I
Esperaron dos horas hasta que el médico salió de la habitación de invitados y les dio la noticia de la gravedad del estado de Norris. Mere aspiró para sosegarse. Se negaba a pensar hasta en la mera posibilidad de que ese tierno y maravilloso hombre fuera a desparecer de su vida. Simplemente, tenía que reponerse, ya que le necesitaban con su ternura, su mordacidad y sobre todo, su apoyo incondicional. Y él las necesitaba a ellas para volverle loco, para esconderle la copita de coñac cuando lo notaban achispado y para recordarle que no se colocara los calcetines desparejados.
Una vez recobrado el conocimiento, con la mandíbula algo inflamada y tras lanzar a Peter Brandon una mirada que indicaba cierto tipo de retribución por el tiempo que había estado grogui, Rob se había acomodado con su padre en la espaciosa alcoba, de vigilia. Si ocurría cualquier cosa les avisarían de inmediato, tanto a ellos como a los hermanos Brandon, quienes a su vez se habían instalado en la habitación contigua a la del herido.
Mere no sabría indicar quién les preocupaba más, si el padre o el hijo. Seguramente ambos.
Por el momento prefería no pensar en lo que podría ocurrir ya que no estaba preparada para lo que pudiera pasar. Se encontraba sentada en el lecho con su camisón atado hasta el cuello, a la espera de que apareciera su señor marido. Desde hacía unas horas, tenía un nudo enorme instalado en el estómago que le había impedido, para su desgracia, ingerir la deliciosa cena que había preparado Rosie. Sus ojos se dirigían constantemente a la puerta de la habitación. Algo le decía, bueno, más bien la expresión que había oteado en la cara del ogro cuando se había retirado a dormir, que esa noche iba a tener problemas. Serios y acuciantes problemas.
No debería haber desobedecido a John, pero eso era como pedir peras al olmo y más en la situación en la que se lo ordenó. ¡Ja! Que le dejara solo ante el peligro. Un marido jamás debería pedir eso a su mujer y menos, ordenárselo. ¿Y si le hubieran herido? ¿o si le hubieran dado un coscorrón y se hubiera olvidado que estaban casados como ocurrió con el memo de Lord Autcliffe? ¿o si hubiera habido una pelea? Ella tenía su sombrilla para defenderse..., aunque la punta fuera roma. Daba igual, con ella podía cascar cabezas.
¿Es que John no pensaba subir al cuarto? Lo estaba haciendo a propósito para inquietarla, seguro. Sabía de sobra que la espera le revolvía el estómago, sobre todo porque intuía que el gruñón estaba totalmente enfurecido.
De acuerdo, estaba dispuesta a suplicar. La puerta se abrió de golpe. Vale, suplicar no le serviría de nada.