IV
Llevaban desayunando apenas cinco minutos cuando llegó el aviso de los hermanos. Tras liquidar los asuntos de diario en el despacho se pasarían por la casa ya que tenía noticias apremiantes.
¡Apremiantes! Solo con la palabra se sentía acongojada.
Poco se explayaban en la corta misiva, pero no era de extrañar, no con los últimos inquietantes descubrimientos.
El día había amanecido helado provocando la necesidad de caldear la casa antes de que terminara todo el mundo de despertar. También había llegado aviso de Dean y Thomas de que faltaba poco para que llegaran. Y a Mere no le hizo ninguna gracia la posdata firmada por Thomas: “Decid de mi parte al renacuajo, que como se meta en otro lío estando yo fuera de casa, se las tendrá que ver conmigo. Dadle también un achuchón de mi parte, que me ha dado un susto de muerte. Dean está de acuerdo”.
A su señor marido y al cotilla de Jared, por supuesto, les había encantado la apostilla, comentando que las mentes brillantes antes o después se encontraban las unas a las otras.
Los hombres de su familia eran obsesivos y tan, tan modestos, ¡uf! Menos mal que sus padres vivían en la inopia, que si no... Engulleron como posesos los bollitos, panecitos, empanadas y tostas que Rosie había preparado como si intuyera la necesidad de tenerlos contentos y aplacados, y nada más apropiado para lograrlo que una suculenta comida. Con los estómagos a rebosar se abrigaron, y tras besarla, se dirigieron al despacho, dejando a Mere jugando con las migas desperdigadas por el mantel, a la espera de que terminara de levantarse la abuela o llegaran Julia y Jules. Debían comenzar a planear seriamente la forma de distribuirse para cubrir cualquier eventualidad que pudiera surgir.
Dejó de jugar con la comida y alcanzó otro panecito relleno de pasas. Estaban deliciosos.
No había terminado de tragar cuando la puerta se abrió dando paso a la abuela a la que se iluminaron los ojos al ver la ingente cantidad de bollería y pastelería colocada en la mesa a la espera de hambrientos comensales.
Madre mía, hija. Si seguimos así, dudo que vuelva a instalarme en mi casa, con la pinta que tienen los desayunos y las comidas y las cenas y he vuelto a engordar.
Siempre había sospechado de quién había heredado su vena glotona. Mientras comenzaba a dar buena cuenta a los alimentos le comentó lo de las misivas tanto de los Brandon, como de sus hermanos y expuso la primera de sus preocupaciones.
¿Cómo lo hacemos?
¿El qué?
Repartirnos.
¿La comida?
¡No, abuela!, con la marquesa, para lo de la casa de citas, la sesión de los muertos.
Hija, hazme un favor...
¿Hum?
No lo llames así, suena fatal.
Desde que Norris había sobrevivido, a su abuela se le había ido la cabeza.
Hija, en cuanto lleguen Jules y Julia comenzaremos a organizar lo de la sesión de ocultismo. Por la tarde nos reuniremos Amanda Lancaster, tú y yo y hablaremos de la mejor forma de plantear la situación a la marquesa. En cuanto lleguen los hombres organizaremos lo de la infiltración en la organización y el asalto a la casa de citas. Es bueno que lleguen tus hermanos, sobre todo Thomas. Con el genio endemoniado que tiene cuando estalla, es de agradecer tenerlo cerca.
Todas las ideas revoloteaban por la mente de Mere, bullendo enardecidas. Con la edad estaba perdiendo la paciencia ya que si no estaban al llegar sus amigas, iba a salir en su busca, ya.
A punto estaba la ocurrencia de salir de sus labios cuando el mayordomo las anunció. Jules apareció con un sombrero calado hasta las cejas y una maravillosa bufanda que le tapaba hasta la nariz, por lo que más que verla, imaginó que era ella. Nadie, absolutamente nadie, salvo ella, podía estar tan contenido en semejante embrollo de situación. Por el contrario Julia vestía un estampado abrigo rojizo, que para variar cuadraba de forma horripilante con su cabello, el cual caía medio desordenado por un costado de su cabeza con el peinado totalmente desarmado. Parecía un nido de golondrinas y habría que recomponerlo antes de que apareciera su prometido. Mere rió para sus adentros...
Ohhh, comida sabrosa.
No os contengáis, chicas. Dad buena cuenta que está delicioso.
¿Estamos de mal humor?
¡No! Estoy inquieta y he comido demasiado.
Se desprendieron de la ropa de abrigo mientras Rosie rellenaba los platos medio vacíos.
Rosie, que voy a echar a volar en cualquier momento de lo inflada que me siento.
De eso nada, querida, estás tan preciosa como siempre.
Su Rosie que la miraba con buenos ojos.
Mi madrastra ya ha enviado las invitaciones y como colofón ha logrado que la guía espiritual sea Madame Pompidour Julia entrecomilló con los dedos esto último causando variadas sonrisillas a su alrededor ya sé, ya sé, chicas, sin chistes, por favor. Las invitaciones son para la noche del sábado, dentro de siete días, a las siete de la tarde. Según la madame la hora perfecta para llamar a los espíritus es hacia las once de la noche. Al parecer están sosegados, puede que ¿después de una cenita tardía? la risa que lanzó Julia rallaba en lo maquiavélico.
¿No le ha extrañado que queramos participar?
Algo. Me ha lanzado una mirada torcida y me barrunto que piensa que nuestra intención es sacar faltas a sus sacrosantas sesiones, pero la he tranquilizado, bueno, he tratado de tranquilizarla, diciendo que el sentimiento que nos mueve es el de la curiosidad en su estado más puro, con lo que al parecer la he medio convencido. Igual piensa que ha captado a tres pichoncitos en sus redes.
Da miedo tal y como lo pintas.
En principio acudiríamos las tres y me consta que ya se ha enviado la invitación a Selena Saxton. Calculo que desde que llegue el último invitado, con el retraso inherente a alguno de ellos, hasta que finalice la sesión tras la cena, serán las doce de la noche, entrando en la madrugada. A partir de ese momento hemos de buscar alguna excusa para entretener a la melenas y que no acuda a su cita en el burdel. Y si nada surge, tendremos que retenerla a la fuerza.
Se miraron las unas a las otras. ¿Y si esa mujer llevaba armas o resultaba ser, como preveían, una demente descontrolada? No podían dejar el resultado al albur, no, si querían ayudar a que los hombres capturaran a Martín Saxton.
¿Cuándo van a llegar los hombres con esas noticias apremiantes?
Imagino que antes del almuerzo.
¿A qué creéis que se referirán? indagó Jules. Se la veía tan nerviosa como a Mere.
Ninguna se atrevió a elucubrar salvo la abuela.
Creo que se acerca un nuevo cargamento.
Como un resorte todas los ojos recayeron en Mere. Dios, se le iba a formar una úlcera.