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MUCHOS AÑOS ANTES
La angustia ante la fiesta de graduación empieza cinco días antes.
Están desayunando el domingo por la mañana cuando, de pronto, su padre se pone de mal humor. Ocurre a la misma velocidad que se enfría el café en la taza y esta vez la coge desprevenida totalmente. Se ha comido su bocadillo y le ha contado que el cartel de graduación que le había dibujado su madre ya estaba listo y que ya había pensado en cuál sería el mejor sitio para que la esperaran cuando ella saliera corriendo, un rincón con un árbol donde suele haber menos gente.
Su padre murmura algo inaudible. Después llega el silencio. Ella lo nota enseguida. Se queda paralizada. Piensa, nerviosa, qué puede haber dicho para que él se enfade. Mastica despacio el bocadillo, que le crece en la boca mientras espera.
Él deja la taza en la mesa y se muerde como de costumbre el labio inferior.
—Sabes que nadie de mi familia va a asistir a tu graduación, ¿verdad? —le espeta.
Ella lo mira estupefacta.
—Estás diciendo tonterías. Me vas a abrir un boquete en la cabeza de tanto hablar. De tu madre. De que Bodil la Puta ha pintado una pancarta. Acaso piensas… Me pregunto… ¿Eres tan tonta de los cojones como para creer que yo voy a estar en el mismo sitio que… que esa?
Menea la cabeza.
—Una cosa has de tener bien clara. Llamo a mi hermana y entonces queda todo suspendido en un minuto. Lo sabes, ¿no? Ni una sola persona de mi familia va a asistir. Así que tú puedes esperar allí. Con tu maldito cartel. Con Bodil la Puta y Bengt el Maricón.
Ella no contesta. Sólo se maldice a sí misma. Su estupidez. ¿Cómo ha podido pensar que su padre querría estar con su madre? ¡Idiota!
Busca soluciones mentalmente. Piensa si su madre tal vez podría llegar un poco más tarde. Si realmente es necesario que su madre esté allí cuando ella salga corriendo. Ella seguro que lo entiende, piensa. «Mi madre lo entenderá».
Esa misma tarde va a casa de su madre. Le dice que su padre no quiere estar con ella. Su madre mira a su hija y se encoge de hombros.
—Pues entonces que no venga —dice.
Ella asiente a lo que dice su madre. Su padre tendrá que dejar de ir.
Se encierra en su cuarto y se desahoga llorando. Su madre es tonta, se niega a entender. Pero la más tonta es ella. Por haberse atrevido a esperar que en su graduación sería distinto. Distinto de todos los demás finales de curso a los que su padre se había negado a asistir o había ido y se había liado a patadas con su madre por debajo de la mesa.
Distinto de la confirmación, cuando tras semanas de negociaciones convenció a su madre para que estuviera presente en la iglesia, el sábado, y dejara que su padre fuera a la misa del domingo, cuando se celebraba la confirmación propiamente dicha.
Distinto de las Navidades, cuando su padre la castigaba cada dos años por seguir el plan que sus padres habían acordado conjuntamente y pasar la Nochebuena en casa de su madre y luego ir a casa de su padre el día de Navidad por la mañana.
—Ya no hay nada que celebrar. La Navidad ha pasado —le decía siempre, y cogía y se acostaba. Podía pasarse en la cama todo el día. Negarse a salir. Su hermano mayor y ella podían pasarse horas dando vueltas en la casa de Götene esperando a que él se levantara de la cama antes de que ellos se dieran por vencidos, entraran en el cuarto de estar, se sentaran a la mesa ellos solos y abrieran los sobres que llevaban sus nombres escritos, con quinientas coronas en cada uno. Quinientas cuando estaba enfadado. Mil o mil quinientas coronas cuando estaba de buen humor, es decir, cuando iban el día de Nochebuena.
Sentada en el suelo de su habitación se maldice a sí misma por haber creído que en la graduación iba a ser distinto.
Debería habérselo imaginado.
Sus compañeros de clase parece que se divierten los días previos. Van a celebrar un baile de disfraces el martes por la noche y el miércoles un desayuno con champán en el parque. Ella no consigue relajarse. Habla todos los días con su hermano mayor y tratan de encontrar una solución.
Hasta el jueves, cuando faltan menos de veinticuatro horas para que ella salga del instituto corriendo con su título de bachiller, las partes en litigio no sellan un acuerdo. Su hermano encuentra una solución. Queridísimo hermano mayor.
Estarán en el rincón que ella ha elegido. Separados el uno del otro por unos metros de distancia —por lo menos cinco— según le ha prometido a su padre. Su hermano estará en medio con la pancarta. Cuando ella salga corriendo, su padre podrá acercarse y colgarle sus cosas primero. Su madre tendrá que mantener la distancia convenida y acercarse a ella cuando su padre haya acabado. Bengt será el último en colgarle su flor al cuello.
El día de la graduación, cuando dan las doce, está tan nerviosa que las piernas apenas la sostienen. Espera que su madre y Bengt no se emocionen y se olviden de lo que han acordado. Que no corran a su encuentro. Ojalá que no corran a su encuentro. Ella se imagina que los compañeros que tiene a su lado, cantando lo de «un futuro brillante», saldrán corriendo llenos de alegría. Ella apenas puede cruzar corriendo las puertas del instituto a causa del nudo que le crece en el estómago. Aprovecha la ocasión para gritar y liberar así un poco de la angustia que le espera en las próximas horas. Trata de controlar su nerviosismo, que le crece como un tumor cancerígeno, pensando que lo ha planeado todo minuciosamente y que su padre quedará satisfecho.
Ella irá primero a su casa. Lo celebrará con la familia de él. La familia de su madre tendrá que esperar. Como siempre. De todos modos, eso es lo más práctico, argumenta ella cuando se avergüenza de que su madre tenga que ser otra vez la última. De todos modos es su madre quien la va a peinar para el baile de la noche.
El cortejo de vuelta a casa lleva más tiempo del planeado. Mucho más tiempo. Cuando las cuatro compañeras de clase que van con ella en el coche de su padre, un Buick azul metalizado de 1964, protestan porque ella quiere ir directamente a casa en el coche para celebrar su fiesta en Götene —todas quieren que las lleven en el coche a casa—, ella cede. No quiere estropearles el día a sus compañeras, y todas ellas habían contado con que las llevaran a casa.
Una vuelta hasta Axvall.
Dos paradas en Skara.
Y, finalmente, una en Götene, antes de volver al número 7 de la calle Göt.
Cuando llega a casa de su padre es mucho más tarde de lo que ella había dicho. Se queda todo el tiempo que puede, pero después de poco más de una hora tiene que irse a casa de su madre para que le dé tiempo a maquillarse y recogerse el pelo para el baile. Se lo explica a su padre varias veces y cuando él aparece, dos horas después, para admirar el cortejo del baile que parte del Jardín Botánico y se dirige al hotel Stads de Skara, ella respira aliviada. Esta vez no se ha enfadado. Siente cómo va desapareciendo poco a poco el nudo en el estómago y cuando termina el baile a las tres de la madrugada ya casi no lo nota en absoluto.
Él la despierta apenas cuatro horas más tarde. Al principio es imposible entender lo que le dice a través del auricular. Tan alta es la voz de falsete. Son puros gritos.
Al final él se calma un poco y ella puede entender algunas palabras.
—Uno no puede confiar en ningún hijo de puta como vosotros —le oye rugir.
Entonces llega todo.
Le cuenta cómo ha humillado a su familia al pasar mucho más tiempo con su madre. Que sus parientes lo han mirado con cara de compasión por tener una hija tan repelente. Una de las tías, dice él, se sintió muy decepcionada. La otra, sólo triste. Su tío apenas pudo hablar de lo afectado que estaba, dice. Todos la han comparado con su primo, que tuvo la fiesta de graduación dos días antes, y han asegurado que él se comportó mucho mejor. No es demasiado elegante. No cree que lo fuera más que los demás. Se ocupó de la familia, cuenta su padre, y continúa contándole que él tuvo que estar allí, avergonzándose de que ella no haya estado en su propia fiesta y en lugar de eso haya ido a la casa de Bodil la Puta. Que todos los que estuvieron en su casa el día anterior hablaron de ello. De ella y de Bodil la Puta y Bengt el Maricón. Y no sólo su familia, según va desvelando a medida que alarga la conversación. Todos. Su amigo de Österäng, también. Y la mujer de su amigo. Todos hablaron de ello, y él había tenido que aguantar allí, en medio de toda la mierda. Había tenido que estar sentado en el sofá y ver que todos se daban cuenta de que ella, su propia hija, prefería a Bodil la Puta y Bengt el Maricón antes que a él. Su padre le dice que es la última vez que ve a su familia puesto que es evidente que ella los odia. Que lo odia a él. De hecho, puede irse a tomar por el culo, mocosa asquerosa que sólo busca su dinero.
Ella se desprecia a sí misma por haber querido llevar un recogido bonito al baile.
Si no se hubiera hecho un recogido en el pelo se habría podido quedar una hora más en casa de su padre.
Mientras escucha a su padre al teléfono piensa que daría cualquier cosa por dar marcha atrás al reloj un día. Entonces no lo habría traicionado de esa manera. Entonces habría pasado de hacerse un recogido en el pelo.