XI
Bravo con la pequeña Mere.
La satisfacción que le inundó al escuchar la forma en que sus amigas protegían a la mujer que amab, que tenía cierto cariño, le hizo sonreír con la oreja apoyada en la puerta que separaba ambas estancias.
Un golpecito de Norris en su hombro al que siguió un genial guiño, incrementó esa gustosa sensación.
Menuda mujer, pero con arrestos para parar un tren de carga, sí señor. Por mucho que anduviera metida en líos continuamente, no dudaría jamás de la suerte que tenía John Aitor. Una gran mujer en manos de un desesperado, angustiado y enamorado hasta las trancas, gran hombre.
Justo en ese momento se dio cuenta de que había sido una suerte que se le adelantara Aitor ya que esos dos eran almas gemelas, inseparables y locos el uno por el otro. Una impresionante mujer pero no para él, para él había otra mujer igualmente despampanante con un cabello y una figura que lo ponían loco si conseguía camelarla, claro.
En ello estaba, y tenía una portentosa imaginación.
Sonrió suavemente captando la curiosa mirada del anciano que con un vaso apoyado entre la puerta y la amplia oreja, trataba de no perder detalle.