III
No se lo podía creer. Ya volvía a las andadas, ocultándole cosas por su propio bien. ¿No podía haber elegido para enamorarse a un hombre más manejable, moldeable, sensible, menos bruto? Se la llevaban los demonios. Lo único que no soportaba en este mundo era que alguien se guardara información, y ese resultaba ser el pasatiempo favorito de su marido.
Muy bien, él se lo había buscado y a pulso. Tampoco le contaría los planes que había trazado su mente y le daba igual acudir por su cuenta, o acompañada de Jules o de Julia, a visitar a Norris en la tienda. Ni que fuera una zona peligrosa de la ciudad o desconocida para ellas. Por su mente se paseó, con parsimonia y en detalle, la imagen de las muchas y previsibles reacciones de John a su futura escapada y tragó, con algo de dificultad, el nudo que se le había formado en la garganta. Pese a ello, estaba decidida. Seguiría investigando por su cuenta y estaba convencida de que Julia se le uniría con decisión. Jules también, aunque quizá algo temblorosa y renqueante.
De acuerdo lanzó con un suspiro que esperó que pasara por resignación si consideráis que no debéis contarme cuál es el objeto de la reunión o la identidad de los reunidos, no seré yo quien insista, me educaron mejor que todo eso. Elevó la barbilla con suprema dignidad y elegancia. Esperaba que la imitación de la reina Victoria en aquel cuadro que observó detenidamente en aquella muestra tan aburrida, estuviera dando resultado.
¿Qué estás tramando?
Elevó aun más la barbilla. Digna como una reina, ante todo.
¿Por qué miras el techo?
Mere descomprimió el cuello y pateó el suelo ¿Es que no distinguían la dignidad cuando la tenían delante de las narices? Los hombres eran torpes. Resolvió ignorar la última pregunta.
Nada de nada. Simplemente estoy de acuerdo con vuestra opinión.
John se acercó veloz con un par de zancadas y se situó frente a ella, rozándola, mirándola con absoluta sospecha.
Te lo repito una vez más, Meredith, ¿qué tramas?
¿Y por qué iba a tramar algo?
Porque antes de dar tu brazo a torcer tendrías que haber gruñido, protestado, intentado convencernos y has obviado todo eso, lo cual no hace sino lograr que me ponga en guardia uno de sus dedos, el índice, se coló en su escote y la acercó hacia él hasta que ni una mota de aire circuló entre ellos ¿lo vas a contar por voluntad propia o prefieres esperar a que me enfade y reaccione?
¿Me vais a decir de qué se trata esa misteriosa reunión, marido?
Cuando sea el momento oportuno y no antes.
Mere titubeó.
Muy bien, no tramo nada salvo intentar ayudar a resolver el lío en el que nos encontramos. Recuerda que estuviste de acuerdo.
Mere, como terminemos en una situación parecida a la del año pasado te aseguro que no te van a manosear otros el trasero, sino que seré yo quien te lo deje rojo como un tomate y extremadamente dolorido.
Le lanzó la mirada más angelical que pudo plasmar en su semblante.
Eso no pasará. Soy una mujer cautelosa y extremadamente sigilosa.
¡De eso nada!
Lo soy cuando me apetece.
O sea, nunca John movió la hermosa cabeza con resignación y paró unos segundos para ver si Mere cedía. No lo hizo. Cariño, no puedo leer tus pensamientos ni obligarte a contar aquello que no quieras, pero prométeme algo.
Mere inclinó hacia un lado la cabeza, de forma apenas perceptible, mientras las cálidas manos de John se alzaban y rodeaban sus mejillas.
¿Qué?
Que tendrás cuidado. Esto, sea lo que sea con lo que hayamos topado, es serio y peligroso. Una muerte siempre esconde algo e indagar acerca de ello supone acercarnos al origen de la amenaza con su dedo índice moldeó la ceja de Mere, casi de forma inconsciente, sin darse cuenta de lo que hacía. Todo esto no tiene semejanza alguna con esas novelas de aventuras que tanto te agradan, ni eres una de las heroínas salvadas por su amado, ni yo el héroe enmascarado que toda mujer desea que la salve le sujetó el rostro alzándolo hacía el suyo. Esto es la vida real, Mere. Me niego a que nos perdamos el uno al otro sin haber tenido tiempo de amarnos como queremos. Promételo y me daré por satisfecho.
La voz apenas le salía pese a intentarlo. Tuvo que tragar en dos ocasiones y aspirar una bocanada de aire para que el sonido surgiera.
Tenía pensado hacer una vista a Norris y convencerle para echar un vistazo a la fábrica Saxton.
Las manos apretaron.
¡Maldita sea, Mere!