Se ha declamado mucho contra los eclesiásticos regulares y seculares de España que tomaron las armas y excitaban al pueblo a sublevarse: pero esto no es nuevo en la historia. La de España no sólo abunda de tales ejemplares, sino que también los hay en las de otras naciones de Europa. Se ha visto a los sumos pontífices defender su territorio, y los obispos eran señores espirituales y temporales, y a muchos de los de Francia se les vio batirse contra los hugonotes... Así no es extraordinaria la conducta de sus eclesiásticos en el estado actual de cosas, como no lo era el de Francia en épocas antiguas. Estas acciones suelen mirarse bajo dos aspectos: para unos son reprensibles, para otros admirables. Se cita con elogio a los capuchinos de Barcelona por su celo y entusiasmo en defender aquella ciudad en 1706 contra las armas de Felipe V; y la conducta del clero fue la misma que ha tenido al presente el de Zaragoza. Al obispo de Murcia don Luis de Belluga le hicieron cardenal porque defendió valientemente la ciudad contra el archiduque competidor de Felipe V. No trato de excusarle, y sí solo de probar que algunas veces se ha autorizado este abuso, sin embargo de ser contra lo dispuesto por los sagrados cánones. Si un militar tiene que obtener dispensa para ordenarse, es impropio que un eclesiástico haga la guerra. Con efecto, su ministerio es el de la paz y dulzura; y nada más impropio y opuesto a la moral evangélica que el derramamiento de sangre y el saqueo. ↵