II

El escándalo que se originó fue apoteósico. Mientras Mere se afanaba en soplar por toda la sonrosada cara de su padre para intentar que reaccionara, Jules, tras levantarse del sillón a trompicones, se camufló entre los cortinones del inmenso ventanal que presidía la salita. Julia asomó la cara por la puerta y berreó un espeluznante auxilio, tenemos un patatús, y Norris, con una agilidad sorprendente en un hombre de su edad, se acercó al desmayado, ayudando a Jared y a John a incorporarlo con delicadeza y depositarlo cuan largo era en uno de los sillones ya despejados.

El personal de la casa se arremolinó a la entrada del cuarto intentando, con desesperación, cotillear lo que ocurría, hasta que un veloz torbellino, a codazos, se abrió paso entre ellos con una dignidad impresionante dada la esperpéntica situación.

Mere se reblandeció. Al fin había llegado su madre. Ella sabría qué hacer.

Nada más recorrer la escena con sus ojos, se volvió hacia ella.

¿Otra vez has hecho que se desmaye, hija? comenzó a dar suaves golpecitos en la mejilla a su marido y también a soplarle, como si el hecho más que ayudar a su esposo, la tranquilizara a ella.

A Mere se le atragantaron las palabras en la garganta.

He sido yo, tía Mellie la grave voz surgió con dureza.

Diantre, Harry, espabila iba a indagar más en la información libremente facilitada por John, pero su marido comenzó a revolverse en el sillón. Uno de sus párpados se abrió y gimió. Parecía que le estaban dando estertores.

Hola, querida. Esto no es lo que parece intentó incorporarse pero se desplomó de nuevo como un pesado fardo tenías razón, toda la razón del mundo, Mellie. La situación se nos ha escapado de las manos sin darnos cuenta y creo que gran parte es culpa de mi madre, que llena de pájaros la cabeza de nuestra hija susurró. Tu hija menor se ha embarazado.

El silencio que siguió a la frase fue total. Los golpecitos y soplidos cesaron momentáneamente.

No, yo la he embarazado puntualizó John chasqueando la lengua, como si estuviera todo orgulloso del hecho. Mere lo observó con extrema atención ¿es que se iba a casar con un idiota?

¿No te dije que no debíamos desmayarlo? le gruñó Mere. John alzó las cejas Te lo dije cuando..., cuando..., esas cosas, ya sabes, ¡rábanos! se giró Mamá, es una elucubración de su retorcida mente. No puedo estar embara..., bueno, no creo estar embarazada.

¿Podrías estarlo?

No hizo falta que contestara. Su expresión lo hizo por ella. Las mentirijillas no eran lo suyo. Si debía reconocer algo, sin duda era eso, muy a su pesar. Incluso las piadosas y lastimeras le salían rematadamente mal.

Muy bien dictaminó su amorosa y, ocasionalmente, testaruda madre os tenéis que casar ya mismo. El párroco es un hombre sensato y no pondrá pegas.

Mere se quedó pasmada y con la boca abierta. ¡Dios! La mente de John funcionaba como la de su madre. Daban pavor. Esto no estaba saliendo, para nada, como lo había previsto en su imaginativa mente. En esta sus padres la comprendían y consolaban, la apoyaban con pasión y, desde luego, no secundaban al energúmeno. Tal y como se estaba desarrollando la tarde presintió que había llegado el momento de sincerarse, y supo que iba a doler, que se sentiría humillada y avergonzada. Pero, total, ¿qué era un poquito más en un día que deseaba borrar de su abotargada mente? Adoraba a sus padres y jamás le había importado ponerse en ridículo ante ellos porque la hacían sentirse muy amada. A Norris lo percibía como un segundo progenitor y Jules y Julia eran sus fieles compañeras de aventuras. Jared estaba últimamente como atontado, y a John no pensaba mirarle a la cara en todo el tiempo que le llevara expresar lo que sentía en su mente y en su corazón.

De sopetón se sintió en paz consigo misma. Si no tenía más remedio que casarse lo haría, pero con las cartas descubiertas sobre la mesa, sin dobleces. Y que John entendiera lo que se le avecinaba. ¿Quería casarse? De acuerdo, pero bajo sus propios términos. Las palabras fluyeron de su boca.

No quiero casarme, porque él no me ama. No puedo casarme porque me mataría estar atada a alguien que me ve como algo inevitable ¿sabéis? la miraban en silencio, asombrados y si hemos cometido alguna indiscreción por la que pudiera quedar embarazada, fue porque no quiso que me sintiera no deseada o como si fuera un paquete, un desecho que nadie quiere recibir por ser demasiado complicado o difícil de manejar. Demonios, notaba que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. ¿Estaría embarazada de verdad? Por lo que ella sabía las mujeres embarazadas eran muy sensibles a estímulos externos. Pese a ello y al nudo que tal idea le causó en el estómago, respiró hondo ya que jamás..., jamás lloraría por no ser amada delante de otras personas, eso era algo que guardaría para ella, en la soledad de su guardarropa, ahogando sus lloros para evitar ser oída.

Mere rompió la promesa que se había hecho a sí misma y, sin poder impedirlo, miró directamente a John. Algo no cuadraba. Debería sentirse avergonzado por haber sido descubierto, por sus burlas, por haberle llamado desecho, por hacer que se sintiera insignificante. En su lugar, su expresión era de inmensa sorpresa y quizá, tan solo quizá, un atisbo de traición. La estudiaba con detenimiento como si fuera un misterio inescrutable, de esos que tanto chiflaban a Mere, hasta que lentamente se le acercó.

¿Escuchaste nuestra conversación, verdad? La que mantuvimos en el cuarto. Es importante, Mere, contesta, por favor.

Con los ojos pegados a la alfombra Mere respondió afirmativamente con una breve inclinación de la cabeza

¿Toda? esta vez lo hizo en sentido negativo. Debiste hacerlo, amor, debiste quedarte hasta el final inclinándose la besó en la coronilla y pasó el dorso de su mano por su mejilla con tal delicadeza que Mere apenas lo sintió. Desde su altura la miró con una expresión que jamás hasta ese momento había divisado en esos hermosos ojos, como si lo que fuera a decir resultara demasiado importante como para no atender. Mere no pudo definirlo, tan solo lo sintió. Nunca dudes de lo que siento por ti, Mere. Tiene gracia, pero creo que nos hemos amado toda la vida y todos lo intuían salvo nosotros soltó un suave risilla. Nunca como en esta ocasión se ha cumplido el dicho de que los interesados son los últimos en enterarse con la mano le alzó el rostro. Para mí eres como el respirar, sin ti me ahogo. Eso es lo que siento por ti, Mere.

No dijo más y tampoco hizo falta. Dios mío, jamás había pensado que una persona pudiera derretirse al escuchar unas sencillas palabras, pero era posible. ¿Cómo había podido ser tan incrédula? Esa mirada lo decía todo. Todo aquello que ella había soñado y jamás imaginó que estaría al alcance de su mano. Debió haber comprendido que algo no encajaba. Los sentimientos que habían compartido la noche pasada, las caricias, el sexo maravilloso, no se podían simular. No lo pensó, simplemente reaccionó dejándose guiar por sus instintos.

¿Me perdonarás por dudar? barboteó instintivamente.

John la besó sin prisas, delante de todos como si no le importara, como si fuera lo natural. Y así se lo pareció a Mere.

Lo haré, si nos casamos mañana.

Eres terco.

Sí, pero en esta ocasión vale la pena serlo. Si no por ti, hazlo por mí, por mi tranquilidad mental. Ya en una ocasión saboree la posibilidad de perderte y no puedo repetirlo.

Desde el fiasco espeluznante de la primavera pasada, al sacar a Mere de aquel agujero inmundo, supo que se estaba adentrando en un camino tortuoso al que ni por asomo iba a estar preparada para hacer frente por sí misma. Dios, era un torbellino tan impetuoso que con frecuencia actuaba antes de pensar, guiada por lo que creía correcto hacer en el momento. ¿Era insensata? Sí. ¿Era apasionada? En todo. En sus relaciones familiares, amistades, obsesiones, amores... Por todo ello necesitaba asegurarse de que podría protegerla, y la única manera viable era casarse.

Cásate conmigo.

Mere dudó.

¿Dejarás de intentar mangonearme?

Ni por asomo.

¿Dejarás de dar órdenes a diestro y siniestro?

Ni en tus más dulces sueños, enana.

¿Vamos a seguir haciendo esas cosas?

John le envolvió la cara con sus manos y comenzó a darle livianos besos en los labios.

Ajá, todas las noches susurró en su oído.

¿Me lo prometes?

Ajá.

Mere se irguió en toda su estatura. Entendió que la siguiente pregunta era importante para ella y rezó por acertar con la respuesta.

¿Me dejarás seguir con las pesquisas del Club?

Sospechaba que por ahí iban a ir los tiros así que no le sorprendió demasiado. Sus entrañas tiraban en un sentido, decirle que no, que era demasiado arriesgado, que debía entender su postura. Su mente iba en consonancia, pero su corazón barruntaba que si contestaba lo anterior una parte de ella se marchitaría con el tiempo y quizá también su amor por él. Y eso lo mataría. Era así de simple y por ello la respuesta solo podía ser una.

Lo haremos juntos.

Sintió unos brazos rodear su cintura y apretar, apretar con ansia, su carita presionarse contra su pecho y un sonido dulce surgir tembloroso.

Me encantaría hacer eso separó su rostro de donde estaba oculto y lo miró con esos inmensos ojos castaños, tan cálidos ¡Dios! ¿Algún día podría expresar todo lo que sentía por esa mujer pequeña y rellenita, que retaba a su cerebro, contestaba a las provocaciones con picardía o terminaba sus frases como si le leyera la mente? Lo dudaba. Se volvió hacia la expectante audiencia.

Nos casamos mañana, familia.

El suspiro de alivio fue generalizado. Incluso el padre de Mere despertó de su letargo.

Amor entre acertijos
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