IV

Pasado el mediodía había conseguido eludir a Anderson y colarse a hurtadillas en casa de los hermanos Brandon. Le había costado un triunfo deshacerse de esa rastrera sabandija y no tuvo que esperar demasiado a que los dueños de la casa le descubrieran.

Nada más entrar se había deshecho de su barba rala postiza e intentado soltar su engrasado cabello rubio. Era increíble como una suave capa de grasa oscurecía el tono del cabello hasta obtener un castaño claro o unos sucios ropajes alejaban a la gente.

Pareces agotado, Rob Peter le acercó una copa de delicioso coñac.

Lo estoy, amigo. Exhausto Saboreó la embriagadora bebida. ¿A qué hora van a llegar todos?

En el mensaje Doyle ha fijado la hora hacia las cinco de la tarde.

¿También mi padre?

Sí. Al fin y al cabo es el cabecilla de ese dichoso Club del Crimen que han montado en la tienda.

Bien. Cerró los ojos y se relajó. Llevaba días en guardia y se encontraba extremadamente tenso. Estaba deseando poder relajarse y no lo había logrado hasta asegurarse de haber despistado al capataz y de que otros indeseables no le hubieran seguido. Suponía que en un lugar seguro podría hacerlo, pero dejó de intentarlo hacía un buen rato ya que, al parecer, su mente no estaba por la labor. Lo mejor era dejar que todo siguiera su curso puesto que con forzar las cosas rara vez se obtenían buenos resultados.

La puerta del despacho se abrió dando paso al mayor de los hermanos Brandon.

Confirmado. No parecen haberte seguido pero, maldita sea, Rob, no debiste venir. Después de lo que nos has adelantado te estás jugando el cuello por nosotros.

Rob le miró directamente y cerró los ojos dejándose arropar por los cojines que lo envolvían. La mirada había sido más que significativa y Doyle captó su intención de inmediato.

Ya me callo.

Doyle suspiró. La sorpresa que se habían llevado al descubrir a Rob, tendido en el tresillo de su despacho, sucio, con los ropajes descuidados y rasgados, el postizo tirado a un lado y el sucio cabello todo alborotado, les iba a durar un tiempo. Lo único que conocían de la operación en la que estaba trabajando de incógnito, era que le obligaba a realizar cansinos viajes a Bath y que en las raras ocasiones en que se dejaba caer por su casa, aparecía más y más demacrado. Habían optado por esperar a estar todos para que relatara lo ocurrido. Tan solo les había adelantado que le estaban vigilando y que ellos podrían tener problemas.

Comenzaban a preocuparse y Doyle llevaba un largo rato sopesando la posibilidad de forzarle a quedarse con ellos, aunque fuera empleando la fuerza bruta. Prefería no llegar a ese extremo, pero si ocurría no dudaría en hacer lo necesario; sabía que Peter haría lo que fuera por el hombre que lo encontró y sacó del maldito infierno. No tenía la intención de perder a un gran amigo. Antes muerto.

El mechón rubio que le caía desordenado por la frente le daba una apariencia juguetona que contrastaba inmensamente con los rasgos varoniles. Era un hombre guapo. Doyle sonrió para sus adentros. Si Rob le escuchara le miraría con pillería, con esa cara que derretía a las mujeres y provocaba que los hombres se irguieran tensos como gallos de corral.

Pese a su apariencia, se le veía extenuado. Sabía que tenía que haber acontecido algo significativo para que Rob mandara al garete sus precauciones y se presentara sin avisar, o que estuviera dispuesto a reunirse con su padre y los restantes miembros del Club. Dios, desearía dejarle descansar hasta que las profundas ojeras desaparecieran, pero no era una buena idea.

Doyle hizo un gesto a Peter, quien sacudió suavemente el hombro de su amigo sobresaltándole. Instintivamente Rob se adoptó una postura defensiva.

Tranquilo, amigo, tranquilo susurró Peter ¿Nos vas a contar al menos algo de lo que ocurre?

Rob se irguió y se acomodó en el sillón. Tras sorber una pizca de alcohol, habló.

¿Os suena de algo un tipo llamado Anderson?

Los hermanos se miraron.

No.

¿Un tipo brutal, grande, con una leve cojera que le hace inclinarse hacia la derecha y una pequeña cicatriz que le cruza la ceja derecha?

Ni idea ¿por qué?

Es el actual capataz de la fábrica Saxton esperó un segundo ¿conocéis a Colin Saxton, el dueño de la fábrica?

Peter se tensó. Doyle, tras dirigirle un vistazo, contestó.

No hemos tratado personalmente con él. Durante el tiempo que trabajamos en su fábrica jamás se dirigió a nosotros. No se dignaba a mezclarse con la mano de obra. Tras enriquecernos e introducirnos en las altas esferas hemos conversado fugazmente. Nuestra impresión es que está interesado en nuestros negocios, pero que me desuellen vivo si voy a hacer cualquier tipo de trato con un tipejo que se aprovecha de criaturas para obtener beneficios.

Está bien. Esto ha de quedar en esta habitación. Scotland Yard lleva meses recibiendo denuncias esporádicas de desapariciones de niños. Nos constan al menos cinco críos desaparecidos y dos niñas de edades comprendidas entre los catorce y los diecisiete. Salieron de sus casas y simplemente se esfumaron. Al ser hijos de familias sin posibilidades únicamente se pudo asignar al caso una mínima partida de hombres y no se logró nada. Absolutamente nada.

¿Te asignaron el caso?

No. Al principio se lo dieron a un par de agentes, los cuales no se puede decir que se esforzaran mucho. Pero había algo que me chocaba en todo ello. No sé la razón pero mi mente lo asociaba con la desaparición de Peter. Cuando entonces indagué, hasta encontrarlo, hubiera jurado que me estaba acercando a algo gordo y ahora me arrepiento de no haber rebuscado más dio un golpe con el puño en el brazo del sofá al principio les pedí al par de agentes que llevaban la investigación que me avisaran si surgía algún dato interesante, pero resultaba evidente que estaban desbordados, así que solicité de mi superior que me diera acceso al caso. No solo accedió sino que me ha puesto al frente. Pese a ello somos pocos. Yo y dos agentes, Wilkes y Evans, pero están muy verdes. Avanzamos muy poco hasta hace una par de meses.

¿Cuando nos comentaste que estabas en un nuevo caso?

Sí.

¿Tiene alguna relación con esos condenados y misteriosos viajes a Bath?

Rob contempló a Doyle con cierto aire de orgullo y admiración.

No pierdes detalle ¿verdad?

Lo intento, amigo, lo intento. Sobre todo en lo referido a las personas que quiero. Rob sonrió y deslizó sus manos desordenando su ondulado e indomable cabello más de lo que estaba. Respiró profundamente.

¿Sabéis? siento la misma sensación, exactamente la misma, que noté en su día cuando te encontramos, Peter. Y por todos los infiernos, en las pocas ocasiones en que he ignorado ese aviso me ha salido el tiro por la culata. Esta vez no pienso fallar.

Peter se adelantó ubicándose a la vista de Rob.

Entonces no fallaste, amigo.

Tardé mucho en localizarte, demasiado.

Peter se arrodilló junto a él.

¡No!, ya vale con lo de culparte. No fue culpa tuya, ni de Doyle, ni mía. Fueron ellos su voz no vaciló.

Peter, ¿y si nos estuviéramos acercando, por primera vez en mucho tiempo, a los que te secuestraron?

Chico, sería capaz de darte un beso en la boca y si me apuras, hasta con lengua.

Los tres rompieron a reír a carcajadas y ello suavizó el ambiente como ninguna otra cosa lo hubiera logrado. Doyle lo agradeció. A veces dudaba acerca de cuál de ellos había salido más tocado de la maldita desgracia que habían sufrido, si su torturado hermano o su agotado amigo.

Esperaremos a los demás y decidiremos cómo actuar.

Amor entre acertijos
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