II
Más calmados, el coche les dejó a dos manzanas del burdel. Acompañaron a John hasta la esquina donde se ocultaba Dean para informarle de los cambios de planes y se encaminaron hacia la casa, adentrándose en lo que esperaba iba a ser uno de los peores momentos de su vida, si se atenía a la mirada que le acababa de lanzar Peter.
Dios, le sulfuraba ese mirar imposible de interpretar. No le llamó la atención la recargada decoración en tonos rojos, ni el ambiente denso, lleno de humo y cerrado que se respiraba, ni la sensación de opulencia, sino lo abarrotadas que estaban todas las estancias. De joven había acudido a algún burdel acompañado de sus compañeros del cuerpo de policía, en los agotadores tiempos de la instrucción, pero desde luego ninguno se asemejaba al que visitaban ahora. Las mujeres que se movían entre varones de todas las edades, elegantemente vestidos, eran simplemente preciosas. Morenas, castañas, rubias, y todas, absolutamente todas, despampanantes.
Por Dios, estaba con la boca abierta como si fuera un ruboroso y virgen jovenzuelo. Numerosas miradas se centraron en ellos al cruzar la engañosa puerta y todas las femeninas recayeron, con concentrada fijación, en Peter, midiéndole con ojos brillantes como si estuvieran sopesando su potencial sexual. Se ruborizó al darse cuenta de que también a él le recorrían con la mirada, algunas intrigadas como si no acertaran a adivinar o estuvieran elucubrando acerca de la irrupción de dos hombres al mismo tiempo.
Resultó curioso y perceptible únicamente al ojo indiscreto. Se los estaban repartiendo con suaves gestos. Una voluptuosa pelirroja no le apartaba la mirada y algo le decía que lo quería para ella.
Le entraron sudores.
Cierra la boca, por Dios. Parece que nunca has visto un par de pechos la ironía rezumaba en la frase.
Muy gracioso, Peter.
Se adentraron en la amplia entrada al burdel donde una señora que parecía dirigir con mano de hierro el local, esperaba atentamente a que se aproximaran.
En otros tiempos hubo de ser una belleza arrebatadora.
Caballeros, sean bienvenidos sus perspicaces ojos no perdieron detalle antes de entrar a negociar les agradecería que me facilitaran el contacto a través del cual han localizado nuestra humilde casa.
Maldita sea, no se les había ocurrido...
Contestó Peter, sin una pizca de titubeo.
Por supuesto. Con nuestra presencia resulta evidente el tipo de servicios que buscamos, aunque quizá nos apartemos de lo calificado como... clásico. El lugar nos fue recomendado por un caballero con el que mantenemos negocios, Martin Saxton.
Los vidriosos ojillos fijos en ellos no parpadearon, penetrantes, clavados en los negros de Peter. El silencio se alargó hasta que la aceptación se reflejó en el experimentado rostro.
Muy bien, caballeros. Les aconsejo que den una vuelta con tranquilidad y tan pronto se hayan decidido, solo tienen que acudir a mí. Con extremo gusto les facilitaré todo aquello que precisen.
Ambos inclinaron cortésmente las cabezas y se adentraron en el amplio salón ubicado a la derecha de la entrada, tras echar un breve vistazo a la escalinata de pulida madera que se erguía frente a la entrada y que daba a dos pasillos laterales en los cuales, separadas por unos pocos metros entre sí, se ubicaban diferentes puertas cerradas a cal y canto.
Debían acercarse a Jared o a cualquiera de los suyos que estuviera en los salones ya que habrían estado pendientes de la posible aparición de Saxton. Barrió de una ojeada el salón al que habían accedido para buscar un reloj en el que atisbar la hora, pero no localizó ninguno, por lo que se volvió hacia Peter.
¿Qué hora crees que es?
Las cejas se alzaron de inmediato.
¿De nuevo sin reloj?
Vete a paseo, Peter. Sabes que no puedo permitírmelo, no con mi salario de inspector.
Perdona, no quise dar a entender...
Ya, tú nunca quieres, pero siempre lo haces.
Vaya, lo acababa de cabrear.
Al paso que iba la condenada noche tendría que morderse la lengua o no saldría entero de esta horrible y endiablada situación.
Observó de reojo al ogro y vio que sacaba de su oscuro chaleco el antiguo reloj de cadena que solía llevar encima.
Las once y media, por lo que disponemos de algo de tiempo abrió de nuevo la boca pero la cerró a continuación como si algo le hubiera llamado la atención. Vamos, ahí está Thomas.
Demonios, no había duda del éxito entre las mujeres del hermano de Mere, aunque no era de extrañar. Era un hombre guapo. Lo rodeaban con fervor y el pobre estaba ofuscado. Lo acariciaban por todas partes sin vergüenza alguna, salvo la que de forma manifiesta estaba sufriendo él mismo.
Fue casi risible. Se tapaba sus tiesas partes con ambas manos como si fueran las joyas de la corona y sudaba a mares, rojo como un cangrejo.
En cuanto les vio aproximarse la mirada se le transformó asemejándose a la de un náufrago que avista un barco en el horizonte. Salió disparado de entre los brazos que lo enlazaban y aprisionaban y se dirigió hacia ellos.
Ya era hora, demonios. Llevo intentando escapar una eternidad. Me han propuesto de todo, cosas alucinantes y como poco, difíciles de practicar carraspeó la mar de incómodo y mejor dejarlo.
Les hablaba a ellos pero no separaba la vigilante mirada de las fieras que casi se lo comen.
Tened cuidado, chicos. Son peligrosas.
¿Visteis entrar a Saxton? indagó Rob.
No pero Guang vigila la parte trasera.
¿Jared?
Lo arrastraron hacia una de las habitaciones de arriba.
Joder, tendrían que proceder conforme a lo planeado. Convencer a las mujeres para que callaran y aceptaran una jugosa cantidad de dinero para que se estuvieran quietecitas o dejarlas groguis y amordazarlas.
La elección dependía de cada caso, las circunstancias concretas y la decisión que se adoptara solo incumbía a cada uno. Los demás ni intervendrían ni juzgarían ya que lo principal era vigilar el cuarto del fondo. Necesitaban comenzar a ocupar los cuartos colindantes. Cuanto antes.
Es nuestro turno.
Rob lanzó un gemido.
Llegaba la situación que no deseaba enfrentar. A su lado pasó rozándole un hombre completamente bebido que lo miró con los ojos inyectados en sangre mientras ¡le invitaba a subir con él al primer piso!
Lo que faltaba, que le confundieran con las putas...
Odiaba la incómoda situación en la que se encontraba. Lo ahuyentó con un desabrido largo, so idiota, mientras le gruñía, lo cual, gracias al cielo, surtió efecto y pasó inadvertido a los hombres que a su lado seguían conversando.
Antes de alejarse Peter se dirigió a Thomas.
Subiremos enseguida, en cuanto concretemos con la dueña. Encárgate de Guang y dile que se mantenga a la expectativa. Lo más seguro es que Saxton entre por la parte trasera así que lo mejor es que se mantenga en la planta baja por si surge cualquier imprevisto, pero si en diez minutos nada ocurre que acuda a casa de Julia Brears en busca de mi hermano y avise de que necesitamos ayuda, cuanto antes. Después sube en cuanto puedas con una de las chicas a otra de las habitaciones. El resto es cuestión de esperar sin apenas descanso continuó fuera estamos en mínimos ya que hay que vigilar a los agentes. John controla el movimiento de atrás y Dean el delantero, pero estad atentos y sin distracciones. Nos jugamos demasiado.
Tom asintió y huyó hacia otro de los salones sin darse cuenta de que dos de las mujeres que lo habían acosado se habían lanzado tras sus pasos.
Peter sonrió con picardía.
Se va a tener que emplear a fondo súbitamente se volvió en su dirección. ¿Estás preparado?
No, pero supongo que dará igual...
Supones bien.
Eres un cabronazo ¿lo sabías?
Esa carnosa boca albergó una cínica sonrisa y no pudo dejarlo pasar, no pudo.
Peter, no me jodas. Lo que vamos a hacer me resulta muy incómodo.
La mirada se enfrió, sin disimulo alguno.
¿Es una indirecta?
¿De qué hablas?
No te preocupes, amigo. No lo haré si no quieres.
¿De qué coño hablas, Peter?
De joderte la cruel sonrisa indicaba el propósito de sacarle de sus casillas y, joder, no le faltaba razón. Estaba al límite.
No se lo podía creer. ¡Se estaba pasando de la raya!
Dime algo ¿también con tu querido superintendente te sentirías igual de... incómodo o a él no le pedirías que no te... jodiera?
El cabrón le dejó con la palabra en la boca, al dirigirse derecho hacia donde la dueña del burdel cotorreaba con una de sus chicas.
Dios, lo odiaba en estos momentos e intuía que se las iba a hacer pasar putas. Nunca mejor dicho.