V
La discusión le había puesto de un humor de perros. El que le echaran en cara haberse acostado con Mere, cuando sabían perfectamente lo que sentía por ella, le había revuelto las tripas. Estaba de acuerdo en que todo había comenzado como una estúpida broma acerca de que él era el único capaz de manejar al torbellino, acrecentado con el fiasco de la prisión, pero ellos sabían que lo que su mente había comenzando a rumiar hacía ya tiempo, llevaba asentado aun más tiempo en su corazón. ¡Joder!, no se trataba de que fuera el único capaz de tratarla, sino de que le chiflaba hacerlo. Le tenía totalmente loco y no digamos ya ese precioso cuerpo que le ponía duro con solo atisbarlo de lejos. Pensar que les quedaban dos semanas para sellar su unión, le tenía desasosegado y ansioso, aun más sabiendo las delicias que le esperaban en el lecho.
Al menos los hermanos de Mere habían abandonado su cuarto con la seguridad de que la amaba con locura, aunque, como había dicho Thomas, era ridículo que intentara ocultar sus sentimientos por Mere, ya que al parecer se ponía como un oso enrabietado cuando alguien ajeno a la familia la rondaba.
Tras un último vistazo al espejo de cuerpo entero situado junto a su cómoda, decidió que era el momento de bajar a la reunión ya que, seguramente, estarían intentando decidir la mejor manera de recibir a los invitados y no quería perderse la diversión. Con la mente y el cuerpo satisfechos salió de su cuarto a grandes zancadas. No veía el momento de volver a verla.
En el saloncito los criados habían preparado el servicio de té acompañado de un esponjoso pastel y un surtido de pastas caseras, de esas de nata que tanto le gustaban. Ya estaban casi todos, arrellanados en los butacones alrededor de la mesita central. Todos salvo la enana. Eso extrañó a John que no sabía la razón, pero sentía cierta congoja, como si presintiera que algo no iba bien. Desechó el pensamiento. Ella aparecería en cualquier momento llenando de energía la habitación y aliviando esa tonta sensación. Inclinado para alcanzar uno de los dulces, sintió una pequeña corriente de aire que indicaba la entrada de alguien en el saloncito y se giró con una sonrisa en los labios, pero para su sorpresa no era Mere, sino la abuela Allison. Su rostro reflejaba seriedad y preocupación. Tras observar a los reunidos, comentó que le estaba costando lo inimaginable sacar a su hijo y a su nuera de la mansión y que estaba agotando los últimos cartuchos de su inventiva con la finalidad de buscar alguna excusa. En resumidas cuentas, que necesitaba ayuda.
Entre todos resolvieron que la salida más airosa sería recurrir a la abuela, quien ya comenzaba a sopesar la posibilidad de acudir con los padres de Mere a un exposición de pintura. Resultaba evidente que ello conllevaría prescindir de la presencia de la abuela, pero lo vieron como un mal menor. Ya tendrían tiempo a posteriori de ponerle al tanto con las novedades.