CAPÍTULO II.

Formación de tercios.—Medidas para defender el castillo de Jaca.—Levantamiento de cuerpos en los partidos de Huesca y Calatayud.—Entregan los habitantes sus armas y caballos.—Don Francisco Palafox se reúne con el capitán general su hermano.

 

El Estado mayor de la plaza, según la revista del 5 de mayo, se componía del coronel gobernador del castillo y teniente de rey don Vicente Bustamante, del sargento mayor el teniente coronel don José María Crespo, del ayudante mayor don Pío Ambrós, del segundo don Francisco Lon, y del del castillo don Joaquín Montalvá; resultando en la clase de oficiales agregados seis coroneles, doce graduados de coronel, siete tenientes coroneles, treinta y tres capitanes, uno de estos graduado de teniente coronel, cuarenta y tres tenientes, tres graduados de capitán, y once subtenientes; advirtiendo que de todos no residían ocho o doce en Zaragoza, y éstos ancianos y achacosos: pero como el levantamiento de las provincias fue tan uniforme, a pesar de que los enemigos ocupaban las plazas fronterizas, y habían publicado las más rigurosas penas a los militares que se fugasen, éstos, atropellando por todo, comenzaron a diseminarse, buscando un punto céntrico de reunión; y con este motivo venían diariamente oficiales de todas graduaciones y algunos soldados. En 26 de mayo, la fuerza de la compañía de fusileros constaba de cinco oficiales, once sargentos, veinte y un cabos, ciento sesenta y ocho soldados, y la de las partidas de reclutas de cinco capitanes, veinte y tres subalternos, cuarenta y un sargentos, tres tambores, setenta cabos, trescientos ochenta y tres soldados, y ciento cincuenta y siete reclutas; pero éstos esparcidos en otros pueblos y puntos de la provincia. Por las listas del mayor Crespo del 28 de mayo, se hallaban de diferentes cuerpos con destino en la capital cinco capitanes, nueve tenientes, y cinco subtenientes; y de oficiales del cuerpo de artillería teníamos solamente al teniente don Francisco Camporredondo, y al subteniente don Pedro Dango, pues el otro don Félix Íñigo, se hallaba en Jaca; y del cuerpo de ingenieros, el coronel don Narciso Codina, el capitán don Luis Veal, el teniente don José Albendani, y un subteniente cuyo nombre no se especificaba.

Con estos débiles principios comenzó la formación de tercios, siendo extraordinario el ardor de la juventud que se presentaba a alistarse en las banderas de la lealtad. Se dio orden el 29 al sargento mayor Crespo para que diese a reconocer por capitán general a Palafox; y por no haber dinero en tesorería, se mandó entregar cien mil reales vellón pertenecientes a la religión de San Juan, a don Manuel Ena, para que dispusiese el armamento indispensable; y asimismo se comisionó por la Junta al capitán don Felipe Escanero para que hiciese una porción de vestuario. Los sujetos mencionados procedieron a la formación de tercios, compuesto cada uno de diez compañías de a cien hombres, y en defecto de oficiales militares se condecoró a los sujetos distinguidos por su carrera o por su familia. Se nombró comandante del primera a don Manuel Viana; del segundo a don Pedro Hernández; del tercero a don Fernando Pascual; del cuarto a don Sancho Salazar, y a don Vicente Jiménez del quinto; pues aunque se completaron hasta siete, por el pronto no se pudieron organizar sino los cuatro primeros y parte del quinto. Habiendo conseguido el capitán don José Obispo levantar a sus expensas dos compañías, para recompensar sus esfuerzos y estimular a otros se le nombró subinspector, y encargó a una con el coronel graduado don Raimundo Andrés el arreglo de los tercios.

Habiendo llegado don Lorenzo Calvo, con quien Palafox tenía relaciones, le nombró intendente interino, y a los señores Nueros y Purroy superintendentes de hospitales: mandó que todos los administradores, tesoreros y recaudadores de las rentas públicas de Aragón remitiesen los caudales, cerrasen sus cuentas, y formasen otras nuevas desde primero de junio: creó una Junta para percibir los cuantiosos donativos que con la más plausible generosidad ofrecieron desde un principio, y con los que se iba atendiendo a las primeras urgencias. En esta parte ya veremos hasta qué punto llegó el entusiasmo de los aragoneses. La contribución extraordinaria del vino impuesta últimamente había exasperado los ánimos. Palafox la abolió, y esta resolución fue muy bien recibida.

El regidor don Valentín Solanot salió con la comisión de ir a Mallorca para conferenciar con los ingleses, y activar el envío de tropas. El capitán de ingenieros don Luis Veyán, y el subteniente don Manuel Tena partieron con algunos delineadores del canal a reconocer el terreno y desfiladeros que median entre Tarazona y Soria, con orden de formar croquis de aquellos puntos en que fuese más urgente hacer preparativos de defensa. Se expidieron las proclamas, órdenes y circular para la reunión de los diputados de voto en cortes, y otra a las justicias para que presentasen la gente alistada sin detención, a la que contestaron más de cien pueblos. El capitán de artillería don Ignacio López partió luego a Jaca para asegurar aquel importante punto. El pueblo creyó que era algún enviado de los adictos a Godoy, y se conmovió en términos que fue preciso todo el ascendiente de las personas de autoridad para que calmasen sus inquietudes. El gobernador militar y coronel don Patricio Kindelan, a vista de semejante desorden, y temiendo que López fuese asesinado, se vio en un compromiso terrible.

El ayuntamiento tomó las providencias más acertadas para asegurar la tranquilidad pública, y se procedió a convocar los oficiales, sargentos y cabos retirados del partido, para que concurriesen a instruir en la táctica y maniobras militares a los paisanos que debían guarnecer la ciudad y castillo. El comandante de rentas don Vicente Martínez, y su teniente don Antonio Andrés con los oficiales antiguos presentaron una lista de sus dependientes para que disciplinasen al paisanaje, e hiciesen un servicio efectivo. Se comisionó al teniente don Francisco Camporredondo para la dirección del ramo de artillería, y al teniente coronel don José María Crespo para que a una con el anterior perfeccionasen el alistamiento. Se ofició a don Jerónimo Rocatallada para que procediese al alistamiento de la juventud, y procurase la conservación del valle de Ansó, y de la villa de Hecho. Desde luego lo ejecutó, y se surtió de Jaca con seiscientos fusiles y municiones: pidió algunos militares para el arreglo y disciplina de los alistados, y también mil y trescientas cartucheras: hizo pasar personas de su satisfacción a Francia para que adquiriesen noticias, y tomó de la aduana de Canfranc veinte y cinco mil reales vellón para atender al entretenimiento de las compañías.

Dados estos pasos, se susurró venían algunas avanzadas por el valle de Aspa, y que les seguían otras tropas con ánimo de atacar aquellos puntos y a Canfranc, y luego en seguida tomar a Jaca. Comunicados los avisos, salió una compañía formada de los vecinos de dicha ciudad para cubrir el punto de Canfranc, y se nombró a petición de los habitantes de este pueblo para jefe al escribano don Fernando Marín. El coronel don José Tinoco dispuso además hacer unos barrenos encima de la Espelunga, y que se cortasen los puentes del río Aragón. Habiendo llegado por aquellos días quinientos hombres de los alistados en el partido de Huesca por el coronel don Felipe Perena, salieron cuatrocientos a las órdenes del comandante don Manuel de Dios, con cuatro cañones de campaña y dos artilleros a los puntos de Sallent y altura de santa Elena, acompañados del comandante de rentas don Vicente Martínez y cincuenta hombres de su mando; pero los rumores se desvanecieron, bien que no faltaban partidas que tal vez si hubiesen notado menos actividad habrían intentado alguna sorpresa. El comandante de artillería don Francisco Camporredondo continuó con un celo extraordinario poniendo la plaza en el mejor estado de defensa. El marqués de Villora, gobernador del castillo de la villa de Benasque, auxiliado de don José Ferraz y don Marcial Doz, nombrados por la Junta, tomó aquellas medidas más oportunas. Faltos de fusiles, de artillería, cananas y otros pertrechos, hicieron presente su situación, y no obstante de que no se les pudo socorrer tan pronto como apetecían, armaron ciento cincuenta paisanos con ochenta fusiles y algunas escopetas y cubrieron los puntos de la frontera, dejando igual número, aunque casi desarmado, para defender la villa y el castillo. Montaron a su modo los cañones, e hicieron que el cortante del pueblo de Cepella, inmediato a Graus, de nación francés, establecido hacía catorce años, como diestro en el ramo de artillería, por haber servido antiguamente en Francia, adiestrase a algunos jóvenes: circunstancia bien particular, y que la refiero para que se vea los singulares esfuerzos que por todas partes tenía que hacer la heroica nación española.

En algunas ciudades, los corregidores o gobernadores militares políticos, ora fuese no estaban bien conceptuados, ora quisiesen amortiguar aquel fuego, que más bien era un voraz incendio; ello es que el de Borja don Manuel Baquedano, y el de Huesca el coronel don Antonio Clavería, sufrieron una muerte desastrosa. El de Daroca don Gervasio Gasca pudo evadirse saltando por una ventana, y el de Alcañiz debió el no sufrir igual atropello a los cuidados de algunos ciudadanos que le cerraron en el castillo.

Además de los tercios se dio orden a don Juan Pedrosa, para que de los mozos de diez pueblos circunvecinos formase una compañía de cien hombres con el nombre de los Pardos de Aragón, y también al barón de Warsage para que levantase tropas en el partido de Calatayud, y a don Felipe Perena en el de Huesca. El comandante don Jerónimo Torres, y el teniente don Antonio Madera salieron a poner en movimiento los pueblos de la tierra baja, cuya comisión desempeñaron con tal actividad, que a pocos días reunieron entre mozos y casados nueve mil hombres, y se presentaron con seis mil. Como el levantamiento fue general, de todas partes venían oficiales, soldados y gente alistada, de modo que los artesanos ocupados en hacer cananas, chuzos, y toda clase de armas; los jóvenes en su manejo, y los demás en contribuir unos con sus luces, otros con sus personas a llevar adelante el plan más grande y heroico que se ha visto: todos participaban de un espíritu y energía la más sublime.

La provincia de Aragón compuesta de más de mil pueblos respiraba unos mismos sentimientos, y sus habitantes todos cooperadores a que la capital fuese la admiración de la Europa y de las generaciones venideras. ¡Qué contraste más interesante a los ojos del filósofo y del político! España bajo la dominación de Carlos IV, entregada por espacio de veinte años a una apatía y parálisis que no prometían sino aniquilamiento, transformada de improviso en una nación guerrera, sin más apoyo que su carácter y su rencor, desafiando un poder que acababa de arrollar las primeras potencias del mundo. ¡Qué lección para los soberanos, qué ejemplo para los pueblos! La posteridad no podrá concebir una idea bastante clara del entusiasmo nacional, pues es precisa haber sido espectador de infinitas escenas, que ni es posible recordarlas ni describirlas. Al ver la armonía y quietud que reinaba en toda la provincia, la docilidad con que obedecían las órdenes, que todos volaban a tomar las armas, que no se veía en torno de Zaragoza sino grupos de jóvenes ansiosos de presentarse en el campo del honor, y que el desprendimiento de los intereses era general, Palafox empezó a desplegar su autoridad, satisfecho de que podía contar con una absoluta deferencia. Siguiendo pues su plan de disposiciones promulgó el edicto siguiente.

«Aragoneses: no hay un solo día en que mi corazón no se llene de admiración y de ternura, al ver las demostraciones de amor que manifestáis a nuestro Rey y a la Patria. Todas las clases de esta ilustre capital acuden presurosas, ya con ofertas de donativos pecuniarios, ya con servicios de la mayor importancia. El deber me impone la obligación de manifestaros mi justa gratitud a nombre de S. M., de toda la nación, y de todos los hombres virtuosos que existen sobre la tierra, y que tomarán cuando lo sepan el más vivo interés en nuestros triunfos, que son los de la razón y de la justicia. Ya observáis la rapidez dichosa con que se organiza nuestro ejército, y el aumento que diariamente recibe con la entrada de las tropas de línea, que huyendo de la cadena que se les preparaba por nuestros aliados, en vez del ramo de oliva vienen a unirse a nosotros dispuestos, si fuere menester, a morir venciendo. Mediante que, además de los fusiles que existen en el castillo y de los que ya están distribuidos, hay en el reino otras muchas armas que pueden ser utilísimas por su naturaleza; las personas que las tuvieren podrán presentar en el ayuntamiento una razón de ellas con explicación de sus clases, para usar de las que puedan convenir, mientras duren las actuales circunstancias, y con calidad de volvérseles luego. Igual razón se dará en todos los demás pueblos. La sala de alcaldes del crimen de esta ciudad, y los corregidores, alcaldes mayores, y demás personas de justicia de todo el reino de Aragón, me darán cuenta, después de publicado este edicto, y en el término más breve posible, de todos los desertores que se hallan presos, y de los paisanos que lo estuvieren, o destinados a los trabajos públicos por causas leves para darles libertad, y que contribuyan a la defensa de la Patria, como creo lo harán con gusto y lealtad. Cuartel general de Zaragoza a 1 de junio de 1808.=José Palafox y Melci.»

El pueblo recibía con placer estas producciones, y alimentaba su entusiasmo con especies que halagaban su ardor y patriotismo, y así no se perdía ocasión de excitar estas ideas para fomentar un odio que no podía entibiarse teniendo un origen tan sublime. A fin de preparar los ánimos sobre ciertas medidas, el 7 publicó un bando en es tos términos.

«Mi amor al Rey, y el deseo de salvar mi amada Patria de las cadenas que le preparaban la perfidia y el engaño, me hicieron corresponder a la confianza que os merecí nombrándome vuestro jefe: vuestro valor y vuestro patriotismo me aseguran la victoria, no menos que los votos de las demás provincias vecinas, que se han unido con nosotros, y han jurado como toda la nación preferir la muerte a una vergonzosa esclavitud. No hay un solo español cuyo corazón no esté despedazado al pensar que la dignidad de su Patria, su santa Religión, sus costumbres y sus propiedades, serían la presa de un ejército de mercenarios, que han aprendido solo el robo y la perfidia, pero que no están animados de aquel valor y grandeza de alma que acompaña a las acciones nobles. No lo ignoráis aragoneses: es preciso defender con una admirable energía la Patria, o toda la juventud, después de experimentar desprecios y violencias de un enemigo, tendría que ir encadenada al Norte a pelear en defensa del opresor de la Europa. Todo lo he previsto para inutilizar los proyectos del ejército francés, que no son otros que el intentar sorprendernos con el corto número de tropas que tiene, y que no puede aumentar. He enviado fusiles y municiones a las provincias vecinas que pueden ser atacadas, y que las han reclamado uniéndose a Aragón, y es preciso ya correr presurosos a las armas y salvar la Patria.»

En su virtud mandó que todos depositasen las armas útiles al ejército en las casas de ayuntamiento, y que en la provincia se ejecutase lo mismo en el término de quince días: que en los ocho inmediatos presentasen los caballos a propósito para el servicio militar, y que las justicias remitiesen los de los pueblos sin demora, exceptuando los destinados a las postas y ofreciendo satisfacer su justo valor; que se formasen razones de los carros y acémilas; de las existencias de granos; que los fabricantes y mercaderes de Zaragoza y la provincia diesen nota firmada de todos los lienzos, paños azules, blancos y pardos que tuviesen prontos para vestuario, expresando sus calidades, y uniformando los precios; que con arreglo a lo dispuesto en 30 de mayo denunciasen los bienes pertenecientes a franceses; que los depositarios de fondos públicos o particulares, cualquiera que fuese su objeto y motivo, los manifestasen al intendente, encargando a los prelados y autoridades excitaran a que realizasen tales manifestaciones; en el concepto de que se miraría como una cosa sagrada todo depósito destinado a objetos de común utilidad, y que en el caso de invertirlos se reintegrarían puntualmente. Debe notarse que después de los siete artículos comprensivos de los indicados pormenores, por el octavo se suspendía la venta de los bienes eclesiásticos, y últimamente que se denunciasen los delitos de traición en que hubiese sospechas fundadas para imponerles el debido castigo, y que lo mismo se ejecutaría con los ladrones y perturbadores de la tranquilidad pública.

El marqués de Lazán, luego que supo por su hermano lo que ocurría, logró evadirse el día primero de junio de Madrid, pretextando que aquel se había visto precisado a tomar el mando, y que su objeto era apaciguar el pueblo. Con esto Murat le dio permiso para venir a disuadir a Palafox, y tuvo la satisfacción de tomar parte en el heroico entusiasmo que inflamaba a los aragoneses. El otro hermano don Francisco, después que salió de Bayona, estuvo muy expuesto a que en Pamplona le cerrasen en la ciudadela; pero logró con sigilo, favorecido de un amigo, salirse, y habiendo llegado con mucho trabajo a Farasdués, entró felizmente en Zaragoza.

Guillelmi, destituido de todo, dirigió a Palafox una exposición, suplicándole pasasen facultativos a visitar su sobrino, y mirase por su honor y conservación, pues se hallaban inocentes; diciéndole en una posdata que comía de prestado, y no tenía recursos para subsistir. En este intermedio se esparció la voz de que intentaba fugarse, por lo que don Mariano Cerezo tomó sus medidas, y los alcaldes eligieron un número de paisanos de la mayor confianza, y formaron veinte y cinco cuadrillas. Llegada la noche, arreglado el plan, y dado el santo con la mayor exactitud, cogieron todas las avenidas, y las guardias de lo interior redoblaron su vigilancia. Las once serían cuando avisaron de que en la torre, que era propia de su secretario don Francisco Vaca, había unos caballos ensillados, los ocuparon, y esto aumentó sus sospechas.

La fama no podía tener ocultos les rápidos progresos de nuestro admirable levantamiento. La multitud de enviados de una parte y otra, las gestiones que con la más encantadora uniformidad ejecutaban los pueblos grandes y pequeños, había llamado la atención de Murat, que situado en Madrid, asestaba sus miradas hacia todos los ángulos de la Península. No tardó en disponer fuesen tropas que desvaneciesen los alborotos, persuadiéndose de que calmaría aquella efervescencia, y que con seis u ocho mil hombres subyugaría la provincia de Aragón.

Como el interés era general, y todos los pueblos estaban decididos por la buena causa, comenzaron a dar avisos de la entrada de nuevas tropas, y que las que a principios de junio salieron de Pamplona, venían por la Rioja. La ciudad de Tudela, fecha 4 de junio, expuso que los comisionados Veyán y Tena necesitaban por el pronto dos mil fusiles, con las correspondientes municiones, piedras de chispa, dos o cuatro cañones de batallón con sus respectivos artilleros, y encargaba la prontitud, pues de cada hora había más urgencia por las noticias positivas que tenían de la actividad y abundantes recursos con que se aproximaba el enemigo. Además enviaron dos diputados, y con igual fecha repitieron nueva exposición, pidiendo se les socorriese con la gente alistada, y dando cuenta de que aquella tarde, entre seis y siete, habían hecho preso en las inmediaciones de la villa de Valtierra al conde de Fuentes. La Junta de Tudela tenía por varios conductos, y en especial por los emigrados, noticias bastante exactas de las muchas tropas de infantería y caballería que entraban y salían de Pamplona. Por otra parte, el gobernador de Daroca pedía auxilio, porque temía no enviase Murat tropa que castigase la osadía de negarle la pólvora que pidió de la fábrica de Villafeliche. De todas partes se recibían pruebas las más satisfactorias de lealtad y unión, pero manifestando les faltaban armas y municiones. Los del Burgo de Osma participaron que todos estaban armados, y que el 6 de junio habían salido al puerto de Somosierra a impedir el transporte de cincuenta piezas de artillería. Las ciudades de Logroño y Sangüesa, amenazadas y próximas a ser invadidas, enviaron sus representantes: «Estamos llenos, escribían, de entusiasmo, pero nuestra crítica situación no nos permite decir otra cosa.» La villa de Tauste, a las voces de estar cortado el puente de Tudela, considerando que los franceses, que decían venir en número de cuatro o cinco mil, se dirigían hacia aquella parte, se lamentaba en sus oficios que no tenían armas ni municiones. En vista de estos y otros anuncios se dio orden para que el gobernador de Jaca entregase a don Luis de Silva cañones del calibre que él mismo expresaría, para atender a la seguridad del punto de Sangüesa, y unos trescientos fusiles con las balas, piedras de chispa y demás aprestos; al comandante de artillería de la plaza que aprontase cuantos cartuchos hubiese, y mil fusiles; al inspector de infantería, preparase los carros y acémilas para la salida de tropas; y a los ayuntamientos de Borja, Tauste y Remolinos oficios participándoles iban a salir varios cuerpos mandados por el marqués de Lazán, con dirección a Tarazona, a resultas de haberse tenido noticia del movimiento del enemigo sobre Tafalla.

A esta sazón había salido el primer tercio; y el 6 de junio por la noche partió de Zaragoza el marqués de Lazán al frente del segundo para reforzar los puntos que ocupaba el primero; pero ahora es preciso volver la vista a la reunión de los diputados de voto en cortes.

Historia de los dos sitios de Zaragoza
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