«Cambiaron, incluso cuando los combatíamos. Eran como sombras que pueden transformarse mientras baila la llama. Nunca los subestimes por lo que ves primero».

Se dice que es un borrador recopilado por Talatin, Radiante de la Orden de los Custodios de Piedra. La fuente (Encarnado, de Guvlow) se considera fiable, aunque esto procede de un fragmento copiado de «El poema de la séptima mañana», que se ha perdido.

A veces, cuando Shallan entraba en el Palaneo propiamente dicho (es decir, el gran almacén de libros, manuscritos y pergaminos que estaba situado más allá de las zonas de estudio del Velo) se distraía tanto con su belleza y magnitud que se olvidaba de todo lo demás.

El Palaneo tenía forma de pirámide invertida tallada en la roca. Tenía plataformas externas que rodeaban como balcones su perímetro. Levemente inclinadas, recorrían las cuatro paredes formando una majestuosa espiral cuadrangular, una gigantesca escalera que apuntaba hacia el centro de Roshar. Una serie de ascensores proporcionaba un método de descenso más rápido.

Desde la barandilla del último nivel, Shallan podía ver solo de la mitad para abajo. Este lugar parecía demasiado grande, demasiado inmenso, para haber sido tallado por las manos de los hombres. ¿Cómo se alineaban de forma tan perfecta los niveles de las terrazas? ¿Habían utilizado moldeadores de almas para crear los espacios abiertos? ¿Cuántas gemas habrían sido necesarias?

La luz era tenue: no había iluminación general, solo pequeñas lámparas de esmeraldas enfocadas para iluminar los suelos de las plataformas. Los fervorosos del Devotario del Conocimiento recorrían periódicamente los niveles, cambiando las esferas. Tenía que haber cientos y cientos de esmeraldas: al parecer, componían el tesoro real kharbranthino. ¿Qué mejor lugar donde guardarlo que en el Palaneo, tan seguro? Aquí podía estar protegido y a la vez servir para iluminar la enorme biblioteca.

Shallan continuó su camino. Su sirviente parshmenio llevaba una linterna esfera que contenía un trío de marcos de zafiro. La suave luz azul se reflejaba contra la paredes de piedra, porciones de las cuales habían sido moldeadas en cuarzo por motivos puramente decorativos. Los pasamanos habían sido tallados en madera, y luego transformados en mármol. Cuando pasó las manos por uno, pudo sentir el grano de la madera original. Al mismo tiempo, tenía la fría lisura de la piedra. Una rareza que parecía diseñada para confundir los sentidos.

Su parshmenio llevaba una cestita de libros llenos de dibujos de famosos científicos naturales. Jasnah había empezado a permitirle pasar algún tiempo estudiando temas de su propia elección. Solo una hora al día, pero era sorprendente lo preciosa que se había convertido esa hora. Recientemente, había estado investigando los Viajes occidentales de Myalmr.

El mundo era un lugar maravilloso. Ansiaba aprender más, deseaba observar todas y cada una de sus criaturas, tener sus dibujos en sus libros. Organizar Roshar capturándolo en imágenes. Los libros que leía, aunque maravillosos, parecían incompletos. Cada autora era buena con las palabras o con los dibujos, pero rara vez con ambas cosas. Y si la autora era buena con ambas, entonces su comprensión de la ciencia era pobre.

Había tantas lagunas en su comprensión. Lagunas que Shallan podía llenar.

«No —se dijo con firmeza mientras caminaba—. No es eso lo que he venido a hacer aquí».

Cada vez resultaba más y más difícil concentrarse en el robo, aunque Jasnah, como esperaba, había empezado a usarla como ayudante en el baño. Eso tal vez presentaría pronto la oportunidad que necesitaba. Y sin embargo, cuanto más estudiaba, más anhelaba el conocimiento.

Condujo a su parshmenio hasta uno de los ascensores. Allí, otros dos parshmenios empezaron a bajarla. Shallan miró la cesta de libros. Podía pasar el tiempo en el ascensor leyendo, tal vez terminar aquella parte de Viajes occidentales…

Dio media vuelta. «Concéntrate». Cinco niveles más abajo, salió al pequeño pasillo que conectaba el ascensor con las rampas de las paredes. Al llegar a la pared, dobló a la derecha y siguió bajando un poco más. La pared estaba llena de puertas y, tras encontrar la que quería, entró en una gran cámara de piedra llena de altos estantes.

—Espera aquí —le dijo a su parshmenio mientras sacaba su carpeta de dibujo de la cesta. Se la colocó bajo el brazo, cogió la linterna y se internó entre las estanterías.

Podías desaparecer durante horas en el Palaneo y no ver nunca a nadie más. Shallan rara vez veía un alma mientras buscaba un oscuro libro para Jasnah. Había fervorosos y sirvientes que traían los volúmenes, naturalmente, pero a Jasnah le parecía importante que Shallan practicara haciéndolo ella misma. Al parecer, el sistema de clasificación kharbranthino era ahora el común para muchas de las bibliotecas y archivos de Roshar.

Al fondo de la sala encontró un pequeño escritorio de maderazorca. Colocó su linterna a un lado, se sentó en el taburete y sacó su carpeta. La sala estaba silenciosa y oscura; su linterna revelaba los finales de las estanterías situadas a la derecha y una lisa pared de piedra a la izquierda. El aire olía a papel viejo y polvo. No a humedad. Nunca había humedad en el Palaneo. Tal vez la sequedad tenía algo que ver con las largas pozas de polvo blanco que había en los extremos de cada sala.

Deshizo los nudos de cuero de la carpeta. Dentro, las hojas superiores estaban en blanco, y las siguientes contenían dibujos que había hecho de algunas personas del Palaneo. Más caras para su colección. Ocultos en el centro había dibujos más importantes: bocetos de Jasnah moldeando almas.

La princesa usaba su moldeador de almas en pocas ocasiones: quizá vacilaba en usarla cuando Shallan estaba cerca. Pero Shallan había capturado un puñado de ocasiones, sobre todo cuando Jasnah estaba distraída y al parecer había olvidado que no estaba sola.

Shallan alzó una imagen. Jasnah, sentada en su reservado, la mano a un lado y tocando un arrugado papel, con una gema de su moldeador de almas brillando. El papel se había convertido en una bola de fuego. No había ardido. Se había convertido en fuego. Lenguas de fuego retorciéndose, un destello de calor en el aire. ¿Qué era lo que Jasnah había querido ocultar?

Otra imagen mostraba a Jasnah moldeando el vino en su copa para convertirlo en un bloque de cristal para usar como pisapapeles, la copa misma sujetaba otro fajo de papeles, en una de las raras ocasiones en que cenaron (y estudiaron) en un patio fuera del Cónclave. También estaba el de Jasnah quemando palabras después de haberse quedado sin tinta. Cuando Shallan la vio quemar letras en la página, se sorprendió ante la precisión del moldeador de almas.

Parecía que este moldeador de almas estaba sintonizado con las tres Esencias en concreto: Vapor, Chispa y Lucentia. Pero debería poder crear cualquiera de las Diez Esencias, desde Céfiro a Talus. La última era la más importante para Shallan, ya que Talus incluía piedra y tierra. Funcionaría: los moldeadores de almas eran muy raros en Jah Keved, y el mármol, jade y ópalo de su familia se vendían a buen precio. No podían crear gemas auténticas con un moldeador de almas (se decía que era imposible), pero sí crear otros depósitos de valor casi igual.

Cuando esos depósitos se agotaran, tendrían que dedicarse a comercios menos lucrativos. No importaba. Para entonces, habrían saldado sus deudas y compensado a aquellos con quienes no habían cumplido sus promesas. La casa Davar volvería a carecer de importancia, pero no se desmoronaría.

Shallan volvió a estudiar las imágenes. La princesa alezi parecía enormemente despreocupada con respecto al proceso de moldear almas. ¿Poseía uno de los artefactos más potentes de todo Roshar, y lo usaba para crear…, pisapapeles? ¿Para qué más empleaba el moldeador de almas, cuando Shallan no miraba? Jasnah parecía usarlo ahora con menos asiduidad que antes en su presencia.

Shallan buscó en el bolsillo seguro de su manga, y sacó el moldeador de almas roto de su padre. Había sido lastimado por dos sitios: en una de las cadenas y en el engarce que sujetaba una de las piedras. Lo inspeccionó a la luz, buscando, no por primera vez, señales de aquel daño. El eslabón de la cadena había sido sustituido perfectamente y el engarce re-forjado igualmente bien. Incluso sabiendo con exactitud dónde estaban los cortes, no pudo encontrar ningún defecto. Por desgracia, reparar solo los defectos externos no la había hecho funcionar.

Sopesó la cargada construcción de metal y cadenas. Luego se la puso, envolviendo las cadenas en su pulgar, meñique y dedo medio. No había gemas en el artilugio en este momento. Comparó el moldeador de almas roto con los dibujos, inspeccionándolo desde todas partes. Sí, parecía idéntico. Eso la había tenido preocupada.

Shallan sintió que su corazón se aceleraba mientras observaba el moldeador de almas roto. Robarle a Jasnah había parecido aceptable cuando la princesa era una figura lejana y desconocida. Una hereje, presumiblemente de mal genio y exigente. ¿Pero y la Jasnah real? ¿Una cuidadosa erudita, severa pero justa, con un sorprendente nivel de sabiduría y reflexión? ¿Podía de verdad robarle?

Trató de apaciguar su corazón. Incluso de niña había sido así. Podía recordar sus lágrimas por las peleas entre sus padres. No era buena con las confrontaciones.

Pero lo haría. Por Nan Balat, Tet Wikim y Asha Jushu. Sus hermanos dependían de ella. Se apretó los muslos con las manos para impedir que temblaran, tomó aire y lo expulsó. Después de unos cuantos minutos, los nervios bajo control, se quitó el moldeador de almas dañado y lo devolvió a su bolsillo. Recogió sus papeles. Podrían ser importantes para descubrir cómo utilizar el moldeador de almas. ¿Qué iba a hacer al respecto? ¿Había un modo de preguntarle a Jasnah sin despertar sospechas?

Una luz fluctuando a través de las estanterías cercanas la sobresaltó, y guardó su carpeta. Resultó ser solo una vieja fervorosa con una linterna que caminaba arrastrando los pies, seguida por un sirviente parshmenio. No miró en dirección a Shallan mientras se desviaba entre dos hileras de estantes, la luz de su linterna asomando a través de los espacios entre los libros. Iluminada así, con su figura oculta pero la luz fluyendo entre los estantes, parecía como si uno de los mismísimos Heraldos caminara por los pasillos.

Su corazón empezó de nuevo a acelerar. Shallan se llevó la mano segura al pecho. «Soy una ladrona terrible», pensó con una mueca. Terminó de recoger sus cosas y se internó entre los estantes, alzando la linterna ante ella. El cabezal de cada fila estaba tallado con símbolos, indicando la fecha en que los libros habían entrado en el Palaneo. Así era como se organizaban. Había enormes armarios llenos de índices en el nivel superior.

Jasnah la había enviado a recoger (y luego leer) un ejemplar de Diálogos, una famosa obra histórica sobre teoría política. Sin embargo, era también la sala que contenía Sombras recordadas, el libro que Jasnah estaba leyendo cuando las visitó el rey. Shallan lo había buscado luego en el índice. Tal vez hubieran vuelto a archivarlo.

Súbitamente curiosa, Shallan contó las filas. Avanzó y contó los estantes hacia dentro. Cerca del centro y al pie, encontró un fino volumen rojo con una cubierta de cuero roja. Sombras recordadas. Colocó la linterna en el suelo y sacó el libro, sintiéndose como una cleptómana mientras hojeaba las páginas.

Lo que descubrió la confundió. No se había dado cuenta de que era un libro de historias para niños. No había comentarios, solo una colección de relatos. Shallan se sentó en el suelo y leyó el primero. Era la historia de un niño que se alejaba de casa una noche y era perseguido por los Portadores del Vacío hasta que se escondía en una cueva junto a un lago. Tallaba un trozo de madera hasta darle más o menos forma humana y la hacía flotar en el lago para engañar a las criaturas para que la persiguieran y se la comieran.

Shallan no tenía mucho tiempo (Jasnah sospecharía si permanecía aquí demasiado rato), pero revisó el resto de las historias. Todas eran similares, cuentos de fantasmas sobre espíritus o Portadores del Vacío. El único comentario estaba al final, explicando que a la autora le llamaban la atención los cuentos que relataban los plebeyos ojos claros. Se había pasado años recopilándolos y registrándolos.

«Sombras recordadas —pensó Shallan—, habrían estado mejor olvidadas».

¿Esto era lo que estaba leyendo Jasnah? Shallan esperaba que el libro fuera una profunda discusión filosófica sobre un asesinato histórico oculto. Jasnah era veristitaliana. Construía la verdad de lo que había sucedido en el pasado. ¿Qué clase de verdad podía encontrar en historias contadas para asustar a los niños ojos oscuros desobedientes?

Volvió a colocar el libro en su sitio y se marchó a toda prisa.

Poco después, Shallan regresó al reservado estudio para descubrir que su prisa había sido innecesaria. Jasnah no estaba allí. Kabsal, sin embargo, sí.

El joven fervoroso estaba sentado ante la larga mesa, hojeando uno de los libros de arte de Shallan. Ella reparó en él antes de que la viera, y tuvo que sonreír a pesar de sus preocupaciones. Se cruzó de brazos y adoptó una expresión dubitativa.

—¿Otra vez? —preguntó.

Kabsal dio un salto y cerró el libro.

—Shallan —dijo, reflejando en su cabeza calva la luz azul de la linterna del parshmenio que la acompañaba—. Vine a buscar…

—A Jasnah —dijo ella—. Como siempre. Y sin embargo, ella no está aquí nunca cuando vienes.

—Una desafortunada coincidencia —respondió él, llevándose una mano a la frente—. Soy un pobre juez de la oportunidad, ¿no?

—¿Y eso que hay a tus pies es una cesta de pan?

—Un regalo para la brillante Jasnah. Del Devotario del Conocimiento.

—Dudo que una cesta de pan pueda convencerla de que renuncie a su herejía. Tal vez si incluyeras mermelada…

El fervoroso sonrió, recogió la cesta y sacó un frasquito de roja mermelada de simbaya.

—Naturalmente, te he dicho que a Jasnah no le gusta la mermelada. Y sin embargo la traes de todas formas, sabiendo que la mermelada se cuenta entre mis comidas favoritas. Y has hecho esto…, ¿una docena de veces en los últimos pocos meses?

—Me estoy volviendo un poco transparente, ¿verdad?

—Una pizca —dijo ella, sonriendo—. Es por mi alma, ¿no? Estás preocupado por mí porque soy aprendiz de una hereje.

—Esto…, bueno, sí, eso me temo.

—Debería sentirme insultada. Pero has traído mermelada.

Shallan sonrió, le indicó a su parshmenio que depositara sus libros y luego esperara junto a la puerta. ¿Sería verdad que en las Llanuras Quebradas había parshmenios que luchaban? Parecía difícil de creer. Nunca había conocido a un parshmenio que levantara siquiera la voz. No parecían lo suficientemente inteligentes para desobedecer.

Naturalmente, algunos informes que había oído (incluyendo los que Jasnah le había dado a leer cuando estudiaba el asesinato del rey Gavilar) indicaban que los parshendi no eran como los demás parshmenios. Eran más grandes, tenían extrañas armaduras que brotaban de su piel, y hablaban con más frecuencia. Tal vez no eran parshmenios, sino algún tipo de primos lejanos, una raza completamente distinta.

Se sentó a la mesa mientras Kabsal sacaba el pan y su parshmenio esperaba en la puerta. Como carabina no era gran cosa, pero Kabsal era fervoroso, lo que significaba que técnicamente Shallan no necesitaba ninguna.

Había comprado el pan en una panadería thayleña, lo que significaba que era esponjoso y marrón. Y, como era fervoroso, no importaba que la mermelada fuera una comida femenina: podrían disfrutarla juntos. Lo miró mientras cortaba el pan. Los fervorosos al servicio de su padre eran todos hombres o mujeres curtidos de mediana edad, mirada severa e impacientes con los niños. Nunca había considerado que los devotarios atrajeran a hombres jóvenes como Kabsal.

Durante estas últimas semanas, había empezado a pensar en él de formas que sería mejor evitar.

—¿Has considerado qué tipo de persona declaras ser al preferir la mermelada de simbaya? —advirtió él.

—No sabía que mi gusto por la mermelada pudiera ser tan significativo.

—Hay quienes han estudiado el tema —dijo Kabsal, untando la densa mermelada roja y tendiéndole la rebanada—. Trabajando en el Palaneo se encuentra uno con libros muy raros. No es difícil llegar a la conclusión de que tal vez todo ha sido estudiado ya en un momento u otro.

—Hmm —dijo Shallan—. ¿Y la mermelada de simbaya?

—Según los Paladares de personalidad (y, sí, antes de que pongas ninguna objeción, es un libro de verdad y se titula así), el gusto por la simbaya indica una personalidad espontánea e impulsiva. Y también una preferencia por… —Se interrumpió mientras una bola de papel rebotaba en su frente. Parpadeó.

—Lo siento —dijo Shallan—. Me ha dado por ahí. Debe de ser la impulsividad y espontaneidad que tengo.

Él sonrió.

—¿Estás en desacuerdo con las conclusiones?

—No lo sé —respondió ella, encogiéndose de hombros—. He visto gente decir que podían determinar mi personalidad basándose en el día en que nací, o en la posición de la Cicatriz de Taln en mi séptimo cumpleaños, o por medio de extrapolaciones numerológicas del décimo paradigma glífico. Pero creo que es más complicado que eso.

—¿Las personas son más complicadas que las extrapolaciones numerológicas del décimo paradigma glífico? —dijo Kabsal, extendiendo mermelada sobre un trozo de pan para él—. No me extraña que me cueste tanto comprender a las mujeres.

—Muy gracioso. Quiero decir que somos más complejos que meros grupos de tendencias de personalidad. ¿Soy espontánea? A veces. Podrías describir mi persecución a Jasnah para convertirme en su pupila como algo así. Pero, antes de eso, me pasé diecisiete años siendo tan poco espontánea como era posible. En muchas situaciones, si me animan, mi lengua puede ser bastante espontánea, pero mis acciones rara vez lo son. Todos somos espontáneos en algunas ocasiones, y todos somos conservadores en otras.

—Entonces estás diciendo que el libro tiene razón. Dice que eres espontánea: tú eres espontánea en ocasiones. Por tanto, es correcto.

—Según ese argumento, acierta con todo el mundo.

—¡Al cien por ciento!

—Bueno, al cien por ciento no —dijo Shallan, engullendo otro bocado del dulce y esponjoso pan—. Como se ha dicho, Jasnah odia todo tipo de mermeladas.

—Ah, sí. También es una hereje de la mermelada. Su alma corre más peligro de lo que yo creía. —Él sonrió y le dio un bocado a su pan.

—En efecto —dijo Shallan—. ¿Y qué más dice ese libro tuyo sobre mí, y la mitad de la población mundial, porque nos gusta la comida con azúcar?

—Bueno, el gusto por la simbaya se supone que indica también amor por estar al aire libre.

—Ah, el aire libre. Visité una vez ese mítico lugar. Fue hace tanto tiempo que casi lo he olvidado. Dime, ¿todavía brilla el sol, o es solo un recuerdo ensoñado por mi parte?

—Sin duda tus estudios no serán tan duros.

—A Jasnah le entusiasma el polvo —dijo Shallan—. Creo que vive de él, alimentándose de las partículas como los chulls aplastan los rocabrotes.

—¿Y tú, Shallan? ¿De qué vives?

—Del carboncillo.

Él pareció confundido al principio, hasta que miró su carpeta.

—Ah, sí. Me sorprendió lo rápidamente que tu nombre y tus imágenes se extendieron por el Cónclave.

Shallan se terminó el pan, y luego se limpió las manos en una servilleta húmeda que Kabsal había traído.

—Haces que parezca una enfermedad. —Se pasó un dedo por el pelo rojo, sonriendo—. Supongo que tengo el color de un sarpullido, ¿no?

—Tonterías —dijo él con severidad—. No deberías decir esas cosas, brillante. Es irrespetuoso.

—¿Conmigo misma?

—No. Con el Todopoderoso que te creó.

—También creó a los cremlinos. Por no mencionar los sarpullidos y enfermedades. Así que ser comparada con uno es un honor.

—No comprendo esa lógica, brillante. Ya que creó todas las cosas, las comparaciones no tienen sentido.

—¿Como lo que dice tu libro de los Paladares?

—Buena respuesta.

—Hay cosas peores que ser una enfermedad —dijo ella, divagando—. Cuando tienes una, te recuerda que estás vivo. Te hace luchar por lo que tienes. Cuando la enfermedad ha agotado su curso, la vida sana normal parece maravillosa en comparación.

—¿Y no preferirías ser una sensación de euforia? ¿Y traer sensaciones placenteras y alegría a aquellos a quienes infectas?

—La euforia pasa. Suele ser breve, así que pasamos más tiempo anhelándola que disfrutándola. —Shallan suspiró—. Mira lo que hemos hecho. Ahora estoy deprimida. Al menos volver a mis estudios parecerá emocionante en comparación.

Él miró los libros con el ceño fruncido.

—Tenía la impresión de que disfrutabas con tus estudios.

—Yo también. Entonces Jasnah Kholin entró en mi vida y demostró que incluso algo agradable puede volverse aburrido.

—Ya veo. ¿Entonces es una maestra dura?

—En realidad, no. Es que me gustan las hipérboles.

—A mí no —dijo él—. Es una putada.

—¡Kabsal!

—Lo siento —dijo él. Entonces miró hacia arriba—. Lo siento.

—Estoy segura de que el techo te perdona. Para conseguir la atención del Todopoderoso, tal vez quieras quemar una plegaria.

—Le debo unas pocas ya. ¿Y estabas diciendo…?

—Bueno, la brillante Jasnah no es una maestra dura. Es todo lo que se dice de ella. Inteligente, hermosa, misteriosa. Soy afortunada al ser su pupila.

Kabsal asintió.

—Se dice que es una mujer invaluable, excepto por una cosa.

—¿Te refieres a la herejía?

Él asintió.

—Para mí no es tan malo como crees —dijo ella—. Rara vez habla de sus convicciones a menos que se la provoque.

—Se siente avergonzada, entonces.

—Lo dudo. Simplemente es considerada.

Él la miró.

—No tienes que preocuparte por mí —dijo Shallan—. Jasnah no intenta convencerme para que abandone los devotarios.

Kabsal se inclinó hacia delante, más sombrío. Era mayor que ella: un hombre de veintipocos años, confiado, seguro de sí mismo y formal. Era prácticamente el único hombre cercano a su edad con quien había hablado sin la cuidadosa supervisión de su padre.

Pero también era fervoroso. Así que, naturalmente, de ahí no podía surgir nada. ¿No?

—Shallan —dijo Kabsal amablemente— ¿no ves cómo nosotros…, cómo yo, nos preocupamos? La brillante Jasnah es una mujer muy poderosa e intrigante. Es de esperar que sus ideas sean contagiosas.

—¿Contagiosas? Creí que dijiste que la enfermedad era yo.

—¡Yo nunca he dicho eso!

—Sí, pero pretendí que lo hiciste. Lo cual es virtualmente lo mismo.

Él frunció el ceño.

—Brillante Shallan, los fervorosos estamos preocupados por ti. Las almas de los hijos del Todopoderoso son nuestra responsabilidad. Jasnah tiene a sus espaldas una historia de corromper a aquellos con quienes entra en contacto.

—¿De veras? —preguntó Shallan, genuinamente interesada—. ¿Otras pupilas?

—No estoy en situación de decirlo.

—Podemos irnos a otra situación.

—Soy firme en este aspecto, brillante. No hablaré del tema.

—Escríbelo, entonces.

—Brillante… —dijo él, y su voz adquirió un tono sufriente.

—Oh, está bien —suspiró ella—. Bueno, puedo asegurarte que mi alma está bien y sin ninguna infección.

Él se acomodó en su silla y cortó otro pedazo de pan. Ella volvió a estudiarlo, pero le molestó su propia tontería infantil. Pronto regresaría con su familia, y él solo la visitaba por motivos relacionados con su Llamada. Pero le gustaba de verdad su compañía. Era la única persona en Kharbranth con quien le parecía que podía hablar. Y era guapo: aquella ropa sencilla y la cabeza rapada solo resaltaban sus fuertes rasgos. Como muchos jóvenes fervorosos, llevaba la barba corta y bien cuidada. Hablaba con voz refinada, y era muy culto.

—Bueno, si estás segura respecto a tu alma —dijo él, volviéndose para mirarla—. Entonces tal vez pueda interesarte en nuestro devotario.

—Ya tengo un devotario. El Devotario de la Pureza.

—Pero el Devotario de la Pureza no es sitio para una erudita. La Gloria que defiende no tiene nada que ver con tus estudios o tu arte.

—No es necesario un devotario enfocado directamente con su Llamada.

—Pero es bonito cuando coinciden.

Shallan contuvo una sonrisa. El Devotario de la Pureza, como cabía imaginar, se orientaba a emular la integridad y honestidad del Todopoderoso. Los fervorosos del salón devotario no supieron qué hacer con su fascinación por el arte. Siempre querían que hiciera dibujos de cosas que consideraban «puras». Estatuas de los Heraldos, representaciones del Ojo Doble.

Naturalmente, su padre había elegido su devotario por ella.

—Me pregunto si tomaste una decisión informada —dijo Kabsal—. Después de todo, se permite cambiar de devotario.

—Sí ¿pero no se desaconseja salir a reclutar? ¿Que los fervorosos compitan por conseguir miembros?

—Sí que se desaconseja. Es una costumbre deplorable.

—¿Pero la haces de todas formas?

—También maldigo ocasionalmente —admitió Kabsal.

—No me había dado cuenta. Eres un fervoroso muy curioso, Kabsal.

—Ni te lo imaginas. No somos un grupo tan compacto como parece. Bueno, excepto el hermano Habsant: ese se pasa todo el tiempo mirándonos a los demás —vaciló—. De hecho, ahora que lo pienso, puede que sí sea compacto. No lo he visto moverse desde…

—Nos estamos distrayendo. ¿No intentabas reclutarme para tu devotario?

—Sí. Y no es tan raro como piensas. Todos los devotarios lo hacen. Nos miramos todos con mala cara unos a otros por nuestra profunda falta de ética. —Kabsal se inclinó de nuevo hacia delante y se puso serio—. Mi devotario tiene relativamente pocos miembros, ya que no somos tan conocidos como los demás. Así que cada vez que viene alguien al Palaneo en busca de conocimiento, nos encargamos de informarle.

—De reclutarlo.

—Les hacemos ver qué es lo que les falta. —Dio un bocado a su pan con mermelada—. En el Devotario de la Pureza ¿os enseñan la naturaleza del Todopoderoso? ¿El prisma divino, con las diez facetas que representan a los Heraldos?

—Tocaron el tema —dijo ella—. Hablamos principalmente de conseguir mis objetivos de…, bueno, pureza. Un poco aburrido, lo admito, ya que no había muchas posibilidades de impureza por mi parte.

Kabsal sacudió la cabeza.

—El Todopoderoso da talentos a cada uno…, y cuando escogemos una Llamada que los capitaliza, lo adoramos de la forma más fundamental. Un devotario, y sus fervorosos, deberían ayudar a nutrir eso, animarte a fijar y conseguir objetivos de excelencia. —Señaló los libros apilados en la mesa—. En esto debería de estar ayudándote tu devotario, Shallan. Historia, lógica, ciencia, arte. Ser sincera y buena es importante, pero deberíamos trabajar más para potenciar los talentos naturales de la gente, en vez de obligarlos a adoptar las Glorias y Llamadas que consideramos más importantes.

—Supongo que es un argumento razonable.

Kabsal asintió, pensativo.

—¿Es extraño que una mujer como Jasnah Kholin se apartara de todo eso? Muchos devotarios animan a las mujeres a dejar a los fervorosos los estudios difíciles de teología. Si tan solo Jasnah hubiera podido ver la auténtica belleza de nuestra doctrina. —Sonrió, sacando un grueso volumen de la cesta del pan—. Esperaba, al principio, poder mostrarle lo que quiero decir.

—Dudo que reaccionara bien a eso.

—Tal vez —dijo él, ausente, sopesando el tomo—. ¡Pero ser quien finalmente la convenciera…!

—Hermano Kabsal, casi parece como si buscaras distinción.

Él se ruborizó, y ella se dio cuenta de que había dicho algo que lo había avergonzado profundamente. Se estremeció, maldiciendo su lengua.

—Sí —dijo él—. Busco distinción. No debería desear tanto ser quien la convierta. Pero lo deseo. Si tan solo escuchara mi prueba…

—¿Prueba?

—Tengo la prueba real de que el Todopoderoso existe.

—Me gustaría verla. —Alzó un dedo, interrumpiéndolo—. No porque dude de su existencia, Kabsal. Es solo curiosidad.

Él sonrió.

—Será un placer explicártelo. Pero primero ¿te gustaría otra rebanada de pan?

—Debería decir que no, y evitar el exceso, como me enseñaron mis tutoras. Pero en cambio diré que sí.

—¿Por la mermelada?

—Naturalmente —dijo ella, aceptando el pan—. ¿Cómo me describe tu libro de confituras oraculares? ¿Impulsiva y espontánea? Puedo hacerlo. Si hay mermelada de por medio.

Kabsal le untó una rebanada, se limpió los dedos en la servilleta, abrió su libro y fue pasando páginas hasta que llegó a una que tenía un dibujo. Shallan se acercó para verlo mejor. La imagen no era de una persona: describía una especie de patrón. Una forma triangular, con tres alas extendidas y un centro en pico.

—¿Reconoces esto? —preguntó Kabsal.

Parecía familiar.

—Creo que debería.

—Es Kholinar —dijo él—. La capital alezi, dibujada como se vería desde arriba. ¿Ves aquí los picos, las cordilleras? Fue construida alrededor de la formación rocosa allí existente —pasó la página—. Aquí está Vedenar, capital de Jah Keved —era un patrón hexagonal—. Akinah —un patrón circular—. Ciudad Thaylen —una estrella de cuatro puntas.

—¿Qué significa esto?

—Es la prueba de que el Todopoderoso está en todas las cosas. Puedes verlo aquí, en estas ciudades. ¿Ves lo simétricas que son?

—Las ciudades las construyeron los hombres, Kabsal. Querían simetría porque es sagrada.

—Sí, pero en cada caso construyeron alrededor de formaciones rocosas existentes.

—Eso no significa nada —dijo Shallan—. Yo creo, pero no sé si esto es una prueba. El viento y el agua pueden crear simetría: se ve en la naturaleza todo el tiempo. Los hombres escogieron zonas que eran más o menos simétricas, y luego diseñaron sus ciudades para compensar cualquier defecto.

Él se volvió a buscar de nuevo en su cesta. Salió con un plato de metal, nada menos. Mientras ella abría la boca para hacer una pregunta, él alzó de nuevo el dedo y colocó el plato sobre una pequeña peana de madera que se alzaba unos centímetros sobre la superficie de la mesa.

Kabsal espolvoreó el plato con arenilla blanca y lo cubrió. Luego sacó un arco, de los que se usan para tocar música de cuerda.

—Ya veo que venías preparado para esta demostración —advirtió Shallan—. Sí que querías demostrar tu caso ante Jasnah.

Él sonrió y pasó el arco por el borde del plato metálico, haciéndolo vibrar. La arena saltó y se estremeció, como pequeños insectos dejados caer sobre algo caliente.

—Esto se llama cimática —dijo él—. El estudio de los patrones que hace el sonido cuando interactúa con un medio físico.

Cuando volvió a atraer el arco, el plato emitió un sonido, casi una nota pura. Fue suficiente para atraer a un único musispren, que giró en el aire un momento sobre él, y luego se desvaneció. Kabsal terminó y luego señaló el plato con una reverencia.

—¿Y…? —preguntó Shallan.

—Kholinar —dijo él, alzando su libro para que comparara.

Shallan ladeó la cabeza. El patrón en la arena era exactamente igual que Kholinar.

Roció el plato con más arena y cruzó el arco en otro punto, y la arena se reagrupó.

—Vedenar —dijo.

Ella volvió a comparar. Era exacto.

—Ciudad Thaylen —dijo él, repitiendo el proceso en otro punto. Escogió con cuidado otro lugar en el borde del plato y tocó con el arco una última vez—. Akinah. Shallan, prueba de la existencia del Todopoderoso en las mismas ciudades en las que vivimos. ¡Mira la perfecta simetría!

Ella tuvo que admitir que había algo asombroso en los patrones.

—Podría ser una correlación falsa. Causadas ambas por la misma cosa.

—Sí. El Todopoderoso —dijo él, sentándose—. Nuestro lenguaje mismo es simétrico. Mira los glifos: todos pueden doblarse perfectamente por la mitad. Y el alfabeto también. Dobla cualquier línea de texto sobre sí misma, y encontrarás simetría. Sabrás sin duda la historia de que tanto glifos como letras proceden de los Cantores del Alba.

—Sí.

—Incluso nuestros nombres. El tuyo es casi perfecto. Shallan. Una letra distinta, un nombre ideal para una mujer ojos claros. No demasiado sagrado, pero casi. Los nombres originales de los diez Reinos Plateados. Alezela, Valhav, Shin Kak Nish. Perfectos, simétricos.

Kabsal le cogió la mano.

—Está aquí, a nuestro alrededor. No olvides eso, Shallan, no importa lo que ella diga.

—No lo haré —respondió Shallan, advirtiendo cómo había guiado la conversación. Había dicho que la creía, pero de todas formas había hecho su demostración. Era enternecedor y al mismo tiempo molesto. No le gustaba que fueran condescendientes con ella. Pero, claro, ¿se podía reprochar a un fervoroso que predicara?

Kabsal alzó de pronto la cabeza y le soltó la mano.

—Oigo pasos.

Se incorporó, y Shallan se dio la vuelta y vio a Jasnah entrar en el reservado, seguida por un parshmenio que cargaba una cesta con libros. No mostró ninguna sorpresa ante la presencia del fervoroso.

—Lo siento, brillante Jasnah —dijo Shallan, poniéndose en pie—. Yo…

—No eres ninguna cautiva, niña —interrumpió Jasnah bruscamente—. Se te permite tener visita. Pero ten cuidado y comprueba tu piel por si hay marcas de dientes. Estos tipos tienen por costumbre arrastrar consigo sus presas hasta el mar.

Kabsal se ruborizó. Se dispuso a recoger sus cosas.

Jasnah le indicó al parshmenio que colocara sus libros sobre la mesa.

—¿Puede ese plato reproducir un patrón cimático que corresponda con Uriziru, sacerdote? ¿O solo has encontrado el patrón para las cuatro ciudades estándar?

Kabsal la miró, claramente sorprendido al darse cuenta de que ella sabía para qué era el plato. Recogió su libro.

—Uriziru es solo una fábula —dijo él.

—Qué raro. Se podría pensar que los de tu tipo estaríais acostumbrados a creer en fábulas.

El rostro de Kabsal se volvió aún más colorado. Terminó de recoger sus cosas y luego le asintió brevemente a Shallan y salió a toda prisa de la habitación.

—Si se me permite decirlo, brillante, eso ha sido excepcionalmente rudo por tu parte.

—Tengo tendencia a estos arrebatos de mala educación —dijo Jasnah—. Estoy segura de que él ha oído cómo soy. Simplemente quería asegurarme de que obtenía lo que deseaba.

—No has actuado así con otros fervorosos del Palaneo.

—Los otros fervorosos del Palaneo no han intentado volver a mi pupila contra mí.

—No estaba… —Shallan se calló—. Simplemente le preocupaba mi alma.

—¿Te ha pedido ya que robes mi moldeador de almas?

Shallan sintió un picotazo de sorpresa. Su mano se dirigió a la bolsa que llevaba al cinto. ¿Lo sabía Jasnah? «No —se dijo—. No, escucha la pregunta».

—No.

—Cuidado —dijo Jasnah, abriendo un libro—. Lo hará tarde o temprano. Conozco a los de su tipo. —Miró a Shallan, y su expresión se suavizó—. No está interesado en ti. No como puedas pensar. No se trata de tu alma. Es por mí.

—Eso es algo arrogante por tu parte. ¿No crees?

—Solo si me equivoco, niña —dijo Jasnah, volviendo a su libro—. Y rara vez me equivoco.

El camino de los reyes
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