II

En una amplia sala al otro extremo del ala este de la mansión, el aire que se respiraba era ligero, tanto por los ventanales abiertos de par en par, como por la iluminación extrema de la salita, unida al ánimo que presentaba el grupo de mujeres que en esos momentos engullían como posesas las pastas y dulces que habían sobrado del día anterior.

Mere optó por devorarlas a pares ya que eran ligeramente escuchimizadas y además debía, no, sentía, la necesidad de recuperar el peso que había perdido con el disgusto sufrido los días pasados.

Mientras los hombres planean, creo que deberíamos replantear la situación. Rábanos, ya era hora de que se hiciera cargo una mente brillante, y nadie como la abuela para intrigar. Por supuesto, ella la secundaría siempre hasta caer derrengada y desfallecida. Con elegancia, claro.

Si no me equivoco los hombres van a intentar apartarnos por nuestro propio bienestar, sin saber, los pobres inocentes, que lo único que van a lograr es que insistamos con terquedad.

Bien dicho.

A Jules le pasaba algo o bien estaba poseída. Mere olfateó, ya que la etérea lady Feversham le había comentado en una de sus apocalípticas conversaciones en una de las pocas ocasiones en que no pudo esquivarla, que en plena posesión demoníaca olía a azufre. Dejó de hacerlo en cuanto se dio cuenta de que no tenía ni la más remota idea de cómo olía tal elemento.

Algo lleva rondándome la mente una vez que esta se ha sosegado y asentado comenzó la abuela.

¿Qué? indagó Mere.

Mere, conocías bien a Pipi ¿verdad?

¿Quién? indagó Jules.

Cecil Worthington. Su apodo era Pipiolino, pero no me preguntes el origen, mi mejor presunción es que era por su cabezón y su engolada vocecilla de pájaro. Y tenía algo de pluma, aunque más bien parecía un pulpo de ojos saltones Mere se sobresaltó tras recibir un guantazo. Lo siento, ya sé que hay que tener caridad cristiana con los muertos pero es que era muy, muy, pero que muy pesado, en vida.

Julia apretó los labios para evitar reír. Era un difunto, por Dios.

¿Era tonto?

No, abuela. Era simplemente insistente y pesado, y pulpo e incontinente verbal y... Mere recibió la mirada correctora de su abuela lo lamento carraspeó nunca me pareció extremadamente inteligente, un término medio diría yo.

¿Para qué crees que fue a visitar la tienda de Norris?

¿Para hablar con él?

¿Aun guardáis las llaves de la entrada a la tienda?

Sí contestó Julia con ojos luminosos.

Si su intuición no fallaba, Julia estaba percibiendo lo que su abuela tramaba. Ella no había llegado ni a los aledaños, por lo que dejaría que la marea incontrolable de pensamientos de su abuela siguiera su curso.

Si no me equivoco, en el cuerpo del fallecido no encontraron libreta de apuntes alguna ¿verdad?

La mente de Mere parpadeó con insistencia avisando de lo que estaba por llegar. Ya comenzaba a otear por dónde iban los tiros, y la idea era portentosa, arriesgada y turbadora. Una aventura de esas que le chiflaban en extremo. Necesitarían pantalones. Retornó, con cierta dificultad, a la conversación.

Cierto. No se encontró nada.

Pero siempre llevaba una encima ¿verdad?

Sí, yo misma presencié en más de una ocasión cómo realizaba apuntitos, y lo cierto es que me moría por cotillear, pero la vigilaba como un poseso, como si fueran las joyas de la corona en forma de papel. En una ocasión, mientras bailábamos un horripilante vals intenté colar la mano por su pechera para cogerla pero el muy lerdo pensó que me estaba insinuando.

Entonces, ¿se os ha ocurrido lo mismo que a mí?

Todas se miraron ansiosas deseando que cualquiera de ellas diera el primer paso. Como era habitual la fogosidad venció.

Pienso que o bien se le cayó la libreta en la tienda o la escondió antes de que lo mataran.

Entonces...

Mientras los hombres se entretienen en la fiesta a la que no tienen intención de llevarnos y se mantienen ocupados, deberíamos seguir con tesón esa pista y hacer una corta e intensa visita a la tienda.

¿Las cuatro?

Al menos tres. Una debería estar preparada por si surgen contingencias inesperadas.

¿Cómo cuáles?

La posibilidad de que nos descubran, entre otras...

Tendremos que inventar alguna historia y que sea muy creíble. No sé vosotras, pero creo que el gruñón puede leerme la mente y ya sabéis que soy una inepta mintiendo. Tendrá que ser una mentira asentada en parte de verdad. Dicen que son las mejores.

La abuela cogió papel y pluma.

¿Os parece si nos ponemos con el plan y distribuimos tareas?

El acuerdo fue unánime.

Conviene comenzar con la confección de los trajes. Necesitamos telas oscuras y gorros para las tres. Localizar una forma de traslado, idear el engaño perfecto para que los entrometidos no sospechen y, sobre todo... calló al ocurrírsele una idea ¿Conocéis a algún miembro de la familia Saxton?

Yo he coincidido con alguno de los hijos del duque de Saxton en las pomposas fiestas que organiza mi madrastra. Es más, si no me equivoco, en la última de las sesiones de ocultismo de esas que tanto la embelesan, estuvo invitada Selena Saxton, la nuera del duque.

Mere brincó como si un atizador le hubiera pinchado en el trasero.

¿La incomparable?

Esa misma.

¿La niña bonita de las fiestas, la de más éxito, la más hermosa?

Sí.

¿La babosa esa?

En persona, Mere.

¿Y qué hacía?

Intentar contactar con los espíritus, supongo, como los demás beodos alelados.

¿Entonando cantos acompañados de espasmos raquíticos?

¡Mere!

Abuela, es que es insufrible y gangosa. En una ocasión me dijo que las ranas infladas como yo deslucíamos el hermoso entorno que rodeaba las fiestas a las que solía acudir.

¡Vaya bruja! bramó enfurecida Jules. Definitivamente estaba poseída.

Eso digo yo, y la muy engreída se refería a sí misma cuando hablaba de hermoso entorno.

Eso es inseguridad, cariño. Inseguridad oculta en un paquete bonito y estirado a más no poder. De todos modos, es un dato a tener en cuenta por si coincidimos de nuevo con ella.

Vaaale, pero no respondo si vuelve a insultarme.

Si lo hace, prometemos ayudarte a la hora de estirar de esa impresionante melena dorada y larga.

¡Julia!

Ya me callo.

Señoritas... interrumpió la abuela otra cuestión a la que creo que no se le está dando la suficiente importancia es la vigilancia de las casas a las que se refería Rob. Por lo que indicó eran los hogares de gente acomodada, banqueros, pero no llegó a mencionar los nombres de las familias que residen en ellas.

Pues tendremos que obtener esa información y para ello hay que interrogar sutilmente a Rob. ¿Quién lo va a hacer?

En realidad ese dato lo conocen los seis hombres, pero en mi opinión, el más fácil para sonsacar información es Jared.

Estupendo. ¿Alguna voluntaria?

Todas, salvo Jules que permanecía con los brazos cruzados y los labios fruncidos, izaron las manos. Estaban ansiosas por comenzar el juego.

De acuerdo, señoritas, lo haremos por sorteo y entraremos todas en el saco. Esto es un club con participación plena.

Con un suspiro, Jules asintió, rindiéndose. Tardaron un rato en organizarlo hasta que la mano inocente sacó del saquito de raso el nombre de la afortunada.

¡Por Dios!, si me odia, acabo de llamarle so ignorante delante de todos.

Las sonrisas de las demás les llegaban de oreja a oreja. El destino, sin duda, era un verdadero misterio y actuaba conforme le daba la gana. La afortunada era Jules.

La concentración era la madre de la organización, así que siguieron con la distribución de tareas. Tardando apenas unos minutos en cuadrarlo todo. Eran como un perfecto escuadrón, mentalizado para la batalla. Feroces. Letales. Temblorosas. La complacencia que sintieron todas fue inenarrable. Relucían hinchadas de satisfacción.

Amor entre acertijos
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