Epílogo
El estómago le hacía ruidos. No, más bien tronaba. Tanto que su grandullón echó una risilla a su derecha hasta que le dio de lleno un codazo en el costillar. Desayunaban con parsimonia y le encantaba el momento de tranquilidad en familia en la que hablaban de cotilleos y necedades y reían de las ocurrencias de uno u otro.
Tres meses habían transcurrido desde la noche más caótica de su vida y su abuela no le quitaba ojo de encima, mientras terminaba de engullir el segundo bollito. Como un halcón a una rolliza presa.
Dio otro bocado. Exquisito.
¿Tienes hambre, querida? preguntó la abuela.
Ajá.
¿Más que de costumbre?
Eso sí llamó su atención. Lo cierto es que últimamente se comería hasta un buey. Su grandullón seguía a su derecha parloteando con Jared y esperaban en cualquier momento la visita de los hermanos, los Norris, Jules y Julia.
El último mes había pasado a una velocidad impensable. Julia seguía enfurruñada con su prometido, por enésima ocasión. La diversión que los dos tórtolos estaban causando en familia y amigos era increíblemente entretenida. Todos sabían que se amaban con locura, pero ellos se negaban a admitirlo. Tercos.
Cuestión aparte eran Peter y Rob. Los problemas con la policía no mejoraban y ocasionalmente Rob los sufría. Estaba agotado con el caso que le habían asignado, los Bray, tan peligrosos y..., algo se les escapaba. Hasta el punto que el Club del Crimen había optado por echarle una mano. Y Peter permanecía furioso con su mejor amigo, por haberle ignorado al aconsejarle que no acudiera a las llamadas de Saxton en prisión, por hacerlo y por no contarle lo que había ocurrido en tales reuniones.
Podía dar miles de razones, pero en el fondo, muy hondo en su corazón, Mere intuía lo que ocurría en la mente de amenazador y dulce hombre. En sí era muy sencillo. Quería a Rob pero no se veía capaz de admitirlo, ni a sí mismo, ni a los demás. Hasta que eso ocurriera, ambos hombres sufrirían. Y para colmo los celos le carcomían las entrañas.
Ojalá la vida resultara más sencilla
Y mejor no hablar de la diaria pelea entre Jules y Jared o de su entretenimiento preferido, picarse mutuamente. No tenían remedio...
Sus ojos se fijaron en el sobre color crema, depositado junto a su taza de desayuno. Rosie le había anunciado que habían dejado una carta para ella, a primera hora del día, para ser entregada en mano. Exactamente la misma que en estos momentos sujetaba entre sus manos. La caligrafía era hermosa, de rasgos firmes pero no indicaba el remitente por lo que solo quedaba descubrir lo que contenía.
La abrió, la desdobló con cuidado y lentamente comenzó a leerla. El corazón se le encogió al fijar la vista en la segura firma al pie de la página. Dios mío, William McKay, el hombre que tanto había sufrido en su vida pero que había conseguido rehacer esta con la marquesa de Wright. Su mente recordó esa hermosa risa y el sereno rostro. Un buen hombre. Desplegada completamente, comenzó a leer su contenido.
Estimada Señora:
Sé que el envío de esta carta incumple las normas más elementales de cortesía, pero si no lo hubiera hecho, jamás habría quedado tranquilo o satisfecho. Mi mujer desconoce su existencia pero sí que le agradecería que una vez leída, la hiciera extensiva a su esposo y familia cercana. Gracias.
Ayer tarde hice algo que jamás pensé poder lograr salvo en mi desesperada imaginación. Por primera vez en demasiados años crucé sin miedo a represalias la distancia que me apartaba de ellos, que me alejaba de mi familia.
Abracé a mi madre. La apreté junto a mi pecho y sentí de nuevo ese olor familiar que hace que un hijo se sienta en el hogar, protegido de todo tipo de dolor, del miedo que durante tantos años ha sido mi terrible compañero. Sentir de nuevo esos brazos rodeándome hizo desaparecer gran parte del odio, del rencor, de la ira acumulada. Me sentí... sencillamente amado y a salvo. Los pequeños brazos de esa encanecida, diminuta y tierna mujer lograron en un segundo hacerme olvidar... y eso no se puede medir en riqueza o en poder, solo en amor... Espero poder pagárselo algún día, de la forma que sea.
Mi padre no dijo palabra. Me envolvió en sus delgados brazos y se echó a llorar de forma desgarradora, como un niño. No creo poder llegar a olvidar, en lo que me resta de vida, el acongojante sonido de esos profundos sollozos. Siempre se sintió culpable por llevarme con él a la feria. Madre dice que desde aquel día apenas habla, salvo en sueños, rodeado de pesadillas...
Ahora sonríe..., sonríe a todas horas.
Me miró, recorriéndome lentamente con esos ojos perdidos, apagados, y me aferró fuerte, temeroso, como si creyera estar soñando o temiera que fuera a desaparecer una vez más, estando con él, junto a él. Vi tanto miedo en su mirada que solo pude agarrarme a él, igual de fuerte, y susurrarle al oído que no fue culpa suya, que no lo fue... Es difícil explicarlo pero creo que para él todos esos años sintiéndose responsable de mi desaparición no le dejaban, no le permitían vivir en paz, sufriendo lo que ningún padre debiera padecer... Tan solo espero que mis palabras al fin le permitieran acallar una parte de ese dolor asentado en su corazón.
Mi hermano menor era muy joven cuando ocurrió pero el daño no le fue ajeno. Creció entre dolor, lloros y angustia. No me quita la vista de encima y me sigue, vigilante. Sospecho que intuye una pequeña parte de lo que me ocurrió, pero también creo que le vale con tenerme en casa de nuevo, cerca y a salvo.
Nunca sentí tal mezcla de miedo y dicha. Siempre observándoles, mirándoles y cuidando de ellos en la lejanía, el maldito corazón en un puño y el alma rota por no poder hacer lo que más deseaba, abrazarles y sencillamente decirles que todo, absolutamente todo estaba bien, que había sobrevivido, que no habían podido conmigo. Al fin podía tocarles con estas malditas manos. Me quemaban de la necesidad de acariciarles, de cerciorarme de que nadie les dañaría de nuevo y simplemente, de decirles lo que sentía ahogado en mi corazón, en un corazón que creí tener en parte destrozado.
Por ello le doy gracias, señora. Porque si no lo hiciera sería tan canalla como las personas que me separaron de mi familia.
He sido incapaz de relatarles lo que me ocurrió. No por mí, sino por ellos. No puedo. ¿Para qué? De nada serviría, salvo quizá, para causarles más dolor del que ya han soportado. Y me niego a permitirlo. Creen que durante aquella aciaga feria en la que desaparecí sin dejar rastro, recibí un mal golpe, perdiendo la memoria.
Es mejor así. Para todos.
Las autoridades están dando pasos para obtener más datos y dar a otros muchachos la oportunidad que a mí se me ha entregado. Les deseo que lo logren, con toda mi alma.
.
Con esta carta disminuye un poco la inmensa rabia asentada en mi pecho, un peso que cada día me ahogaba más por todos los años perdidos, lejos de aquellos que amo y que me aman. Lo único decente dentro del horror de los últimos años ha sido conocer a una mujer maravillosa y por ello doy gracias. Nunca imaginé que personas como ustedes, los integrantes de su Club, pudieran llegar a arriesgar sus vidas por el simple hecho de ser lo correcto. Es lo que me inculcaron mis padres pero que a base de golpes, latigazos y tortura me fue arrancado. Ustedes, todos ustedes, me lo devolvieron y lucharon por lo que era justo, por lo que era correcto...
Si algún día, en lo que me resta de vida, usted o cualquiera de los suyos necesitan de mí, estaré esperando, a su entera disposición. Si requieren de mi ayuda o de mi vida, la tendrán ya que ustedes me la devolvieron cuando carecíamos mi mujer y yo mismo de esperanzas. Sería tan poco en comparación con lo que me han dado...
Gracias por devolverme lo que me arrebataron, por no rendirse, por mí y por todos aquellos que quizá, finalmente, obtengan su ansiada libertad No sé si alguna vez volverán a cruzarse nuestros caminos de nuevo por lo que no puedo guardar en mi corazón lo que tengo necesidad de decirle. Es usted la mujer más valiente, honesta y generosa que he tenido el placer de conocer. No dudó ni un momento, pese a correr riesgos que no tenía que sobrellevar, recibir golpes y maltrato, por unos muchachos que no conocía y cuyo destino en nada le afectaba. Yo me rendí. No lo haré de nuevo porque ello sería traicionarla. Antes moriría. La fuerza para tirar para adelante la dan las personas como usted que pelean hasta las últimas consecuencias, arriesgándolo todo, incluso la vida por los demás. Merecen, por tanto, que aquellos a los que han sacado del infierno respondan como ustedes lo hicieron, sin pedir nada a cambio, sin condiciones, con toda su fuerza, voluntad y tesón.
Yo lo haré, señora. Lo haré sin una pizca de duda, si lo necesita algún día.
Gracias por lo que hizo, por lo que todos ustedes hicieron, por no doblegarse y por luchar por mí hasta el final.
Siempre suyo
William Mckay
Dios santo... Tenía el llanto en la garganta, a punto de salir descontrolado. Al final alguien logró lo que más deseaba. Una extraña paz la invadió y dio gracias porque de algo había servido el miedo, la tensión y el peligro que había pasado.
Sonrió para sí misma... Más tarde en la privacidad de su alcoba, le mostraría al grandullón la carta. Después a toda la familia. Eran maravillosas noticias para compartir.
Ahora a atacar la comida de nuevo. A ver si al menos tragándola le desaparecía el nudo de emoción atascado en el cuello y en el estómago.
La abuela seguía observándola y continuamente posaba la mirada en sus pechos, en su vientre y alzaba las cejas bailoteándolas. Indagó con su mirada y de nuevo ese extraño e inquietante baile de cejas y esa amorosa sonrisa en los labios.
Ni idea de lo que intentaba decir y por ello la paciencia de su abuela se agotó. Se levantó de golpe de la silla situada en la mesa frente a ella y rodeó esta hasta situarse tras Mere, con ambas manos apoyadas en el respaldo de su silla. Se inclinó y se lo susurró suavemente al oído con todo el amor que sentía hacia ella.
Dios... ¿Cómo no se había dado cuenta? Adoraba a su abuela, la amaba.
Últimamente no comía, sino que zampaba, le daban repentinos sofocos, le había dado por comer cebolletas con gelatina, para asombro de su marido, y le habían crecido ¡los pechos! para la inmensa gratitud, felicidad y beneficio de su gruñón.
¡Oh!... ¡Oh!... ¡Ohhh!
Sintió nauseas y se cubrió el estómago con las manos, acariciándolo. Notó el suave beso de la abuela en el cabello y un calor envolvente comenzó a ascender desde la punta de los pies por todo el cuerpo mientras sentía, de repente, la caliente mirada de su gruñón, en ella. Esa mirada que la volvía loca tarumba.
La abuela se enderezó y se acercó a Jared. Le agarró de la mano y lo arrastró tras ella a trancas y barrancas, entre protestas, porque, al parecer, no había llenado aun el pozo sin fondo que tenía por estómago.
Cerraron la puerta suavemente tras de sí, mientras John los seguía con la interrogante mirada. Se volvió hacia ella con una pizca de preocupación mezclándose con la curiosidad que le invadía.
¿Qué ocurre?
Últimamente tengo mucha hambre.
El ceño se frunció.
Cariño, siempre has tenido un sano y potente apetito.
Más de lo habitual.
Sintió la mirada recorrer su cuerpo y una sonrisilla pícara asomó a esos carnosos y turgentes labios.
Lo cierto es que se te han agrandado los pechos se inclinó y depositó un suave beso en la comisura de su boca. Cariño, si ese es el resultado, come todo lo que puedas. Cuanto más, mejor.
Diantre, tendría que dar más pistas.
Estos últimos días se me han antojado comidas raras.
Cebollitas y gelatina, y hace un par de semanas fueron huevos al plato con berenjenas otra risilla creí que te volverías color verdoso de tanta berenjena que comiste.
Los hombres de su familia eran torpes para las cuestiones de mujeres.
Decidió ir al grano en cuanto su grandullón se levantó de la mesa y fue a inclinarse para besarla y encaminarse a la puerta.
Cariño, ¿qué suele ocurrir con las mujeres con los pechos llenos a rebosar, a punto de explotar y que tienen antojos?
La mirada extraviada y medio angustiada que recibió le indicó que podía estar hablando de la luna, para lo que le servía dar pistas.
Que comen para más de una persona. Generalmente alimentan a otra personilla, aunque a veces pueden ser dos o... tres, como en nuestra familia.
Por lo enormes que se vieron los verdes ojos las pistas al fin habían dado en el clavo. Derechos se posaron en su vientre y tras un ay, Dios, que me mareo, su marido se inclinó hasta apoyar las manos en las fuertes rodillas. La impresión lo había... mareado. Ahora fue a ella a quien le tocó lanzar una traviesa risilla. Los ojos de su gruñón se alzaron y la miraron llenos de un amor que simplemente la calentó por dentro. Un inmenso amor, como el que ella sentía por él..., el mismo que sentirían por el bebé que ya estaba con ellos.
En un segundo su marido estuvo junto a ella, la alzó y la sentó en su regazo en una de las sillas libres, en la mesa. Ahuecó una de sus inmensas manos en su nuca acariciando el lado con el pulgar, y la otra sobre su estómago, protegiéndolo.
Le dio uno de los besos más dulces y apasionados de su vida y habló con voz temblorosa y resquebrajada.
Solo diré una cosa, mujer. Te amo más que a mi vida y amaré a nuestros hijos de igual modo.
Posó los enormes ojos castaños en los verdes que brillaban emocionados, la inmensa mano acariciando su vientre y supo que así sería, al igual que ella.
Lo mismo digo, marido. Lo mismo digo.
La amorosa sonrisa que recibió en respuesta fue hermosa.
Simplemente hermosa.
FIN
Toda mi vida he disfrutado leyendo, pero la curiosidad por crear personajes y mundos rodeados de intriga, amor y misterio provocó que diera mis primeros y titubeantes pasos en el mundo de las letras. El resultado fue el primer capítulo de Amor entre acertijos pero la vida hizo que terminara en un cajón, olvidado. Años más tarde y rodeada de un mundo que nada tiene que ver con la literatura, removiendo papeles y viejos recuerdos reaparecieron esas viejas hojas manuscritas.
Retomé una aventura que me ha llevado, casi sin darme cuenta de tanto como he disfrutado, a encontrarme inmersa en la escritura de la tercera novela de la saga del Club del Crimen.
Descubro que cada día que me apasiona más escribir y gozar de la asombrosa libertad de crear sin límites. Me encantaría que quien se aventure a leer mis novelas, las disfrute tanto como yo al escribirlas.