II
La sensación que se sentía al acceder a la entrada del hogar de su hermano Josh y su cuñada Mae era difícil de explicar. Era algo parecido a entrar en una cueva encantada llena de curiosidades, y si el hogar se encontraba repleto de gente bulliciosa y algo achispada, esa impresión se acrecentaba. Apenas llevaban tres años casados pero ya festejaban el primer cumpleaños del hijo de la pareja, su primer, y por el momento, único, sobrino, el cual tenía fijación con los rizos y la chata, o mejor expresado, la respingona nariz de su joven tía. Un angelote rollizo, rubio, con luminosos ojos avellana y unos bracitos para mordisquear, al que adoraba y mimaba.
Recorriendo la espaciosa sala de baile Mere percibió que habían invitado a numerosos amigos, y por la aglomeración que veía, pocos habían rechazado asistir. No le extrañaba. Tanto el ambiente como los anfitriones hacían que los invitados se sintieran bien recibidos. La iluminación acompañaba a la decoración de flores y ramos exuberantes que desprendían olorosas fragancias, suaves y sutiles en algunas zonas, intensas en otras. Las mujeres lucían hermosas y ellos elegantes.
Adentrándose en la sala de baile esperaba, no, deseaba, que el señor Brandon estuviera presente. Por un momento Mere sintió una cierta aprensión por lo que tenía intención de hacer, pero sintió en su espalda el apoyo de John. Seguramente no le quitaba el ojo de encima.
Su cuñada le había anunciado que Julia y Jules asistirían a la fiesta, y ello, gracias al cielo, le daba algo más de tranquilidad ya que si hacía el más soberano de los ridículos y no localizaba al gruñón, siempre le quedaba una última y vergonzosa salida: esconderse tras Julia.