XIV
A una manzana de distancia descubrieron con facilidad los lugares donde se ocultaban los que vigilaban el burdel. La estrecha y sucia calle discurría entre casonas abandonadas y casitas bajas en las que residían apelotonadas familias numerosas de clase obrera, sin apenas medios para subsistir. El burdel ocupaba una manzana rodeada a ambos lados por sendos patios descuidados, llenos de salvaje y crecida vegetación, no excesivamente espaciosos pero lo suficiente para esconderse una persona sin llamar la atención. La parte trasera de la casa de citas daba a otra calle paralela, por la que se accedía a la entrada trasera.
Doyle se fue deslizando por uno de los lados y Stevens por el contrario. Recorrió la acera en la que se asentaba la primera vivienda, en estado ruinoso, en cuya esquina hacían guardia por turnos dos agentes bajo las órdenes del superintendente. Los sobrepasó y se deslizó sigilosamente hasta llegar a la lóbrega esquina que daba a uno de los patios laterales del burdel. La silueta de Clive se deslizaba por la acera de enfrente, lenta pero ágil. Desde el ángulo en el que quedó quieto, Doyle dirigió la vista en dirección transversal hasta recaer en la erosionada esquina del edificio de viviendas ubicada al otro lado de la calle frente al burdel, en la cual se mantenía vigilante, en la cerrada oscuridad, una silueta. Era Dean, que, atento, no perdía de vista a la gente que en esos momentos salía del burdel.
También Doyle se fijó en ellos, pero ninguno cuadraba con la fisonomía de los Saxton. Aparte de los que dejaban el burdel tan solo entró un flaco joven, rubio, por el vistazo que se logró atisbar del cabello bajo el calado sombrero, quien entró raudo, tras descender de un coche de caballos. Con una risilla pensó que parecía extremadamente ansioso...
Una vez que la calle quedó en silencio, sin transeúntes, la cruzó para acercarse a Evers. De forma casual, intentando pasar desapercibido.
Pasó junto al enorme corpachón y al salir de la línea de visión de posibles enemigos, apoyó la espalda contra la pared lateral de la casa.
Dean actuó exactamente igual, colocándose a su lado.
Estamos diezmados, Brandon.
Nada pudo sorprenderle más que lo dicho por el hermano de Mere y ahora le tocaba su turno.
Tu hermana está a dos manzanas de distancia.
No le extrañó en absoluto el antebrazo que presionó su tráquea, el rostro cuya nariz casi rozaba la suya y los rabiosos ojos clavados a un palmo de los suyos, algo más claros.
El hombre era puro nervio. Lleno de enfado y sorpresa mal encarada.
Repite eso.
Mere nos espera a dos manzanas de aquí, preparada para defenderos a todos.
¡Joder! susurró pero pareció que el juramento viajaba con la brisa ¿La dejasteis venir?
Es terca.
Y pequeña, por tanto, manejable.
Y amenaza con morder.
Cierto suspiró resignado y lo suele hacer si se le enfada.
La presión del brazo se aflojó.
¿No pretenderá entrar al burdel?
Se ha disfrazado de hombre.
¡Joder!
Solo pudo asentir. La pequeña mujer era una fuerza de la naturaleza.
Recapituló.
¿Por qué has dicho diezmados?
Porque cuatro de nuestros hombres, vigilan a los agentes de Stevens, estamos a la espera de que lleguen refuerzos, desconocemos lo que ocurre en el interior, entra y sale demasiada gente como para poder confirmar que no hayan entrado o salido los Saxton, yo me he dedicado a la puerta delantera, John se ha centrado en la trasera y para colmo, llegó la renacuajo, ¿quieres que siga?
Estamos jodidos.
Se pasó las manos por el oscuro cabello, inquieto.
¿Entraron Rob y mi hermano?
Hace rato.
Se nos complica todo.
Le miró Evers con la comprensión llenando su rostro.
Cada vez más.
¿Y John?
En la calle de atrás, junto con uno de los agentes cedidos por Stevens y unos de los hombres de Rob. Creo que es el agente Evans.
¿No ha dado señales de vida?
No.
¿No te parece raro?
Algo.
Ambos cruzaron miradas.