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El aire de enero era húmedo y frío. Un copo de nieve salido de la nada se posó en el labio superior de Anna Eiler. Ella sintió cómo se derretía en el mismo segundo que cayó allí y pasó instintivamente la lengua por el labio, al tiempo que alzaba la vista para comprobar si el copo traía compañía. No parecía ser el caso.

En la calle Livboj oyeron música procedente de la casa de ladrillo amarillo cuando estaban aún delante de la escalera de entrada.

«Bandis y Menta y Rulle Yeah, Skopis y Kranis quieren colaborar».

Anna alzó una ceja.

—Pero ¿qué demonios está escuchando?

Patrik Morrelli se echó a reír.

—Pero, bueno… ¿Estás de broma?

Él pulsó el timbre mientras cantaba la canción.

«Bob y sus amigos, ellos trabajan rápido. Trabajan juntos y así va como la seda».

Anna siguió mirándole fijamente. Él se rio.

—Es «Bob el Constructor». A los chavales les gusta mucho.

—No sabía que tenías hijos.

Él sonrió, burlón. Se irguió inconscientemente.

—Milo Morrelli. Cumplirá seis años en octubre.

—Bonito nombre. Me gustan las aliteraciones.

Bob el Constructor calló y Klas Hjort abrió la puerta unos segundos después. Se iban a presentar cuando se oyó la voz cautelosa de un niño desde el cuarto del televisor.

—¿Es mamá que vuelve a casa, papá?

Anna Eiler se fijó en los ojos del hombre. De repente se oscurecieron tanto que parecían casi negros. El hombre tragó saliva.

—No, hijo. Es Anna, la policía que ya conoces.

Klas Hjort suspiró.

—Hemos hablado cien veces del cielo. Pero cada vez que alguien llama a la puerta pregunta si es Elisabeth —dijo en voz baja.

Anna Eiler no supo qué contestar. Intuyó que no cabía esperar una confesión rápida y directa de aquel hombre que quizá había matado a su mujer, y que, con eso, Ulf Karlkvist tendría una razón más para quejarse de ella.

Anna le explicó a Klas que ahora el Departamento de Homicidios de la Policía Judicial Central también intervenía en la investigación de la muerte de Elisabeth; le presentó a su nuevo colega Patrik Morrelli; entraron dentro; colgaron las cazadoras; sonrieron a los dos niños que estaban en el sofá y habían vuelto a subir el volumen del televisor, y comenzaron el interrogatorio al marido de la mujer asesinada.