III

Salió del almacén con cautela ya que sabía que le estaba esperando. Tras el arranque insensato de Worthington tan solo había alcanzado a escuchar un breve forcejeo y después un silencio sepulcral. Apenas se escuchaban sonidos salvo los pocos que se filtraban desde la calle, y por encima de todos, su corazón golpeando salvaje en su pecho como un maldito martillo de obra, veloz, constante. Había vivido demasiados años como para desconocer lo que significaba y el sabor agrio que palpaba en su boca lo atestiguaba. Miedo. Puro y simple temor.

Antes de internarse en la negrura del otro lado, se colocó instintivamente sus anteojos con firmeza sobre el puente de la nariz, ya que esa era una de sus peores pesadillas, perderlos y quedar sin visión, totalmente desamparado y expuesto.

En la amplia habitación saturada de altas y tenebrosas estanterías plagadas de polvorientos libros no se escuchaba ni el zumbido de una mosca. ¡No! Un susurro a su izquierda, casi imperceptible.

Quizá fuera arriesgado pero se deslizó intentando no hacer ruido. Dos pasos a su izquierda. Nada. Otros dos. A punto estaba de dar otro cuando la puntera de su calzado chocó contra algo sólido, un bulto tendido en el suelo. Supo quién era, ya que si el médico hubiera logrado llevar a cabo su plan, no se mantendría ese maldito silencio. Se agachó y el bulto se contrajo.

Worthington ¿está bien? ¿Estamos solos? susurró.

Otro estremecimiento. Las manos extendidas de Norris se apoyaron en el pecho vuelto hacia él. Estaba cálido y húmedo, pringoso.

Acuchillado..., me ha acuchillado. Váyase..., sigue en la...

La voz surgió de la nada, sin que Norris consiguiera ubicar su posición.

Dime, librero, ¿crees que por la información recibida de Abrahams vale la pena morir?

Dios mío.

¿Estás sordo, viejo?

No veía nada a su alrededor. La escasa luz que accedía desde el exterior apenas servía para atisbar algo, impidiendole distinguir incluso lo que tenía delante, a un palmo de su nariz, pero Norris presentía que el asesino conocía su ubicación junto a Worthington.

El matasanos está muerto o poco le falta para unirse a su amiguito... una risa espeluznante llegó desde alguna zona a su derecha. Su mirada se concentró en ese lugar pero resultaba imposible captar movimiento alguno.

Sus opciones eran limitadas y supo que esa noche iba a resultar malherido o algo peor, y no estaba preparado. Tenía tantas cosas pendientes, sobre todo, con Allison. Por Dios, no podía morir sin verla y decirle que la amaba. No podía.

Se maldijo por todo el tiempo desperdiciado. Quizá si diera largas y de alguna manera consiguiera entretener a la sombra al otro lado de la tienda, alguien podría llegar a tiempo. Era lo único que se le ocurrió.

¿Me vas a matar?

No le contestó. En el silencio estaba la respuesta.

¿Por qué?

Por indagar en lo que no debías, viejo sonó un arrastrar de muebles, más cerca. Nos jugamos demasiado para permitir que dos viejos entrometidos y un par de muñequitas trastoquen nuestros bien elaborados planes.

Norris perdió los nervios al escuchar la velada amenaza.

Como las toquéis, os mato..., juro que os mato.

La mayor puedes quedártela, librero, aunque no está nada mal para su edad. Las otras, ya veremos...

Le estaba provocando y casi, casi... Norris calculó la distancia entre su ubicación y la puerta, la maldita lejana salida. Era demasiada para su edad, para su velocidad, para sus viejos y cansados huesos. Jamás había deseado tanto volver a su juventud, a la fortaleza de sus primeros años, como en ese exacto momento. Quizá entonces hubiera tenido una oportunidad, aunque fuera ínfima.

Al menos el asesino ignoraba que Worthington le había entregado la libreta.

Permaneció como una estatua y desistió de lanzarse sobre la salida. Nunca llegaría a cruzarla. Si quería salir de esta tendría que pelear y así tener...

Sintió el aliento en la nuca.

¿Cómo había sido tan idiota? Con sus palabras le había indicado dónde estaba, tan claramente como si él mismo le hubiera guiado.

El asesino era un hombre grande, su presencia se hacía sentir a su espalda y se confirmó cuando Norris notó una mano seguida de un musculoso brazo rodear su cuello, y una sibilante voz, como la de una serpiente, musitar en su oído.

Es el momento de rezar, viejo.

El golpetazo que sintió en el costado y el calor le pillaron por sorpresa. ¿Le había golpeado? No, por favor... Norris notaba quemazón, un tremendo calor en el área del golpe y se fue deslizando hasta quedar sentado en el suelo, su espalda apoyada en las piernas de su atacante. No pudo dejar de pensar en la extraña escena que debían ofrecer. Siguió sin sentir nada, salvo que algo largo, profundamente hundido en su costado, salía de su cuerpo. Le había apuñalado.

Comenzaba a percibir en toda la extensión de su cuerpo cierta pesadez, una relajación contra la que le costaba pelear. Las piernas que le servían de respaldo, se movieron y cayó tendido en el piso. Esa aterradora voz habló de nuevo.

Adiós, viejo. Me despediré de tu parte de tu mujer y de las florecillas que tanto proteges.

¡No!, no, por favor. Debía aguantar y avisarles, como fuera. Dirigió la mano a su abierto costado y apretó, con la poca fuerza que le quedaba. El dolor le atravesó. Tenía que aguantar. Por ellas. Por su mujer.

Amor entre acertijos
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