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Los trozos de tela estaban en el suelo alrededor de los musculosos muslos y habían conseguido asegurar un nudo bastante firme a la cintura.
Vamos allá. Primero, a por Mere, y tras esconderla en algún lugar seguro, toca entrar en tromba a la habitación.
Thomas asintió con seguridad pese a su alucinante aspecto. Salieron al pasillo sin encontrar obstáculo alguno. Con suaves pasos caminaron hasta casi alcanzar el cuarto en el que había dejado a la enana cuando la puerta frente a la que cruzaban se abrió de golpe, apareciendo un hombre que al ver el aspecto de su cuñado, reaccionó rápido volviendo al interior e intentando cerrar esta en sus narices.
Se lo impidieron y accedieron al cuarto ambos, empujando la puerta con fuerza pese a la presión ejercida desde el interior. El hombre intentó hurgar veloz entre los pliegues del abrigo que llevaba pero le alcanzaron el brazo.
Quieto.
Los asustados e inquietos ojos castaños se agrandaron y quedó tieso, tras desviar la mirada levemente hacía la bella mujer que inmóvil permanecía quieta en el lecho.
No quiero líos.
Hombre inteligente.
Tampoco nosotros, por lo que hará lo que le digamos.
Los ojos de la mujer no se apartaban de Tom, recorriéndole y este la ignoraba completamente.
¿Tiene armas? el hombre asintió e hizo un gesto hacia el abrigo que pendía de su brazo démelas les entregó un arma de fuego y dos puñales ¿cómo se llama?
Hopkins, James Hopkins.
Muy bien, James. Escuche con atención esos ojos castaños mostraban una viva inteligencia. De ahora a unos quince minutos esta casa se va a convertir en un campo de batalla. Este es mi cuñado, Thomas Evers, yo me llamo John Aitor. En el burdel están retenidos dos hombres. Otros ya han sido liberados y si no me equivoco nos rodea la policía para entrar en cualquier momento.
El hombre asintió, asimilando la información.
¿Necesitan ayuda?
Tom y él cruzaron miradas.
Podemos traer aquí a Mere su cuñado mostró su conformidad.
Otra cuestión era cómo explicarlo.
Gracias. Si le soy sincero nos vendrá bien su ayuda. Vamos a ir en busca de una mujer sintió la pregunta que bullía en el interior del hombre es largo de explicar. Espérenos aquí y mantenga a su acompañante a salvo. No salgan hasta que volvamos. Vendremos con una mujer y si me la cuida hasta que todo haya pasado, estaré en deuda eternamente con usted.
¿Quién es ella?
Mi mujer.
Hopkins abrió la boca para preguntar pero optó por cerrarla. Resultaba evidente que la sorpresa le superaba.
Les esperaré aquí mismo y no saldremos.
Pegaremos dos-tres-dos toques en la puerta. No abra si no es esa llamada. Y gracias.
Abrieron con cautela la puerta, adentrándose en el pasillo y veloces llegaron a la entrada al cuarto donde había quedado Mere.
¡Al fin! Realizó la llamada clave. Nada.
De nuevo.
Ni un maldito movimiento.
¡Joder! Comenzó a sudar y abrió la puerta de golpe. Nadie salvo el cuerpo que permanecía tirado e inconsciente en el suelo. Ella no estaba.
Pensó que se desmayaba del susto en la jodida habitación. Las manos comenzaron a sudarle y el corazón le iba a explotar. Y furia. Sintió tal furia contra el pequeño torbellino que siempre hacía lo que le venía en gana que si la hubiera tenido frente a sí, la hubiera, la hubiera...
Una mano tranquilizadora se posó en su espalda. Thomas.
Sus miradas se clavaron la una en la otra. Ambas asustadas, ambas angustiadas. La pequeña mujer que no estaba donde debía era lo más importante del mundo para ellos y de nuevo la habían perdido...