VIII
La hora se aproximaba y con ello incrementaba la presión e incertidumbre. Se reunieron todos en la mansión de los Brandon al ser la más próxima a la casa de Julia. Faltaba esta última ya que hacia el mediodía había retornado a su domicilio a terminar con los preparativos de la reunión.
Todos los hombres iban de negro. Faltaba un cuarto de hora para que los grupos se separaran dirigiéndose cada uno a su destino. Jules y Mere, engalanadas, hacia la sesión de ocultismo. Norris y Doyle las seguirían. El plan parecía sencillo, sin complicaciones. Tras llegar ellas a la casa, Julia se escurriría hacia la parte trasera, mientras la criada y el personal recibían a los invitados, facilitando la entrada a los dos hombres y los escondería en la habitación contigua, próximos a las mujeres por si surgía la necesidad de intervenir. El resto tenían la cita en el burdel, y el ansia por atrapar al hombre que tanto sufrimiento había causado, valía la pena.
Mere apretó la manos. Lentamente fue deslizando la mirada sobre todos sus amigos. Jules, recatada pero con un precioso rubor cubriéndole las mejillas, por algo que Jared comentaba cerca de ella; este con el rebelde cabello atado en una cola de caballo que le daba una aspecto de corsario aventurero; Norris junto a su hijo dándole las últimas indicaciones como si de una criatura se tratara, mientras cerca, muy cerca, permanecía erguido Peter, con una cómica mueca en la cara, al parecer por lo que el anciano aconsejaba a su amigo. Dean y Thomas, como siempre, unidos por la cadera cruzando unas palabras con el impactante hombrecillo que la tenía obnubilada con sus movimientos, Miang o quizá Gong, bueno, el hombrecillo; y la abuela, su amorosa abuela, en medio del heterogéneo grupo, haciendo exactamente lo mismo que ella, reposar la cariñosa mirada en cada una de las personas que estaban dispuestas a arriesgarlo todo por unos muchachos que no conocían.
Y su John, a su costado, con uno de sus brazos cubriendo sus hombros, como siempre desprendiendo calidez y protección.
Había llegado la hora.
Su marido aferró una de sus manos y la llevó a sus labios susurrando un ronco y sereno recuerda lo que te dije, cariño, recuérdalo.
Apretó esa fuerte mano hasta que se soltaron.
Los hombres se encaminaron a la salida ya que necesitaban tiempo para ubicarse en los alrededores y en el interior del burdel, pero no se volvieron hacia los que quedaban atrás, quizá porque en ocasiones, era más duro marchar que permanecer.