VIII
Creí que me amaba murmuró me sentía tan sola. Nicholas, mi marido, me rechaza. Hace años que no mantenemos relaciones maritales y me enfrenté a él ¿saben? Era joven y algo idealista. De la paliza que me dio me fracturó un par de costillas, la clavícula y el brazo.
Su madre se cubrió la boca con la mano. No lo sabía.
Mamá, no podía, no pude contártelo. Era ridículo pero me sentía culpable, sentía que por mi causa no me deseaba, llegué al punto de creer normal que me rehusara. Viví en un infierno durante años hasta que apareció el hombre que creí más guapo, sensible y atento del mundo.
¿Cómo os conocisteis? Mere necesitaba saberlo, la forma en que accedían a las casas.
Fue contratado como jardinero. La burla que esconde todo ello es que me enamoraron sus manos, la suavidad con que trabajaba con las rosas era algo que ya no asociaba a mi vida. Era lo opuesto a la dureza y frialdad de mi marido.
Hija... la amiga de la abuela se encontraba al borde del llanto.
Mamá, no llores le acarició suavemente el encanecido y desarreglado moño. Fue un pequeño refugio en una vida sin sentido y maravilloso hasta que comencé a sospechar. No podría decirles cómo, pero sentía que algo no iba bien. Comencé a dudar y mis sospechas se confirmaron el día que Arnette, mi hermana mayor, me dijo que creía que alguien del servicio estaba robando en la casa. Simplemente lo supe. Clay estaba robando.
¿Clay?
Clay Harrison. Así se presentó en esta casa y se le contrató como tal, de jardinero. Yo acostumbraba a ayudar en el cuidado del jardín. Siempre me apasionó ¿saben?, desde pequeña.
A Mere se le ocurrió en ese mismo instante, al escuchar la frase.
¿Cree que él estaba al tanto de que le gustaba tanto la jardinería?
Amanda permaneció pensativa rememorando.
Sí. Podría jurarlo.
Los tres cruzaron miradas y John recordó lo que dijo el muchacho cautivo que compartió brevemente su celda con Peter: los entrenaban en función de lo que se esperaba de ellos.
Dios santo, elegían a la presa, la estudiaban, y si era factible, le daban lo que más deseaba. La envolvían, enredaban y chantajeaban hasta que carecía de salida. Menudos sinvergüenzas.
John se dirigió a Marietta Lancaster.
¿Cómo lo supisteis?
Mi Duncan siempre ha tenido un cierto sexto sentido para percibir el ánimo de las mujeres de su vida y supo que algo le ocurría a nuestra pequeña. En realidad, fue sencillo. Acudió a nuestra hija y le dijo que ante todo era sangre de su sangre y que aceptaría todo lo que viniera de ella. Nuestra pequeña se derrumbó y lo contó todo, absolutamente todo.
Todos quedaron extrañamente enternecidos. No era habitual que un padre actuara así. A Mere le recordó a su padre, a su maravilloso padre y dio gracias porque hubiera hombres de tal calado. No abundaban en esos tiempos.
Yo estaba fuera, visitando a una hermana y me mandó aviso de inmediato se dirigió en esta ocasión a su hija. Nuestra hija debía saber que siempre, de forma incondicional, tendría el apoyo de sus padres, siempre, con un gesto tremendamente maternal, besó la mojada mejilla de su hija siempre.
No le extrañaba que su abuela y esta mujer fueran amigas íntimas.
Lo denunciamos.
¿Qué? la abrupta pregunta surgió de John.
En cuanto supimos lo que nuestras hijas sospechaban, confirmamos que faltaba en la casa gran cantidad de plata y un grupo de marfiles de gran valor que Duncan trajo de la India. Era lo de menos, pero lo tuvimos claro. La única opción era denunciarlo a la policía, y así lo hicimos.
Algo traspasó de nuevo, fugazmente, el cerebro de Mere y apareció la imagen de la agenda. Nada. Ya intentaría recordar más adelante. Dudó antes de preguntar.
¿Qué ocurrió con el marido de Amanda?
La sonrisa que asomó a los labios de Marietta hizo que Mere deseara escuchar la respuesta.
Tuvo una conversación la mar de interesante con mi enorme marido de la que salió con los dos ojos morados, agarrándose el costillar y cojitranco. Veamos, no es que deseé el mal a nadie, pero en esa ocasión hubiera apreciado sobremanera dejarle yo misma algún que otro moratón. Además...
La frase quedó a medias con la entrada al cuarto de un hombre tan distinguido como alto. Casi tan alto como su John. Todo en él llamaba la atención, pero sobre todo la perfecta simetría del rostro. Un hombre apuesto que en su juventud debió causar estragos.
Se dirigió derecho hacia su mujer y la besó en los labios, a su hija en la coronilla y después, a la abuela en la mejilla denotando una tremenda familiaridad.
Hola, Allison, querida miró a todos con detalle. Su mirada brillaba con inteligencia. ¿Tu nieta y su marido?
La abuela asintió.
Bienvenidos a nuestra casa besó con delicadeza la mano de Mere y estrechó la de John supongo que mi mujer os habrá puesto al corriente.
Sí contestó la abuela.
¿Dónde os habéis quedado?
En la denuncia contestó John.
¡Ah! la inútil denuncia el ceño del recién llegado se arrugó, al descubrir lo que faltaba en la casa, lo denunciamos, y a partir de ahí no tuvimos noticias. Esperamos un par de meses a ver qué ocurría, pero fue inútil. Me harté de esperar y acudí a indagar qué tal iba la investigación. No podría describir mi sorpresa cuando se me informó que no constaba realizada denuncia alguna y que nadie con el nombre de Clay Harrison aparecía censado.
Los tres invitados le miraron alucinados.
Como lo oís. Nada. En ese momento me di cuenta que el tema tenía mucho más calado de lo que al inicio creímos. Alguien en la policía intentaba tapar el asunto y era muy, pero que muy eficiente. Esa vía estaba cerrada. A Marrie, mi mujer, se le ocurrió que quizá no fuéramos los únicos a los que había ocurrido algo semejante por lo que las mujeres comenzaron a organizar fiestas de té para observar si alguna actuaba de forma extraña.
Su mujer tomó la palabra.
En las reuniones comentábamos por encima lo que había ocurrido en nuestra casa para examinar sus respuestas. Llevamos tres meses en ello y creemos haber detectado al menos tres casos. Pero, sobre todo uno, es diferente. La reacción de esta mujer no fue la de alguien avergonzado, sino furioso. Como si en ese momento se viera reflejada en otras mujeres, pero había algo distinto...
¿Estaría dispuesta a denunciar todo, no solo los robos sino el chantaje? Para destruirlos necesitamos pruebas, el testimonio de alguien que lo cuente todo, absolutamente todo. Tendría que tener claro que se enfrentaría al escándalo, seguramente su matrimonio quedaría roto y ella apartada de la sociedad.
Es tan injusto la vocecilla surgió de la mujer que había estado en su misma situación pero había tenido la bendición de tener a unos amorosos padres y hermana que jamás le iban a dar de lado.
Lo es, hija, pero intentar cambiarlo es como tratar de invertir el curso de las mareas el cabeza de familia se dirigió a los tres: Si hay algo que me supera es que se aprovechen de las mujeres. No puedo soportarlo y por ello estamos dispuestos a llegar hasta donde sea necesario.
La siguiente intervención sorprendió a todos. La hija menor de los Lancaster mostraba una seguridad no apreciable hasta entonces.
Yo hablaré con ella, acerca de todo lo que me ocurrió y no ocultaré parte alguna. Quizá con el testimonio de ambas logremos algo.
Se giró hacia sus progenitores hasta que estos avalaron su propuesta, en silencio.
¿Quién es esa mujer?
Por la corta pausa que inundó la habitación supieron que les iban a sorprender.
La marquesa de Wright.
¡Dios mío!, y tanto que les habían sorprendido. Jamás hubieran imaginado que la bella marquesa fuera a ser uno de los objetivos de estos malnacidos. Lo bueno era que tenía fama de ser una mujer medio asilvestrada, criada en las tierras altas y que jamás llegó a acomodarse a la estricta y puritana sociedad inglesa. A Mere siempre le gustó mucho esa mujer. No se andaba con estupideces. La siguiente frase brotó de sus labios con naturalidad.
Amanda, ¿podría acompañarte cuando te reúnas con ella? La conozco de hace tiempo, no demasiado, pero es una mujer que me agrada mucho.
Esta aceptó la ayuda con una suave sonrisa. Parecía una mujer diferente de la que había entrado acongojada al cuarto.
De acuerdo, intervino John un buen amigo es inspector de Scotland Yard por lo que podrá indagar acerca de esa maldita denuncia desaparecida.
Muy bien respondió Duncan Lancaster pero avisadle que tenga cuidado, mucho cuidado. Algo me dice que si va de frente le pararán de golpe.
John maldijo en voz baja. Era tarde para avisarle, ya estaría pidiendo refuerzos y trasladando toda la información de la que disponían.