IX

Se sentía tan a gusto. Estaba sobre algo cálido y suave, pero a la vez, firme. Todavía en medio del despertar caviló acerca de qué podría ser eso tan cómodo. Comenzó a indagar con la mano y aspiró profundamente. El olor era inconfundible, ¡estaba sobre John! Su corazón se aceleró de inmediato hasta que recordó que todo estaba bien, que estaban casados y que... ¡podía hacer con él lo que le diera la gana!

Se le ocurrieron tantas ideas que por un breve momento su cerebro se ofuscó. Era lo que le solía ocurrir por tener una imaginación tan calenturienta. Lo primero era lo primero. Incorporarse con suprema lentitud para evitar que John se despertara. Le costó lo indecible e incluso hubo un momento en que el grandullón murmujeó algo incomprensible salvo la palabra enana. Con plena satisfacción pensó que hasta soñaba con ella.

Incorporada del todo se quedó mirando a su señor marido tendido en el lecho, todo despatarrado, con el pecho al descubierto, y las piernas tapadas por las sábanas, agotado seguramente por la actividad nocturna. Ella no le iba a la zaga, sentía el cuerpo algo dolorido y, diantre, juraría que aun podía sentirlo en su interior.

Sin duda, eso le satisfacía. Lo que la dejaba insatisfecha era que permaneciera tapado. Había llegado el momento de observar, curiosear, toquetear y saborear. Mere sonrió con descaro. Con solo observar ese musculoso pecho y esos bíceps ya le estaban dando arritmias, rábanos. Pero el torso lo había visto ya en numerosas ocasiones, lo que se le ocultaba a la vista era lo que la intrigaba. Lo había sentido dentro, muy dentro pero ahora quería estudiarlo con detenimiento. Apartó lentamente las sábanas con la mano. Lo primero que le llamó la atención fue el vientre tenso y sin una gota de grasa. Ciertamente qué mal repartido estaba el mundo. Le chiflaba como se le marcaban esas caderas robustas y esos muslos. Madre mía. Con el índice no pudo evitar recorrer esa larga extensión pero se paralizó de inmediato al notar un ligero movimiento de John.

Le observó detenidamente hasta que decidió que seguía dormido. Sus ojos se dirigieron a esa parte de su anatomía tan radicalmente opuesta a la de ella. ¡Vaya! era muy grande, alargado y grueso. Aunque por cómo lo sentía al entrar en ella, no le sorprendía. Nuevamente acercó su mano y lo agarró. No le importaba demasiado que se despertara. Incluso casi mejor. Lo sospesó. De inmediato notó que se agrandaba. Uauh... pensó, y se quedó mirando fijamente, más próxima cada vez al objeto de su atención. Algo le dijo que la estaban observando. Alzó la vista y se percató de que John la estaba escudriñando atentamente con los puños cerrados y tiesos, como un poste. Lo único que se movía era su miembro, que crecía a pasos agigantados.

Demonios, enana, dime que ya has terminado de observar.

Mere sonrió de oreja a oreja.

Ni por asomo. Anoche me dijiste que por la mañana podría hacer lo que quisiera.

No seas cruel y ten un poco de piedad, cariño.

Lo cierto es que parecía estar sufriendo. Nada le impedía expresar su curiosidad.

¿Te duele?

¿En este momento? se observó a sí mismo ¿tú qué crees?

Que está enorme y parece a punto de explotar.

No lo podría haber descrito con mayor precisión.

¿Por qué no te acercas y me alivias algo? No me hagas suplicar.

La imagen del grandullón suplicando la puso nerviosísima y excitada. Mere se acercó a trompicones posicionándose a su costado, de rodillas. Sorpresivamente le agarró del miembro, en un impulso, haciendo que John arqueara las caderas. Mere sintió la convulsión de este en su mano. Era inmenso, por Dios. Comenzó un suave masaje por toda su largura. Suave y despacio. Lento.

Más rápido gimió John.

La reacción no se hizo esperar. Incrementó el tempo de las caricias, haciéndolas más agresivas. Deslizó los ojos por ese glorioso cuerpo que comenzaba a transpirar. De esos suculentos labios salían suspiros y gimoteos. Y a Mere le encantaba ya que se los causaba ella. Al parecer estaba haciendo algo bien. John lanzó una mezcla de entre quejido y gemido. Mejor que bien... Resolvió aumentar la velocidad y en pocos segundos, las caricias se vieron acompasadas con el vaivén de las caderas de John. Se notaba a sí misma cada vez más tensa y húmeda ya que la visión que percibían sus ojos era impresionante. Mere sintió la necesidad de algo. De hacer algo. Sin pensar, dejándose llevar por el instinto se inclinó y rodeó la inmensa cabeza del miembro con sus labios. No dispuso de más tiempo.

¡Joder! gritó John.

A continuación sintió que se estremecía y que su boca se llenaba de algo cálido y suave. Con la lengua acarició la punta y chupó.

¡Dioses!

En esta ocasión no le permitió seguir jugando con su boca. John separó los muslos al máximo y aferrándola bajo los brazos la arrastró hacia él, ubicándola en el hueco entre ellos. La agarró del trasero y lo apretó con codicia. La besó con lentitud recorriéndole el interior de la boca con calma, con avidez. Repentinamente le aferró la parte trasera de los muslos y se los abrió al tiempo que cerraba los suyos dejando a Mere a horcajadas sobre él. Acarició el contorno de sus caderas, su cintura y siguió por las costillas, causándole un ligero cosquilleo que hizo que ella se retorciera.

¡John!

Las manos siguieron su ascendente camino hasta llegar a los pechos. Pero no se detuvo. Afianzó sus manos en la zona y la elevó a pulso, hasta que quedó sentada sobre su cintura y los pechos a la altura de su voraz boca. Con los dientes mordisqueó el pezón izquierdo y a continuación lo lamió. Era una completa tortura hasta el punto que Mere comenzó a encogerse. Esos dientes y esa lengua... Mere tan solo era capaz de aferrarse a su pelo y sentir.

Demonios, de nuevo estoy ansioso por ti. Cielo, ¿estás muy dolorida? a la vez que le preguntaba una de sus manos había resbalado hacia abajo, hasta su hendidura y con extrema delicadeza separaba los rizos que la cubrían, adentrando suavemente un dedo en ella. Mere se apartó ligeramente ya que estaba bastante dolorida. John no insistió.

Dios, cariño, lo siento pero me tienes loco. No me di cuenta de que te hacía daño.

Mere se separó de él, de esa boca.

¡No lo hiciste! Lo de anoche fue... maravilloso. Es tan solo que eres muy grande e imagino...

...que pasará algo de tiempo hasta que me puedas acomodar sin quedar algo dañada, sobre todo si nos amamos varias veces terminó por ella John.

Mere se le quedó mirando. Le amaba.

Ven aquí la extendió sobre él queda poco para que bajemos a desayunar e imagino que los cotillas de tus hermanos, y si no me equivoco unas cuantas personas más, querrán apreciar por si mismos nuestro estado de salud.

Ahora lo miró espantada. John le besó en la punta de la nariz.

Debemos reponer fuerzas para enfrentarnos a semejante huracán, enana le palmeó el trasero y después se lo acarició. Era una dulce manera de despertar.

*****

Amor entre acertijos
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