IX
Lo que llevaba esperando tantos años, se lo habían puesto en bandeja frente a sus propios ojos, esa misma noche, y lo mejor era que nunca les iban a descubrir. No lo podía permitir, no ahora, cuando le habían pasado la miel por los labios.
Llevaban tantos años con sus juegos que la sensación de poder aumentaba con el paso del tiempo.
Lo sintió en cuanto entraron, sintió que eran ellos, que era él, con su cuerpo bien formado, su rubio y leonado cabello y esos ojos que no conseguía apartar de sus sueños. Con el paso de los años se había convertido en un hermoso hombre, pero esa maldita sombra, como ella lo llamaba, el que se les escurrió de entre los dedos al escapar, seguía acompañándole pese a los años transcurridos. Siempre juntos, dificultando sus planes para su rubio juguete...
Jamás debió haber relatado las intenciones que tenía con respecto a él. Debió guardarlo para sí mismo, para sus fantasías. Debió haber imaginado, por la forma en que la sombra hablaba de su juguete, que se querían como hermanos, con un amor fortalecido con el trato, caracteres parecidos y juegos de infancia compartidos. Pero eso no importaba ya que era su juguete, suyo y no del que se escapó, ni del otro hermano. Suyo. Suyo o de nadie.
Había esperado demasiado para lograr lo que parecía tener al alcance de la mano. Un escalofrío anticipado recorrió su cuerpo, la excitación le recorría las venas y el corazón le palpitaba como hacía años que no ocurría.
Se lo había dicho hasta la saciedad a ella, que la sombra les iba a dar problemas ya que no se parecía a ninguno de los anteriores, ya que jamás se rindió. Pero a ella le obsesionaba con ese cuerpo perfecto, esa piel dorada y esos ojos negros como profundos pozos. Incluso lo marcó para saber que era de ella, que siempre sería de ella, hasta la muerte. Ella no entendía que la sombra la odiara cuando ella le amaba tanto.
Recordaba aquella sesión. Una de las mejores. Y solo de rememorarlo se estaba excitando. Si tan solo pudiera acercarse para recordar como olía y asociarlo a aquel momento. Uno de los mejores de su vida. Caliente y sangriento.
Daría lo que tuviera, una fortuna, por ver su espalda marcada. Disfrutó tanto de lo que ella le hizo.
Ella también observaba, aunque intentaba que no se notara, pero sus ojos se dirigían inevitablemente hacía ellos. La miró con un punto de maldad. Se alegraba de su sufrimiento, ya que sabía que estaba pensando en tenerle de nuevo atado y a su merced, como un adicto al opio que ve pasar ante sí el mayor y más suculento cargamento sin poder tocarlo.
Pese al ansia por acercarse sabiendp que no era el momento, lo mejor era que ellos no les reconocían. Lo tenía al otro lado del salón recordando las horas deliciosas que habían disfrutado con él, las formas en que le habían hecho gritar hasta quedar ronco, llorar, pero nunca suplicar, el muy cabrón.
Mientras tenían en su poder a la sombra, había soñado en tantas ocasiones las mejores formas de torturar al objeto de su obsesión, a su juguete. Porque con este no podía emplear las habituales, debían ser especiales y únicas, solo para él.
Cerró las manos para aplacar la ansiedad de tirar de ese leonado y rubio cabello, tirar hasta que su cuello casi se quebrara, para soltarle y repetirlo hasta que suplicara. Marcar ese esbelto y bello cuerpo para que supieran que era suyo, que lo era desde hacía muchos años, desde que lo hizo suyo cuando la sombra se lo regaló, al relatar su vida compartida.
Si la sombra hubiera averiguado que se sentaba en la celda contigua para escucharle hablar de su juguete, habría callado como un muerto. Sonrió, ya que ese seguía siendo su secreto.
Esperó, oculto frente a la puerta de acceso al despacho, tras hacer un sutil gesto a su compañera. No podía dejar de verle por última vez, incluso arriesgándose a llamar la atención por su extraña conducta.
La puerta se abrió después de un rato y su pulso se aceleró, lo notaba en el cuello, en sus muñecas.
Era hermoso y debía tenerlo, por encima de todo. Necesitaba compartir lo que sentía al ver a su juguete tan cerca, con ella. Se acercó al lugar que su compañera de juegos ocupaba junto a ese decrépito carcamal, quien nada más verle, comenzó a llenar el silencio con su insípido hablar.
Querido, hacía tiempo que no te veía...
No el suficiente murmuró sin que la vieja pudiera oírle. Total, estaba medio sorda pese a que siempre se sentía en guardia al estar cerca. Esos ojillos penetrantes le amedrentaban.
Estábamos comentando acerca de los apuestos hombres que han acudido hoy a la fiesta.
Miró con intriga en dirección a ella. No podía ser casualidad.
No creo conocerles, pero las jóvenes asistentes al baile han lanzado unos cuantos suspiros de embeleso, y no es de extrañar, pocas veces he visto un grupo de hombres tan bellos, sobre todo el más alto, el de los ojos verdes.
Era boba, la vieja. ¿Acaso no era evidente que el más bello era su juguete? Sintió una ira repentina hacia el ignorante y molesto vejestorio que hablaba sin saber. Hubiera deseado poder callarla para siempre, tapando esa arrugada boca que hablaba y hablaba sin cesar...
Ciertamente, querida. A cada cual más hermoso, pero yo me decantaría por el que muestra una cicatriz que le recorre el rostro. Es..., siniestro.
La mirada sorprendida de la anciana se posó en ella, en su compañera de juegos.
Pero, querida, estás casada.
Pero no ciega, amiga mía.
El cloqueo que siguió atrajo la atención de varias parejas y al volverse para medir la atención no deseada, su mirada se cruzó con esos ojos azulones que le mareaban. Su respiración se paró totalmente. ¿Habría sentido, como él, ese algo que los unía? Eso esperaba.