IX
¿Muy sorprendida?
Eso es quedarse corto. No habló al menos durante un par de minutos hasta el punto de que estuve a nada de pellizcarle para ver si reaccionaba.
¿Y reaccionó?
Sí, aunque no hay duda de que es una mujer de efectos retardados. Como responda así en la charla con la marquesa, igual se nos asusta y nos deja empantanadas pensando que somos tontas. No sé, cariño, hoy lo veo todo negro y yo no soy así.
Mañana estaba concertada la reunión con la marquesa en casa de los Lancaster, pero no era eso lo que llenaba su mente, ni mucho menos. No conseguía liberar sus pensamientos de todas las horribles posibilidades que podían surgir en el viaje de vuelta de Windsor. Y aunque su John nada decía, Mere sabía que le ocurría exactamente lo mismo.
Tenían que sobreponerse y pensar en positivo ¿Cómo era eso que decían? El gafe atrae al gafe, y no sé qué más...
¡Estupendo! Lo que le faltaba para que el día fuera horrible del todo. Estaba perdiendo memoria. ¡Se estaba quedando reseca! ¡A su edad! ¡Dios mío!
Cariño, ¡creo que me estoy resecando!
¿Eh?
Se acercó a pasos agigantados al espejo para iniciar la búsqueda intensiva de canas entre los sedosos mechones y de reojillo oteó cómo su grandullón la seguía con la mirada, sin perderla de vista, expectante, como si no supiera lo que iba a pasar a continuación.
Por el reflejo del espejo Mere vio, con asombro que, sin dudar, su marido se incorporaba, atravesaba a gatas la cama hasta posarse sobre el suelo y con agilidad, se dirigía hacia ella hasta situarse a su lado, esperando ¿con precaución?
Indicó con un gesto las raíces del cabello.
Ya sabes...
No.
Sí, ya sabes
¿Tienes un pelo hermoso?
Los hombres no se daban cuenta de lo que en determinados momentos tenía verdadera importancia, y esto la tenía.
Creo que me estoy secando, seguramente por los sustos que me he llevado estas últimas semanas.
Desde su altura la miraba, remiraba y no podía parecer más perdido ni aunque quisiera.
Cariño, hablas en chino.
No, hablo en nuestro idioma.
No, enana, te aseguro que no, hablas de no sé qué de secarte y ni te has bañado, ni mojado.
Se me olvidan las cosas.
Como a todos.
Olvido los refranes.
Siempre has odiado los refranes y te los inventas.
¿Y si me olvido de algo importante en el viaje de vuelta con los muchachos y por mi culpa les hacen daño, o Rob tiene que luchar, o no logro evitar que me descubran, o...?
El pulgar de la mano derecha de su John apoyado suavemente en sus labios impidió que continuara. Mere intentó seguir, necesitaba hablar, decirle que si le pasaba algo que supiera que le amaba, que siempre le había amado y este último mes había sido el mejor de su vida, que si ocurría una desgracia tenía que seguir con su vida. Que tenía que..., que...
Le estaban entrando unas terribles ganas de llorar y no conseguía reprimir las estúpidas lágrimas. Se le escapó un sollozo.
No tenemos por qué hacerlo la voz ronca de su marido temblaba tanto como ella tan solo, dilo y lo pararemos.
Sus pupilas estaban tan dilatadas como cuando la amaba, Dios, los ojos, tan cálidos, eran el espejo del alma de su gruñón, hermosa, cálida y sin dobleces. Hizo lo que tenía que hacer, rodeó con sus brazos esa estrecha cintura y apoyó su mejilla en su esternón, igual de tierno, y aspiró hondo. Memorizar ese olor, para recordarlo por si acaso, apaciguó la necesidad de hacer eso, la necesidad de retener su olor.
Sin apenas tiempo de absorberlo se sintió rodeada por esos brazos y elevada con suavidad hasta que ambos cayeron sobre el mullido colchón, quedando hundidos de costado, uno frente al otro, simplemente mirándose.
Juntos.
Su John tragó con dificultad.
Juntos.