IV
Como no bajara pronto se iban a meter en un buen fregado. Optó por asomarse por la baranda para vigilar el piso bajo, no fuera que los seres masculinos hubieran decidido terminar con la misteriosa reunión. ¡Venga, Mere, que nos van a pillar... y mis graznidos suenan a reclamos de vaca!
El ruidito le anunció que al fin bajaba del ático. Pero los crujidos de los escalones no eran normales. ¡Al subir no habían chirriado tanto! Dios mío.
Lo que bajaba por los escalones se parecía a Mere, pero era tan ancho como alto, no, más ancho que alto. ¡Estaba redonda, grotesca! y andaba como un tentetieso, apoyada en la barandilla para poder avanzar, como si le resultara imposible doblar las articulaciones.
Mere, ¿qué has hecho?
Con supremo esfuerzo se alzó las faldas y Julia descubrió la razón de la rigidez que exhibía.
¿Cuántos pantalones te has embutido?
Paré con el sexto ya que las perneras no pasaban; y pesan mucho ¿No se romperá el piso, verdad? Creo que peso como un tonel.
A Julia le preocupaba más su estado. Estaba roja e inflada como la grana madura y sudaba como un pollo escaldado.
¿Cómo demonios vamos a llegar hasta abajo? ¡Son tres pisos!
Ve a por Jules y entre las dos me podéis ayudar.
¿Y no sería mejor que te quitaras todo?
La mirada que recibió podría haberla achicharrado.
¿Con lo que me ha costado ponérmelos? ¡Ve por Jules!
Mientras esperaba a Julia, intentó sentarse en uno de los escalones pero cayó como una plancha rígida e inamovible, enorme y pesada. No podía doblarse y se notaba amarrada como un pavo relleno en Navidad a la espera de ser sacrificado. Miraría al techo hasta que llegara el pelotón de auxilio.