II
Miraba la figura que descansaba en el lecho sin retirar la vista. Pese a los días transcurridos no se había librado aun de la desesperante sensación de haber quedado abandonada por el único hombre que la comprendía y la había amado sin reservas. Dudaba que ese sentimiento, o al menos su recuerdo, fueran a desaparecer en mucho tiempo y sería difícil, realmente difícil, borrar la huella del miedo sufrido.
Eran las ocho y las niñas ya deberían haber terminado. La intranquilidad que sintió al verlas partir hacia la tienda se había transformado en punzante miedo. Debió haber hecho caso a sus instintos y aplazarlo, pero la impulsividad de la juventud era tan contagiosa...
¿Allison? el arrugado y varonil semblante del hombre que adoraba lucía las marcas de apoyo de la almohada y se enterneció.
Hola, cariño se inclinó y posó un delicado beso en los resecos labios.
¿Qué ocurre?
Tenía gracia, desde el día en que se conocieron, tantos años atrás, había atesorado esa impresión de adivinar el ánimo del otro sin necesidad de palabras. Ahora no le daba la bienvenida a esa capacidad ya que si hurgaba un poco, le contaría la razón de sus miedos. Puede que, en el fondo, lo ansiara, a fin de deshacerse de ese peso que sentía en el pecho, pese a saber que se enfurecería con ella.
¿Me lo vas a contar, querida? Desde aquí escucho la rueda de tu cerebro girar y girar... sonrió levemente y salvo que quieras que me maree...
¿Cómo decírselo? De sopetón.
Mandé a las niñas a revolver tu tienda.
El silencio fue sofocante y el glacial tono de voz lo empeoró.
Repítelo.
Que envié a las niñas a buscar en la librería, porque estamos convencidas que Worthington fue a algo más que a...
¡Dios, Allison! con gran esfuerzo se incorporó de la cama con una de sus manos presionada contra la herida.
¿A dónde vas?
Sois precipitadas e insensatas e... ¡idiotas! ¡Las cuatro! caminó tres pasos pero hubo de apoyarse en la pared porque se tambaleaba ¡maldita sea! Dame la ropa.
Pero estás herido...
Ya lo sé y ellas en riesgo ¿Es que no tenéis sentido común? farfulló. ¡Mierda! y los muchachos están en la mansión Saxton. ¡Maldición!
Jamás había escuchado tantos improperios juntos. Ello indicaba el grado de enfado del hombre que deambulaba a trompicones, en camisola y descalzo por la habitación, intentando localizar ropa para cubrirse.
No, no puedes salir, estás herido. Iré yo...
La mirada que recibió indicaba bien a las claras lo que opinaba de su idea y comenzó a enfadarse. De acuerdo que había sido un soberano error dejarlas marchar, pero la intención había sido buena. Además, ellos siempre las excluían de sus planes, así que no les dejaban más opción que tirar por su propio lado. De acuerdo, eran idiotas y no había excusa que sirviera.
¿Y si encuentran la agenda de Worthington?
La mirada incrementó un par de grados en frialdad.
La agenda la escondí yo después de que Worthington me la entregara el día que nos atacaron.
Dios santo. ¿Qué habían hecho?