XI

Habían transcurrido tres días y cada vez se sentían más inquietos, por ocultar, por mentir y por esperar a que despertara. Necesitaban información y cuanto antes. El plan, elaborado deprisa y corriendo al descubrir que no había muerto, resultó improvisado y con unas consecuencias imprevistas en un primer momento.

John no sopesó el efecto de ocultar a su mujer que el hombre que adoraba había sobrevivido al ataque. Cuando Rob y los Brandon se lo dijeron sintió tal alivio que a punto estuvo de decírselo a Mere, pero debatieron y decidieron esperar. El funeral debía celebrarse y las reacciones debían ser fieles a los sentimientos para evitar que los asesinos sospecharan. Porque estaban seguros de que quien hubiera intentado asesinar a Norris, acudiría a observar el funeral como si se tratara de una obra de teatro orquestada por él mismo.

De las consecuencias cada uno respondería en su momento. John temía hacer frente a las suyas, temía que ella no le perdonara y no le faltaría parte de razón.

Los cuatro hombres colocados en círculo rodeando al que descansaba, de mayor edad, parecían cuchichear.

¡No! No podemos arriesgarnos a que lo intenten de nuevo y ten por seguro que lo harán si descubren que ha sobrevivido.

Me pedís que siga mintiendo a mi mujer, a mi muy perspicaz mujer, y se me están agotando los motivos para evadirla.

Lo que pedimos es que protejas las vidas de personas que en estos momentos están desamparadas y solo nos tienen a nosotros. Quizá si Mere ve que estuvieron dispuestos a acabar con mi padre, caiga en la cuenta de que pueden ir a por cualquiera de ellas.

Joder, Rob, no conoces a la enana. Basta que crea que han matado a tu padre para que vaya tras los culpables con fijación y memoria de elefante.

Entonces ¿qué propones?

Contárselo, y también a la abuela Allison, y ya de paso, a Julia y Jules.

A la señorita Brears, no.

La firmeza de la contestación y la convicción en su tono, sorprendió al grupo. Doyle no daba pie a discusión alguna. Tan estupefactos estaban que nadie rompía el mutismo.

Vale, danos una razón lógica por la que me pides que se lo oculte a mi mujer, te niegas a que Julia se entere pero nada dices en relación a la abuela y Jules.

Doyle se quedó inmóvil mientras era el centro de atención de los demás. Sus mejillas se colorearon. Su hermano comenzó a reír entre dientes y la mirada del mayor empezó a despedir rayos.

Peter, como no te calles, te callo yo las risas alcanzaron al nivel de suaves carcajadas.

Ha caído el imbatible el cuerpo de Peter se sacudía con la risa y comenzaba a contagiar a los demás.

¿Dónde?

Las miradas sorprendidas se sucedían.

En las garras femeninas.

¡No jodas! esta vez fue Rob quien lanzó la exclamación. Se giró hacia Peter como una flecha. Me debes veinte libras.

Peter esquivó el golpe lanzado por su hermano mayor.

Sois como gallinas cluecas, los dos Doyle se volvió hacía John y al ver el humor reflejado en su expresión rectificó bueno, los tres. Lo que quiero decir es que es una entrometida incompetente y peligrosa que no se para a pensar antes de actuar. Un largo suspiro se escuchó a su izquierda. La pulla surgió de John con naturalidad, como si ya lo tuviera asumido.

Bienvenido al club de los esposos o futuros maridos de las damas del Club del Crimen. Prepárate para enfrentarte a una úlcera.

Las carcajadas se incrementaron despertando al anciano postrado en la cama.

De golpe se giraron hacia el sonido susurrante de los ropajes al ser retirados.

¿Papá?

Norris intentó hablar pero le resultó imposible hasta dar unos sorbos del agua cristalina que le alcanzó su hijo.

¿Lo saben ellas? todos se miraron con una brizna de inseguridad ¿lo saben? la ansiedad en la forma en que los miraba era casi tangible.

No.

Contádselo.

¿Y si la noticia se extiende y llega a oídos de tu atacante?

Norris quedó pensativo pero la siguiente frase surgió sin dudar.

Prefiero eso a que ellas sufran.

¿Estás seguro?

Nunca he estado tan seguro de algo. Tráelas, hijo.

Su hijo asintió con la cabeza y salió del cuarto.

Necesito verlas musitó y quienes lo rodeaban supieron que esas palabras no estaban dirigidas a ellos. La habitación quedó envuelta en quietud.

¿Llevo mucho tiempo inconsciente? se recostó en las almohadas. Estaba extenuado.

Tres días desde el ataque.

¿Y todo el mundo me cree muerto?

Sí. Los únicos que estamos al tanto somos nosotros.

¿Qué demonios enterrasteis?

Un rechoncho muñeco de paja, vestido con tus mejores galas.

¿Sabéis lo que cuesta un buen traje?

¡Fue idea de tu hijo!

Claro, y como su hijo no estaba en ese momento, no tenía a quien echar la bronca. Menudos ladinos estaban hechos los muchachos.

Doyle se sentó al borde de la cama.

¿Qué te ocurrió, viejo?

Había echado en falta ese “viejo” del muchacho. Era el único que se atrevía a llamarle así en su presencia, pero, era extraño, siempre lo fue, y con el transcurso del tiempo no había cambiado ya que seguía sonando cariñoso, nunca despreciativo, cuando lo pronunciaba.

Permaneció quieto recordando.

Pasé miedo, mucho miedo, y creí que iba a morir... la pesada mano del mayor de los Brandon se posó en su delgado brazo. Su vista quedó fija en la frágil extremidad. Tendría que recuperar peso. Estaba terminando las cuentas y a punto de recoger cuando apareció Cecil Worthington y... ¡Dios santo! se movió con brusquedad ¿está vivo, sobrevivió al ataque?

No. Le degollaron y apuñalaron. ¿Qué recuerdas hasta que perdiste el conocimiento?

Estaba aterrado y me pidió ayuda ¿sabéis?, y no pude hacer nada suspiró. Al final supo que estaba perdido y recuperó el coraje... su mirada se encendió y creo que conocía a su asesino. Es más, creo que lo atrajo él mismo a la tienda sin percatarse de ello.

¿Qué nos puedes decir del asesino?

Que, desde luego, no era la primera vez que mataba. Acechaba, el maldito, como si lo disfrutara...

¿Llegaste a verle?

¿El rostro? Doyle asintió no. La voz..., solo escuché su ronca voz. Creo que jamás la olvidaré. Cuando dijo que se despediría de mi parte de... su cuerpo se tensó repentinamente como si hubiera sufrido un sobresalto ¡Dios santo!, muchachos, las tienen controladas...

John supo a quién se refería en cuanto las palabras surgieron de los labios y la furia que entró en su cuerpo aplastó todo lo demás, pensamientos, sentimientos, odio hacia el asesino, ira contra un cobarde que se enfrentaba al más débil... Su enana se encontraba en el punto de mira de un asesino y desconocían la fuente del peligro. Dios, no la iba a dejar a sol ni a sombra, aunque la agobiara con su actitud, aunque se enfurruñara. No importaba. Solo tenía que asegurarse de vigilarla. Si le ocurriera algo...

Sonaron suaves repiqueteos en la puerta. Había llegado el temido instante y se prepararon para enfrentarlas. La única duda era cómo reaccionarían ellas al comprender el alcance de lo que les habían ocultado.

Amor entre acertijos
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