V
Tras la retirada de los invitados, la discusión se había trasladado al grupo formado por los hermanos Brandon y Rob. Entre otros temas se centraba en la condición mermada del último y en su insistencia en acudir a la tienda junto con sus amigos.
Es sencillo, Rob. No vienes con nosotros.
Y un cuerno, Doyle, se sentó para atarse los cordones de los zapatos es mi padre.
Lo único que vas a lograr es entorpecernos.
Al escuchar esas palabras, Rob se enfureció. ¿Acaso no lo entendían? Su padre podía estar herido o..., y a sus amigos les preocupaba que él se fuera a desmayar del agotamiento. Era ridículo y estaban perdiendo un tiempo precioso. Intentó hacerles ver lo que sentía.
Tengo que ir porque puede que le haya ocurrido algo. Ya sabéis que suele quedar hasta altas horas de la noche a solas en la tienda y empieza a tener sus achaques. Además está metido en todo este asunto y maldita la gracia que me hace que resulte notorio que trata con la policía ¿Es que no lo entendéis?
No.
La expresión en el rostro de Peter era impenetrable. Rob supo que le resultaría imposible dialogar con él o tan siquiera convencerle, así que optó por actuar. Se levantó de la silla después de atarse el segundo cordón y se dirigió con paso cansino a la puerta. La mano que se posó en su hombro le impidió continuar.
Suéltame, Peter.
No.
Su paciencia se consumió. Reaccionó con la furia que llevaba comprimida en su interior desde que a uno de sus mejores amigos se lo llevaron hacía tantos años, el mismo que en ese momento le impedía acudir en busca de su padre. Su mente se nubló y simplemente reaccionó en un ambiente donde sabía que podía.
El puñetazo que lanzó dio en el aire. La sensación que sintió a continuación fue encontrarse presionado con la cara contra el suelo, el brazo izquierdo retorcido a su espalda y un tremendo peso sobre su parte posterior. Intentó retorcerse pero la manaza que le sujetaba el brazo presionó este hacia arriba, contra su omóplato.
Diablos, dolía pero no iba a dar su brazo a torcer.
Eres un cabrón intentó golpearle con las piernas, sacudiéndolas con los talones, pero el pesado cuerpo se deslizó, sentándose sobre su trasero y la parte trasera de sus muslos. Estaba totalmente atrapado. Le había inmovilizado con esas puñeteras llaves de lucha que a él le chiflaría conocer y casi había suplicado que le enseñara.
¡Demonios, Peter, suéltame de una puñetera vez! ¡Me haces daño!
La presa se aflojó algo, no demasiado. Rob giró el rostro hacia un lado y observó al bestia que le tenía amarrado. Seguía imperturbable.
Si os prometo quedarme al margen si hay cualquier tipo de pelea, ¿me soltarás?
No.
Maldita sea. Doyle, dile que me suelte, que no puede controlarlo todo y menos a mí desde el suelo miró a Doyle se trata de mi padre... Rob apoyó la mejilla contra la lustrosa madera, estaba tan cansado y esta estúpida pelea solo servía para agotarlo todavía más.
La súplica velada enterrada en el enfado llegó al hermano mayor. Se acercó hasta donde se encontraban ambos, presa y depredador, tirados en el suelo.
Tiene razón, Peter. Tiene derecho a ir en busca de su padre.
No Rob notó la tensión en el cuerpo que le mantenía sujeto, en la rigidez de los muslos a ambos lados. Logrará que le maten, como aquella vez en los muelles o aquel caso con los pozos de ratas.
La sujeción de nuevo se afianzó.
Esto es diferente, hermano. Viene con nosotros y no estará por su cuenta en ningún caso.
Paulatinamente el peso sobre sus muslos se fue relajando y una mano le dio un sonoro cachete en la parte baja de la espalda y otro más sólido en el trasero. El amarre se soltó y Rob flexionó el brazo que le había mantenido sujeto. No era la primera vez que su amigo se obsesionaba con su seguridad, y jamás le había contado la razón. Desde que lo recuperaron del maldito infierno, Peter lo vigilaba como un halcón y la situación había empeorado desde que había asumido el control de la investigación. Había intentado hablar del tema en numerosas ocasiones con su mejor amigo pero se cerraba en banda, como si hablar de ello fuera a hacer realidad sus temores, fuera lo que fuera lo que sospechara que le podría ocurrir si se alejaba de su vista. Quizá algún día...
Peter no tardó en hablar.
Promete que si pasa algo no intervendrás y lo dejarás en nuestras manos.
Está bien.
Promételo.
Dios, que terco era.
¡Está bien! su amigo no movió un músculo prometido, ¿estás contento ahora y podemos movernos?
A continuación el pequeño de los Brandon lo asió del hombro, lo acercó a su cuerpo y lo envolvió en un abrazo de oso. No había Dios que lo entendiera, aunque llevaran así desde la adolescencia. Ya debería estar acostumbrado a las rarezas de Peter y a su obsesión por protegerle. La ansiedad que sentía se aflojó algo. Por fin actuaban e iban en busca de padre. Había pasado demasiado tiempo para su gusto.