«Los de ceniza y fuego, que mataban como un enjambre, implacables ante los Heraldos».
—Anotado en Masly, página 337. Corroborado por Coldwin y Hasavah.
«Parece que te estás ganando el favor de Jasnah rápidamente —escribió la vinculacañas—. ¿Cuándo podrás hacer el cambio?».
Shallan hizo una mueca y giró la gema en la caña. «No lo sé —respondió—. Jasnah vigila de cerca el moldeador de almas, como cabía esperar. La lleva a todas horas. De noche la guarda en su caja fuerte y se cuelga la llave del cuello».
Giró la gema y esperó la respuesta. Estaba en su recámara, una pequeña habitación tallada en la piedra dentro de los aposentos de Jasnah. Su entorno era austero: una cama pequeña, una mesilla de noche, y el escritorio eran su único mobiliario. Sus ropas permanecían en el baúl que había traído. Ninguna alfombra adornaba el suelo, y no había ventanas, ya que las habitaciones se hallaban dentro del Cónclave Kharbranthino, que estaba bajo tierra.
«Entonces tenemos un problema», escribió la caña. Eylita, la prometida de Nan Balat, era quien escribía, pero los tres hermanos supervivientes de Shallan estarían en su habitación en Jah Keved, contribuyendo a la conversación.
«Supongo que se la quitará para bañarse —escribió Shallan—. Cuando confíe más en mí, puede que empiece a emplearme como su ayudante de baño. Eso puede darme una oportunidad».
«Buen plan —escribió la caña—. Nan Balat quiere que recalque que lamentamos mucho haberte obligado a hacer eso. Debe de resultarte difícil estar lejos tanto tiempo».
¿Difícil? Shallan recogió la vinculacañas y vaciló.
Sí, era difícil. Difícil no enamorarse de la libertad, difícil no sumergirse demasiado en sus estudios. Solo habían pasado dos meses desde que convenciera a Jasnah para que la aceptara como pupila, pero ya se sentía la mitad de tímida y el doble de confiada.
Lo más difícil de todo era saber que pronto terminaría. Venir a estudiar a Kharbranth era, sin duda, lo más maravilloso que le había sucedido jamás.
«Me las apañaré —escribió—. Vosotros sois los que estáis viviendo la vida difícil, manteniendo en casa los intereses de nuestra familia. ¿Cómo os va?».
Tardaron un rato en contestar.
«Regular —envió finalmente Eylita—. Las deudas de tu padre acechan, y Wikim apenas puede mantener distraídos a los acreedores. El alto príncipe está muy enfermo y todo el mundo quiere saber dónde se posiciona nuestra casa en el tema de la sucesión. La última cantera se está agotando. Si se sabe que ya no tenemos recursos, nos irá mal».
Shallan hizo una mueca. «¿Cuánto tiempo tengo?».
«Unos cuantos meses más, como mucho —envió Nan Balat a través de su prometida—. Depende de cuánto dure el alto príncipe y si alguien se da cuenta o no de por qué Asja Jushu está vendiendo nuestra posesiones».
Jushu era el más joven de los hermanos, el que iba antes que Shallan. Su viejo hábito de jugador estaba resultando provechoso. Durante años había robado cosas a su padre y las había vendido para saldar sus deudas de juego. Ahora fingía que seguía haciéndolo, pero daba el dinero para ayudar. Era un buen hombre, a pesar de su hábito. Y, considerando cómo estaban las cosas, no podía reprochársele mucho de lo que había hecho. Ninguno de ellos podía.
«Wikim piensa que puede mantener a raya a todo el mundo un poco más. Pero estamos al borde de la desesperación. Cuanto antes regreses con el moldeador de almas, mejor».
Shallan vaciló antes de escribir: «¿Estamos seguros de que esta es la mejor manera? Tal vez deberíamos pedirle simplemente ayuda a Jasnah».
«¿Crees que respondería a eso? —escribieron ellos—. ¿Ayudaría a una casa veden desconocida y repudiada? ¿Guardaría nuestros secretos?».
Probablemente, no. Aunque Shallan estaba cada vez más segura de que la reputación de Jasnah era exagerada, la mujer tenía una vena implacable. No dejaría sus importantes estudios para ir a ayudar a la familia de Shallan.
Extendió la mano hacia la caña, pero esta empezó a escribir de nuevo. «Shallan —dijo—. Te habla Nan Balat. He enviado fuera a los demás. Solo estamos Eylita y yo escribiéndote ahora. Hay algo que tienes que saber. Luesh ha muerto».
Shallan parpadeó sorprendida. Luesh, el mayordomo de su padre, era quien sabía utilizar el moldeador de almas. Era una de las pocas personas en quien sus hermanos y ella habían decidido que podían confiar.
«¿Qué ha pasado?»., escribió después de pasar a una nueva hoja de papel.
«Murió mientras dormía, y no hay motivos para sospechar que fuera asesinado. Pero Shallan, unas pocas semanas después de su muerte vinieron unos hombres diciendo que eran amigos de nuestro padre. En privado, me dieron a entender que sabían que nuestro padre tenía un moldeador de almas y sugirieron de manera algo amenazante que tenía que devolvérsela».
Shallan frunció el ceño. Todavía tenía el moldeador de almas roto de su padre en la bolsa segura de su manga. «¿Devolvérsela?»., escribió.
«Nunca descubrimos de dónde la sacó padre —envió Nan Balat—. Shallan, estaba implicado en algo. Esos mapas, las cosas que dijo Luesh, y ahora esto. Seguimos fingiendo que padre vive todavía, y de vez en cuando recibe cartas de otros ojos claros que hablan de vagos “planes”. Creo que iba a intentar convertirse en alto príncipe. Y lo apoyaban fuerzas poderosas. Esos hombres que vinieron eran poderosos, Shallan. El tipo de hombres a los que no conviene enfadar. Y quieren recuperar su moldeador de almas. Sean quienes sean, sospecho que se la dieron a padre para que pudiera crear riquezas y tratar de hacerse con la sucesión. Y saben que está muerto».
«Creo que si no les devolvemos un moldeador de almas que funcione, podríamos correr todos serio peligro. Tienes que traernos el fabrial de Jasnah. Lo usaremos rápidamente para crear nuevas canteras de piedra valiosa, y luego podremos dárselo a esos hombres. Shallan, tienes que conseguirlo. Vacilé respecto a este plan cuando lo sugeriste, pero las otras posibilidades se desvanecen rápidamente».
Shallan sintió un escalofrío. Leyó los párrafos unas cuantas veces antes de escribir: «Si Luesh está muerto, no sabremos cómo usar el moldeador de almas. Eso es problemático».
«Lo sé —envió Nan Balat—. Mira a ver si puedes descubrir algo. Esto es peligroso, Shallan. Sé que lo es. Lo siento».
Ella inspiró profundamente. «Hay que hacerlo», escribió.
«Mira —envió Nan Balat—. Quería enseñarte algo. ¿Has visto alguna vez este símbolo?».
El boceto que siguió era burdo. Eylita no era una gran artista. Por fortuna, era un dibujo sencillo: tres formas de diamante en un curioso patrón.
«Nunca lo he visto —escribió Shallan—. ¿Por qué?».
«Luesh llevaba un colgante con ese símbolo. Lo encontramos en su cuerpo. Y uno de los hombres que vino a buscar el moldeador de almas tenía el mismo dibujo tatuado en la mano, justo debajo del pulgar».
«Curioso —escribió Shallan—. Así que Luesh…».
«Sí. A pesar de lo que dijo, creo que debió de ser él quien le trajo el moldeador de almas a padre. Luesh estaba implicado en esto, tal vez como contacto con nuestro padre y la gente que lo apoyaba. Intenté sugerir que me apoyaran a mí en cambio, pero se echaron a reír. No se quedaron mucho tiempo ni dieron una fecha precisa para devolver el moldeador de almas. Dudo que se contenten con recibir una rota».
Shallan frunció los labios. «Balat ¿has pensado que podríamos arriesgarnos a una guerra? Si se hace público que hemos robado un moldeador de almas alezi…».
«No, no habría ninguna guerra —respondió Nan Balat—. El rey Hanavanar nos entregaría a los alezi. Nos ejecutarían por el robo».
«Maravillosamente reconfortante, Balat —escribió ella—. Muchas gracias».
«No hay de qué. Vamos a tener que esperar que Jasnah no se dé cuenta de que te has llevado el moldeador de almas. Es factible que descubra que la suya se habrá roto por algún motivo».
Shallan suspiró. «Tal vez», escribió.
«Cuídate», le envió Nan Balat.
«Tú también».
Y eso fue todo. Shallan apartó la vinculacañas y a continuación leyó la conversación completa, memorizándola. Luego arrugó los papeles y entró en el salón de los aposentos de Jasnah. No estaba allí (Jasnah apenas se apartaba de sus estudios), así que Shallan quemó la conversación en la chimenea.
Se quedó allí largo rato, contemplando el fuego. Estaba preocupada. Nan Balat sabía valerse por sí mismo, pero todos llevaban cicatrices de las vidas que habían vivido. Eylita era la única escriba en quien podía confiar, y ella…, bueno, era increíblemente simpática, pero no muy lista.
Con un suspiro, Shallan dejó la habitación para regresar a sus estudios. Y no solo la ayudarían a despejar su mente de sus preocupaciones, sino que Jasnah se enfadaría si se entretenía tanto.
Cinco horas más tarde, Shallan se preguntó por qué se había sentido tan ansiosa.
Le gustaba aprender. Pero últimamente Jasnah la había puesto a estudiar la historia de la monarquía alezi. No era el tema más interesante del mundo. Su aburrimiento aumentaba por tener que leer un montón de libros que expresaban opiniones que consideraba ridículas.
Estaba sentada en el reservado de Jasnah en el Velo. La enorme pared de luces, reservados y misteriosas investigadoras ya no la impresionaban. El lugar se volvía cómodo y familiar. Estaba sola en este momento.
Se frotó los ojos con la mano libre y luego cerró el libro.
—Estoy empezando a odiar a la monarquía alezi —murmuró.
—¿Ah, sí? —dijo una voz calmada tras ella. Jasnah pasó de largo, llevando un hermoso vestido violeta, seguida por un porteador parshmenio con un puñado de libros—. Intentaré no tomármelo como algo personal.
Shallan dio un respingo y luego se ruborizó de pies a cabeza.
—No me refería a ti individualmente, brillante Jasnah. Quería decir en conjunto.
Jasnah se sentó en el reservado. Alzó una ceja hacia Shallan, luego indicó al parshmenio que soltara su carga.
Para Shallan, Jasnah seguía siendo un enigma. En ocasiones, parecía una severa erudita a quien molestaban sus interrupciones. En otros momentos, parecía haber un atisbo de seco humor oculto tras aquella severa fachada. Fuera como fuese, Shallan descubría que cada vez se sentía más cómoda con ella. Jasnah la animaba a hablar abiertamente, algo que aceptaba con gusto.
—Asumo por tu estallido que este tema te cansa —dijo Jasnah, rebuscando entre sus volúmenes mientras el parshmenio se retiraba—. Expresaste interés en ser una erudita. Bueno, debes aprender que esto es la erudición.
—¿Leer discusión tras discusión por parte de gente que se niega a considerar ningún otro punto de vista?
—Están seguros de sí mismos.
—No soy ninguna experta en ese tipo de seguridad, brillante —dijo Shallan, recogiendo un libro y mirándolo de manera crítica—. Pero me gustaría pensar que podría reconocerla si la tuviera delante. No creo que sea la definición adecuada para este libro de Mederia. A mí me parecen más arrogantes que confiados. —Suspiró, y soltó el libro—. Para ser sinceras, «arrogante» no me parece la palabra adecuada. No es lo bastante concreta.
—¿Y cuál sería entonces la palabra?
—No lo sé. «Errorgante», tal vez.
Jasnah alzó una ceja, escéptica.
—Significa estar el doble de seguro que alguien que sea simplemente arrogante —dijo Shallan—, poseyendo al mismo tiempo solo una décima parte de los hechos requeridos.
Sus palabras provocaron el atisbo de una sonrisa en Jasnah.
—Eso contra lo que reaccionas se conoce como el Movimiento Asegurado, Shallan. Esta errorgancia es un recurso literario. Los eruditos exageran intencionadamente su caso.
—¿El Movimiento Asegurado? —preguntó Shallan, cogiendo otro de sus libros—. Supongo que podría ir detrás de ellos.
—¿Sí?
—Sí. Sería mucho más fácil apuñalarlos por la espalda en esa posición.
Eso solo provocó que Jasnah alzara una ceja. Así, más en serio, Shallan continuó:
—Supongo que puedo entender ese recurso, brillante, pero estos libros que me has dado sobre la muerte del rey Gavilar se vuelven cada vez más y más irracionales al defender sus argumentos. Lo que empezó como un engreimiento retórico parece haberse convertido en peleas e insultos.
—Intentan provocar la discusión. ¿Preferirías que los sabios ocultaran la verdad, como hacen tantos? ¿Que los hombres prefirieran la ignorancia?
—Cuando leo esos libros, la sabiduría y la ignorancia me parecen muy similares —dijo Shallan—. La ignorancia puede residir en un hombre que se esconde de la inteligencia, pero la sabiduría puede ser ignorancia escondida detrás de la inteligencia.
—¿Y qué hay de la inteligencia sin ignorancia? ¿De buscar la verdad sin rechazar la posibilidad de estar equivocado?
—Un tesoro mitológico, brillante, como las Esquirlas del Amanecer o las Espadas de Honor. Merece la pena buscarlos, pero solo con gran cautela.
—¿Cautela? —dijo Jasnah, frunciendo el ceño.
—Encontrarlos te haría famosa, pero nos destruiría a todos. ¿Prueba de que se puede ser a la vez inteligente y aceptar la inteligencia de aquellos que están en desacuerdo contigo? Bueno, yo creo que eso minaría por completo al mundo erudito.
Jasnah hizo una mueca.
—Vas demasiado lejos, niña. Si cogieras la mitad de las energías que dedicas a ser ingeniosa y la canalizaras en tu trabajo, me atrevo a decir que podrías ser una de las eruditas más grandes de nuestro tiempo.
—Lo siento, brillante. Yo…, bueno, estoy confundida. Considerando las lagunas en mi educación, di por hecho que me harías estudiar cosas más profundas que el pasado reciente de unos pocos años.
Jasnah abrió uno de sus libros.
—He descubierto que las jóvenes como tú tienen una relativa falta de aprecio por el pasado lejano. Por tanto, seleccioné un área de estudio que fuera a la vez reciente y sensacionalista, para suavizarte el camino hacia la plena sabiduría. ¿No te interesa el asesinato de un rey?
—Sí, brillante —dijo Shallan—. A los niños nos encantan las cosas que son resplandecientes y ruidosas.
—Tienes la lengua larga en ocasiones.
—¿En ocasiones? ¿Es que no está aquí, en mi boca siempre? Tendré que… —Shallan se calló y se mordió los labios, advirtiendo que había ido demasiado lejos—. Lo siento.
—Nunca te disculpes por ser lista, Shallan. Sienta un mal precedente. Sin embargo, hay que aplicar el ingenio con cuidado. A menudo dices lo primero que te pasa por la cabeza.
—Lo sé —dijo Shallan—. Es un defecto de hace tiempo, brillante. Mis ayas y tutoras intentaron con fuerza desaconsejarlo.
—Probablemente con castigos rigurosos.
—Sí. El método favorito era hacerme permanecer sentada en un rincón sujetando libros con la cabeza.
—Lo que, a su vez —dijo Jasnah con un suspiro—, solo sirvió para que tus ocurrencias fueran más rápidas, pues sabías que tenías que decirlas antes de que pudieras considerarlas y reprimirlas —ladeó la cabeza—. Los castigos fueron inútiles. Usados con alguien como tú, solo sirvieron para animarte. Un juego. ¿Cuánto tendrías que decir para ganarte un castigo? ¿Podrías decir algo tan astuto que tus tutoras no entendieran el chiste? Estar sentada en un rincón te daba más tiempo para barruntar réplicas.
—Pero es indecoroso que una joven hable tanto como yo.
—Lo único «indecoroso» es no canalizar tu inteligencia de manera útil. Piénsalo. Te has entrenado a ti misma para hacer algo muy similar a lo que te molesta de los eruditos: astucia sin pensamiento detrás. Inteligencia, podríamos decir, sin una base de consideración adecuada —Jasnah pasó una página—. Errorgante ¿no dirías?
Shallan se ruborizó.
—Prefiero que mis pupilas sean listas —dijo Jasnah—. Me da algo más con lo que trabajar. Debería llevarte conmigo a la corte. Sospecho que Sagaz, al menos, te encontraría divertida…, aunque solo sea porque tu aparente timidez natural y tu lengua astuta hacen una combinación intrigante.
—Sí, brillante.
—Por favor, recuerda que la mente de una mujer es su arma más preciada. No debe emplearse con torpeza ni prematuramente. Igual que el mencionado cuchillo en la espalda, una pulla astuta es más efectiva cuando no se espera.
—Lo siento, brillante.
—No era una advertencia —dijo Jasnah, pasando una página—. Solo una observación. Las hago de vez en cuando: estos libros están llenos de polvo. El cielo es azul hoy. Mi pupila es una réproba lenguaraz.
Shallan sonrió.
—Ahora cuéntame qué has descubierto.
Shallan hizo una mueca.
—No mucho, brillante. ¿O debo decir demasiado? Cada escritor tiene sus propias teorías sobre por qué los parshendi mataron a tu padre. Algunos dicen que debió de insultarlos en la fiesta aquella noche. Otros dicen que todo el tratado fue una artimaña para acercarse a él. Pero eso tiene poco sentido, ya que habían tenido oportunidades mejores antes.
—¿Y el Asesino de Blanco? —preguntó Jasnah.
—Una auténtica anomalía. Las notas a pie de página están llenas de comentarios sobre él. ¿Por qué contrataron los parshendi a un asesino de fuera? ¿Temían no poder hacerlo ellos mismos? O tal vez no lo hicieron ellos y fueron inculpados. Muchos piensan que es improbable, considerando que los parshendi reivindicaron el asesinato.
—¿Y lo que tú piensas?
—Me considero inadecuada para extraer ninguna conclusión, brillante.
—¿Qué sentido tiene no extraer conclusiones?
—Mis tutoras me dijeron que las suposiciones eran solo para los muy experimentados —explicó Shallan.
Jasnah bufó.
—Tus tutoras eran idiotas. La inmadurez juvenil es uno de los grandes catalizadores del cambio del Cosmere, Shallan. ¿Te das cuenta de que el Hacedor de Soles solo tenía diecisiete años cuando comenzó sus conquistas? Gavarah no había llegado a su vigésimo Llanto cuando propuso la teoría de los tres reinos.
—¿Pero por cada Hacedor de Soles o cada Gavarah no hay cien Gregorh?
Gregorh fue un joven rey famoso por iniciar una guerra sin sentido contra reinos que eran aliados de su padre.
—Solo hubo un Gregorh —dijo Jasnah con una mueca—, afortunadamente. Tu argumento es válido. De ahí el propósito de la educación. Ser joven se basa en la acción. Ser sabio en la acción informada.
—O estar sentada en un rincón leyendo sobre un asesinato de hace cinco años.
—No te tendría aquí estudiando eso si no hubiera algún sentido —dijo Jasnah, abriendo otro de sus libros—. Demasiados eruditos piensan que la investigación es solo una búsqueda cerebral. Si no hacemos nada con el conocimiento que obtenemos, entonces hemos desperdiciado nuestros estudios. Los libros pueden almacenar información mejor que nosotros…, lo que nosotros hacemos, y los libros no pueden, es interpretar. Así que si no se van a extraer conclusiones, bien puedes dejar la información en los textos.
Shallan reflexionó. Visto de esa forma, le impulsaba a volver a sumergirse en sus estudios. ¿Qué era lo que Jasnah quería que hiciese con su información? Una vez más, sintió el aguijón de la culpa. Jasnah se estaba tomando grandes molestias en instruirla, y ella iba a recompensarla robándole su posesión más valiosa y dejando una piedra rota. Se sintió asqueada.
Esperaba que estudiar a las órdenes de Jasnah implicara papeleo y memorizaciones absurdas, acompañados de castigos por no ser lo bastante lista. Así era como sus tutoras habían abordado su instrucción. Jasnah era diferente. Le daba un tema y libertad para tratarlo como quisiera. Jasnah le ofrecía ánimos y especulaciones, pero casi todas sus conversaciones volvían a temas como la verdadera naturaleza de la sabiduría, el propósito del estudio, la belleza del conocimiento y su aplicación.
Jasnah Kholin amaba de verdad aprender, y quería que las demás lo hicieran también. Bajo su severa mirada, sus intensos ojos y aquellos labios que rara vez sonreían, Jasnah Kholin creía verdaderamente en lo que hacía. Fuera lo que fuese.
Shallan recogió uno de sus libros, pero miró con disimulo los lomos del fajo de Jasnah. Más historias sobre las Épocas Heráldicas. Mitologías, comentarios, libros de eruditas que solo eran especulaciones descabelladas. El volumen que ahora mismo tenía Jasnah se llamaba Sombras recordadas. Shallan memorizó el título. Intentaría buscar un ejemplar y examinarlo.
¿Qué pretendía Jasnah? ¿Qué secretos esperaba desentrañar de esos volúmenes, la mayoría copias de copias de hacía siglos? Aunque Shallan había descubierto algunos secretos referidos al moldeador de almas, la naturaleza de la misión de Jasnah (el motivo por el que la princesa había venido a Kharbranth), seguía siendo un misterio. Enloquecedor, y a la vez atrayente. A Jasnah le gustaba hablar de las grandes mujeres del pasado, mujeres que no solo habían registrado la historia, sino que también le habían dado forma. Fuera lo que fuese aquello que estaba estudiando, consideraba que era importante. Y que podía cambiar el mundo.
«No debes dejarte atraer —se dijo Shallan, volviendo a su libro y sus notas—. Tu objetivo no es cambiar el mundo. Tu objetivo es proteger a tus hermanos y tu casa».
De todas formas, necesitaba hacer una buena exhibición de su trabajo. Y eso le dio motivos para sumergirse en él durante dos horas hasta que la interrumpieron unos pasos en el pasillo. Probablemente los sirvientes que traían la comida del mediodía. Jasnah y Shallan comían a menudo en su reservado.
El estómago de Shallan gruñó cuando olió la comida, y alegremente hizo a un lado su libro. Normalmente dibujaba en el almuerzo, una actividad que Jasnah animaba, a pesar de su desprecio a las artes visuales. Decía que los hombres de alta cuna a menudo pensaban que dibujar y pintar eran «apetecibles» en una mujer, y que por eso Shallan debía conservar sus habilidades, aunque solo fuera para atraer pretendientes.
Shallan no sabía si considerar eso un insulto o no. ¿Y qué decía de las intenciones de la propia Jasnah hacia el matrimonio que nunca se molestara con las artes femeninas más atrayentes como la música o el dibujo?
—Majestad —dijo Jasnah, levantándose rápidamente.
Shallan dio un respingo y miró apurada por encima del hombro. El anciano rey de Kharbranth estaba de pie en la puerta, vestido con una magnífica túnica naranja y blanca con detallados bordados. Shallan se puso en pie.
—Brillante Jasnah —dijo el rey—. ¿Interrumpo?
—Tu compañía no es nunca una interrupción, majestad —respondió Jasnah. Debía de estar tan sorprendida como la propia Shallan, pero no mostró ni un signo de incomodidad o ansiedad—. Íbamos a almorzar pronto, de todas formas.
—Lo sé, brillante —dijo Taravangian—. Espero que no importe si os acompaño.
Un grupo de sirvientes empezó a traer comida y una mesa.
—En absoluto —dijo Jasnah.
Los sirvientes colocaron rápidamente las cosas, poniendo dos manteles distintos en la mesa redonda para separar a los sexos durante la comida. Aseguraron las medias lunas de tela (roja para el rey, azul para las mujeres) con pesos en el centro. Trajeron platos cubiertos llenos de pitanza: un guiso claro y frío en el centro con verduras dulces para las mujeres, un caldo picante para el rey. Los khabranthianos preferían sopa para almorzar.
Shallan se sorprendió de tener un lugar en la mesa. Su padre nunca había comido en la misma mesa que sus hijos; incluso ella, la favorita, se veía relegada a su propia mesa. Cuando Jasnah se sentó, ella hizo lo mismo. Su estómago volvió a gruñir, y el rey les indicó que comenzaran. Sus movimientos parecían torpes comparados con la elegancia de Jasnah.
Shallan pronto estuvo comiendo con satisfacción y gracia, como debía hacer una mujer, la mano segura en el regazo, usando la mano libre y una brocheta para pinchar los trozos de verdura o fruta. El rey eructó, pero no fue tan ruidoso como otros hombres. ¿Por qué se había dignado a visitarlas? ¿No habría sido más adecuado una invitación formal a cenar? Naturalmente, había descubierto que Taravangian no era célebre por su dominio del protocolo. Era un rey popular, al que los ojos oscuros amaban por los hospitales que había mandado construir. Sin embargo, los ojos claros lo consideraban poco inteligente.
Pero no era ningún idiota. A la luz de la política de los ojos claros, por desgracia, ser solo de inteligencia media era una desventaja. Mientras comían, el silencio se extendió y se volvió embarazoso. Varias veces pareció como si el rey estuviera a punto de decir algo, pero siempre tornó a su sopa. Parecía intimidado por Jasnah.
—¿Y cómo está tu nieta, majestad? —acabó por preguntar Jasnah—. ¿Se está recuperando bien?
—Bastante bien, gracias —dijo Taravangian, como aliviado por empezar a conversar—. Ahora que evita los pasillos más estrechos del Cónclave. Te agradezco tu ayuda.
—Siempre es un placer servir de ayuda, majestad.
—Si me perdonas que así lo diga, los fervorosos no agradecen mucho tu servicio —dijo Taravangian—. Comprendo que es un tema sensible. Quizá no debería mencionarlo, pero…
—No, adelante —dijo Jasnah, comiendo un pequeño rábano verde del extremo de su brocheta—. No me avergüenzo de mis decisiones.
—¿Entonces perdonarás la curiosidad de un viejo?
—Siempre perdono la curiosidad, majestad. La considero una de las emociones más auténticas.
—¿Entonces cómo la encontraste? —preguntó Taravangian, señalando con la cabeza el moldeador de almas, que Jasnah llevaba cubierta por un guante negro—. ¿Cómo la sacaste de los devotarios?
—Esas preguntas podrían ser peligrosas, majestad.
—Ya he adquirido algunos enemigos nuevos al recibirte.
—Te perdonarán —dijo Jasnah—. Dependiendo del devotario que hayas elegido.
—¿Perdonarme? ¿A mí? —El anciano pareció considerarlo divertido, y durante un momento Shallan pensó que veía en su expresión un profundo pesar—. No es muy probable. Pero eso es otro asunto. Por favor. Insisto en mi pregunta.
—Y yo insisto en ser evasiva, majestad. Lo siento. Perdono tu curiosidad, pero no puedo satisfacerla. Estos secretos son míos.
—Naturalmente, naturalmente. —El rey se echó para atrás en su asiento, como avergonzando—. Ahora pensarás que he venido simplemente a acosarte por el fabrial.
—¿Tenías otro propósito, entonces?
—Bueno, verás, he oído las cosas más maravillosas sobre la habilidad artística de tu pupila. Pensaba que tal vez… —Le sonrió a Shallan.
—Por supuesto, majestad —dijo Shallan—. Con mucho gusto dibujaré tu retrato.
Él sonrió al levantarse, dejando su comida a medias antes de recoger sus cosas. Miró a Jasnah, pero el rostro de la otra mujer era indescifrable.
—¿Preferirías un retrato sencillo contra un fondo negro? —preguntó Shallan—. ¿O una perspectiva más amplia, incluyendo las inmediaciones?
—Quizá deberías esperar a que hayamos terminado de comer, Shallan —recalcó Jasnah.
Shallan se ruborizó, sintiéndose como una idiota por su entusiasmo.
—Por supuesto.
—No, no —dijo el rey—. Yo he terminado ya. Un boceto detallado sería perfecto, niña. ¿Cómo te gustaría que me sentara?
Acercó su silla, posó y sonrió como si fuera un abuelo.
Ella parpadeó, fijando la imagen en su mente.
—Así está perfecto, majestad. Puedes volver a tu comida.
—¿No necesitas que me quede quieto? He posado para retratos antes.
—Así está bien —le aseguró Shallan, sentándose.
—Muy bien —dijo él, volviendo a la mesa—. Pido disculpas por hacer que me utilices, a mí nada menos, como sujeto de tu arte. Este rostro mío no es el más expresivo que habrás dibujado, estoy seguro.
—Oh, no —dijo Shallan—. Un rostro como el tuyo es justo lo que necesita una artista.
—¿Ah, sí?
—Sí, la… —Shallan se interrumpió. Había estado a punto de decir: «Sí, la piel se parece lo suficiente al pergamino para ser un lienzo ideal»—… la hermosa nariz que tienes, y esa piel arrugada por la sabiduría. Destacará con el carboncillo.
—Oh, bien, entonces. Adelante. Aunque no comprendo cómo vas a trabajar sin que yo esté posando.
—La brillante Shallan tiene un talento único —dijo Jasnah. Shallan empezó su dibujo.
—¡Supongo que así debe ser! —dijo el rey—. He visto el dibujo que hizo para Varas.
—¿Varas? —preguntó Jasnah.
—El ayudante jefe de las colecciones del Palaneo —contestó el rey—. Un primo lejano mío. Dice que el personal está sorprendido con tu joven pupila. ¿Cómo la encontraste?
—Inesperadamente, y necesitada de educación. —El rey alzó una ceja—. No puedo atribuirme su habilidad artística —dijo Jasnah—. Existía ya.
—Ah, una bendición del Todopoderoso.
—Podrías decir que sí.
—¿Pero asumo que tú no? —Taravangian se rio, incómodo.
Shallan dibujó con rapidez, estableciendo la forma de la cabeza. El rey se agitó, incómodo.
—¿Es duro para ti, Jasnah? Doloroso, quiero decir.
—El ateísmo no es ninguna enfermedad, majestad —repuso Jasnah secamente—. No es que haya pillado un sarpullido en el pie.
—Por supuesto que no, por supuesto que no. Pero…, ¿no es difícil no tener nada en lo que creer?
Shallan se inclinó hacia delante, todavía abocetando, pero atenta a la conversación. Shallan había supuesto que formarse a las órdenes de una hereje sería un poco más emocionante. Con Kasbal (el ingenioso fervoroso que había conocido en su primer día en Kharbranth) había hablado varias veces de la fe de Jasnah. Sin embargo, con la propia Jasnah, el tema no se presentaba casi nunca. Cuando lo hacía, Jasnah solía cambiar a otra cosa.
Hoy, sin embargo, no lo hizo. Tal vez notaba la sinceridad de la pregunta del rey.
—No diría que no tengo nada en qué creer, majestad. De hecho, tengo mucho en qué creer. Mi hermano y mi tío, mis propias capacidades. Las cosas que me enseñaron mis padres.
—Pero lo que está bien y lo que está mal. Eso…, bueno, lo has descartado.
—Que no acepte las enseñanzas de los devotarios no significa que haya dejado de creer en el bien y el mal.
—¡Pero el Todopoderoso determina lo que es el bien!
—¿Debe alguien, un ser invisible, declarar qué es el bien para que sea bueno? Yo creo que mi propia moralidad, que responde solo ante mi corazón, es más segura y veraz que la moralidad de aquellos que hacen el bien solo porque temen el castigo.
—Pero eso es el alma de la ley —dijo el rey, confundido—. Si no hay castigo, solo puede haber caos.
—Si no hubiera ley, algunos hombres harían lo que quisieran, sí —dijo Jasnah—. ¿Pero no es notable que, dada la posibilidad de obtener ganancias personales a costa de otros, tanta gente escoja lo que está bien?
—Porque temen al Todopoderoso.
—No. Creo que algo innato en nosotros comprende que buscar el bien de la sociedad suele ser mejor para el individuo también. La humanidad es noble cuando tiene la oportunidad de serlo. Esa nobleza es algo que existe independientemente de los decretos de ningún dios.
—No veo cómo puede existir nada fuera de los decretos de Dios. —El rey sacudió la cabeza, divertido—. Brillante Jasnah, no pretendo discutir, ¿pero no es la misma definición del Todopoderoso que todas las cosas existen por él?
—Si sumas uno y uno, hacen dos, ¿no?
—Bueno, sí.
—Ningún dios necesita declararlo para que sea cierto —dijo Jasnah—. Por tanto ¿no podríamos decir que las matemáticas existen fuera del Todopoderoso, independientes de él?
—Tal vez.
—Bien. Yo digo simplemente que la moralidad y la voluntad humana son también independientes de él.
—¡Si dices eso —dijo el rey, riendo—, entonces has eliminado de la existencia todo propósito para el Todopoderoso!
—Ciertamente.
El cubículo quedó en silencio. Las lámparas de esferas de Jasnah proyectaban una luz blanca, fría y regular sobre ellos. Durante un incómodo momento, el único sonido fue el roce del carboncillo de Shallan sobre su libreta. Trabajaba con movimientos rápidos, preocupada por las cosas que había dicho Jasnah, pues la hacían sentirse vacía por dentro. Eso era en parte porque el rey, debido a su afabilidad, no era bueno discutiendo. Era un hombre adorable, pero no podía ser rival de Jasnah en una controversia.
—Bueno —dijo Taravangian—. He de decir que presentas tus argumentos de manera muy efectiva. Pero no los acepto.
—Mi intención no es convertir, majestad. Me contento guardando mis creencias para mí, algo que la mayoría de mis colegas de los devotarios tienen problemas para hacer. Shallan, ¿has terminado ya?
—Casi, brillante.
—¡Pero si apenas han sido unos minutos!
—Su habilidad es notable, majestad —dijo Jasnah—. Como creo que ya he mencionado.
Shallan se inclinó hacia atrás, inspeccionando su obra. Se había concentrado tanto en la conversación que había dejado que sus manos dibujaran solas, confiando en sus instintos. El boceto describía al rey sentado en su silla con expresión de sabiduría, las paredes del reservado tras él. La puerta quedaba a su derecha. Sí, era un buen retrato. No su mejor obra, pero…
Shallan se detuvo, conteniendo la respiración, el corazón sobresaltado. Había dibujado algo de pie en la puerta junto al rey. Dos criaturas altas y delgadas con capas abiertas por delante y que colgaban a los lados demasiado tiesas, como si estuvieran hechas de cristal. Sobre los altos y envarados cuellos, donde deberían estar las cabezas de las criaturas, cada una tenía un gran símbolo flotante de retorcido diseño, lleno de imposibles ángulos y geometrías.
Shallan se quedó allí mirando, aturdida. ¿Había dibujado ella esas cosas? ¿Qué la había llevado a…?
Alzó la cabeza. El pasillo estaba vacío. Las criaturas no eran parte del apunte que había tomado. Sus manos simplemente las habían dibujado por su cuenta.
—¿Shallan? —dijo Jasnah.
Por reflejo, Shallan dejó caer su carboncillo y agarró la hoja con la mano libre, arrugándola.
—Lo siento, brillante. Presté demasiada atención a la conversación. Me descuidé.
—Bueno, al menos podemos verlo, niña —dijo el rey, poniéndose en pie.
Shallan sujetó el papel con más fuerza.
—¡No!
—En ocasiones tiene ataques de temperamento artístico, majestad —suspiró Jasnah—. No se lo podrás quitar.
—Te haré otro, majestad —dijo Shallan—. Lo siento mucho.
El rey se frotó la barba canosa.
—Sí, bueno, iba a ser un regalo para mi nieta…
—Al final del día —prometió Shallan.
—Eso sería maravilloso. ¿Estás segura de que no necesitas que pose?
—No, no, no será necesario, majestad —dijo Shallan. Su pulso seguía latiendo desbocado y no podía apartar de su mente la imagen de aquellas dos figuras distorsionadas, así que tomó otro apunte del rey. Podría utilizarlo para recrear una imagen más adecuada.
—Muy bien —dijo el rey—. Supongo que debería marcharme. Quiero visitar los hospitales y a los enfermos. Puedes enviar el dibujo a mis aposentos, pero tómate tu tiempo. No pasa nada, tranquila.
Shallan hizo una reverencia, apretando contra su pecho el papel arrugado. El rey se retiró con sus ayudantes, y varios parshmenios entraron para llevarse la mesa.
—Nunca te he visto cometer ningún error en tus dibujos —dijo Jasnah, sentándose de nuevo—. Al menos no tan horrible como para que tuvieras que destruir el papel.
Shallan se ruborizó.
—Supongo que incluso una maestra de las artes puede errar. Ve y dedica la siguiente hora a hacer un retrato adecuado de su majestad.
Shallan contempló el boceto estropeado. Las criaturas eran simplemente su capricho, el producto de dejar deambular su mente. Eso era todo. Solo imaginaciones. Tal vez había algo en su subconsciente que necesitaba expresar. ¿Pero qué podían significar las figuras entonces?
—Me di cuenta de que hubo un momento en que, cuando hablabas con el rey, vacilaste —observó Jasnah—. ¿Qué no dijiste?
—Algo inadecuado.
—¿Pero ingenioso?
—Lo ingenioso nunca parece tan impresionante cuando se ve fuera del momento, brillante. Fue solo un pensamiento tonto.
—Y lo sustituiste por un cumplido vacío. Creo que malinterpretaste lo que pretendía explicar, niña. No deseo que permanezcas en silencio. Es bueno ser ingenioso.
—Pero si hubiera hablado, habría insultado al rey, y tal vez incluso lo habría confundido y le habría causado turbación. Estoy segura de que sabe lo que la gente dice sobre su falta de agilidad mental.
Jasnah hizo una mueca.
—Palabras necias. De gente necia. Pero tal vez hiciste bien en no hablar, aunque recuerda que canalizar tus capacidades y reprimirlas son dos cosas distintas. Preferiría que pensaras en algo que fuera a la vez ingenioso y adecuado.
—Sí, brillante.
—Además, creo que habrías hecho reír a Taravangian. Parece apurado por algo últimamente.
—¿No te parece aburrido entonces? —preguntó Shallan, curiosa. No creía que el rey fuera necio o aburrido, pero pensaba que alguien tan inteligente como Jasnah tal vez no tuviera paciencia para un hombre como él.
—Taravangian es un hombre maravilloso —dijo Jasnah—, y vale lo que cien expertos autoproclamados en modales cortesanos. Me recuerda a mi tío Dalinar. Formal, sincero, preocupado.
—Aquí los ojos claros dicen que es débil. Porque se pliega ante muchos otros monarcas, porque teme la guerra, porque no tiene una hoja esquirlada.
Jasnah no respondió, aunque parecía preocupada.
—¿Brillante? —instó Shallan, acercándose a su asiento y ordenando sus carboncillos.
—En tiempos antiguos —dijo Jasnah—, un hombre que traía la paz a su reino era considerado de gran valor. Ahora el mismo hombre sería considerado un cobarde. —Sacudió la cabeza—. Este cambio ha tardado siglos en producirse. Debería aterrorizarnos. Nos vendría bien tener más hombres como Taravangian, y te pido que no vuelvas a llamarlo aburrido, ni siquiera en broma.
—Sí, brillante. —Shallan inclinó la cabeza—. ¿Crees de verdad las cosas que dijiste sobre el Todopoderoso?
Jasnah guardó silencio un instante.
—Lo creo. Aunque quizás exageré mi convicción.
—¿El Movimiento Asegurado de teoría retórica?
—Sí, supongo que fue eso. Debo tener cuidado de no darte la espalda mientras leo hoy. Una auténtica erudita no debería cerrar su mente a ningún tema —dijo Jasnah—, no importa lo segura que pueda sentirse. Que no haya encontrado todavía un motivo convincente para unirme a uno de los devotarios no significa que no lo vaya a hacer jamás. Aunque cada vez que tengo una discusión como la de hoy, mis convicciones se hacen más firmes.
Shallan se mordió los labios. Jasnah advirtió la expresión.
—Tendrás que aprender a controlar eso, Shallan. Hace que tus sentimientos sean obvios.
—Sí, brillante.
—Bueno, dilo.
—Es que tu conversación con el rey no fue del todo justa.
—¿No?
—Por su, ya sabes, capacidad limitada. Él se portó muy bien, pero no tenía los argumentos que podría haber tenido alguien más versado en teología vorin.
—¿Y qué argumentos podría haber dado alguien así?
—Bueno, yo tampoco tengo mucha formación en el tema. Pero creo que ignoraste, o al menos minimizaste, una parte vital de la discusión.
—¿Y es…?
Shallan se señaló el pecho.
—Nuestros corazones, brillante. Creo que porque siento algo, una cercanía al Todopoderoso, siento paz cuando vivo mi fe.
—La mente es capaz de proyectar las respuestas emocionales esperadas.
—¿Pero no argumentaste tú misma que la forma en que actuamos, la forma en que consideramos el bien y el mal, es un atributo que define a la humanidad? Usaste nuestra moralidad innata para demostrar tu argumento. ¿Cómo puedes entonces descartar mis sentimientos?
—¿Descartarlos? No. ¿Considerarlos con escepticismo? Tal vez. Tus sentimientos, Shallan, por poderosos que sean, son tuyos propios. No míos. Y lo que yo siento es que pasarme la vida tratando de ganarme el favor de un ser invisible, desconocido e incognoscible que me observa desde el cielo es un ejercicio completamente inútil. —Señaló a Shallan con su pluma—. Pero tu método retórico está mejorando. Todavía haremos una erudita de ti.
Shallan sonrió, sintiendo un arrebato de placer. Una alabanza de Jasnah era más preciosa que una broam de esmeralda.
«Pero…, no voy a ser una erudita. Voy a robar el moldeador de almas y marcharme».
No le gustaba pensar en eso. Era otra cosa que tendría que haber superado: tendía a evitar pensar en las cosas que la hacían sentirse incómoda.
—Ahora date prisa y ponte a trabajar en el dibujo del rey —dijo Jasnah, cogiendo un libro—. Tendrás mucho trabajo real que hacer cuando lo hayas terminado.
—Sí, brillante.
Por una vez, sin embargo, a Shallan le costó trabajo dibujar, pues su mente estaba demasiado preocupada para concentrarse.