III

Apoyado contra el respaldo del sofá a John le costaba respirar y aun más, ocultar la reacción de su maldito cuerpo que, sin previo aviso, había decidido volverle loco. Iban a darse cuenta... ¡Demonios! Debía taparse como fuera, a ser posible con algo muy voluminoso y que cubriera su desbocada entrepierna. Comenzaba a sudar incontroladamente y todo por culpa de la enana metomentodo y sus ¡pechos!

Tía, no es nada, es un pequeño corte ¡Dios! lo que surgía de su laringe no parecía su voz. Apartó la mirada de esos pechos cremosos que se habían convertido en su obsesión y agarró la primera servilleta a su alcance para tapar su entrepierna, cada vez más abultada. Carraspeó antes de hablar. Parece que el tío se está recuperando. Subid al cuarto que yo me encargo de esto y en cuanto lleguen los muchachos, no os preocupéis que se lo explicaré con detalle. A Mere, la mirada que John le lanzó, mostrándole los dientes, le encrespó el vello de todo el cuerpo. Antes de que sus padres abandonaran la salita, John se giró bruscamente hacia ella.

Tía Mellie, ¿tengo libertad de actuación para hacer lo que crea oportuno?

Dios santo, a Mere la sonrisa de John le estaba erizando la piel.

Sí hijo, lo que quieras, salvo asesinarla, claro está. Su padre gimió. Harry, es mejor dejar claro lo esencial. Se volvió de nuevo hacia John e hizo un gesto de total exasperación. Por lo demás, hijo, tienes libertad de actuación. Puedes mandarla con sus tíos, castigarla un año recluida en su habitación, ¡ja! e incluso casarla con quién creas que pueda domarla, si en este mundo existiera tal hombre, que lo dudo con un leve empujoncito inició la marcha con su marido. Harry, cariño, nosotros nos rendimos ¿verdad? Esta hija nuestra se parece...

La voz de su madre se iba apagando según ascendían por las escaleras.

¡Mamá, no se os ocurra dejarme a solas con él! protestó Mere.

Tú a callar exclamó el podenco, sin tan siquiera dignarse a volver la cabeza en su dirección.

Se podía dar por muerta y enterrada. La atmósfera del cuarto se estaba volviendo cada vez más opresiva. Mere decidió deslizarse con sigilo hasta detrás del respaldo del sillón en el que su padre se solía sentar a leer. Así, tan solo sobresalían sus hombros y su cabeza. Sus malditos pechos quedaban al fin ocultos. Por ahora todo iba bien. John seguía respirando profundamente, sentado en el sillón con una pequeña servilleta envolviéndole la mano y otra enorme sobre su regazo. Quizá lo único malo era que estaba totalmente rígido y ¿algo tembloroso? Lo bueno era que permanecía sentado y quietecito. Mere decidió ser valiente por una vez en su corta vida.

Ha sido todo culpa de la abuela Allison. Yo soy inocente de todos los cargos. Lo que ocurre es que... Ay, esto iba muy, muy mal. John se acababa de erguir, con un una mueca dolorosa en la boca y comenzó a avanzar hacia donde se encontraba ella. Repentinamente se paró y la miró con esos ojos inescrutables rodeados de curvadas pestañas por las que cualquier mujer mataría.

Ven aquí, Mere.

Ni por todo el oro del mundo, guapito.

Niña, acabas de adentrarte en una nueva etapa de tu vida y te aconsejo que la emprendas con sesera, lo que no dudo que quizá sea mucho pedir.

¿Eh? diantre, de lo asombrada que estaba, su boca no articulaba palabra. Pero, ¿de qué demonios hablaba el gigantón?

Cierra la boca, Mere. Te repito que vengas aquí y no pienso hacerlo de nuevo.

Pues que sepas, que “tripitir” no es malo, sobre todo a la hora de comer. No pienso acercarme hasta que me expliques el porqué, y aun así, me lo pensaré muy, pero que muy detenidamente.

Muy bien.

Lo que siguió fue tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar. En un momento se encontraba tras el alto sillón, parapetada frente a lo que llegara y al siguiente estaba sentada de costadillo en el regazo de John, con las manos a la espalda, sujetas firmemente por una de sus enormes manazas mientras apoyaba la otra, suavemente, sobre los muslos de Mere.

¡No puedes hacer esto! gruño Mere y comenzó a retorcerse. Esto es un asco, pensó, mientras con los estiramientos los globos de sus pechos se hacían aun más notorios. Oteó un momento la cara de John y la vio colorada como jamás la había visto y mordiéndose el labio inferior con los dientes. Sus ojos fijos en sus pechos. Pero, ¿qué demonios le estaba ocurriendo? ¡No era él quien estaba sujeto! Y ¿qué demonios era ese bulto enorme bajo su trasero que juraría que se estaba agrandando por momentos? La mano libre de John se posó en su vientre para sujetarla. Vale, pensó Mere, me rendiré temporalmente y negociaré con el enemigo.

Muy bien, me rindo resopló, girándose levemente y mirándole directamente a esos inquietantes ojos verdes. Estoy dispuesta a escuchar.

Lo siguiente que sintió fueron unos labios que chocaban contra los suyos y unos dientes que mordían suavemente su labio. ¡Madre mía! ¿qué hace, Dios mío? Algo empujaba entre sus labios, algo cálido y carnoso que hizo que su estómago diera un vuelco y algo se retorciera entre sus piernas, ocasionando que las apretara. Sentía sus brazos sueltos, pero tan flojos que le resultaba imposible moverlos ¿Se los había soltado? Tan solo podía centrarse en esa lengua saboreándola con ansia, entrando y saliendo y los dientes mordisqueándola sin cesar. Decidió en ese momento que quería participar activamente y dio un pequeño mordisco a esa lengua que la estaba invadiendo. La reacción inmediata fue un gemido seguido de una rigidez evidente en el cuerpo de John.

¡Por los dioses, Mere!, no hagas eso si no quieres que pierda la cabeza, cariño. El calor de sus manos la estaba abrasando y su lengua, Dios, su lengua no dejaba de chuparla, ahondando cada vez más ¿Dónde estaban sus manos, por qué le costaba tanto pensar con claridad y qué demonios estaba haciendo con su mano derecha, o era la izquierda? Le acariciaba el estómago en círculos y se iba deslizando hacia arriba, hacia sus pechos hasta que su enorme mano rodeó el izquierdo, que apenas cabía en la misma.

Madre mía, cielo, mataría por poder saborear tus pechos. Están hechos para mis manos y mi boca Mere comenzó a retorcerse al oír lo que decía John pero era incapaz de pronunciar palabra alguna. Esto era, a la fuerza, un sueño. Un portentoso sueño, porque en ellos él le amaba aunque, bueno, no le decía esas cosas tan..., tan... No te muevas, Mere, y déjame un poco, solamente un poco y te dejaré ir su mano la apretó causándole casi dolor y algo más que no podía definir. Solo sabía que sus piernas se estaban aflojando. La mano de John apretaba y acariciaba la zona descubierta hasta que deslizó un fuerte dedo por debajo de la tela hasta alcanzar el pezón, rozándolo. Mere notó como se le erizaban.

¡Diablos! suspiró John. No puedo parar, lo siento, amor. Ahora te voy a bajar el hombro del vestido y lamerte y no te vas a asustar. Créeme, te va a gustar.

Sin añadir nada más inclinó la cabeza y tras un breve tirón que dejó su pecho izquierdo al descubierto, con la punta de su lengua aplastó el rosado pezón para después abarcarlo con toda su boca y succionar con fuerza. La impresión que ello causó a Mere y la tensión que notó al mismo tiempo entre las piernas, la descontroló y, vale, también la asustó algo. Reuniendo fuerzas, rodeó con sus manos la cara de John y la alzó. Sus ojos estaban vidriosos y pequeñas gotas de sudor perlaban su frente. John depositó un suave beso en sus labios.

¿Qu... qué estamos haciendo? Mere inconscientemente se retorció entre los brazos de John e intentó zafarse, sin conseguirlo. Se miró el vestido y la mano seguía ahuecada sobre su pecho. Agarró el dedo medio y estiró. Nada ocurrió. Tiró con más fuerza. Por Dios, ¿es que era inamovible la garra?. John, me tienes que soltar ahora mismo. Podría entrar alguien y sería un desastre. Además, las cosas..., ejem, las cosas que estás haciendo no son..., no son...

¿Apropiadas? No te preocupes, cielo, en breve lo serán la comisura de su labio se alzó y, válgame la reina, si no la miró con hambre.

Muy bien. Llegó el momento de parar esta locura. El tira y afloja mientras hablaban lo único que había ocasionado era que la mirada de él se dirigiera nuevamente al busto y apretara la suave carne. Mere dio un súbito cachete a la mano que aflojó la garra, aprovechando el momento para taparse. La mano de John volvió a su estado original, sobre su falda y la izquierda se ubicó en la parte baja de su espalda.

Está bien, maldita sea jadeó John. ¿Quieres hablar?, pues hablaremos pero estás avisada, una vez terminemos, seguiremos donde lo dejamos de nuevo esa mirada sofocante se deslizó por sus curvas.

¿Puedo levantarme? Mere hizo ademán de alzarse pero no resultó.

No.

¿Por favor?

Que no la mano nuevamente se dirigió hacia su vientre y Mere la sujetó con ambas manos.

Muy bien, seamos sensatos y estate quietecito, si puedes. Hasta hace media hora has actuado como una persona normal, bueno si se te puede definir como tal y de repente te has puesto a morderme y..., y a chuparme y otras cosas. Bien, y otras cosas que se hacen solo a las esposas y resulta evidente que yo no lo soy ni lo seré ¿Por qué me miras así? Y te he dicho que te estés quieto, ¡demonios! La mano nuevamente deambulaba sobre sus muslos y paulatinamente iba alzando el borde del vestido, el cual, para asombro de Mere, alcanzaba ya sus rodillas ¿Qué haces?

¿No resulta evidente, cariño? la sonrisa en el rostro de John no presagiaba nada bueno. Voy a hacer algo que nos va a obligar a casarnos le había subido el vestido dejando a la vista los pequeños muslos regordetes, redondeados, y esa maldita manaza, ahora oculta parcialmente, pero cuyo peso Mere sentía como un hierro candente. Abre los muslos para mí susurró en su oído derecho.

Mere tragó saliva de golpe y su corazón comenzó a martillear aun más fuerte. Esa mano enorme se había deslizado hasta introducirse de lado entre sus muslos apretados y la notaba girarse suavemente, abriéndose espacio a la fuerza. El pulgar se extendió y rozó el suave montículo, frotando la tela que lo cubría. Intentó cerrar los muslos pero la mano se lo impedía. Madre mía, también ella comenzaba a sudar, y ¿por qué demonios se empeñaba en abrirle las piernas? Por el rabillo del ojo notó que su cara se le acercaba y sintió un suave beso en la comisura de su boca.

No, no puedes besarme otra... intentó farfullar Mere, pero esa lengua no le dejaba pensar. No podía reaccionar. Jugaba con su lengua de forma desesperada. Su mano estaba haciendo algo, madre mía, su dedo se estaba colando por el borde de su ropa interior y la estaba retirando hacia un lado. Ella notaba calor en la zona y se sentía resbaladiza. Algo duro la estaba tocando, dando pequeños golpecitos tras retirar suavemente los rizos que la cubrían y no podía decir nada, no quería decir nada y deseaba que él siguiera con esa locura. No tenía ni idea de lo que pretendía pero le daba igual. Los breves golpes, empujoncitos y roces a lo largo de su hendidura con el dedo la estaban volviendo loca. Mere se retorció contra esa maldita mano y el dedo se deslizó hacia dentro, un poco nada más, pero ella lo sintió grande, buscando espacio. Sentía su otra mano aferrada a su nalga izquierda, masajeándola.

Dioses, estás caliente para mí su voz sonaba ronca y más grave de lo habitual Mere, necesito que aflojes las piernas y las abras para mí. No las cierres porque de poco va a servir. Necesito mover los dedos ahora mismo, sentirte y no quiero dañarte, cariño la mirada que le dirigió estaba llena de fuego pero también de ternura.

¿Abrir las piernas? ¿Mover los dedos, a dónde? Por Dios, John, ¿esto es normal? Con su mirada intentó indagar y hacerle ver que no le entendía. El ceño de John se frunció y cerró los ojos, apretándolos. Aspiró, con fuerza.

Maldita sea la mano masculina retomó sus caricias Cariño, poco me falta para explotar y si me haces preguntas de ese tipo, no ayuda Mere notó que ese dedo, ese maldito dedo que la estaba volviendo loca, parecía explorar adentrándose algo más en sus partes privadas, hasta la primera falange. Necesito acariciarte, cielo y no puedo aguantar más. Te sería más cómodo si abrieras las piernas. Mere abrió los ojos como platos pero decidió hacer lo que le decía. Se movió como pudo sobre su regazo, notando el grueso bulto apretado bajo sus nalgas y abrió sin pudor las piernas. Al crear más espacio la inmensa mano de John se acomodó sobre su montículo y empujó suavemente el dedo hasta topar contra algo. Comenzó a rotar el dedo mientras su pulgar seguía frotando al tiempo que la miraba a los ojos. De golpe empujó, el dedo entró hasta el nudillo y Mere lo sintió enorme, muy adentro. Le hizo daño e instintivamente cerró de golpe las piernas.

¡Para!, para ahora mismo. No me ha gustado nada lo... no consiguió seguir ya que John se le abalanzó de nuevo y le mordisqueó el labio inferior.

En seguida pasará, lo prometo le susurraba ente mordiscos y lo que viene después te gustará, Mere. Nos gustará a los dos, mucho. Ahora déjame seguir... Mere notaba el dedo moverse pero tenía poco espacio.

La llenaba mucho y lo sentía tan dentro que parecía que llegaba a su vientre.

*****

Amor entre acertijos
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