V

Abrió con sigilo la puerta de nuevo, una minúscula rendija, asiendo con la otra mano la afilada daga, tras echar un último vistazo a los hombres tendidos en el suelo. Permanecían inconscientes y sopesó la brutal idea de darles otro golpetazo con la bandeja. Por si acaso. Pero no se veía capaz de sostener el metal en alto y dejarlo caer a sangre fría. No era capaz.

Les dio la espalda y atisbó. Su cuerpo quedó helado de repente. Acababan de entrar en su campo de visión.

Saxton. Solo podía ser él, alto, apuesto y siniestro. Iba acompañado por un hombre de aspecto insignificante.

¡Por Dios! El golpeteo del corazón le impedía pensar. Con tres torpes pasos volvió y agarró la bandeja y se introdujo la daga en el escote, pero estaba ensangrentada así que se quedó como una tonta con el mango del puñal al aire, en su pechera y la bandeja bien sujeta en la temblorosa mano. Apoyó la espalda contra la puerta tras cerrar la estrecha abertura y se miró las manos, como si ellas le fueran a indicar la manera de obrar, como si en ellas estuviera la respuesta o la tranquilidad que buscaba con desesperación.

Era ridículo lo que estaba haciendo pero no parecía poder controlarse, ni a sí misma, ni a sus temblores. Dejó la bandeja y asió de nuevo el puñal y sopesó seriamente darse un bofetón para espabilar.

¿Pero qué demonios estaba haciendo? ¡No le podía entrar un ataque de nervios en plena caza! Y menos al ver a la pieza principal pasar delante de sus narices. Sentía una desconcertante mezcla de violencia y pavor en su interior.

Sacudió las manos y observó de nuevo, en completo silencio, sin apenas respirar. No tardó en aparecer movimiento. Del cuarto en el que entraban y salían sin parar surgió de nuevo Saxton y en esta ocasión le acompañaba el mismo hombre que con anterioridad había vigilado la habitación, mientras Celeste Saxton quedaba dentro.

Alguien estaba retenido dentro y debía ayudarle como fuera, quienquiera que estuviera en el interior, su hermano, el pequeño de los Brandon, Rob o... su marido.

Respiró hondo, se decidió y recorrió el corto trecho que la separaba de la cerrada habitación ubicada al otro lado del pasillo. No podía permanecer plantada frente a la puerta ya que la descubrirían, pero apenas podía respirar. Si el hombre que retenían en el interior era John, perdería los nervios. Los perdería.

Carecía de otra opción salvo actuar como lo había hecho hasta ahora, pero varió el sistema. No llamó ni avisó a las personas que estaban dentro. Simplemente sujetó el pomo y tras girarlo, lenta y silenciosamente se abrió paso.

Su mirada se centró en la figura situada en medio con la espalda hacia la entrada de la habitación, hacia ella. Tensa y con la mano alzada cerrada en un puño. Ello le sorprendió hasta que al dirigir la mirada hacia los pies descubrió que tras el hombre en pie se encontraba otro cuerpo.

¡Dios santo!, le iba a golpear. Sin pensarlo sacó la pequeña pistola del pliegue del vestido pero no llegó a tiempo para impedirlo. El sonido del aire cortado por la velocidad del movimiento, el golpear de nudillos contra carne, el gruñido imposible de retener.

Ese gruñido sonaba a... John.

Tres pasos eran lo que les separaba y su entrada había pasado desapercibida. Aferró el arma, con cuidado, el dedo en el sensible gatillo, con miedo, con tremenda furia. Estaba golpeando a su marido mientras permanecía atado. Casi vio rojo. Sin saber bien cómo, se aproximó sin hacer un maldito ruido hasta quedar junto al hombre que de nuevo se preparaba para descargar otro golpe. Por todos los infiernos que no lo haría. El cañón de la pequeña pistola presionó contra el lateral del cuello del hombre mientras avisaba con fría y suave cadencia.

Mueve un músculo para pegar a mi marido y te exploto la cabeza.

Debió sentir el frió metal y comprender que las palabras no eran en vano porque obedeció de inmediato. Con la pistola en una de las manos, la daga en la otra y el estrambótico vestido se sentía en cierta forma distante de la situación, pero no ajena al riesgo que corría.

Debía alejar al hombre de John.

Muévase lentamente hacia su derecha y no dude por un momento que no voy a disparar si no hace lo que digo al pie de la letra.

Ni le contestaba, ni se movía.

Aunque bien pensado con una pistola apuntándole al cráneo no le extrañaba.

Ahora.

Obedeció y al apartarse pudo posar sus ojos en su John. Casi gritó y casi disparó. Uno de los bellos ojos verdes se estaba cerrando inflamado a consecuencia de los golpes y de un profundo corte en la ceja manaba sangre. También de la comisura del labio. Presentaba marcas rojas de golpes en el pecho y arañazos en cuello y pectorales.

Se habían ensañado con él, resultándole imposible defenderse. Cobardes, malditos cobardes.

Pese a ello sentir esa cálida y enfadada mirada sobre ella calentó su aterido interior. Todo iría bien, todo. Con él a su lado dejó de tener miedo. Solo faltaba desatarle e ir en busca de los demás.

Camine con lentitud hacia la pared y al llegar, vuélvase.

¿Qué demonios haces?

Lentamente, y mantenga...

¿Qué haces aquí?

Las manos en alto donde yo las vea.

¡Mere!

¿No es evidente? Dios, se lo habían dejado tonto con tanto golpe ¡rescatarte!

Su marido abrió su carnosa boca pero ni un tenue sonido salió de entre los labios mientras la recorría con la mirada, las pupilas dilatadas, deteniéndose en las armas que llevaba en ambas manos. Gesticulando con la cabeza para llamar la atención de Mere, vocalizó un ¿sabes disparar?

Dudó por un momento.

¿Habría que hacer algo más aparte de apuntar y apretar el dedo? Daba igual. Cuadró los hombros tratando de aparentar amenaza al tiempo que el hombre se volvía.

¡Usted!

El índice se atirantó. Era el hombre que la dejó sin sentido en la tienda, el cobarde maloliente que dejó su cara como un cromo.

Cobarde, es usted una infame ¡comadreja!

¿Mere?

Fue quien me golpeó en la tienda de Norris.

El hombre que quieto con las manos en alto les miraba, mostró desprecio, hasta que escuchó hablar a John.

Desátame.

El hombre dio un paso hacia adelante, hacia ellos.

¡No se mueva!

Mere rodeó a su marido que permanecía atado a la silla e introdujo la daga entre la soga y el respaldo de la silla, rasgándola hasta que las manos quedaron libres.

Solo apartó un segundo la mirada del hombre para idear la mejor manera de cortar la cuerda que aprisionaba las piernas de John, pero ese instante debió parecerle suficiente para abalanzarse sobre ellos. Tan veloz que la pilló por sorpresa. Disparó, pero nada ocurrió. ¡Nada!

¡No podía permitir que le alcanzara! ¡No podía! Mientras arremetió contra ella, chilló como si tuviera un grillo atascado en su cuello y respondió lanzando lo primero que se le ocurrió, lo que tenía a mano, sin pensar.

La culata del arma le dio en medio de la frente, dejando alelado al hombre mientras escuchaba gruñir a su lado a su gigantón. Miró la daga en su mano, se la pasó, rauda, a su marido y recordó lo que le dijo sobre el punto débil de un hombre.

Como una loca aventada se arremango las faldas, cargó contra el repugnante y tambaleante hombrecillo que se toquiteaba con las puntas de sus toscos dedos la ya abultada frente y le dio tal patada entre las piernas que casi lo volteó hacia atrás. La reacción fue... espectacular. Gimió soltando en forma de chirriante silbido el aire acumulado en sus vías respiratorias, juntó las rodillas como si protegiera su mayor tesoro y cayó al suelo en forma de redondo ovillo de lana.

Se volvió hacia su marido.

¿Le doy otro leñazo? no separaba la vista el hombre tumbado, encogido.

Cariño, me preocupas.

¿Y eso es malo?

Ahora no.

Ya había conseguido soltarse y aprovechó para apartar gentilmente a Mere hacia un lado mientras le decía que recogiera el arma. Ató al cobarde apelotonado en el suelo con las sogas empleadas en él, tras un par de intentonas, ya que le costó bastante que separara las manos de sus partes íntimas. Lo amordazó y se dirigió a la puerta, la abrió con tranquilidad y asomó la cabeza para adentrarla de nuevo de inmediato.

Se volvió hacia Mere y caminó hasta pegarse a ella. La miró desde su tremenda altura, con los ojos brillantes.

Gracias, mujer.

Las palabras se le atascaron y la adrenalina fluyó.

Creo que me voy a echar a llorar del susto.

La sonrisa más maravillosa asomó a esos labios que Mere adoraba, mientras se inclinaba para besarla suavemente.

No hay tiempo, amor. Hemos de localizar a tus hermanos y. sobre todo, a Peter y Rob. Esa loca tiene planes para ellos, planes enfermizos y Saxton...

¿Qué?

Los tiene para ti.

¿Qué planes?

Eso no importa ahora, cariño. ¿Cogiste el arma?

Ajá, pero no va bien. Creo que está defectuosa más tranquila recordó eso tan importante que debía comentarle Jared salió en busca de los demás, por lo que no creo que tarden en invadir la casa en tromba y seguro que hay una pelea y alguien sale herido y no he conseguido localizar a...

Mere...

Thomas...

Cariño...

Ni a Peter o Rob...

¡Cielo!

Y ya estoy farfullando. Son los nervios...

John frunció el ceño, tras besarla de nuevo, con más fuerza.

Tendremos que darnos prisa desvió la mirada hacia ella Mere, mantente a mi espalda y ocurra lo que ocurra quédate ahí.

Pero...

Mere, por favor.

¿Y si te ocurre algo? ¿Quién te defendería?

Su grandullón la miraba con una mezcla de orgullo y desesperación.

Si me ocurre algo, saldrás corriendo.

Y un cuerno...

De eso nada. Si caes, caemos juntos, y si te hieren... los mato.

Mientras hablaba se separó un paso del corpachón ya que se sentía en cierto modo traicionada. Ella le había salvado y pese a ello no la consideraba lo bastante fuerte para pelear como una salvaje. A pesar incluso de haber noqueado a tres hombres. Claro que él no sabía lo de los otros dos matones.

Decidió compartirlo.

Van tres.

Le miró como si le hablara en chino, desesperado.

¿Tres qué?

Prefirió susurrarlo sin saber muy bien la razón para ello.

He noqueado a tres, por ahora ¡rábanos! se sentía muy poderosa.

¿Tres qué?

Definitivamente, ¡se lo habían atontado a golpes!

Tres secuaces. Los dejé sin sentido con la bandeja y tirados en la habitación de Jared.

Se volvieron al escuchar livianos pasos pasar por delante de la puerta, mientras con una de sus enormes manazas John la empujaba hasta colocarla tras su tensa espalda.

John...

No tuvo tiempo de más ya que su inmenso marido la envolvió con el brazo, tapándole la boca.

Te quedas aquí, cierra la puerta y coloca uno de los pies haciendo presión hasta que vuelva. No abras salvo que escuches tres golpes en sucesión de tres.

Con la misma rapidez con la que habló, le dio un doloroso beso en los labios y desapareció de su vista tras la puerta para asomar de nuevo su golpeada cara y ordenarle que no se le ocurriera salir del cuarto sin él ¡si no quería meterse en problemas! Inconcebible.

Enfadada decidió que el caso que le iba a hacer a su atontado y evidentemente desorientado marido era nulo.

Ya estaba de problemas hasta el cuello. Mucho más no podría empeorar.

Amor entre acertijos
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