NOTAS, DOCUMENTOS JUSTIFICATIVOS.
NOTA I. [SOBRE EL ESTADO DE LOS EJÉRCITOS EN 1808]
El primer cuidado de la Junta Suprema Central fue el arreglo de los ejércitos. Por el pronto se crearon tres de operaciones y uno de reserva. El de la derecha en Cataluña, al mando del general Vives, el del centro de las tropas de Andalucía, Castilla, Extremadura y Valencia al del general Castaños, el de la izquierda de las tropas de Galicia, Asturias, las que se incorporasen de Vizcaya y los cuerpos de caballería que había en Castilla, al del general Blake, y la reserva de las tropas de Aragón y Murcia al del general Palafox. El ejército del centro, a mediados de noviembre, compuesto de las divisiones 1ª, 2ª, 3ª y 4ª era de 26.000 hombres, entre ellos 3.000 de caballería, y el de reserva sobre 17.600 en varias divisiones, que al todo ascendían a 43.600 hombres.
Las tropas francesas que entraron en España de refuerzo, desde primero de octubre hasta el 8 de noviembre, ascendían a 54.250 infantes, 13.900 caballos, con 130 piezas de artillería, y suponiendo que las que se retiraron de Madrid y de las provincias a últimos de agosto fuesen 40.000 infantes y 5.000 caballos, resultará que el ejército francés en dicha época constaba de 113.000 hombres de infantería y caballería con 160 piezas de artillería.
No sólo, pues, había una diferencia numeraria sino extraordinaria en cuanto a disciplina y recursos. El general Eguía, fecha 10 de octubre en su cuartel general de Citruénigo, decía a la Junta Suprema Central que los ejércitos de Andalucía y Valencia carecían de dinero, vestuario, municiones subsistencias, hospitales, tiendas, &c.; y lo mismo el de Castilla, en la mayor parte de estos artículos, por cuya falta era imposible emprender operación alguna. Que además necesitaba una formal organización que no había podido realizarse por falta de oficiales, sargentos y cabos que lo entendiesen, pues había cuerpos de mil hombres como el primero de León sin más oficial veterano que el comandante; y concluye suplicando que, hasta que el ejército se pusiese en el estado de instrucción competente, se le permitiese volver a su plaza del Consejo de la guerra. El ejército reunido carecía asimismo de todo, y el de Castilla no tenía más tropa veterana que dos regimientos provinciales en un pie muy bajo, y a todo esto se unía una absoluta desorganización, desavenencias, partidos y disgustos entre algunos generales, que todo ofrecía una idea muy triste de aquel llamado ejército, que fue preciso disolverlo e introducirlo entre los veteranos para sacar algún partido.
Los que entonces, pues, fijaban únicamente su atención en que, a pesar de las dispersiones de Tudela, Burgos, Ciudad Real y Medellín, teníamos una existencia efectiva de 130 a 140.000 hombres, sin contar con las guarniciones de las plazas, y los infinitos que en Granada, Murcia, Valencia, Galicia y otras partes se estaban organizando, creían que había la fuerza suficiente para lanzar a los franceses al otro lado de los Pirineos; pero ahora que las cosas se contemplan sin el calor y entusiasmo que inflamaba las imaginaciones, se conoce que aquella fuerza no podía dar por el pronto tales resultados.
NOTA 2. [CIRCUNSTANCIAS DE LA BATALLA DE TUDELA]
Las contestaciones que se suscitaron de resultas de la batalla de Tudela produjeron al general Castaños algunos sinsabores. Como militar acreditado y que acababa de ceñir sus sienes con los laureles de la acción de Bailén, no pudo mostrarse indiferente a las imputaciones que se le hicieron, y comprometían su opinión. El representante don Francisco propuso a la Junta Suprema Central que se le separase del mando del ejército del centro, y con este motivo se vio precisado a publicar el manifiesto fecho en San Jerónimo de Buenavista a 6 de enero de 1809, en el que no sólo las desvanece con razones y documentos, sino que demuestra lo difícil y escabroso que era en aquella aciaga época desempeñar cualquiera clase de mando. La Junta Suprema, que no desconocía su posición y que se necesitaba mucha prudencia para no dar motivo a que se fomentasen los disturbios interiores, que era uno de los medios de que el astuto Napoleón se prevalía para destruirnos; le llamó para que fuese a ocupar la plaza de individuo de la Junta militar que se le designó desde el momento en que fue erigida, y entregase el mando interino de los ejércitos del centro al general nombrado conde de Carvajal, ínterin llegaba el marqués de la Romana, que estaba elegido general en jefe de los ejércitos de la izquierda y del centro. Esta real orden, fecha en Aranjuez a 27 de noviembre de 1808, la recibió el general Castaños el 29 por la noche en Arcos. El día primero de diciembre emprendió su marcha, y por las ocurrencias que sobrevinieron tuvo que ir a Sevilla, adonde se había retirado ya la Junta.
El expresado Manifiesto da una idea exacta de cuanto ocurrió en la acción de Tudela, y en su defecto podrán suplir, para corroborar los hechos según quedan referidos, los documentos siguientes:
Oficio que el señor don Francisco Palafox, como representante de la Junta Central, y el general Castaños, dirigieron al general O-neille, y contestación que les dio. «Excelentísimo señor.=Los momentos son preciosos, tanto que en aprovecharlos consiste la conservación de este ejército. La división del general Desolles, compuesta de doce mil hombres, los cuatro mil de caballería, ha penetrado por el Burgo de Osma, su primera división de seis mil hombres se halla hoy en Almazán: las tropas de Ney en Logroño, y las de Moncey dentro de Lodosa, han indicado ya por los movimientos de ayer, que vienen a atacar esta posición, que será envuelta por los de Almazán. Es, pues, urgentísimo que esas tropas todas se pongan en marcha inmediatamente que llegue esta orden, y pasen a Tudela, que será la derecha de nuestra línea que vamos a establecer sobre Cascante y Tarazona hasta las faldas de Moncayo.=V. E. conocerá cuan preciso es este movimiento, y no se detendrá en discurrir, sino que dispondrá su marcha sin perder momento. Doy en consecuencia las órdenes para la marcha de mi ejército, y en esto no habrá falencia, pues estamos en el caso de recibir al enemigo y batirlo para salvar este ejército; lo cual conseguido, es del mayor interés para España, y para que varíen totalmente los planes del enemigo = Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel general de Cintruénigo a las doce del día de hoy 21 de noviembre de 1808.=M. Francisco Palafox y Melci.= Javier de Castaños.=Excelentísimo señor don Juan O-neille.»
Contestación. «Excelentísimos señores.=Ahora, que son las cinco de la tarde, recibo el oficio de V. EE. en que me manifiestan el estado de ese ejército, y que no hay momentos que perder para salvarlo por las posiciones que ocupan los enemigos sobre Logroño y Almazán; las noticias que recibimos hoy de las provincias aseguran su mal estado: el capitán general de Aragón, mi jefe natural, me dice se conserve esta posición para obrar por aquí ofensivamente, que no varíe nada, pero que auxilie. En tan críticas circunstancias mi resolución parece debía ser dudosa; no obstante doy la orden a todo el ejército para que esté pronto a marchar, inclusos los que están en Villafranca; y aprovechándome de la imposibilidad de emprender la marcha de más de veinte mil hombres en una noche obscura, sin preparativo ninguno, despacho un extraordinario ganando horas al excelentísimo señor capitán general de Aragón, deseando que, convenidos ambos, me digan cuales son las órdenes que debo observar, siempre que éstas no sean acordes.=Dios guarde a V. EE. muchos años. Caparroso 21 de noviembre de 1808.=Excelentísimos señores.=Juan O-neille.=Excelentísimos señores don Francisco Palafox y Melci, y don Francisco Javier Castaños.
Parte oficial del teniente general O-neille al excelentísimo señor don José Palafox, capitán general de este ejército y reino. «Excelentísimo señor.=A pocas horas de haber conferenciado con V. E. en Caparroso sobre la feliz situación de las tropas de mi mando en aquel punto tan importante, llenas de ardor y entusiasmo por la superioridad que concibieron contra el enemigo, que en tanto tiempo no se atrevió a atacarnos, y por las ventajas que concebían para mayores empresas hacia Pamplona, y cuando, convencido V. E. de que podía pasarse el tiempo de ser favorables sus designios, en un todo conformes a mis deseos e intenciones, se dirigió a tratarlos con el capitán general del ejército del centro, me hallé con el oficio del mismo capitán general, y del representante de la Junta Central el señor don Francisco Palafox, fecha 21 de este mes, de que era urgentísimo que se pusiesen inmediatamente en marcha todas mis tropas pasando a Tudela a la derecha de la línea que iba a establecerse sobre Cascante y Tarazona hasta las faldas de Moncayo, encargándome no perdiese un momento, pues daban, en consecuencia, las órdenes para la marcha del ejército del centro, y se estaba en el caso de recibir al enemigo, y batirlo para salvar aquel ejército, lo cual conseguido, era del mayor interés para España, y para que totalmente variasen los planes de los enemigos.
»Sorprendido yo con la novedad de este oficio, opuesto enteramente a lo que habíamos tratado en Caparroso el día anterior, di parte a V. E., y antes de recibir su contestación me hallé con un oficio suyo hecho en Tudela el mismo día 21, en que, a vista de lo que le decía el capitán general del centro, me mandaba que inmediatamente luego luego que lo recibiese, me pusiese en marcha con todo mi ejército y las tropas que tenía de el del centro para Tudela, y fijase allí mi cuartel general, en inteligencia que, las tropas que ocupaban los puntos de Cintruénigo, Calahorra y demás del Ebro estaban ya marchando para Borja y Tarazona, y de consiguiente cualquiera detención podría ser perjudicialísima quedando flanqueado por aquella parte. Luego con la propia fecha del 21, cuando ya estaban para marchar mis tropas, recibí la contestación de V. E. afirmándose en su anterior orden por el movimiento empezado ya del ejército del centro.=No puedo explicar a V. E. la sensación que hizo en la tropa de mí mando este movimiento retrógrado, pues animados todos por los felices movimientos anteriores, concebían frustradas sus esperanzas y malograda la situación con que siempre habían estado los mas avanzados al frente de los enemigos: tan inesperado acontecimiento los desanimaba; y para inspirarles igual ardor al que hasta entonces habían acreditado, y que no se verificasen las fatales consecuencias que me estaba recelando, me valí de mi autoridad, acompañada de la persuasión más enérgica, manifestándoles la orden de aquella noche, según la cual de nuestro movimiento retrógrado dependía la felicidad de todo el ejercito, y que al fin era con orden expresa de V. E. y preciso obedecerla.=Con esto se sosegaron algún tanto los ánimos, y me dirigí con mis tropas a Tudela, donde se hallaban V. E., el señor representante, y el capitán general del ejército del centro. A las nueve de la mañana del día siguiente, 23 del corriente, me dio parte el coronel don Felipe Perena, que por el frente de Ablitas se divisaban dos columnas enemigas, y con esto y el aviso que me dio la noche anterior el capitán general del ejército del centro, de que los enemigos habían entrado en Cintruénigo, dispuse se tocase la generala, noticiándolo al mismo tiempo al capitán general para que, como jefe absoluto, tomase las medidas convenientes; hizo salir algunos refuerzos, y a poco rato dispuso que verificase lo mismo el general Saint-Marc por la izquierda, enviando va-ríos cuerpos de mi división a las alturas de santa Bárbara para reforzar aquel punto interesante, y sostener los que estaban allí de la división del general Roca. Como me dejó en el camino real con el resto de mis tropas, le envié a mi ayudante de campo don Bartolomé Gelabert, para que, respecto que la acción estaba empeñada, le preguntase lo que debía practicar; y me contestó pasase yo al centro de la línea donde se hallaba. A poco tiempo mandó que viniese el resto de las tropas, y me encargase de toda la izquierda. Cuando llegué estaban ya tomadas las alturas de la izquierda, y amenazaban envolvernos; pero habiendo recibido orden suya de que los atacase, y que vendría en mi auxilio la división del general Peña, resolví hacerlo por escalones de batallones, empezando el tercero de reales guardias españolas con una bizarría tan extraordinaria, que al momento abandonaron los enemigos aquel tan interesante punto, dejando el campo cubierto de cadáveres, sucediendo lo mismo por el frente de los regimientos de voluntarios de Castilla y Segorbe. Cuando me hallaba con esta satisfacción, y veja una batalla ganada, vinieron dos ordenanzas de caballería a decirme de parte del citado capitán general no recelase de una columna de infantería con bastante caballería que venía por la izquierda, pues eran las tropas del general Peña que venían de Cascante. Lisonjeado mas con este auxilio, que hubiese decidido la batalla a nuestro favor, recorrí mi izquierda para prevenir al general Saint-Marc siguiese el ataque por el mismo orden, cuando me sorprendió este general diciéndome era preciso retirarse, porque la derecha estaba forzada, el enemigo en Tudela, y retiradas todas las tropas que ocupaban el centro de la posición. Me sobrecogió esto tanto mas, cuanto el capitán general no me dio ningún aviso de este suceso, lo que casi me parecía imposible i pero empezando a oír el fuego por la espalda del olivar, me persuadí del hecho. En estas tristes circunstancias, en las de no haberse movido la división de Peña, y que ta que se me anunció era de este general reconocí ser una división enemiga de unos ocho mil hombres de infantería y dos mil caballos, ordené mi retirada en el mejor orden posible, situando en dirección oblicua el segundo regimiento de Valencia, para sostener la de nuestras tropas, que en efecto se verificó estando cortadas ya por todas partes; pero su bizarría se abrió paso con la bayoneta y el sable, habiéndome yo puesto a su cabeza, dejando al general Saint-Marc con la caballería para proteger nuestro único y osado recurso. Este general desempeñó tan bien este encargo, como los demás que se le confiaron en el discurso de la acción. Puedo asegurar a V. E. que no he visto otra alguna en que la oficialidad y tropa haya llenado tan completamente sus deberes; pero de los que yo tuve a mis órdenes debo elogiar particularmente al tercer batallón de Reales guardias españolas, y los regimientos de Voluntarios de Castilla, Segorbe y Turia: el digno don Manuel de Velasco, comandante de Artillería de la división de mimando, don Ángel Ulloa, de la del general Saint-Marc, den José Moñino, y don Rafael del Pino, que rodeado de enemigos, clavó parte de la artillería que no pudo retirar, son muy dignos de consideración por haber destrozado enteramente tres columnas. La perdida de los enemigos no baja de ocho mil hombres, pudiéndose asegurar así, cuando ellos confiesan pasan de cuatro mil la nuestra, no obstante que no he acabado de recibir todas las noticias, dudo llegue a dos mil entre muertos, heridos y extraviados. Tengo la satisfacción de haber salvado la mitad de la artillería por parajes impracticables, y todo el parque, y de haber sido testigo próximo de todo hasta el último momento, pudiendo asegurar que en este desgraciado suceso han llenado todos mis súbditos sus obligaciones con el Rey y con la Patria, y que, si el capitán general hubiese mandado obrar a su ejército del centro en nuestro auxilio, sería sin duda el día mas glorioso para las armas del Rey que se escribiese en la historia de esta guerra. = Dios guarde a V. E. muchos años. Illueca 24 de noviembre de 1808.=Excelentísimo señor.=Juan O-neille.=Excelentísimo señor don José de Palafox.»
Parte de la batalla de Tudela: división del mariscal de campo don Felipe Saint-Marc.
Relación de los muertos, heridos, prisioneros y extraviados que han tenido los cuerpos de dicha división en la batalla de Tudela el día 23 de noviembre próximo pasado, con las notas de los jefes, oficíales y demás individuos que se han distinguido en ella.
Regimiento de Voluntarios de Castilla: muertos, heridos y prisioneros siete tenientes, seis subtenientes, un sargento, diez y seis cabos y doscientos soldados: total doscientos treinta. Extraviados tres capitanes y setenta y seis soldados: total setenta y nueve.
Provincial de Soria: muertos, heridos y prisioneros un comandante y cuarenta soldados: total cuarenta y uno.
Turia: muertos, heridos y prisioneros un teniente coronel, un comandante, tres capitanes, un teniente, cuatro subtenientes, treinta y siete sargentos, y doscientos once soldados: total doscientos cincuenta y ocho.
Voluntarios de Borbón: muertos, heridos y prisioneros tres capitanes, cinco tenientes, ocho sargentos, un tambor, nueve cabos y cien soldados: total ciento veinte y seis. Extraviados tres tenientes, un subteniente, un cabo y ciento cuarenta y cinco soldados: total ciento cincuenta.
Alicante: muertos, heridos y prisioneros dos capitanes, dos tenientes, un subteniente, siete sargentos, dos tambores, seis cabos y treinta y seis soldados: total cincuenta y seis.
Chelva: muertos, heridos y prisioneros un sargento mayor, dos subtenientes, tres sargentos, un tambor, cinco cabos y ciento treinta y nueve soldados: total ciento cincuenta y uno.
Fernando Séptimo: muertos, heridos y prisioneros un capitán, un sargento y treinta y ocho soldados: total cuarenta. Extraviados sesenta soldados.
Segorbe: muertos, heridos y prisioneros cuatro sargentos, seis tambores y veinte y siete soldados: total treinta y siete.
Zapadores: muertos, heridos y prisioneros un capitán, un tambor, tres cabos y treinta y cinco soldados: total cuarenta.
Artillería: muertos, heridos y prisioneros un sargento y once soldados: total doce.
Numancia: muertos, heridos y prisioneros un teniente coronel, un sargento mayor, tres capitanes, tres tenientes, dos subtenientes y treinta y ocho soldados: total cuarenta y ocho.
Total de muertos, heridos, prisioneros y extraviados: dos tenientes coroneles, dos comandantes, dos sargentos mayores, diez y seis capitanes, veinte y un tenientes, diez y seis' subtenientes, sesenta y dos sargentos, once tambores, cuarenta cabos, y mil ciento cincuenta y seis soldados. Total general mil trescientos veinte y ocho.
Me consta, y es bien notorio, que todos los jefes, oficiales y demás individuos de los cuerpos arriba expresados, que componen la citada división,se hallaron el día 23 de noviembre en la batalla de Tudela, ocupando la línea de la izquierda' de ella, que todos han sostenido con el mayor valor, y un incesante fuego, el cual ha causado mucho daño al enemigo» como asimismo las partidas de guerrilla; habiéndose esmerado todos en llenar sus deberes; y en particular no puedo menos de recomendar en el regimiento de infantería de línea de Voluntarios de Castilla al brigadier don Antonio Lechuga Reinoso, coronel de dicho regimiento, al teniente coronel del mismo don Antonio Díaz Berrío que, a pesar de su avanzada edad, y de llevar cuarenta y cuatro años de servicio, se ha portado con el mayor valor, atacando por dos veces con su batallón al enemigo, y desalojándolo de los puntos que había ocupado: asimismo son dignos de recomendación el teniente coronel don Agustín Marrugat, sargento mayor del expresado cuerpo, y los capitanes don Juan Jiménez, y don José Báez Lasquetti, los ayudantes don Andrés Alcocer, y el graduado de capitán don Salvador Díaz Berrio, el teniente de granaderos don Jacobo Quijano; y los subtenientes don Francisco Jimena y don Feliciano Roldán; como asimismo los sargentos primeros don Pedro Valcárcel, y Manuel Pardo; y los segundos Manuel Ramírez, herido, y Ramón Polanco. También son muy recomendables todos los oficiales que se hallan prisioneros, particularmente los capitanes, el de granaderos graduado de teniente coronel don José Luis de Amandi, gravemente herido, y don Julián Valverde.
En el regimiento de Turia el coronel de él, brigadier don Vicente González Moreno, que se portó con toda bizarría; el teniente coronel don Manuel González Moreno, que salió herido; lo mismo que el comandante don José Lamar; igualmente los oficiales y tropa han cumplido exactamente con su obligación; pero en particular el capitán don Manuel Bertran de Lis, y el de la misma clase don Antonio Sousa; también el cadete don Vicente Martí, que salvó la bandera con asta, funda, y todo por completo, sin haber querido tirar el palo, como se le aconsejaba ; el soldado Juan Ballester, que defendió a un señor oficial de tres enemigos; y el tambor Francisco García, que, a pesar de su tierna edad, salvó la caja.
En el de Voluntarios de Borbón, los capitanes don Isidro Simón, don Francisco Alonso, y don José Alonso: los tenientes don José Arizala, don Pedro Torres, don Félix Corbaton, y don José Carbonell; el ayudante don Antonio Villar, y los cadetes don Joaquín, don Jaime y don José Belda, y el de la misma clase don Ignacio Arnáu; como asimismo don José Rodríguez, que todos se mantuvieron con la bandera hasta el último apuro; y los sargentos primeros Gaspar Estrada, Francisco Valero, Juan Gómez, Juan Antonio García, y el cabo Francisco Sanahuja, que estos mataron a un polaco que los había cogido prisioneros: pero en particular de este regimiento quien merece mucha consideración es el sargento mayor de él, graduado de teniente coronel, don Mariano Bíanconi, que, por no abandonar la bandera, hay noticia le mataron los enemigos. Igualmente se portó con mucho valor el subteniente del Real cuerpo de Guardias Walonas don José Cortés.
En el de Voluntarios de Alicante, el coronel de el don Antonio Camps, el comandante don José Cason, el capitán don Juan Pérez, y el teniente don Jose Carratalá, que fue herido, y el subteniente don Antonio Laplace; contusos el capitán don Manuel Basanta, y el Ayudante don Tomás Pavía ; habiendo sido muerto el Ayudante don Juan de Dios Hernández. Y me consta por los informes que he adquirido, que sostuvo un obstinado combate este regimiento, resistiendo por tres horas a fuerzas infinitamente superiores, esperándolas hasta medio tiro de pistola, en cuya función, tanto los jefes como la oficialidad, el capellán fray Francisco Sánchez, y tropa, se condujeron con toda la bizarría de que es susceptible el honor y patriotismo, pues dicho cuerpo se substrajo de la división por la derecha.
En el de Voluntarios de Chelva, el coronel don Francisco Martínez, y el subteniente don Francisco Serrano: como también son dignos de la mayor atención el sargento mayor don Alonso Hiniesta, y el capitán don Pedro Marquina, que se hallan prisioneros.
En el batallón del campo Segorbino, el comandante el coronel frey don Firmo Valles, el sargento mayor graduado de teniente coronel don Manuel Sánchez de los Reyes, don Antonio Tur, don Vicente Barceló, don Rafael Maroto, y don Francisco Fos, capitanes del expresado cuerpo; el teniente don Juan Antonio Prados; y los subtenientes don José Climent, y don Agustín Fernández; los cadetes don Patricio Nondedeu, don Bernardo Fernández, don Pedro Fuster, don Mariano Francés y don Rafael Arias; el capellán fray Andrés Roselló, y el cirujano don José Corachán.
El regimiento provincial de Soria se ha hallado en toda la acción, habiéndose portado con mucho valor, por lo que son dignos de recomendación el coronel y demás oficiales de dicho regimiento; pero el coronel y tres capitanes se retiraron a Calatayud, por lo que no se puede dar una noticia de los oficiales y tropa que, particularmente se hayan distinguido.
En el Real cuerpo de Artillería, el comandante el coronel don Ángel Ulloa, el capitán don Francisco Nebot, y el teniente agregado don Nicolás Corona, que dirigieron sus fuegos con tan buen acierto que Ies causó a los enemigos muchísimo daño; y el sargento primero Jaime Gaist: en las compañías de Zapadores, el capitán don Mariano Zorraquín, que fue contuso, y el de la misma clase don Salvador Manzanares, que fue prisionero.
En el regimiento de Dragones de Numancia merece toda consideración el brigadier don Gaspar Álvarez Sotomayor, coronel de dicho regimiento, y el agregado a éste don Miguel Valcárcel, el teniente coronel don Diego Francisco Demesa, el sargento mayor don Ignacio Anuncibay, graduado de teniente coronel, que fue gravemente herido de casco de granada; como igualmente el capitán graduado de teniente coronel don Joaquín Navarro, herido de bala de cañón: los capitanes don Ramón de Coba, don Joaquín Campuzano, y don Ramón Vinader: el ayudante don Francisco Jiménez, herido: el teniente don Lázaro Lahoz; y los alféreces don Francisco López, don José de Coba, don Alonso Alhambra, y don José María Faggi.
Estado Mayor. Merece también la mayor recomendación el brigadier don José Aguirre, como asimismo no puedo menos de decir que han acreditado, su valor el edecán del general don Felipe Saint-Mará el teniente coronel don Pedro García, y los ayudantes los capitanes don Jacinto Ezpeleta, alférez del Real cuerpo de Guardias Walonas, don José Ordóñez, don Bernardo Villa, don Antonio Boeto, don Joaquín Vizcaíno y don José Ámat, don Carlos Feliú; y los tenientes don Domingo Sagaseta, del provincial de Soria, y don Juan Aguareta, de Fernando Séptimo, como también mis ayudantes el capitán del regimiento de Voluntarios de Borbón don Gabriel Tamayo, y el teniente de Voluntarios de Castilla don Manuel Agulló y Sánchez, quienes, además de haber distribuido las órdenes que como mayor general tenía que comunicar a todos los cuerpos de la división, han despreciado todo el fuego del enemigo, internándose hasta las guerrillas mas avanzadas, no habiéndose retirado de la acción hasta que yo lo hice, que fue después que lo ejecutaron todas las tropas y baterías, como es bien notorio; habiéndose hecho cuanto se pudo por salvar algunas piezas. Zaragoza 8 de diciembre de 1808.= Vº Bº, Felipe de Saint-Marc=El conde de Romré.
NOTA 3. [LOS NUEVOS ALMOGÁVARES]
Este proyecto singular no tuvo progreso, porque cada día iban creciendo los apuros, y se multiplicaban los objetos verdaderamente interesantes. Para conocer hasta qué punto estaban acaloradas las imaginaciones, y cómo se trataban de cohonestar estas novedades, no será fuera de propósito trasladar el discurso que de los Almogávares se insertó en la gaceta de 24 de diciembre.
«Los Almogávares antiguos de España eran la tropa más selecta de caballería y de infantería ligera, pues aunque algunos autores han opinado que pertenecían exclusivamente a la infantería, lo contradicen expresamente las leyes 3ª y 4ª, tit. 22, partida 2ª, que hablan de los Almogávares a caballo. Ramón Montaner, escritor de los principios del siglo XIV, que conversó con ellos durante toda la expedición de Aragoneses y Catalanes en el Oriente, dice que eran unos hombres que regularmente no moraban en las poblaciones, sino que llevaban un género de vida selvática y agreste en los bosques y montes escarpados, donde se habituaban a sufrir con paciencia y resignación las inclemencias del tiempo, y todas las incomodidades de la vida humana, con un grande ejercicio de caminar a pie. Estas cualidades los hacía muy propios para todas las expediciones que requerían prontitud y ligereza, sin necesitar acopio alguno de comestibles; porque solían caminar tres o cuatro jornadas alimentándose únicamente de las yerbas del campo. El origen de los Almogávares es tan antiguo, como la invasión de los moros en España, porque habiéndose retirado muchos cristianos a parajes inaccesibles para libertarse de la esclavitud, se fueron acostumbrando a la vida montaraz, de que después hicieron profesión en la milicia.
»Dice Montaner que eran hombres feos y desaliñados, y que andaban desarropados para caminar con más ligereza: calzaban abarcas, sus botines eran lo que se llamó antiguamente antipara, que solo cubría la espinilla, y sus sombreros eran de cuero de toro trepado. Las armas de esta especie de milicia eran una lanza larga, y algunos dardos llamados azconas, los cuales arrojaban con tanta presteza y violencia que atravesaban los hombres y caballos. Por este cúmulo de circunstancias se hicieron formidables a los enemigos de la corona de Aragón, y no había caballería que les resistiese. Así se vio en 1297 en la batalla de Catanzaro en la Calabria, en que don Blasco de Alagón, progenitor de los condes de Sástago, que capitaneaba las tropas de don Fadrique Rey de Sicilia, juntamente con el célebre aragonés Martín López de Oliete, derrotó completamente el ejercito de Carlos de Anjou llamado el cojo, intruso Rey de Nápoles, que era tres veces más numeroso en caballería que el de don Fadrique; pero de nada le aprovechó esta ventaja, porque, puestos los generales aragoneses a la frente de sus tropas, acometieron con tal denuedo, a tiempo que los Almogávares atacaban por el flanco a la caballería enemiga, que en poco tiempo la desbarataron y destrozaron, haciendo prisioneros a los dos generales del centro y del cuerpo de reserva. El mismo Martín López de Oliete, que fue muy esclarecido por sus hechos de armas, con solo cincuenta Almogávares y algunos de a caballo destrozó en 1287 a un escuadrón de caballería francesa a dos leguas de Catania, ciudad principal de la Sicilia.
»Los Almogávares hicieron el principal papel en la conquista de Sicilia por el rey don Pedro el Grande de Aragón, cuando los sicilianos lo llamaron en su ayuda para sacudir el tiránico yugo de los franceses, y del pretendido rey de Nápoles y Sicilia Carlos de Anjou hermano de san Luis rey de Francia. Dicho Carlos de Anjou fue el Bonaparte de su tiempo y usurpador de la corona de Nápoles, después que hizo cortar la cabeza en un cadalso a Conradino, el cual tenía un derecho indisputable a la sucesión por su bisabuela doña Constancia, hija de Rogerio III, legítimo soberano de Nápoles y Sicilia ; por consiguiente, no pudo comprender a Conradino la excomunión y exclusión del trono decretada por el Sumo Pontífice contra la Casa de Suecia, siendo evidente que este no derivaba su derecho del emperador Enrique VI, sino de los antiguos reyes Normandos. En esta suposición parece que fueron vanos los temores de don Jaime II, rey de Aragón, que, por respetos a la Santa Sede, renunció la corona de Sicilia, y aun se coligó con los franceses contra su hermano don Fadrique, cuyo legítimo derecho, reconocido por la nación Siciliana, defendieron los Almogávares aragoneses y catalanes.»
El teniente coronel don Manuel Caballero en su citada obrita, dice que se formó este cuerpo, cuyo uniforme era elegante, y más todavía sus funciones, porque si iban a los puntos atacados era para celar, o más bien para pesquisar.
NOTA 4. [MEMORIAS FRANCESAS]
«El mariscal Suchet dice27 que el quinto cuerpo mandado por el mariscal Mortier había salido de la Silesia el 8 de septiembre; que el primero de diciembre pasó el Bidasoa para encaminarse a Burgos, pero que recibió orden de marchar al Aragón para reemplazar al sexto cuerpo. Los preparativos de defensa que hacía Zaragoza exigían grandes y poderosos medios de ataque, y aunque Moncey tenía bajo su mando, a una con el tercer cuerpo, mucha tropa de ingenieros y artillería y un gran parque de sitio, necesitaba mas infantería para sitiar y atacar una ciudad grande, poblada, abastecida, determinada a defenderse, y que hacía pocos meses había contenido a los franceses y precisádolos a retirarse después de haberse apoderado de una gran parte de su población. El. tercero y quinto cuerpos combinados, marcharon sobre la capital el 21 de diciembre. El Mariscal Moncey se apoderó del Monte Torrera que domina la ciudad. El mariscal Mortier atacó el arrabal de la izquierda del Ebro con la división Gazan, segunda del quinto cuerpo. La primera que mandaba el mariscal Suchet tomó parte por el pronto en los ataques de la derecha del río contra el castillo de la Aljafería y la parte del Oeste de la ciudad. Posteriormente el general Junot reemplazó al mariscal al frente del tercer cuerpo; y por último, el mariscal Lannes tomó el mando superior de ambos cuerpos.»
«El ejército sitiador, dice el barón de Rogniat28, se componía del quinto cuerpo, su fuerza diez y siete mil hombres, con orden de tomar parte únicamente en las operaciones indispensables para el bloqueo; y del tercero, compuesto de catorce mil combatientes poco mas o menos, destinados a ejecutar casi todos los trabajos del sitio. Se hablan reunido seis compañías de artillería, ocho de zapadores, tres de minadores, cuarenta oficiales de ingenieros, y un tren de sesenta bocas de fuego.»
«Para el ataque de la plaza, dice Daudevard29, teníamos al tercero y quinto cuerpos del ejército que, con los artilleros, ingenieros, pontoneros y empleados, ascenderían a treinta y cinco mil hombres. Se asegura que el mismo emperador ha trazado las disposiciones generales del sitio en esta forma: el tercer cuerpo se empleará en los trabajos. El quinto, sin tomar una parte activa, cuidará de recorrer las riberas del Ebro, para cubrir a los sitiadores, asegurar los medios de subsistencia y establecer las comunicaciones. La primera división al mando de Suchet arreglará la comunicación de Madrid, situándose a la parte de Calatayud, y la segunda lo verificará con el general Saint-Cyr, que debe bloquear a Barcelona, atravesando toda la Cataluña. Pero este plan no pudo realizarse porque se vio necesitarse mas fuerzas. Efectivamente el tercer cuerpo, compuesto de los números 14, 44, 115, 116, 117 y 121 de línea, de dos regimientos polacos 1º y 2º del Vístula, con la caballería del general Wathier, ascendía de catorce a quince mil hombres, lo cual no era suficiente para bloquear a una ciudad como Zaragoza; y además, el general Saint-Cyr estaba muy distante, y se necesitaba más fuerza para establecer la comunicación con aquel ejército.
NOTA 5. [EL ATAQUE DEL DÍA 21 DE FEBRERO]
«El ataque del día 21 se combinó, dice Daudevard30,según creo, en esta forma: La división Gazan recibió en Tudela la orden para pasar a la izquierda del Ebro, y la de Suchet para avanzar a Zaragoza. El mariscal Morder que iba con ella tenía el 13 su cuartel general en Alagón. El 20 llegó a Utebo, y el 21 se arrimó a la ciudad. Después de hacer algunos reconocimientos, se situó en los olivares inmediatos al convento de San Lamberto, apoyando su izquierda en el Ebro y la derecha con el tercer cuerpo. Tuvieron algunas escaramuzas, y se replegaron las avanzadas. El tercer cuerpo siguió por la derecha del canal imperial, superando el Huerva desde el punto que ocupaba la primera división del quinto hasta la ribera derecha del Ebro. Tal fue la dirección de los dos mencionados cuerpos para caer sobre Zaragoza. La división Gazan se encaminó por Tauste a la villa de Zuera, y el cuartel general pernoctó el 20 en Villanueva, distante unas tres leguas de Zaragoza, poniéndose en marcha la mañana del 21. El general tenía sin duda orden de atacar sin demora, y por ello ni pudo cerciorarse del terreno, ni de las posiciones y medios de defensa del enemigo. Debía atacar el arrabal para tomarlo a la primera embestida, pero debía esperar igualmente que rompiese el fuego en la derecha para atacar a Torrero, aunque era mas importante el ataque de la izquierda. El punto de Torrero podía defenderse, y quizás con otras disposiciones se hubieran podido hacer prisioneras a las tropas que lo guarnecían; pero se salvaron, y por aquella parte quedó todo concluido. Ocupada por consiguiente la Casa Blanca, avanzaron hasta la torre de la Bernardona, y ya no ocurrió nada de particular. Pasemos ahora a referir lo que ocurrió a la izquierda. El general Gazan hizo marchar al 10 de Húsares de vanguardia por las inmediaciones o pendientes de las colinas. El coronel Briche que la mandaba destacó algunos piquetes que al momento dieron con las centinelas enemigas. Los que guarnecían los sitios avanzados se retiraron a nuestro arribo, y se replegaron hasta las inmediaciones de la ciudad. La división hizo alto en los montes de Juslibol, y se atacó la columna por regimientos. Por de pronto se empeñó la primera brigada, y luego la segunda, a excepción del batallón 103 que se quedó de reserva. Tomada la torre de Lapuyade, avanzaron los cazadores hasta la línea en que el enemigo tenía sus atrincheramientos: reconocieron un gran reducto que cortaba el camino y la línea que a derecha e izquierda habían formado, y algunas de las casas o torres que era indispensable ocupar, y se conoció la inexactitud de los datos que se habían dado. Apoderados de los primeros reductos y mencionados edificios, llegaron las tropas hasta ponerse bajo el fuego de las casas avanzadas de los arrabales y puestos que formaban su segunda línea; pero se tropezó con nuevos fosos, muros y reductos que superar. La proximidad de la noche, lo precipitado de la marcha, el ver cubiertos los primeros reductos de cadáveres, que las fuerzas del enemigo eran de consideración, que se descubría una nueva línea de reductos que era preciso tomar, unido a la extensión del arrabal, y suponiendo que cada casa, aun cuando se entrase en él, sería una nueva fortaleza ; todo esto influyó para que el general abandonase la empresa, pues, de continuarla, hubiese perecido !a mitad de la división sin conseguir el objeto. Efectivamente, la primera brigada experimentó una pérdida horrorosa, especialmente del 21. Se condujeron los heridos a Juslibol y la restante tropa tuvo que acamparse en la misma posición que había tomado por la mañana. En esta jornada perdimos seiscientos cincuenta soldados, veinte y ocho oficiales y dos jefes de batallón entre muertos y heridos. El cuartel general se estableció en Villanueva. Si se reflexiona, amigo, sobre el modo con que este ataque se ha combinado, se conocerá que, no habiendo defendido el enemigo la posición de Torrero, debían haberse dirigido otros ataques por aquella parte sobre la ciudad para continuar la diversión, porque, viendo no les incomodaban por aquel lado, y suponiendo que, habiendo atacado aquella altura tanta gente, sería mayor la fuerza que venía por la parte del arrabal, a causa de ser una empresa mas ardua, reforzaron este cargando fuerzas extraordinarias; por manera que, con menos de siete mil hombres, atacamos a mas de veinte mil perfectamente atrincherados y con mucha artillería. Si se hubiese conocido el terreno, se habría atacado vigorosamente por la izquierda, y también por el convento de Jesús, y luego al de San Lázaro que, estando inmediato al puente, hubiera proporcionado cortar la comunicación, y apoderarse enteramente del arrabal.
NOTA 6. [BAJAS DEL 31 DE DICIEMBRE]
Estado de los muertos y heridos que hubo en la salida del 31 de diciembre de 1808, según el parte que dio el brigadier comandante don Fernando Gómez de Butrón.
Reales Guardias Españolas: el abanderado don Pedro Pastor y nueve heridos.
Reales Guardias Walonas: un cabo, cuatro soldados muertos y catorce heridos, entre ellos el alférez don Alberto de Suelves.
Suizos de Aragón: un herido.
Granaderos de Palafox: tres heridos.
Primer Batallón de Huesca: el capitán don Antonio Morera y el teniente don Joaquín Borgoñón, heridos; el capitán don José Sierra y el subteniente don Paulino Domenec, contusos; un sargento, un cabo y dos soldados muertos, y treinta y seis heridos.
Voluntarios de Catalusa: dos heridos.
Caballería: El capitán de Dragones del Rey don Juan de Pen, contuso.
Fernando Séptimo: el cadete don José Bermúdez, herido un soldado muerto, y diez y siete heridos en general.
NOTA 7. [LA GUERRA FLUVIAL]
Excelentísimo señor.=Don Nicolás Henarejos, capitán del batallón de tropas ligeras de Floridablanca, y como comandante que soy de la Lancha de fuerza nombrada Nuestra Señora del Portillo, participo a V. E. que, consiguiente a su orden para que dedique todos mis desvelos a incomodar y hacer el posible daño al enemigo, salí a las dos y media de la tarde de este día con dicha mi lancha agua arriba, disponiendo que los individuos que tiraban de la sirga llevasen sus fusiles a la espalda, y que el cañón y obuses fuesen en disposición de hacer un pronto fuego, con todas las demás precauciones conducentes a evitar toda sorpresa. En efecto, al llegar frente al Soto de Mezquita y de la batería que el enemigo tiene a espaldas del castillo, hice amarrar la lancha. La tripulación, que es aragonesa, salió hacia dicho bosque, batiendo con el mayor denuedo a los franceses que en él había, los que, a pesar del corto número de que se componía dicha tripulación, fueron rechazados hasta mucha distancia, retirándose aquella convencida del buen resultado de la acción. Luego que se rompió el fuego de la artillería, correspondió el enemigo con sólo tres balas rasas, una después de otra, las que pasaron la primera muy baja por encima de la lancha, y las otras dos a muy corta distancia de ésta, lo que me hizo creer se hallaba ya imposibilitado de continuar el fuego, mas no podía advertir en razón de la niebla el daño que se les causaba: seguí el fuego, variando algo la puntería a fin de recorrer toda la batería enemiga, hasta que, concluidas todas las municiones, se me hizo indispensable partir en retirada, la que auxilió con un pronto fuego la batería de Sancho.
Igualmente hago presente a V. E. que don José Berna!, subteniente del expresado batallón de Floridablanca, don Juan Puch, interventor de la real Salina, y don José Díaz Terán, fiel del peso de la misma, conducidos por su patriotismo, me acompañaron en la salida; el primero se distinguió haciendo un vivo fuego con uno de los cañones: y los otros dos dirigiendo a la tripulación en el bosque. Todo lo cual hago prensente a V. E. para su inteligencia y satisfacción. Cuartel general de Zaragoza 15 de enero de 1809.=Excelentísimo señor.=Nicolás Henarejos.
NOTA 8. [PARTICIPACIÓN DE RELIGIOSOS Y MUJERES]
Los paisanos continuaron saliendo a tirotear a los franceses que trabajaban en abrir sus paralelas, y por eso Mr. de Daudevard en su Diario histórico, carta 13 de enero, dice lo siguiente:
«Nuestros soldados tienen orden de no tirotear. Los españoles son perezosos, no gustan pasar las noches en blanco, y nosotros dormimos mejor, pero por la mañana después de tomar el chocolate y de comer, vemos acercarse a la línea a algunos paisanos con su fusil debajo de la capa, y se entretienen en hacer fuego a los centinelas. Entre ellos hemos visto a algunos monjes con hábitos blancos, y un día llegó un clérigo con su ropa talar y un crucifijo en la mano hasta los puestos avanzados; y comenzó a exhortar a los soldados, diciéndoles con mucho fervor, que sostenían una mala causa y otras cosas: pero apenas le dispararon algunos fusilazos se retiró a la ciudad.»
En la del 13 de febrero dice:
«Los religiosos y las mujeres pelean contra nosotros: se ven a la cabeza de los combatientes frailes con el sable en una mano y el crucifijo en otra arrostrar los mayores peligros; y a las mujeres servir las baterías y animar al soldado en medio de una lluvia de balas y granadas.»
NOTA 9. [LOS EJÉRCITOS FRANCESES, VIGILADOS POR LOS PAISANOS]
El mariscal Suchet, que supo apreciar mas que otro alguno el mérito de la resistencia, constancia e intrepidez española, formó un alto concepto del carácter aragonés, dice en sus Memorias que cuando no salían los habitantes de los pueblos a combatirlos, se dedicaban a contar su fuerza con una perseverancia imperturbable, y en prueba de ello refiere: que en el mes de enero de 1809, época en que estaba la animosidad contra los franceses en toda su fuerza, se mandó desde Calatayud a un pueblo inmediato para que hiciese un sencillo reconocimiento, y con orden de no cometer hostilidades, del batallón 34 de línea, regimiento de la división Suchet. Cuando llegó estaban los habitantes, según costumbre, tomando el sol extramuros, y se detuvieron embozados silenciosamente a ver desfilar la tropa. El jefe del batallón, al ver reunida una población numerosa, dejó prudentemente a la tropa sobre las armas, preguntó por el alcalde y después de tomar algunas disposiciones, entró en el pueblo. El comandante fue a casa del alcalde, y le pidió víveres o raciones para el batallón. Tenían la costumbre los oficiales de exagerar; ya para imponer, ya para asegurar a la tropa con ventajas su subsistencia. Pidió, pues, mil raciones para la infantería y ciento para la caballería: «Yo sé (le dijo el alcalde) que debo dar raciones a vuestros soldados, pero no aprontaré sino setecientas ochenta para la infantería, y sesenta para la caballería»; y efectivamente éste era el número exacto de los de a pie y a caballo.
NOTA 10. [ULTIMÁTUM DELANNES, CON LAS NOTAS DE IGNACIO DE ASSO CON QUE SE HIZO PÚBLICO EN ZARAGOZA]
Señor general.=El bien de la humanidad me precisa a intimar a V. la rendición de la plaza, antes de reducirla a cenizas. Ya ha podido V. advertir que tengo cuatro veces más fuerzas de las que necesito para apoderarme de ella con un asalto31. Voy a representar en dos palabras la situación en que V. se halla. El ejército inglés ha sido completamente derrotado, y se ha visto precisado a embarcarse en la Coruña: le hemos cogido toda su artillería y equipaje con siete mil prisioneros y tres mil caballos32. Las tropas del marqués de la Romana se han rendido con sus generales a la frente. Este general se embarcó solo con los ingleses33.
El mariscal Víctor ha hecho diez y ocho mil prisioneros de tropas de línea al señor duque del Infantado el 13 del corriente en Uclés: le ha cogido además cuarenta y dos banderas y toda su artillería. ¡Risum teneatis amici!
V. había armado algunos millares de paisanos de la parte de Pina y Perdiguera, que han sido destrozados por nuestras tropas, muy pocos se han escapado a la montaña, los restantes han sido muertos o prisioneros34.
Señor general, todo lo que contiene esta carta es la pura verdad, y lo aseguró a V. a fe de hombre de bien. Si, a pesar de esta exposición, persiste V. en defender la plaza, sería muy reprensible. Considere V. con reflexión que sus cien mil habitantes serían la víctima de una obstinación imprudente35.
El mariscal Lannes duque de Montebello36, comandante en jefe de la Navarra, Aragón, y del ejército delante de Zaragoza.=Lannes.
NOTA 11. [LA CASA AISLADA JUNTO A LA PUERTA QUEMADA]
La casa aislada, dice el señor Caballero en su citada obrita37, única que los sitiadores trataron de ocupar para llegar a la puerta Quemada, se defendió con el mayor encarnizamiento. El enemigo se internó el 29 de enero por la tarde en la cocina a favor de un petardo; pero los sitiados abrieron en los tabiques del comedor agujeros, por los que hacía fuego el primero que podía situar su fusil; al mismo tiempo les arrojaban granadas de mano por la chimenea: el fuego de fusilería se esparció de una estancia en otra: en la cueva se disputaron el terreno para hacer hornillos y cargarlos de pólvora: en fin, después de dos días de combate, el 31 abandonaron los franceses esta empresa, y quedaron los sitiados dueños de aquella fortaleza. Los franceses, dice en otra parte, tenían que sostener tres choques para apoderarse de las casas. Uno para aproximarse y entrar en sus umbrales; otro para ir ganando las estancias superiores, a pesar del fuego que se les hacía desde los graneros y por los tejados; y últimamente cuando tinos u otros las volaban, no podían afianzarse en las ruinas, porque desde las inmediatas que quedaban intactas se les hacía un fuego terrible. Para salvar este iaconveniente calcularon los sitiadores la carga de los hornillos para que abriesen brecha sin derribar las casas, pero inútilmente, porque los defensores las incendiaban antes de abandonarlas. La solidez de los edificios hacía que el fuego obrase con mucha lentitud dando lugar a los defensores para fortificarse en los de la espalda. Sin embargo, procuraban embadurnar las puertas y maderas de los techos con resina, betún y otras materias combustibles38 que sirviesen de pábulo a las llamas, de modo que, para cortar el fuego, tenía que exponerse el enemigo a una lluvia de balas.
NOTA 12. [PROBLEMAS DE INTENDENCIA]
«Excelentísimo señor.=Señor: Deseoso de contribuir eficazmente por todos medios al mejor servicio de la tan justa causa que defendemos, y de ir acreditando a V. E. con las obras cuanto tuve el honor de manifestarle antes de ayer mañana, debo decir a V. E. que en la orden del cuerpo que me honra, entre otras cosas previne ayer lo que copio:=Los continuos desvelos, el acreditado interés, e infatigable celo de nuestro tan digno general en jefe, no bastan para aumentar los fondos que necesita la tesorería para subvenir a todas la atenciones del ejército en las actuales circunstancias de esta plaza, y con particularidad al suministro de pagas y sobras de los señores oficiales y tropa. La indigencia en que se hallan todos los individuos de este cuerpo que me honra me puso en la necesidad de prevenir en la orden del día 25 del mes anterior, que los señores oficiales sacasen diariamente ración de etapa igual a la del soldado; a su consecuencia se ha formado un rancho en el que soy comprendido; y deseoso de contribuir eficazmente por todos medios al mejor servicio de la justa cansa que defendemos, y a los auxilios de mis recomendables subordinados, no obstante no haber percibido mis pagas desde el mes de noviembre próximo pasado, ni las raciones de campaña que me han correspondido y tengo devengadas, desde que se declararon en el ejército de Valencia, y de este reino, a donde tenemos el honor de servir; desde este día hasta que agote mis últimos recursos suministraré a todos los soldados y cabos que estén aptos para tomar las armas y hacer su servicio un real diario, a los sargentos dos, y a todos los señores oficiales cuatro, a fin de que, unido este corto auxilio al de los ranchos de etapa, puedan ser soportables nuestras constantes fatigas, hasta que logremos sacudirnos de la opresión de nuestro obstinado enemigo, que venceremos con el favor del Señor, y mediación de la patrona de esta plaza nuestra señora del Pilar. Los señores capitanes y comandantes de compañía me pasarán en el día de mañana una lista igual a las de revista, especificando a su margen el destino de todos sus individuos. Respecto a la corta fuerza efectiva del cuerpo para poder tomar las armas en las actuales circunstancias, y a fin de aumentar el número de esta, se arrancharán todos los cabos y soldados, e igualmente en otro rancho todos los sargentos.=Cuartel general de Zaragoza 4 de febrero de 1809.= De Ley va = Lo que participo a V. E. para su debida inteligencia.=Nuestro señor guarde a V. E. muchos años. Cuartel general de Zaragoza j de febrero de 1809.=Excelentísimo señor. B. L. M. de V. E.=Manuel de Leyvayde Eguiarreta.=Excelentísimo señor don José de Palafox.»
NOTA 13. [DEFENSA Y RECHAZO DE LA CAPITULACIÓN]
Los militares manifestaron por esta época que la defensa había llegado ya al grado de heroica, y que no se veía medio ninguno para salvar la ciudad; pero la idea de que los jefes del paisanaje no consentirían el que se capitulase todavía, sofocó enteramente sus indicaciones. Hablando de este particular el señor Caballero, en su citada relación dice lo siguiente:
«Con efecto, se había ejecutado cuanto exigían las leyes del honor. Los sitiados habían sostenido diferentes asaltos; el enemigo se había introducido y establecídose en la plaza; no había ninguna esperanza fundada de que ésta pudiera ser socorrida; la artillería desbarataba los parapetos, las minas volaban los edificios, las bombas llegaban a los sitios mas distantes, y la terrible epidemia se hallaba difundida por los recintos que estaban menos expuestos a la desolación que ocasionaba la guerra; y sin embargo, la guarnición y el pueblo continuaron impávidos defendiéndose. La ordenanza de 1801 previene que, cuando el enemigo se haya llegado a establecer sobre la brecha, si el gobernador de la plaza cree exceder los límites de una defensa honrosa y elevarla a la clase de heroica, defendiendo las calles y las casas, se hará acreedor al reconocimiento del gobierno; pero los aragoneses, siempre inflexibles, si reflexionaban sobre su miserable estado, era solo para aumentar su valor y desesperación, y aunque veían que su pérdida era inevitable, no creían su honor satisfecho, teniendo presente habían jurado sepultarse antes bajo las ruinas de la ciudad. Desechadas las ofertas de la capitulación, su resolución noble y uniforme manifestó al mundo entero cuan reducidos eran los límites que se habían designado a la defensa de las plazas, y hasta qué punto puede prolongarla la determinación enérgica de morir antes que rendirse.»
El general don Luis Gonzaga de Villava, comandante de artillería, en su impreso fecha 20 de agosto de 1809, se produce en estos términos:
«Viendo los jefes facultativos en primeros de febrero que la catástrofe de Zaragoza tenía poco remedio, y que en todo el tiempo no se había hecho una Junta de guerra, ni la más leve consulta, pidieron por escrito a Palafox se congregase según lo prevenido por el artículo 24, título 5º, tratado 3º, tomo 4º de las Reales Ordenanzas, añadiendo que su objeto no era otro sino el de cubrir su responsabilidad bajo su firma, y que S. E. era árbitro de determinar lo que le pareciera, después de oír a los jefes, quienes estaban prontos a cuanto resolviese; pero esta seria exposición no tuvo siquiera la fortuna de ser contestada. Continuaron las desgracias, porque los franceses, dueños ya desde aquellos días de varios puntos y barrios de la ciudad, se apoderaban de las casas, y minaban, pereciendo en las voladuras, todos los días las bizarras tropas dignas de suerte más gloriosa en discreta y racional guerra.»
NOTA 14. [UN CASO DEL 14 DE FEBRERO]
El ataque principal contra la última casa de la manzana inmediata a la puerta del Sol ocurrió el 14 de febrero. Los defensores que la guarnecían estaban bajo las órdenes del subteniente de Voluntarios Cazadores de Valencia don Pedro Agustín de Xipell. Este valiente militar que, después de haberse hallado en la defensa del fuerte de San José, se le destinó a dicho punto y quedó herido en la cabeza en el choque del 27 de enero, defendiendo la casa que se hallaba fortificada al frente de la batería de las Tenerías, dio en este día una prueba muy singular de su valor y energía. Volada por los sitiadores una parte de las casas de dicha manzana, apareció Xipell después de la explosión, colgado de una cuerda atada a una viga de un tercer piso medio derruido. En esta actitud tan peligrosa, pues era el blanco de los enemigos, exhortaba a sus compañeros de armas a la defensa con el mayor entusiasmo. Esta ocurrencia tan extraordinaria llamó la atención de unos y otros combatientes, en términos que se suspendió el fuego, y los sitiados, después de emplear media hora en proporcionar medios para salvarle, lo consiguieron, y Xipell continuó con el mismo tesón en la defensa de la voladura.