XIII

No sabían qué esperar, pero no lo que entró por la puerta. No entró un muchacho, sino un hombre. Esos ojos castaños eran los de un hombre que había vivido demasiado para su corta vida. Un cuerpo en plenitud y una mente madura con la mirada llena de ternura hacía la mujer que puede que le hubiera dado la poca felicidad que había conocido hasta el momento. Esa mirada enterneció a las mujeres que estudiaban acongojadas a la pareja.

Buenas tardes, señoras.

Las presentaciones fueron sencillas y sintieron, en cierta chocante forma, comodidad en el ambiente pese al calado del tema que iban a tratar a continuación.

Imagino que mi mujer les habrá adelantado algo.

Sí la abuela sonrió con ternura al hombre alto, de rasgos dulces y agradables, en los que destacaba un hoyuelo de la mejilla izquierda. Ya lo había acogido bajo su ala, pensó Mere y no le extrañaba. No demasiado, tan solo algo.

Suspiró, se sentó junto a Elisabeth y esta aferró una de sus manos.

Tenía dieciocho años recién cumplidos cuando me secuestraron. Al parecer cierta dama se encaprichó conmigo al verme en la feria. Verán, mis padres regentaban un pequeño comercio de reparación de calzado, pero a mi padre le encantaba la orfebrería y elaboraba hermosas piezas que exhibíamos aquí en Londres. Veníamos de Warwick y permanecíamos en esta ciudad aproximadamente una semana hasta el fin de feria. Me encantaba y eso fue mi perdición.

Mere se sentía incapaz de hablar, de preguntar, y aunque lo hubiera deseado, el nudo en su garganta se lo hubiera impedido. Dios, no sabía si estaban preparadas para escuchar lo que estaba por llegar. En su mente apareció la hermosa figura del hermano menor de los Brandon. Había pasado por lo mismo o peor, mucho peor.

Peleé, vaya si peleé, en cuanto se me pasaron los efectos de las drogas, e intenté escapar hasta en dos ocasiones. Me cogieron y me destrozaron, pero eso...

Eso no necesitan saberlo, cariño.

Las miradas de la marquesa y el hombre al que quería se cruzaron levemente pero fue suficiente para que se entendieran, como ella y su gruñón.

Al recuperarme me dijeron que mi madre había sufrido un percance, que alguien la había empujado en la calle ocasionando... paró un momento y apretó la mano que agarraba...que se cruzara con un carro. Salió herida del percance, herida pero viva. Fueron brutales. La próxima vez se asegurarían de que alguien de mi familia muriera, mi padre, mi madre o mi hermano menor, Ron. Con eso acabaron conmigo e hice lo que me pidieron, dejé que me usaran y me entrenaran.

¿Coincidió con otros muchachos?

Con dos, pero ocasionalmente. Apenas nos dejaban relacionarnos. Deben saber algo: no todos están retenidos a la fuerza o bajo amenaza, por el contrario, los que se ven obligados a vigilar son los menos. Quizá, no al principio, pero con el paso del tiempo, con las cosas que nos obligaban a hacer y a vivir, se perdía, no sé..., no la cordura, pero sí el distinguir lo que era correcto y lo que no. A la gran mayoría les perdía el vicio y sobre todo la avaricia. Si juntan ambos, imagínense.

¿A qué se refiere? preguntó la abuela y por favor tutéanos.

De acuerdo sonrió algo más relajado. Presupongo que sabéis que seleccionan con extremo cuidado las casas y los objetivos. Mujeres solas, abandonadas, y las investigan con sigilo. Infiltran en las casas a los vigías. Llaman así a los muchachos entrenados para obtener información. Y cuando creen que es el momento oportuno, toca ir a por todas. Bien, la cuestión es que al final les puede la codicia porque de todo aquello que consiguen robar, una parte es para ellos, para el vigía y para el topo. Así nos definen a los demás.

¿Cuánto? indagó Mere aunque ya se lo imaginaba.

Un dos por ciento del valor para el vigía, un ocho por ciento para el topo.

Otra duda resuelta. La del diez por ciento al que hacía referencia Worthington.

Podían suponer grandes cantidades por lo que muchos, la gran mayoría, dejaban de pelear y se dejaban arrastrar por la marea; y en parte no les culpo, no después de lo que nos hacen pasar. Llega un momento en que no puedes más, incluso piensas en..., piensas en quitarte la...

¿Y su familia? en esta ocasión fue Amanda Lancaster quien preguntó.

Se miró las manos que temblaban unidas a las otras y siguió.

Seguros y a salvo, y con eso me conformo. Suelo ir a Warwick y los observo de lejos, en silencio, hasta que llegue el día en que pueda acercarme sin tapujos, sin temer por sus vidas y abrazarlos, simplemente abrazarlos.

Susurró la última palabra como si lo hubiera soñado o imaginado tantas veces en su mente que acrecentó el nudo formado en la garganta de Mere. El hombre que tenía frente a sí era un hombre valiente y con una fuerza de voluntad que ella no creía tener. Ver a tu familia tan cerca y al tiempo no poder tocarles, hablarles, abrazarles, era vivir en el infierno.

Tenía que seguir adelante, recordó la sensación de miedo de hacía unas horas, las ganas de echarse atrás, pero ¿cómo iba a hacerlo? Cada vez encontraban más víctimas bajo las garras de esta gente, personas heridas o hundidas con amenazas a sus seres queridos, con tortura. Tenían que terminar con ellos.

¿Qué hizo que no te rindieras?

Ella. Estaba tan destrozado que cuando accedí a la mansión Wright, estaba dispuesto a todo, pero la primera imagen de ella logró que algo de ese peso desapareciera. Estaba... lanzó una sensual risa, que casi hizo estremecer a todas la mujeres que lo rodeaban. Dios mío, ¡qué risa!...con el pelo embadurnado de harina, el delantal lleno de trocitos de frutas pegoteadas y los labios llenos de chocolate y cuando le dijeron que había llegado otro ayudante de cocina, se giró hacia nosotros, sonrió y, Dios santo, tenía los dientes llenos de chocolate y... me enamoró.

Solo de imaginarlo a Mere se le escapó una risilla adorable. Trevor, o mejor, William se giró hacia ella y sonrió.

Al principio, me bufaba por que invadía su espacio pero poco a poco comenzamos a hablar, a inventar recetas, a reír y me di cuenta de que estaba irremediablemente perdido y jamás podría engañar o dañar a esta mujer. Pero no veía salida alguna hasta que me la dio ella. Eso y lo que ocurrió, señoras, me lo guardo para mis recuerdos y mi corazón.

Fue natural y repentino. La marquesa posó su mano en la mejilla del hombre, volvió su cara en su dirección y le dio uno de los besos más dulces que Mere había presenciado en su vida. Dulce y repleto de cariño.

¿En qué situación se encuentran ahora?

Es complicado. Los hombres que se pliegan a la organización por estar amenazados o incluso los que siguen voluntariamente, tienen cierta libertad de movimientos, pero en mi caso tengo una silueta.

¿Silueta? no entendía lo que quería decir

Sí, un hombre de confianza del anterior capataz, que me mantiene vigilado. Por eso hemos de ser precavidos. Llevo seis meses intentado recopilar información para la policía y llevándoles objetos que creen que robo de la casa de Elisabeth para evitar sospechas.

¿Y de dónde los sacas?

Contestó la marquesa

Tengo una fortuna propia, mía, que recibí al fallecer mi primer marido, aunque todo el mundo crea que es del actual. Haremos lo que sea necesario para pillar a estos..., a estos... entrelazó los dedos con William. A Magnus, mi primer marido, le hubiera encantado emplearla como lo estamos haciendo. Pese a lo ya gastado, apenas se nota.

En cuanto dispusiéramos de la suficiente información íbamos a acudir a la policía y esperamos que junto con nuestros testimonios los paren de una vez.

No podréis. Está corrupta adelantó Mere

Ambos la miraron, fijamente.

Había llegado el momento de relatar su parte de la historia y no les iba a gustar. Al menos había logrado un gran avance, estaban dispuestos a hablar. Lo único que faltaba era descubrir a alguien honesto en los cargos superiores del cuerpo de policía y llevarles todos los datos, una vez reunidos. Nombres, testimonios, documentos y. sobre todo, el lugar donde mantenían a los muchachos. De lo primero, localizar a alguien honesto, se tendría que encargar Rob. Del resto, entre todos. Y para ello Mere jugaba un papel esencial. Aterrador, pero esencial.

Amor entre acertijos
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