn dam down
And change it.
—Es mi estrofa favorita —digo.
—No sé por qué me atrae tanto tirar ese dique. Cada vez que oigo esa estrofa me invade algo. Se parece a la euforia que sentí la primera vez que me atreví a odiarte.
Me río.
—Te odio. Con todo lo demencial que pueda ser decírtelo a la cara. Pero te odio. Muchísimo. Odio que me dejaras crecer con una imagen totalmente horrible de mí misma y de la que seguramente nunca me podré liberar. Odio que trates de enfrentarnos a unos hermanos contra otros para que así estemos todos desesperados por ser el mejor a tus ojos.
Siento de nuevo el vértigo. Un burbujeo que empieza en el estómago y me sube hacia el corazón.
—¿Sabes? Odiarte es el sentimiento más fuerte que he tenido en toda mi vida. No hay nada comparable.
Nos miramos fijamente. Él empieza a respirar cada vez más deprisa. Veo cómo aprieta las mandíbulas. Al principio pienso que es sólo de rabia pero cuando noto que empieza a tener sudores y que le cuesta respirar, que tirita y agita convulsamente la boca, entiendo lo que pasa.
Lo he visto cuando le ha pasado anteriormente en dos ocasiones. Es lo mismo que padecen veinte mil hombres suecos cada año y que ahora sufre por tercera vez Valdemar Almliden; sus vasos sanguíneos están tan taponados de grasa, tejido adiposo y calcificaciones que la sangre no puede circular.
En otras palabras: mi padre sufre su tercer infarto.
—¡No! —grito.
Al inclinarme sobre él para darle un masaje en el corazón sopeso sacarle la pelota y hacerle la respiración boca a boca. Me imagino que me muerde los labios y me los arranca y desecho la idea. Le hago diez compresiones cardiacas y me inclino y respiro con fuerza al lado de su boca. Recuerdo un artículo que escribí en el que decía que lo más importante en los primeros auxilios es mantener el corazón en funcionamiento. Espero que sea cierto.
Así que continúo.
Y continúo.
Diez compresiones en el pecho. Dos respiraciones.
Diez compresiones en el pecho. Dos respiraciones.
Diez compresiones en el pecho. Dos respiraciones.