«Como una alta tormenta, regular en su llegada, pero siempre inesperada».
La palabra Desolación se usa dos veces en referencia a sus apariciones. Véanse páginas 57, 59 y 64 de Historias a la luz de la hoguera.
—He tomado mi decisión —declaró Shallan.
Jasnah dejó su investigación. En un inusitado momento de deferencia, apartó sus libros y permaneció sentada de espaldas al Velo, mirando a Shallan.
—Muy bien.
—Lo que hiciste fue a la vez legal y justo, en el sentido estricto de las palabras —dijo Shallan—. Pero no fue moral, y desde luego no fue ético.
—¿Entonces moralidad y legalidad son cosas distintas?
—Casi todas las filosofías están de acuerdo en que lo son.
—¿Pero qué piensas tú?
Shallan vaciló.
—Sí. Puedes ser moral sin seguir la ley, y puedes ser inmoral siguiéndola.
—Pero también has dicho que lo que hice fue «justo» pero no «moral». La distinción entre esos dos términos parece menos fácil de establecer.
—Una acción puede ser justa —dijo Shallan—. Es simplemente algo hecho, visto sin considerar la intención. Matar a cuatro hombres en defensa propia es justo.
—¿Pero no es moral?
—La moralidad se aplica a tu intención y al contexto superior de la situación. Buscar hombres para matarlos es un acto inmoral, Jasnah, no importa cuál sea el resultado.
Jasnah dio un golpecito a su mesa con la uña. Llevaba puesto el guante, las gemas del moldeador de almas roto abultaban debajo. Habían pasado dos semanas. Sin duda ya había descubierto que no funcionaba. ¿Cómo podía estar tan tranquila?
¿Intentaba arreglarla en secreto? Tal vez temía que si revelaba que estaba rota, perdería poder político. ¿O se había dado cuenta de que la habían cambiado por un moldeador de almas diferente? ¿Era posible, a pesar de todas las probabilidades en contra, que no hubiera intentado usar el moldeador de almas? Shallan tenía que marcharse dentro de poco. Pero si lo hacía antes de que Jasnah descubriera el cambio, se arriesgaba a que la princesa probara su moldeador de almas justo después de su marcha, lo que haría recaer las sospechas directamente en ella. La ansiosa espera estaba volviendo loca a Shallan.
Finalmente, Jasnah asintió, y regresó a su investigación.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó Shallan—. Acabo de acusarte de asesinato.
—No, el asesinato es una definición legal. Has dicho que maté sin ética.
—¿Crees que estoy equivocada, entonces?
—Lo estás. Pero acepto que crees lo que estás diciendo y has puesto detrás un pensamiento racional. He examinado tus notas, y creo que comprendes las diversas filosofías. En algunos casos, pienso que fuiste bastante reflexiva en tu interpretación. La lección fue instructiva —abrió su libro.
—¿Y eso es todo?
—Por supuesto que no —dijo Jasnah—. Seguiremos estudiando filosofía en el futuro; por ahora, me contento con que hayas establecido unas bases sólidas sobre el tema.
—Pero decidí que hiciste mal. Sigo pensando que hay una Verdad absoluta ahí fuera.
—Sí —dijo Jasnah—, y tardaste dos semanas de esfuerzo en llegar a esa conclusión. —La princesa alzó la cabeza y la miró a los ojos—. No fue fácil, ¿verdad?
—No.
—Y sigues preguntándotelo, ¿no?
—Sí.
—Es suficiente. —Jasnah entornó ligeramente los ojos, y una sonrisa de consolación asomó a sus labios—. Si te ayuda a luchar con tus sentimientos, niña, quiero que comprendas que intenté hacer el bien. A veces me pregunto si podría hacer más con mi moldeador de almas. —Volvió a su lectura—. Quedas libre durante el resto del día.
Shallan parpadeó.
—¿Qué?
—Libre. Puedes irte. Haz lo que quieras. Sospecho que te pasarás el día dibujando mendigos y camareras, pero es cosa tuya. Me las apañaré sin ti.
—¡Sí, brillante! Gracias.
Jasnah hizo un gesto de despedida y Shallan recogió su carpeta y salió rápidamente del reservado. No había tenido tiempo libre desde el día en que salió a dibujar sola a los jardines. La reprendieron amablemente por ello: Jasnah la había dejado en sus habitaciones para que descansara, no para que saliera a dibujar.
Shallan esperó impaciente mientras los porteros parshmenios bajaban el ascensor hasta la planta baja del Velo, y luego recorrió a toda prisa el cavernoso salón central. Un largo paseo más tarde, llegó a los aposentos de invitados, donde saludó a los maestros de sirvientes que trabajaban allí. Medio guardias, medio conserjes, llevaban el control de quienes entraban y salían.
Utilizó la gruesa llave de bronce para abrir la puerta de las habitaciones de Jasnah, y luego entró y echó el cerrojo. El pequeño estudio, amueblado con una alfombra y dos sillas junto a la chimenea, estaba iluminado por topacios. La mesa todavía contenía una copa medio llena de vino naranja de los estudios de Jasnah de la noche anterior, junto con unas cuantas migajas de pan en un plato.
Shallan corrió a su propia cámara, cerró la puerta y sacó el moldeador de almas de su bolsa segura. El cálido brillo de las gemas bañó su rostro de luz blanca y roja. Eran tan grandes, y por tanto tan brillantes, que era difícil mirarlas directamente. Cada una valdría diez o veinte broams.
Se había visto obligada a esconderlas en el exterior durante la reciente alta tormenta para infundirlas, cosa que la había llenado de ansiedad. Inspiró profundamente, se arrodilló y sacó un palito de madera de debajo de la cama. Semana y media de prácticas, y todavía no había conseguido que el moldeador de almas hiciera…, bueno, nada. Había intentado dar golpecitos a las gemas, girarlas, agitar la mano, cerrar el puño imitando con total exactitud a Jasnah. Había estudiado todas las imágenes que había dibujado del proceso. Intentó hablar, concentrarse e incluso suplicar.
Sin embargo, había encontrado un libro el día antes que ofrecía lo que le pareció una pista útil. Decía que canturrear, nada menos, podía volver más efectiva a un moldeador de almas. Era solo una referencia de pasada, pero era más de lo que había encontrado en ningún otro sitio. Se sentó en la cama y se obligó a concentrarse. Cerró los ojos, sujetando el palo e imaginando que se transformaba en cuarzo. Entonces empezó a canturrear.
No sucedió nada. Siguió canturreando, probando distintas notas, concentrándose todo lo que pudo. Mantuvo su atención en la tarea durante más de media hora, pero al final su mente acabó por divagar. Una nueva preocupación empezó a roerla. Jasnah era una de las eruditas más brillantes e inteligentes del mundo. Había dejado el moldeador de almas donde la podían coger. ¿Habría engañado intencionadamente a Shallan con una falsificación?
Parecía una molestia demasiado grande. ¿Por qué no tirar de la manta y descubrir que Shallan era una ladrona? El hecho de que no pudiera hacer funcionar el moldeador de almas la llevaba a buscar explicaciones plausibles.
Dejó de canturrear y abrió los ojos. El palo no había cambiado. «Vaya pista», pensó, apartando el palo con un suspiro. Tenía tantas esperanzas…
Se tumbó en la cama, descansando, contemplando el techo de piedra marrón, cavado directamente en la montaña, como el resto del Cónclave. Aquí habían dejado la piedra sin pulir, evocando el techo de una cueva. Era bastante bonito, de un modo sutil que no había advertido antes, los colores y contornos de la roca ondulando como un estanque agitado.
Sacó una hoja de su carpeta y se puso a dibujar las rocas. Un boceto para calmarla, y luego volvería al moldeador de almas. Tal vez debería intentarlo de nuevo con la otra mano.
No podía capturar los colores de los estratos, no con carboncillo, pero sí registrar la forma fascinante en que los estratos se entremezclaban. Como una obra de arte. ¿Habría tallado este techo intencionadamente algún picapedrero, creando esta sutil creación, o era un accidente de la naturaleza? Sonrió, imaginando a un albañil saturado de trabajo advertir el hermoso grano de la roca y decidiendo formar un patrón en onda para su propio deleite y sentido de la belleza.
—¿Qué eres?
Shallan soltó un grito, incorporándose, y la libreta cayó de su regazo. Alguien había susurrado las palabras. ¡Las había oído claramente!
—¿Quién está ahí? —preguntó.
Silencio.
—¡Quién está ahí! —exigió con más fuerza, su corazón latiendo velozmente.
Algo sonó desde el saloncito ante su puerta. Shallan dio un salto, ocultando bajo una almohada la mano que llevaba el moldeador de almas cuando vio que la puerta se abría y revelaba a una vieja criada del palacio, ojos oscuros, vestida con un uniforme blanco y negro.
—¡Oh, cielos! —exclamó la mujer—. No tenía ni idea de que estuvieras aquí, brillante. —Hizo una reverencia.
Una criada de palacio. Venía a limpiar la habitación, como hacía todos los días. Concentrada en su meditación, Shallan no la había oído entrar.
—¿Por qué me hablaste?
—¿Hablarte, brillante?
—Tú…
No, la voz había sido un susurro, y procedía claramente de dentro de la habitación de Shallan. No podía haber sido la criada.
Se estremeció y miró alrededor. Pero era una tontería. La diminuta habitación era fácil de inspeccionar. No había Portadores del Vacío ocultos en los rincones ni debajo de la cama.
¿Entonces, qué había oído? «Los sonidos de la mujer al limpiar, obviamente». La mente de Shallan había interpretado aquellos sonidos aleatorios por palabras.
Obligándose a relajarse, Shallan miró el saloncito más allá. La mujer había retirado la copa de vino y las migajas. Había una escoba apoyada contra la pared. Además, la puerta de Jasnah estaba entreabierta.
—¿Has estado en la habitación de la brillante Jasnah? —preguntó.
—Sí, brillante —respondió la mujer—. Arreglando su escritorio, haciendo la cama…
—A la brillante Jasnah no le gusta que entren en su habitación. Les ha dicho a las criadas que no la limpien.
El rey había prometido que sus criadas eran elegidas con mucho cuidado, y nunca había habido ningún robo, pero Jasnah había insistido de todas formas en que ninguna entrara en su dormitorio.
La mujer palideció.
—Lo siento, brillante. ¡No me había enterado! No me dijeron…
—No importa —dijo Shallan—. Más vale que vayas y le digas lo que has hecho. Siempre se da cuenta de si han tocado sus cosas. Será mejor para ti si vas a verla y se lo explicas.
—S…, sí, brillante. —La mujer volvió a hacer una reverencia.
—De hecho —dijo Shallan, mientras se le ocurría algo—. Deberías ir ahora mismo. No tiene sentido posponerlo.
La madura criada suspiró.
—Sí, por supuesto, brillante.
Se retiró. Unos segundos más tarde la puerta exterior se cerró.
Shallan se incorporó de un salto, se quitó el moldeador de almas y lo guardó de nuevo en su bolsa segura. Corrió al exterior, el corazón martilleándole, la extraña voz olvidada mientras aprovechaba la oportunidad para echar un vistazo en la habitación de Jasnah. Era improbable que descubriera algo útil sobre el moldeador de almas, pero no podía dejar correr la oportunidad…, no con la criada para echarle la culpa de haber movido las cosas.
Solo sintió un atisbo de culpa. Ya le había robado a Jasnah. Comparado con eso, curiosear en su habitación no era nada.
El dormitorio era más grande que el de Shallan, aunque seguía pareciendo estrecho, debido a la inevitable falta de ventanas. La cama, una monstruosidad con cuatro postes, ocupaba la mitad del espacio. El tocador estaba contra la pared del fondo, y a su lado la mesita de la que Shallan había robado originalmente el moldeador de almas. Aparte de eso, en la habitación solo estaba el escritorio, con los libros apilados en el lado izquierdo.
Shallan nunca había tenido una oportunidad de mirar los cuadernos de Jasnah. ¿Era posible que tomara notas sobre el moldeador de almas? Shallan se sentó ante la mesa, abrió rápidamente el cajón superior y rebuscó entre los pinceles, lápices de carboncillo y hojas de papel. Todo estaba muy bien ordenado, y el papel estaba en blanco. El cajón superior derecho tenía tinta y cuadernos vacíos. El cajón inferior izquierdo, una pequeña colección de libros de referencia.
Además de los libros que había sobre el escritorio. Jasnah tendría consigo la mayoría de sus cuadernos de notas, ya que estaba trabajando. Pero…, sí, aquí quedaban unos cuantos. Temblando, Shallan cogió los tres finos volúmenes y se los plantó delante.
Notas sobre Uriziru, anunciaba el primero. El cuaderno estaba lleno, según parecía, de citas y anotaciones de los diversos libros que Jasnah había encontrado. Todos hablaban de ese lugar, Uriziru. Jasnah se lo había mencionado antes a Kabsal.
Shallan apartó el libro y miró el siguiente, esperando encontrar alguna mención del moldeador de almas. Este cuaderno estaba completamente lleno de notas, pero no tenía título. Shallan lo hojeó y leyó algunas entradas. «Los de ceniza y fuego, que mataban como un enjambre, implacables ante los Heraldos». Anotado en Masly, página 337. Corroborado por Coldwin y Hasavah.
«Se llevan la luz, donde quiera que acechen. Piel que arde». Cormshen, página 104.
«Cambiaron, incluso cuando los combatíamos. Eran como sombras que pueden transformarse mientras baila la llama. Nunca los subestimes por lo que ves primero». Se dice que es un borrador recopilado por Talatin, Radiante de la Orden de los Guardapiedras. La fuente (Encarnado, de Guvlow) se considera fiable, aunque esto procede de un fragmento copiado de El poema de la séptima mañana, que se ha perdido.
Seguía así, página tras página. Jasnah le había enseñado su método de tomar notas: cuando el cuaderno estaba lleno, cada artículo era evaluado de nuevo para comprobar su validez y utilidad y se copiaba en otros cuadernos distintos y más específicos.
Frunciendo el ceño, Shallan le echó un vistazo al último cuaderno. Se centraba en Natanatan, las Montañas Irreclamadas y las Llanuras Quebradas. Recopilaba registros de descubrimientos de cazadores, exploradores o mercaderes que buscaban un paso fluvial hacia Nueva Natanatan. De los tres cuadernos, el más grande era el dedicado a los Portadores del Vacío.
Los Portadores del Vacío otra vez. Mucha gente en sitios rurales hablaba entre susurros de ellos y de otros monstruos de la oscuridad. Los susurrantes, o susurradores de las tormentas, o incluso los temidos nochespren. Sus severas tutoras le habían enseñado a Shallan que eran supersticiones, inventos de los Radiantes Perdidos, que usaban historias de monstruos para justificar su dominio sobre la humanidad.
Los fervorosos enseñaban otra cosa. Hablaban de los Radiantes Perdidos (llamados entonces los Caballeros Radiantes), que combatieron a los Portadores del Vacío durante la guerra por Roshar. Según estas enseñanzas, solo después de derrotar a los Portadores del Vacío (y la marcha de los Heraldos) cayeron los Radiantes.
Ambos grupos estaban de acuerdo en que los Portadores del Vacío ya no existían. Inventos o enemigos largamente derrotados, el resultado era el mismo. Shallan podía creer que algunas personas, incluso algunos eruditos, podrían creer que los Portadores del Vacío existían todavía, acechando en la oscuridad. ¿Pero Jasnah, la escéptica? ¿Jasnah, que negaba la existencia del Todopoderoso? ¿Podía ser tan retorcida como para negar la existencia de Dios y aceptar sin embargo la existencia de sus enemigos mitológicos?
Llamaron a la puerta exterior. Shallan dio un salto, llevándose la mano al pecho. Volvió a colocar apresuradamente los libros sobre el escritorio en el mismo orden y orientación. Entonces, azorada, corrió a la puerta. «Jasnah no llamaría, idiota», se dijo. Descorrió el cerrojo y abrió la puerta una rendija.
Fuera estaba Kabsal. El guapo fervoroso ojos claros alzó una cesta.
—He oído decir que tienes el día libre. —Sacudió la cesta, tentador—. ¿Te apetece un poco de mermelada?
Shallan se calmó, y luego miró las habitaciones abiertas de Jasnah. Debería investigar más. Se volvió hacia Kabsal, con intención de decirle que no, pero sus ojos eran irresistibles. Aquel atisbo de sonrisa en su rostro, aquella postura relajada y confiada.
Si se iba con Kabsal, tal vez podría preguntarle qué sabía de los moldeadores de almas. Sin embargo, no fue eso lo que la hizo decidirse. La verdad era que necesitaba relajarse. Había estado tan nerviosa últimamente, el cerebro embotado de filosofía, cada momento libre intentando hacer que el moldeador de almas funcionara. ¿Era extraño que estuviera oyendo voces?
—Me encantaría un poco de mermelada —declaró.
—Mermelada de baya verdadera —dijo Kabsal, alzando el frasquito verde—. Es azishiana. Las leyendas dicen que los que consumen las bayas solo dicen verdades hasta la siguiente puesta de sol.
Shallan alzó una ceja. Estaban sentados en cojines sobre una manta en los jardines del Cónclave, no lejos de donde ella había experimentado por primera vez con el moldeador de almas.
—¿Y es cierto?
—Difícilmente —dijo Kabsal, abriendo el frasco—. Las bayas son inofensivas. Pero las hojas y tallos de la planta de baya verdadera, si se queman, desprenden un humo que llena a la gente de euforia y embriaguez. Parece que a menudo reúnen los tallos para hacer hogueras. Se comen las bayas en torno al fuego y tienen una noche…, interesante.
—Me extraña… —empezó a decir Shallan, pero se mordió los labios.
—¿Qué?
Ella suspiró.
—Me extraña que no sean conocidas como preñabayas, teniendo en cuenta… —Se ruborizó.
Él se echó a reír.
—¡Buen argumento!
—Padre Tormenta —dijo ella, ruborizándose aún más—. Soy terrible a la hora de comportarme con decoro. Venga, dame un poco de mermelada de esa.
Él sonrió y le pasó una rebanada de pan untado con mermelada verde. Un parshmenio de ojos sombríos, cosa típica por vivir dentro del Cónclave, estaba sentado en el suelo junto a una pared de cortezapizarra, actuando como improvisada carabina. A Shallan le parecía extraño estar aquí con un hombre de casi su edad y solo un parshmenio asistiéndolos. Era liberador. Exuberante. O tal vez era solo cosa de la luz del sol y el aire libre.
—También soy una erudita terrible —dijo ella, cerrando los ojos e inspirando profundamente—. Me gusta demasiado salir.
—Muchos de los mayores eruditos se pasaron la vida viajando.
—Y por cada uno de ellos hubo cien más encerrados en un agujero de una biblioteca, enterrado en libros.
—Y no habrían querido otra cosa. La mayoría de la gente que tiene tendencia a investigar prefiere sus agujeros y bibliotecas. Pero tú no. Eso hace que seas misteriosa.
Ella abrió los ojos, sonriéndole, y luego dio un fuerte bocado a su pan con mermelada.
—Bueno —dijo mientras masticaba—, ¿te sientes más sincero, ahora que has probado la mermelada?
—Como fervoroso que soy, mi deber y mi llamada son ser sincero en todo momento.
—Naturalmente —dijo ella—. Yo también soy sincera. Tan sincera, de hecho, que a veces expulso las mentiras por la boca. No hay lugar para ellas dentro de mí.
Él se rio de buena gana.
—Shallan Davar. No puedo imaginar a nadie tan dulce como tú murmurando una sola falsedad.
—Entonces, por tu cordura, las diré de dos en dos —sonrió—. Me lo estoy pasando fatal, y esta comida está horrible.
—¡Acabas de rebatir todo el saber y la mitología relacionadas con comer mermelada de baya verdadera!
—Bien. La mermelada no debería tener saberes ni mitologías. Debe ser dulce, colorida y deliciosa.
—Como las damas jóvenes, supongo.
—¡Hermano Kabsal! —Ella se volvió a ruborizar—. Eso no ha sido nada adecuado.
—Y sin embargo sonríes.
—No puedo evitarlo. Soy dulce, colorida y deliciosa.
—Tienes razón en lo de colorida —dijo él, claramente divertido ante su rubor—. Y en lo de la dulzura. No puedo saber si eres deliciosa…
—¡Kabsal! —exclamó ella, aunque no estaba del todo escandalizada. Se había dicho a sí misma que él solo estaba interesado en ella para proteger su alma, pero cada vez le resultaba más difícil de creer. Pasaba a verla al menos una vez por semana.
Él se rio de su vergüenza, pero eso solo la hizo ruborizarse aún mas.
—¡Basta! —Se puso la mano delante de los ojos—. ¡Debo de tener la cara del color del pelo! No deberías decir esas cosas: eres un hombre de religión.
—Pero sigo siendo un hombre, Shallan.
—Uno que decía que su interés en mí era solo académico.
—Sí, académico —dijo él, abstraído—. Dedicado a muchos experimentos y mucha información de campo de primera mano.
—¡Kabsal!
Él se rio de buena gana, mientras daba un bocado a su pan.
—Lo siento, brillante Shallan. ¡Pero no puedo evitar esa reacción!
Ella gruñó y bajó la mano, pero sabía que él decía aquellas cosas, en parte, porque lo animaba. No podía evitarlo. Nadie le había mostrado nunca el tipo de interés que él le mostraba cada vez más. Le gustaba: le gustaba hablar con él, le gustaba escucharlo. Era una forma maravillosa de romper la monotonía del estudio.
No había, naturalmente, ninguna posibilidad de unión. Suponiendo que ella pudiera proteger a su familia, tendría que buscar un buen matrimonio político. Tontear con un fervoroso propiedad del rey de Kharbranth no le serviría a nadie.
«Pronto tendré que empezar a insinuarle la verdad —pensó—. Él debe saber que esto no va a ninguna parte. ¿No?»
Kabsal se inclinó hacia ella.
—Eres de verdad lo que pareces ¿no, Shallan?
—¿Capaz? ¿Inteligente? ¿Encantadora?
Él sonrió.
—Auténtica.
—Yo no diría eso.
—Lo eres. Lo veo en ti.
—No soy tan auténtica. Soy ingenua. He vivido toda mi infancia en la mansión de mi familia.
—No tienes aires de reclusa. Te muestras tranquila conversando.
—He tenido que aprender a hacerlo. Pasé casi toda mi infancia sin ninguna compañía, y detesto a los interlocutores aburridos.
Él sonrió, aunque sus ojos mostraban preocupación.
—Me parece una lástima que alguien como tú no llame la atención. Es como colgar un hermoso cuadro de cara a la pared.
Ella se apoyó en su mano segura y se terminó el pan.
—Yo no diría que careciera de atención, no cuantitativamente, desde luego. Mi padre me prestó mucha atención.
—He oído hablar de él. Un hombre con fama de severo.
—Es… —Tenía que fingir que su padre seguía vivo—. Mi padre es un hombre apasionado y virtuoso. Nunca las dos cosas a la vez.
—¡Shallan! Puede que eso sea lo más ingenioso que te he oído decir.
—Y tal vez lo más sincero. Por desgracia.
Kabsal la miró a los ojos, buscando algo. ¿Qué veía?
—No pareces apreciar mucho a tu padre.
—Otra declaración sincera. Las bayas nos están haciendo efecto.
—¿Es un hombre duro, entonces?
—Sí, pero nunca conmigo. Soy demasiado preciosa. Su hija perfecta e ideal. Verás, mi padre es exactamente el tipo de hombre que cuelga un cuadro de cara a la pared. Así no pueden ensuciarlo los ojos indignos ni tocarlo unos dedos indignos.
—Es una lástima. Me pareces muy tocable.
Ella lo miró con mala cara.
—Y te he dicho que se acabaron esas bromas.
—No era ninguna broma —dijo él, mirándola con sus profundos ojos azules. Ojos sinceros—. Me intrigas, Shallan Davar.
Ella sintió que se le aceleraba el corazón. Extrañamente, también sintió que el pánico crecía en su interior.
—No debería ser intrigante.
—¿Por qué no?
—Los acertijos lógicos son intrigantes. Los cálculos matemáticos pueden ser intrigantes. Las maniobras políticas son intrigantes. Pero las mujeres…, solo deben ser un misterio.
—¿Y si creo que empiezo a comprenderte?
—Entonces estoy en seria desventaja. Ya que no me comprendo a mí misma.
Él sonrió.
—No deberíamos hablar así, Kabsal. Eres fervoroso.
—Un hombre puede abandonar el fervor, Shallan.
Ella sintió un escalofrío. La miraba fijamente, sin pestañear. Guapo, bien hablado, ingenioso. «Esto podría volverse muy peligroso muy rápidamente», pensó.
—Jasnah piensa que te acercas a mí porque quieres su moldeador de almas —estalló Shallan. Entonces dio un respingo. «¡Idiota! ¿Esa es tu respuesta cuando un hombre da a entender que podría dejar el servicio al Todopoderoso para poder estar contigo?».
—La brillante Jasnah es muy lista —dijo Kabsal, cortando otro trozo de pan.
Shallan parpadeó.
—¡Oh! ¿Quieres decir que tiene razón?
—La tiene y no la tiene —dijo Kabsal—. Al devotario le gustaría mucho, muchísimo, conseguir ese fabrial. Pensaba pedirte ayuda en algún momento.
—¿Pero?
—Pero mis superiores pensaron que era una idea terrible. —Hizo una mueca—. Piensan que el rey de Alezkar es tan volátil que marcharía a la guerra contra Kharbranth por ella. Los moldeadores de almas no son hojas esquirladas, pero pueden resultar igualmente importantes. —Sacudió la cabeza y le dio un mordisco al pan—. Elhokar Kholin debería avergonzarse por permitir a su hermana usar ese fabrial, sobre todo de manera tan baladí. Pero si lo robáramos… Bueno, las repercusiones podrían sentirse en toda la Roshar vorin.
—¿Ah, sí? —dijo Shallan, sintiéndose enferma.
Él asintió.
—La mayoría de la gente no piensa en ello. Yo no lo hice. Los reyes gobiernan y hacen la guerra con las esquirlas, pero sus ejércitos subsisten gracias a los moldeadores de almas. ¿Tienes idea del tipo de líneas de suministro y personal de apoyo que sustituyen los moldeadores de almas? Sin ellas, la guerra es virtualmente imposible. ¡Se necesitarían cientos de carros llenos de comida cada mes!
—Supongo que…, eso sería un problema. —Ella inspiró profundamente—. Me fascinan estos moldeadores de almas. Siempre me he preguntado cómo sería usar uno.
—Yo también.
—¿Entonces nunca has empleado uno?
Él sacudió la cabeza.
—No hay ninguno en Kharbranth.
«Cierto —pensó ella—. Naturalmente. Por eso el rey necesitó que Jasnah ayudara a su nieta».
—¿Has oído alguna vez a alguien hablar de cómo se usan? —se estremeció ante la descarada pregunta. ¿Lo estaría haciendo sospechar?
Él asintió, ausente.
—Hay un secreto en ello, Shallan.
—¿De veras? —preguntó ella, el corazón en la garganta.
Él la miró, como si fuera un conspirador.
—En realidad no es tan difícil.
—¿Es…? ¿Qué?
—Es cierto. Lo he oído decir a varios fervorosos. Hay demasiadas sombras y rituales en torno a los moldeadores de almas. Los mantienen rodeados de misterio, no los utilizan donde la gente pueda verlos. Pero la verdad es que no tienen ningún misterio. Te pones uno, presionas la mano contra algo y le das un golpecito a la gema con el dedo. Funciona de forma así de simple.
—No es así como lo hace Jasnah —dijo ella, quizá demasiado a la defensiva.
—Sí, eso me confundió, pero es de suponer que si usas uno el tiempo suficiente, aprendes a controlarlo mejor. —Sacudió la cabeza—. No me gusta el misterio que ha crecido a su alrededor. Huele demasiado al misticismo de la antigua Hierocracia. Mejor que no volvamos a recorrer ese camino. ¿Qué importaría si la gente supiera lo sencillo que es usar los moldeadores de almas? Los principios y dones del Todopoderoso suelen ser simples.
Shallan apenas escuchó esa última parte. Por desgracia, parecía que Kabsal era tan ignorante como ella. Más ignorante, aún. Ella había intentado el método exacto del que hablaba, y no funcionó. Tal vez los fervorosos que Kabsal conocía mentían para proteger el secreto.
—Creo que me estoy yendo por las ramas —dijo Kabsal—. Me preguntaste si pretendo robar el moldeador de almas, y puedo asegurarte que no pretendo ponerte en esa situación. Fue una tontería pensarlo, y en seguida me prohibieron intentarlo. Me ordenaron que cuidara de tu alma y me encargara de que las enseñanzas de Jasnah no te corrompieran, y si era posible que intentara recuperar también el alma de Jasnah.
—Bueno, eso último va a ser difícil.
—No me había dado cuenta —contestó él secamente.
Ella sonrió, aunque no podía decidir cómo sentirse.
—He matado el momento, ¿verdad? ¿Entre nosotros?
—Me alegro de que lo hicieras —dijo él, sacudiéndose las manos—. Me he dejado llevar, Shallan. En ocasiones, me pregunto si soy tan malo siendo fervoroso como tú siendo recatada. No quiero ser presuntuoso. Es la forma en que hablo, mi mente empieza a dar vueltas y mi lengua a decir ocurrencias.
—Y por tanto.
—Y por tanto debemos dar por concluido el día —dijo Kabsal, poniéndose en pie—. Necesito tiempo para pensar.
Shallan se levantó también, extendiendo la mano libre para que la ayudara: incorporarse con un estrecho vestido vorin era difícil. Se encontraban en una sección de los jardines donde la cortezapizarra no era tan alta, así que, una vez de pie, Shallan pudo ver que el rey pasaba cerca, charlando con un fervoroso de mediana edad de rostro largo y afilado.
El rey salía a menudo a pasear a mediodía por los jardines. Ella lo saludó, pero el amable anciano no la vio. Conversaba con el fervoroso. Kabsal se dio la vuelta, advirtió al rey y se agachó.
—¿Qué haces?
—El rey lleva la cuenta de sus fervorosos. El hermano Izil y él creen que estoy haciendo trabajo de catalogación hoy.
Ella sonrió.
—¿Te escapas de un día de trabajo para tomar un bocadillo conmigo?
—Sí.
—Creía que tenías que estar conmigo —dijo ella, cruzándose de brazos— para proteger mi alma.
—Así era. Pero entre los fervorosos hay quienes están preocupados porque paso demasiado tiempo contigo.
—Tienen razón.
—Iré a verte mañana —dijo él, asomándose por encima del muro de cortezapizarra—. Suponiendo que no me pongan a archivar como castigo. —Le sonrió—. Si decido dejar el fervor, será por cosa mía, y no pueden prohibirlo…, aunque puedan intentar distraerme.
Se marchó antes de que ella pudiera decirle que estaba suponiendo demasiado.
No pudo dar voz a sus pensamientos. Tal vez porque cada vez estaba menos segura de lo que quería. ¿No debería estar concentrada en ayudar a su familia?
A estas alturas, Jasnah habría descubierto ya que su moldeador de almas no funcionaba, pero no veía ninguna ventaja en revelarlo. Shallan debería marcharse. Podía ir a verlo y usar la terrible experiencia en el callejón como excusa para retirarse.
Y sin embargo, se sentía enormemente reacia a hacerlo. Kabsal era parte de ello, pero no el motivo principal. La verdad era que, a pesar de sus quejas ocasionales, le encantaba aprender. Incluso después de la instrucción filosófica de Jasnah, incluso después de pasarse días leyendo un libro tras otro. Incluso con la confusión y la tensión, Shallan a menudo se sentía completa de un modo que nunca había experimentado antes. Sí, Jasnah había hecho mal al matar a aquellos hombres, pero Shallan quería saber lo suficiente de filosofía para citar los motivos correctos de por qué. Sí, rebuscar en archivos históricos podía ser tedioso, pero Shallan apreciaba las habilidades y la paciencia que estaba aprendiendo; sin duda serían valiosas cuando tuviera que hacer sus propias investigaciones en el futuro.
Pasar los días aprendiendo, almorzar riendo con Kabsal, las noches charlando y debatiendo con Jasnah. Eso era lo que quería. Pero esas partes de su vida eran completas mentiras.
Preocupada, recogió la cesta de pan y mermelada y regresó al Cónclave y la suite de Jasnah. Un sobre dirigido a ella la esperaba. Shallan frunció el ceño y rompió el sello para leerlo.
Muchacha: Recibimos tu mensaje. El Placer del Viento pronto volverá al puerto de Kharbranth. Naturalmente te daremos pasaje y te devolveremos a tu casa. Será un placer tenerte a bordo. Somos hombres de Davar. En deuda con tu familia.
Vamos a hacer un viaje rápido al continente, pero volveremos enseguida a Kharbranth. Te recogeremos dentro de una semana.
Capitán Tozbek
El texto inferior, escrito por la esposa de Tozbek, decía aún más claramente:
Te ofrecemos felizmente pasaje gratis, brillante, si estás dispuesta a hacernos de escribana durante el viaje. Los libros de cuentas necesitan un repaso.
Shallan se quedó mirando la nota un largo rato. Quería saber dónde estaba el barco y cuándo planeaba regresar, pero al parecer habían interpretado su carta como una solicitud para que vinieran a recogerla.
Parecía un plazo adecuado. Eso pondría su marcha tres semanas después del robo del moldeador de almas, como le había dicho a Nab Nalat. Si Jasnah no había reaccionado para entonces al cambio del moldeador de almas, Shallan tendría que interpretar que no estaba bajo sospecha.
Una semana. Estaría en ese barco. La destrozaba aceptarlo, pero tenía que ser así. Bajó el papel y salió del pasillo de invitados y recorrió los serpenteantes pasillos del Velo.
Poco después, estuvo delante del reservado de Jasnah. La princesa estaba sentada ante su escritorio, escribiendo en un cuaderno. Alzó la cabeza.
—Creí haberte dicho que podías hacer lo que quisieras hoy.
—Lo hiciste —respondió Shallan—. Y me di cuenta de que lo quería hacer es estudiar.
Jasnah sonrió de manera taimada y comprensiva, casi satisfecha de sí misma. Si supiera…
—Bueno, no voy a reprochártelo —dijo, volviendo a su investigación.
Shallan se sentó, le ofreció pan y mermelada, pero Jasnah negó con la cabeza y continuó trabajando. Shallan se cortó otra rebanada y la untó de mermelada. Entonces abrió un libro y suspiró satisfecha.
Al cabo de una semana, tendría que marcharse. Pero mientras tanto, se permitiría fingir un poco más.