VI
Nunca un periodo de tiempo le había parecido tan eterno. Jared y el doctor Brewer tardaron cerca de veinte minutos en aparecer y por el aspecto que presentaba el segundo, su cuñado había participado en vestirle para la ocasión. La cremallera del pantalón estaba abierta, la camisa mal abrochada y sus pies estaban cubiertos por unas desgastadas zapatillas.
Fue casi como si los dioses leyeran sus súplicas. Necesitaban ayuda urgente para trasportar al herido a casa cuando aparecieron los hermanos Brandon y Rob. La situación se descontroló por unos instantes con la reacción de este último al ver el estado en que se encontraba su padre. En su ansia por acercarse entorpeció la labor del médico hasta que este, superado por la situación, pidió que lo alejaran. Solicitó que apartaran a ambos, a Mere y a Rob, para poder trabajar. No les gustó, e incluso el hijo de Norris peleó por un breve momento, pero Peter Brandon no le dio opción. Estalló un brutal puñetazo en su mandíbula dejándolo inconsciente. John le observó cargar el peso de su amigo con algo parecido a la ternura.
Lo entenderá cuando recobre el conocimiento susurró Peter. John no estaba tan seguro.
El doctor Brewer estabilizó al herido como pudo, colocando contra la herida una especie de compresa, vendándola después aplicando presión y entre todos movieron el cuerpo como si se tratara de una frágil figura de porcelana de Doulton. El viaje hasta la casa fue una pesadilla. Desde luego, el pequeño de los Brandon lanzaba unos tremendos puñetazos ya que el hijo de Norris seguía inconsciente envuelto en sus brazos, y Mere no soltaba la mano de Norris, musitándole palabras casi sin sentido.
John notó que estaba aterrada por el sonido de su vocecilla. Sonaba exactamente igual que cuando la libró de la cárcel el año pasado.
Ni a sí mismo podía explicar el tumulto de emociones que notaba agolparse en su interior, pero lo que tenía claro es que ganaba el enfado dirigido hacia la enana. Una ira como jamás había sentido y, por todos los diablos, en cuanto recibieran noticias del doctor ambos iban a hablar largo y tendido.
Hasta entonces esperarían juntos en el salón de su hogar, sin probar bocado por la angustia, pese a que Rosie había dado orden de elaborar una suculenta y ligera cena.
Mere permanecía sentada junto a Jared, como si percibiera su ira, y en cierto modo más le valía, porque si en estos momentos protestaba por la forma en que la había tratado o le dirigía cualquier mirada acusadora, estallaría y le daría la tunda que tenía preparada para cuando estuvieran solos. Le picaban hasta las palmas de las manos solo de pensarlo. Esta vez ninguna súplica, discursito o carantoña de su pequeña y entrometida esposa iba a evitar lo que llevaba tiempo gestándose.