VIII
Mere no iba a llorar, no hasta que se asegurara de que su abuela estaba en condiciones de enfrentarse a lo que había ocurrido.
No recordaba cómo había llegado al suelo y a estar envuelta en los reconfortantes brazos de su marido. Tan solo sabía que él estaba ahí para ella y se sintió, en cierto modo, llena, acompañada. A solas con él lloraría y gritaría, no antes.
Le angustiaba el estado de la abuela. No había llorado, estaba quieta como un pálido fantasma y no reaccionaba a las preguntas. No reaccionaba a nada, ni a su familia ni tan siquiera a ella. Rosie había preparado una habitación en el ala este de la casa, en tonos azules, acogedores y entre las dos la habían desvestido. Ni siquiera entonces rechazó la ayuda, algo impropio en ella en otras circunstancias. Pero no eran circunstancias normales, no lo eran... Se había dejado hacer como una niña y la angustia de Mere se incrementaba por momentos. ¿Podía alguien perder la cabeza para evitar enfrentarse a un dolor tan agudo? No quería conocer la respuesta, por favor, no quería, pero la pregunta no dejaba de atormentarle la mente.
Sabía que era puro egoísmo, pero se sentía incapaz de perder a su abuela, a esa enérgica y vivaz mujer, además de al hombre que la había enternecido tanto con sus fantásticas historias e invenciones.
¿Abuela? preguntó con suavidad. Mere se dio cuenta que Rosie tragaba en respuesta a la falta de sonido alguno por parte de la mujer que parecía no responder a las palabras, ni a los abrazos, ni incluso a los besos.
Abuela, por favor... Mere alzó la pasiva mano necesito que me hables... ni un sonido no puedes dejarte morir ¿me oyes? Abuela... Mere sentía el llanto agolparse en la garganta hasta que su cuerpo no pudo más. El sollozo surgió desgarrador y detrás siguieron los demás. Rota la barrera, fluyeron sin contención.
Todo le daba igual. Su abuela no reaccionaba y ella lo único que sabía hacer era llorar como una niña. Se dejó caer al suelo, a los pies de la mujer que casi la había criado y el llanto salió sin control, un llanto del interior, incontrolable. Los segundos pasaron con ella arrodillada y las figuras en pie rígidas.
No llores, mi amor.
No podía parar, se sentía incapaz.
No llores, Mere... la mano que se posó sobre su cabeza, le acarició y la figura que hasta entonces había estado ajena a todo la envolvió en su calor. El olor la reconfortó, ese olor mezcla de campo y lluvia.
¿Abuela?
Ya he vuelto, cariño y no pienso irme.
El llanto se reanudó y las dos mujeres se abrazaron, buscando el contacto para curar al menos una pequeña parte del dolor que sentían.