XVI
Por primera vez en su vida sintió deseos de acabar con la vida de una persona a sangre fría. Esa mirada, totalmente perturbada le ponía el vello en punta y lograba que un escalofrío ascendiera por su columna vertebral.
Iría a prisión, y puede que Saxton muriera en ella de viejo o que le condenaran a muerte, pero si no era así, esa enfermiza obsesión jamás acabaría hasta que uno de los dos estuviera muerto. Mirando al hombre que de nuevo seguía todos sus movimientos con los ojos, lo supo. Tarde o temprano se enfrentarían de nuevo y uno de los dos moriría.
Esas últimas palabras vertidas por ese demente simplemente confirmaron lo que ya imaginaba.
Pese a ello no pudo evitarlo y se acercó el par de pasos que distaba de Saxton hasta que un firme y musculoso antebrazo se interpuso en su camino. Peter.
Ello enfureció todavía más al hombre que se relamía los labios.
¡No! Quiere acercarse, quiere... acercarse... a mí. Él lo sabe.
¡Dios!, seguía humedeciendo esos carnosos y repugnantes labios e intentaba inclinarse hacia adelante para aproximarse a él, para olerle. A punto estuvo de dejar escapar una arcada.
Peter no movía el brazo, mientras con la otra mano seguía aplastando contra la pared a Saxton. Finalmente tragó el nudo que sentía formado en el cuello impidiendo el paso de las malditas palabras.
Solo sé que estás loco. Nada, ¿me oyes?, nada es lo que siento al mirarte, salvo asco. Estás enfermo y te juro que como te acerques a mí o intentes hablar conmigo, te arrepentirás.
Una ira inmensa inundó esos pálidos ojos claros.
¡Mientes!, mientes, tú lo sientes igual que yo.
No.
¡Mientes! comenzó a revolverse como una furia contra los brazos que le retenían pero no era contrincante para Peter y menos para el odio que le recorría las venas ¡Mientes!, tú me amas. Lo sentí al mirarte en la fiesta. Los dos lo sentimos.
¡No!
¡Sí! ¡Estás mintiendo! Estás... mintiendo, maldito seas.
No entraría jamás en razón ya que la locura lo invadía. La locura y esa enfermiza obsesión.
Peter rodeó el cuello del hombre que seguía retorciéndose, intentando escapar, intentando abalanzarse sobre Rob, completamente descontrolado, requiriendo la fuerza tanto suya como la de John para aplacarle, y apretó con la intención de ahogar, de hacer sufrir...
No es ni será tuyo en tu puta vida, ¿me oyes? Y ¿sabes por qué? porque yo no lo permitiré. Si intentas algo, ahí estaré para detenerte acercó los tirantes labios al oído de su enemigo, para que solo este escuchara lo que iba a decir para matarte.
Apretó con más fuerza el cuello que rodeaba con sus fuertes manos, volvió el rostro a un lado y bruscamente se dirigió al hombre que, aun en pie, a un par de pasos de distancia, apenas podía creer lo que estaba presenciando.
Rob, sal del cuarto.
No pudo reaccionar.
¡Sal del jodido cuarto!
Los azulones ojos se vieron inmensos en el golpeado rostro.
No.
Rob, no lo repetiré.
No puedo, maldita sea, no puedo. Lo mataréis...
¡Rob! la impaciencia llenaba la grave voz de Peter.
He dicho que no.
Tras una mirada hacia John y el gesto de asentimiento de este, Peter pegó un salto furioso y aferró a Rob por la cintura, tirando de él mientras John permanecía en el lugar, el cuchillo clavado en el cuello del hombre que no perdía de vista la escena que discurría ante sus ojos. Rob no tuvo opción. La inmensa fuerza y la furia de Peter no se podían parar. A empellones lo sacó del cuarto y cerró tras él la puerta, girando la llave que estaba incrustada en la cerradura, haciendo caso omiso de los furiosos golpes dados desde el exterior.
Peter permaneció como una estatua mientras John hablaba.
No volverás a poner tus sucios ojos en mi mujer o en Rob. Si llegáramos a enterarnos de que planeas algo desde prisión o mueves cualquier hilo para acercarte a ellos, estarás muerto en un par de horas y da gracias que no lo hacemos ahora una cruel sonrisa asomó a los labios de los hombres que habían alcanzado el tope de su aguante. Mereces lo que vas a sufrir allí dentro sabiendo que lo que deseas estará siempre fuera de tu alcance.
Eso volvió loco a Saxton.
Se retorció entre los brazos de los dos hombres logrando únicamente que la daga resbalara por su rostro cortando su mejilla, rasgándola desde el ojo hasta la barbilla y que de un despiadado golpe con el canto de la mano en el cuello, Peter lo dejara inconsciente.
El aviso estaba dado. Ambos hombres se miraron y se juraron hacer lo que en ese maldito cuarto había quedado sellado. Habían recuperado a aquellos que amaban y nadie se los quitaría de nuevo.
Respiraron profundamente. Amarraron y amordazaron al loco que con su desquiciada mente casi había logrado lo que deseaba, y se encaminaron, agotados, hacia el pasillo donde les esperaba parte de su familia, donde devolvieron a sus brazos a la adorable y menuda mujer que seguía inquieta, donde estaban reunidos todos aquellos que querían y habían luchado a brazo partido con ellos y donde unos aguardaban enfurecidos, otros llorosos o heridos, pero todos ellos vivos.
Vivos, protegidos y... amados.