II
Ya eran más de las seis y nada parecía justificar la ausencia del viejo Norris de la reunión. Era tan extraño en él. Los presentes casi habían agotado los temas intrascendentes de conversación.
Hacía tiempo que Jules y Julia se habían incorporado al grupo y en cierto modo la ubicación en la que se habían colocado llamaba la atención de Mere. Julia junto a Doyle, a un brazo de distancia el uno del otro, lanzándose centelleantes miradas. Ahí burbujeaba algo indefinible pero a la vez poderoso. Emocionante. Jules cerca de Peter, temerosa, como si acercarse más fuera a dar pie a algo para lo que no estaba preparada. Era curiosa la forma en que se miraban de reojillo. Jared deambulaba de una punta a otra de la estancia. Un culo inquieto ya desde niño, y con la edad no había variado un ápice, incluso en casas ajenas. Ciertas cosas no cambiaban.
¡Maldita sea!, podía intentar distraerse con idioteces pero ello no ocultaba que se estaba inquietando por momentos. Con la punta del zapato comenzó a golpear el borde de la mesita situada frente a ella, para ver si alguien reaccionaba y decidía actuar. Nadie se movió.
Su paciencia terminó por esfumarse.
¿Es que a nadie le parece extraño que Norris no haya llegado o que al menos no haya enviado una nota anunciando que se iba a retrasar?
Todos se tensaron como si su voz hubiera dado rienda suelta a sus miedos.
Se le habrá complicado algún asunto comentó Doyle, pero no sonaba tan seguro como parecía.
Quizá, pero no votaría por ello. No, algo va mal. Padre no...
La sorpresa estalló unánime en los invitados.
¿Nuestro Norris es tu padre?
Quien al parecer era el hijo de Norris miró a Mere con algo parecido al aprecio.
Si vuestro Norris es cierto librero erudito y metomentodo, incapaz de dejar de meter los morros donde nadie le llama, sin duda es mi señor padre.
Así que tú eres Rob. La abuela te conoce.
¿Qué abuela?
¿No conoces a la abuela? indagó Mere como si su mente no asimilara esa posibilidad.
Los demás escuchaban con atención.
Parece ser que no. ¿Es tu abuela?
Claro, y se podría decir que es el alma gemela de tu padre. Siempre están juntos y se terminan las frases el uno al otro, como el gruñón y yo. Cualquiera diría que...
La patada que recibió por debajo de la mesa dolió, diantre. ¿Acaso ahora que estaban casados creía el grandullón que iba a poder hacer lo que le viniera en gana? Se giró y frunció el ceño. La patada que lanzó fue puro instinto y dio en plena espinilla.
¡Diablos, Mere! John frotó con brío la parte delantera de su pierna. En seguida extendió la mano y tapó la boca de Mere mientras sonreía a los presentes.
Tiene una imaginación desbordante, lo que a veces nos ocasiona algún que otro problemilla insignificante. Rob, espero que tengas en cuenta que lo que ha comentado Mere es una apreciación nuestra y no un hecho en sí... contempló al hijo de Norris. Maldición, por la expresión de tu cara, imagino que tu padre nada te ha comentado.
Ahora que lo mencionas, no. No me había comentado que estuviera interesado en una mujer.
A Mere se le ocurrió algo que jamás había pensado con anterioridad.
Pero puede estarlo ¿no?
Todos, absolutamente todos se giraron hacia ella.
Quiero decir, nada se lo impide ¿no?
Seguían mirándola como si le hubieran salido cuernos y rabo. ¡Necesitaba ayuda! Dio un codazo a John.
Si no me equivoco, lo que mi atolondrada esposa quiere saber es si tu padre está comprometido con otra señora.
Por un momento Rob sonrió.
No, no parecía estar atado o encariñado con nadie, aunque ahora entiendo el porqué. Desde luego, se ha guardado para sí mismo lo de vuestra abuela.
A Mere se le apareció otra ocurrencia en la mente.
¿Sabe tu padre que estás metido en todo este jaleo?
No creo. Hasta hace unas horas tampoco yo sabía que padre y su Club anduvieran tras la pista de los hombres que ando persiguiendo. Y antes de que me lo preguntes, sí, conozco la existencia del Club, no la identidad de sus miembros hasta el momento, pero sí el hecho de que padre instigara su creación.
John intervino.
¿En qué sentido estás mezclado en el tema?
Rob suspiró resignado, cogiendo fuerzas para relatar la historia vivida hasta entonces.
Doyle y Peter ya están al tanto de algo. Desconozco si mi padre alguna vez ha llegado a hablaros de mí.
Sí, aunque no en demasiadas ocasiones. Nos solemos centrar en los misterios del momento Mere se encogió de hombros.
La sonrisa que apareció en el rostro de Rob resultaba contagiosa. Mere se sorprendió al no haber caído en el parecido. La sonrisa era clavada a la de su padre. La seriedad retornó al ambiente.
Soy inspector de Scotland Yard. Llevamos meses tras una red dedicada al secuestro de jóvenes pero no obteníamos pista alguna. Nuestros confidentes o se niegan a hablar por temor, o realmente desconocen lo que ocurre, por tanto se trata de una organización de las peligrosas.
¿Cuántos meses?
No llega al medio año. La investigación se inició como consecuencia de unas denuncias. El equipo lo formamos un inspector y dos agentes, por lo que podréis imaginar la sensación de impotencia que sentimos. Hace dos meses un chivato, bastante fiable, acudió a nosotros y dijo que unos tipos estaban buscando a alguien con cierta educación, que supiera leer y no tuviera problemas en viajar. La información que nos facilitó fue que se trataba básicamente de ir a recoger muchachos a otras ciudades y trasladarlos a Londres sin hacer preguntas. Era demasiada coincidencia, así que optamos por que uno de nosotros se infiltrara en la organización. Quién debía ser, resultaba evidente...
¿Y tiene algo que ver con las desapariciones?
Sí, pero paso a paso. Al llegar me dijeron que acudiera a la fábrica Saxton y allí hablé con un elemento a tener en cuenta. Se trata de un tipo llamado Anderson, actual capataz de la fábrica. Le nombraron tras la muerte de un tal Abrahams y mi olfato me dice que está involucrado en su muerte.
¿Llegaste a conocer a alguien más?
Algún matón sin importancia, pero quien mueve los hilos es Anderson y protege al que dirige la red como si su pellejo dependiera de ello.
¿Cómo sabes que está relacionado con las desapariciones?
Llevaba unas dos semanas trabajando para Anderson, vigilando un par de casas por orden suya.
¿Casas?
Sí. La razón no la he podido averiguar. Se trata de los domicilios de dos banqueros, gente acomodada y de mediana edad. Casados, pero sin familia. Los investigamos en el Yard pero todo parecía normal.
Las caras de los que le rodeaban parecían desconcertadas.
¿Sabes la razón para ello?
No, pero está todo relacionado. Tan solo debemos descubrir lo que une las piezas.
Pero nada tiene sentido indicó Mere ¿qué pueden tener en común las casas de unos banqueros con Bath y con las desapariciones de los niños?
Todavía no lo sabemos el gesto de Rob fue elocuente. Trasladaba cierta sensación de desamparo. Bien, el capataz me ordenó que hiciera un petate ya que en un par de horas salía de viaje en busca de un paquete. El destino, Bath, más concretamente el hospicio de Santa Clara. En el primer viaje me acompañó Anderson. Mi sorpresa fue mayúscula. Tras hacer noche en la ciudad, de madrugada nos reunimos con una pareja. Conducían un carruaje desvencijado. No dijeron palabra y sin más, me entregaron las riendas. Pregunté al capataz de qué demonios se trataba, y contestó que si quería conservar la lengua en su lugar, metiera las narices en mis asuntos.
Las exclamaciones en el cuarto parecieron sobresaltarle.
Dios, lo siento se incorporó y se acercó a la chimenea, extendiendo las manos como si necesitara calentarse supongo que estar en guardia constantemente hace que cambies, que te embrutezcas aunque no quieras.
John le alentó a seguir con un gesto.
No apartaba las manos del apreciado calor que desprendía el fuego. Mere se dio cuenta en ese momento de que también los hermanos Brandon se hallaban erguidos, tensos. Los examinó a todos. No eran solo los hermanos, incluso ella había cerrado las manos en forma de puño.
Creo que en ese primer viaje perdí algo..., algo de integridad.
¡No! la exclamación surgió de Peter Brandon No. Era eso o arriesgarte a que te descubrieran, amigo mío, o a que te mataran.
Quizá si hubiera hecho caso omiso a ese mal nacido, si hubiera abierto la parte trasera del vehículo.
¡Para! No eres el culpable, Rob.
Mere y John cruzaron sus miradas. Algo ocurría y no entendían qué.
¿A qué os referís?
Rob no parecía en condiciones de hablar y Doyle recogió su testigo.
Al cabo de dos noches apareció en los muelles de la zona norte el cadáver de un muchacho de diecisiete años, Bobby McDougall. Su madre había denunciado su desaparición tres semanas antes, en Bath. Quienes lo recogieron al parecer comentaron que era un chaval llamativo, con un hermoso pelo rojo. Rob cree que lo vio de soslayo por una rendija de la tela que tapaba la parte trasera del carromato.
Rob intervino de nuevo.
Juraría que llegué a ver de refilón esa cabeza y esa cara dentro del carro. Si hubiera hecho algo...
Habrías muerto. Quizá no ese mismo día, pero te habrían borrado del mapa como a Abrahams. No dejan cabos sueltos, Rob. De eso podemos estar seguros expuso John. Y Mere se dio cuenta de que no le faltaba razón.
Estaban mezclados en un asunto que ponía los pelos de punta. Sabía, al girarse hacía su marido, que sus temores se estaban reflejando en su expresión y por ello no le extrañó que la alzara suavemente y la sentara en sus muslos. Nadie pareció sorprenderse con su acción, como si comprendieran perfectamente la necesidad de cobijo, de apoyo o simplemente de cercanía. La besó en la mejilla, con uno de esos besos de mariposa como gustaba a Mere definirlos, tan suaves y profundos.
Rob, tras reponerse algo, continuó.
He realizado otros dos viajes a Bath, al mismo hospicio y a otro diferente, y siempre acompañado, vigilado. Es evidente que Anderson no se fía de mí, aunque tampoco es de extrañar. Es un tipo cauteloso. Sospechamos que en los carros van los muchachos secuestrados. En los últimos meses se han denunciado tres nuevas desapariciones.
¿Sabéis dónde dejan a los muchachos?
Lo estamos intentando, pero somos tres, solo tres, para un maldito asunto que debiera tener todo un regimiento detrás. Sabíamos dónde se dejaba la carga así que Wilkes, uno de los agentes a mis órdenes, se dedicó a vigilar la siguiente entrega. No conseguimos nada salvo que recibiera una cuchillada de uno de los matones de Anderson. Finalmente, ayer ocurrió algo que hizo que acudiera a vosotros con un gesto señaló a los hermanos Brandon Anderson dio la orden de vigilaros y recabar cuantos datos pudiera obtener de vosotros, recalcando que el mayor interés recaía en Peter.
Los hermanos fruncieron el ceño en un gesto parejo. Rob continuó.
Por primera vez ha surgido una pista entre la red de secuestros y los Brandon su expresión reflejaba inquietud presentí desde el comienzo que la desaparición de Peter tenía que ver con el caso.
Puede, Rob, pero no puedes estar seguro.
No. Estoy casi seguro. Resulta demasiada coincidencia que Anderson decida de sopetón investigaros.
¿Y si fuera simplemente como te dijo, que Saxton quiere entrar en tratos de negocios con nosotros?
¿Y averiguar hasta el nombre del sastre que fabrica vuestros calzones?
Todos callaron. Tenía razón, no era algo habitual.
Quizá nosotros tengamos una posible pista anunció John.
Mere lo veía venir, sabía que su marido lo iba a mencionar y se le había olvidado pedirle que no la obligara a hacerlo. Con hacer el ridículo en una o dos ocasiones como mucho, era suficiente; más, podría afectar su autoestima, aunque el bruto de su esposo lo creyera imposible.
Rob abrió los ojos de forma llamativa.
¿De qué hablas?
El día que Mere siguió a Abrahams, este subió a un carruaje que lucía un emblema en su costado. Mere lo vio con claridad aunque le cuesta algo de reojillo miró a su enfurruñada mujer solo un poquito, plasmar lo que vio.
Rob no dudó.
¿Podrías dibujarlo?
¡Rábanos! Odiaba hacer eso.
Mientras Mere divagaba intentando trazar en su mente un bosquejo de lo que había visto, Peter se hizo con hojas y pluma.
Mere agarró el material como si fuera la soga del cadalso y tras dirigir una mirada envenenada al bruto, se puso a la tarea. De fondo escuchaba frases sueltas de la conversación que continuaba ajena a ella o palabras que le llamaban la atención, pero bastante tenía con lo suyo.
Bueno, no había quedado tan nefasto como en la última intentona.
Ya está su expresión era de satisfacción. Se parecía bastante a lo que había visto.
Todos se giraron y nadie habló. Eso sí, parpadeaban.
Parece... un burro lanudo.
La ojeada que lanzó a su marido tendría que haberle volatilizado, y más al ver que se aguantaba la risa. ¡El muy canalla! Eso sí, su sonrisa se congeló en cuanto apreció la expresión de Mere.
Bueno, valía la pena intentarlo por si os recordaba a algún escudo o emblema.
Las miradas que recibió eran difíciles de interpretar, así que optó por cambiar el rumbo de la conversación.
¿Y qué se puede hacer?
Hemos estado tanteando todas las posibilidades. Lograr algo en las entregas y recogidas de los muchachos está descartado ya que jamás me permitirán hacerlo solo. La investigación relacionada con las casas está en punto muerto al no haber logrado nueva información; y para colmo mi superior se ha negado rotundamente a ampliar el número de agentes. La única idea que se nos ha ocurrido es demasiado alocada para seguir adelante con ella.
¿Cuál es? lanzó Mere.
John enarcó las cejas.
Introducir a alguien en el grupo de muchachos y así lograr meter a uno de los nuestros en el interior de la red, pero no disponemos de ningún agente que pueda hacerse pasar por un chico joven, y además es excesivamente arriesgado.
A Mere la maraña de ideas casi le embotó la mente.
¿Y quién dice que deba ser un hombre? ¿Por qué no una mujer disfrazada de muchacho?
La explosión fue inmediata. Casi cayó al suelo del bote que pegó John.
¡Por nada del mundo, enana! Aunque que tenga que pegarte con cola a mi costado el tiempo que dure pillar a los cabrones que están metidos en esto.
Mere suspiró con resignación.
Cielo, te estás adelantando a los acontecimientos.
Y un cuerno...
¡John! Hay damas delante.
Ya, y te conocen lo suficiente como para imaginar lo que discurre por tu cerebro, así que seguramente estarán jurando en hebreo para sus adentros. ¿Sí o no? se giró hacia Jules y Julia quienes sacudieron con entusiasmo sus cabezas apoyando sus palabras. Se volvió hacia Mere todo satisfecho ¿Ves?
¿Podríamos hablarlo con tranquilidad y sosiego, en la intimidad?
Si quieres, sí, pero vas a lograr cero patatero, amor.
Eso no es hablarlo.
Ajá.
Sabes que si me chinchas reacciono.
No en esta ocasión, cielo, o te las verás conmigo.
¡No puedes impedirme hacer lo que quiera!
¿Ah, no?
No.
Y eso ¿quién lo dice?
Yo, so bruto.
Pues este bruto te dice que no.
A Mere se le habían agotado las ideas. Resultaba meridianamente imposible razonar con él cuando actuaba así. Daba igual. Ya se lo camelaría cuando no tuvieran una expectante audiencia. Pese a ello, por Dios que iba a decir la última palabra.
Eres un ¡podenco!
El beso que siguió a continuación delante de todos, diablos, la humedeció por todas partes. La saboreó y se deleitó con ella, con su sabor, su olor y su evidente vergüenza, el muy canalla y la derritió por completo.
Mere lo miró, medio mareada. ¿De qué acababan de hablar? De fondo se escuchaban risillas aleladas.
Estabas avisada.