CAPÍTULO XVIII.
Acciones del 29 y 30 de julio.—Ataque en las inmediaciones de Osera.—Las tropas auxiliares llegan a Pina.—Choques en los puntos que se designan.
Orillemos las varias y continuadas peleas que ocurrían en la derecha del Ebro, indicando sólo que una noche intentaron sorprender a Renovales, amañándose a querer ocupar el postigo Real, que es una salida al Ebro por debajo del camino del pretil, próxima al convento de dominicos, lo cual frustró la vigilancia del comandante y tropas de su mando, para hacer el detall de las que ocurrieron por la izquierda, y en las que se ejecutaron singulares proezas. Luego que los franceses pasaron el Ebro, incendiaron el puente de Gállego, inundaron los campos, y derruyeron los molinos y varios edificios. También colocaron una serie de centinelas a pie y a caballo en las alturas de san Gregorio, dejando en los barrancos grandes guardias para comunicarse; viniendo a terminar esta línea en el río Gállego, en donde tenían un grueso cuerpo de infantería y caballería que los sostenía; y con sus continuas correrías cortaban todo el terreno que mediaba hasta la plaza, dificultándonos una multitud de socorros, que eran indispensables diariamente para la subsistencia y comodidad de un pueblo tan numeroso, que en esta ocasión dio pruebas de lealtad y sufrimiento, tolerando con la mayor resignación toda suerte de privaciones.
Una determinación de aquella época hace mucho honor a mis compatriotas, pues manifiesta el empeño con que sostenían su causa. Desde el principio, la tropa y alistados comían pan de la mejor calidad: la escasez de buenas harinas obligó a hacerlo de munición; pero el vecindario, para que el soldado no extrañase que cuando más trabajaba le empeoraban el alimento, se sujetó gustoso a comer de la misma especie de pan; y desde aquel día no se vendió sino de munición, prohibiendo cocer el que enviasen los particulares, y compeliendo a los que no habían presentado sus harinas lo ejecutasen en los almacenes públicos.
El valor era tan grande, que los defensores infatigables, viendo derramadas las tropas francesas, no titubearon en acometerlas a cuerpo descubierto. En verdad interesaba el que no ocupasen los arrabales, porque entonces hubiese sido imposible introducir los auxilios y refuerzos que debían llegar por momentos, cuya idea sostenía el ánimo de los sitiados. Luego que vio el enemigo abandonada la torre de Ezmir, y replegadas la tropa y paisanos al arrabal, envió una avanzada para explorar; pero antes de que pudiera cerciorarse, las compañías de Cerezo, y una porción del batallón de jóvenes del Carmen, a quienes se incorporaron al toque de generala varios escopeteros, llenos de ardor y entusiasmo los atacaron; y guarecidos de los cauces y cañaverales sostuvieron un fuego vivo que les hizo retroceder con alguna pérdida. Las guerrillas diseminadas por la vega suscitaban diferentes encuentros, en los que los franceses no quisieron por el pronto empeñarse. Los paisanos, adiestrados con semejantes ensayos, salían a su arbitrio a incomodarles y desviarlos de sus posesiones. Previendo que a seguida ocuparían los puntos más ventajosos, la caballería que estaba organizándose salió a despejar el camino para que la infantería ocupase la torre del Arzobispo; lo que se verificó, partiendo sesenta o setenta caballos a las órdenes del coronel don Bernardo Acuña, y un cañón volante bajo la dirección del oficial don Jerónimo Piñeiro, con su correspondiente tren. Apenas estuvieron a tiro de fusil, observaron que los franceses les hacían fuego desde el edificio, con lo que se detuvieron, esperando a que el marqués de Lazán llegase con la infantería. El cañón volante comenzó a obrar; pero como estaban al descubierto, el enemigo desde la torre hacía un daño terrible, como que en un cuarto de hora perecieron algunos artilleros, y quedó desmontado, y contuso el oficial don Luciano de Tornos. Dudosos de si avanzarían partiendo a galope, o aguardarían el refuerzo, después de haber perecido veinte y cuatro hombres y algunos caballos, una bala hirió gravemente al coronel Acuña, con cuyo motivo tomó el mando el coronel don Antonio Torrecini. A esta sazón llegaron el brigadier don Antonio Torres con una porción de fusileros y walonas, y el coronel don José Obispo con otra de portugueses y voluntarios. En seguida mandó el marqués avanzasen, y dando espuelas a los caballos partieron todos a galope tras ellos; y visto aquel arrojo por los enemigos, y la superioridad de fuerzas, pues al mismo tiempo iban avanzando para sostener la izquierda por el camino de los molinos las compañías de Cerezo, abandonaron la torre del Arzobispo. La rapidez con que cargaron nuestros valientes hizo que en el molino del Pilón, que está frente a la indicada torre, rodeasen a los que lo ocupaban y les intimasen la rendición; pero viendo no hacían caso, escalaron treinta portugueses el molino, y dieron muerte a los ocho franceses que allí había. Inflamados con el feliz éxito de esta acción, Torres con parte de la caballería llegó hasta el puente de Gállego, que aun estaba ardiendo; y Obispo con otra porción y alguna infantería avanzó hasta cerca de Cogullada, haciendo al enemigo algunos muertos y prisioneros de los que iban errantes: y habiendo colocado una gran guardia, y guarnecido las torres de Lapuyade y del Arzobispo, se retiraron llenos de gloria a recibir los aplausos del pueblo, que estaba esperando con impaciencia el resultado de aquella salida.
Desde el momento que los franceses pasaron el Ebro nadie dudó que íbamos a ser circunvalados, y que si formalizaban el sitio estábamos expuestos a no recibir ningún socorro, y a que empeorase nuestra suerte. Creyó el pueblo que el general trataba de salir a activar la venida de las tropas; y llevado de la adhesión que le profesaba, comenzaron a suscitarse hablillas, que poco a poco fueron fermentando, y por último manifestaron los síntomas de una conmoción. Aunque era muy frecuente el toque de generala, al oirla, todos se ponían en movimiento. La caballería estaba en las inmediaciones de la casa de Lazán; y al anochecer se presentaron delante de palacio una multitud de paisanos alborotados, porque creían que no estaba el general. Les aseguraron de su permanencia; y aunque el brigadier don Antonio Torres, con el ascendiente que tenía, quiso, usando su lenguaje, disuadirles de su error, fue preciso que Palafox saliese al balcón, y les dijese que su ánimo era no separarse, y continuar cooperando a tan heroica defensa. Con esto calmaron sus inquietudes: y este suceso debe servir para conocer cuan delicado era desempeñar el mando en circunstancias tan escabrosas.
Como que era grande el tesón y empeño de los sitiados y sitiadores, no había día ni hora en que no ocurriese por un punto u otro algún choque, y continuase el bombardeo, aunque no tan furioso como los días 30 de junio, 1 y 2 de julio. Las escaramuzas eran muchas,.y el buen éxito que tuvo la salida primera, en que lograron ocupar el punto de la torre del Arzobispo, los excitaba a repetirlos, pues por la izquierda había más campo para obrar, por cuanto el enemigo sólo se apoyaba en las casas de campo, sin emprender obras como en su derecha.
El 23 muy por la mañana el comandante de los vados de Gállego don Rafael Estrada ocupó la derecha del río, y comenzó a hacer un reconocimiento, lo que alarmó al enemigo, el cual, viendo que por el camino de Barcelona venía gente, tomó posiciones en tanto se batían las guerrillas. La infantería, caballería y artillería, compuesta de un batallón o tercio incompleto a las órdenes del brigadier don Miguel Viana, de doscientos paisanos del batallón de Tauste a la dirección de su mayor don Joaquín Urrutia, y del cañón de a ocho volante dirigido por Piñeiro, se formó delante del convento de san Lázaro. No pudiendo dirigir guerrillas a derecha e izquierda por estar inundados los campos, partieron de vanguardia por el camino cuarenta caballos a las órdenes de don Antonio Torrecini: a estos seguía el cañón volante, a pesar de que Piñeiro expresó no le tocaba el hacer la descubierta: la infantería formó en columna cerrada, y a su frente iba el brigadier Viana, y luego a retaguardia el resto de la caballería, dirigida por el coronel don Miguel de Velasco. En esta forma avanzaron hasta un ángulo del camino, en el que hicieron alto; y Viana mandó una avanzada para que hiciese la descubierta. Ésta volvió, expresando no había hallado obstáculo, y movió toda la fuerza con dirección al puente de Gállego. Ya estaban próximos a las casas situadas junto al puente, cuando de proviso salen de entre los cañaverales y zarzales unos cincuenta lanceros. Al ver Viana aquella sorpresa, y el efecto que causó en su gente, apenas pudo contenerles: el cañón hizo una descarga; pero la velocidad e ímpetu con que cargó la caballería enemiga, y la llegada de una columna de infantería, produjo el desorden: siendo el resultado de esta desgraciada salida perecer a lanzadas el brigadier Viana, varios artilleros, soldarlos y paisanos; habiendo logrado salvarse los demás al auxilio de algunos senderos desconocidos. Un soldado portugués de a caballo se avalanzó a coger la lanza de su contrario, y logró ocuparla y darle muerte. Uno de los que hicieron frente al enemigo fue el sargento de Tauste Mariano Larrodé, que herido mató dos franceses de a caballo; al que premió el general. Éste publicó con dicho motivo un bando, imponiendo a los soldados y paisanos que abandonasen sus puntos, y no desempeñasen el servicio, las penas más severas, el cual no sólo se fijó en los parajes mas señalados, sino que lo leían los jefes en la orden del día.
En la batería de la puerta del Carmen era continuado el fuego, y el enemigo lo hacía casi a tiro de pistola. El capitán don Pedro Romero, que en medio de su avanzada edad recorría los puntos más arriesgados, murió el 22 en ella. En la de la puerta de santa Engracia los voluntarios de Aragón Antonio Mingote, Vicente Aguarón, Domingo López, el artillero Antonio Bulúa y el paisano Agustín Domenec presentaron una bomba que cayó a corto trecho de donde estaba el enemigo; y por no haber reventado, la cogieron, exponiéndose extraordinariamente. Las mujeres seguían llevando refrescos; y se publicó en la gaceta ordinaria del 26 de julio, que viendo una (que no nombra, ni designa el sitio) que había muerto un artillero, hizo fuego con el cañón, y que el general la concedió el sueldo del artillero cuyo puesto había desempeñado. A fin de que no quedase por mover ningún resorte, y llamar generalmente nuestra atención, comenzaron a hacer tentativas para pasar el río Huerva por donde desagua en el Ebro, y ocupar los caseríos de su izquierda; pero sobre un terraplén que domina aquel trozo de campiña había un reducto circular avanzado, y en él cinco cañones, con lo que, y la vigilancia de los escopeteros, se les contuvo.
También se habilitó sitio en el convento de las monjas del Sepulcro y baluarte del antiguo muro para colocar algunas piezas que enfilasen a derecha e izquierda si llegaba el caso de hacer por aquella parte el enemigo alguna tentativa. En los arrabales formaron una batería con un pequeño foso, cerca del convento de san Lázaro, y cerraron con estacadas todas las avenidas, aspillerando los edificios que constituían línea, y haciendo además por los caminos algunas cortaduras. Los cañones del reducto de las Tenerías hicieron callar a los que el enemigo puso en el extremo del olivar de san Agustín; y en una de las peleas promovidas por aquel punto, los paisanos situados en el caserío de don Victorián González y molino de aceite de Goicoechea, lograron imponerle. He insinuado que, previendo la escasez de pólvora, se construía a mano, y que no podía proporcionarse la necesaria para el consumo. Como siempre llegaban paisanos de las inmediaciones, burlando la vigilancia del enemigo, avisaron venían unas cargas de este artículo; y habiendo salido por la noche las compañías de Sas, aunque no tuvieron ningún encuentro con los franceses, lograron introducirla, haciendo un singular servicio. En esta y otras introducciones intervinieron Pedro Novallas, Manuel Chavarría, fray Ignacio Santa Romana, Manuel Larrosa, Manuel de Gracia y sus dos hijos, Manuel las Eras, con otros dos; todos de la parroquia de la Magdalena.
Constantes en la idea de evitar nos estrechasen por la izquierda, como lo hacían por la derecha, y reconocer las posiciones y fuerzas enemigas, como también para auxiliar al teniente coronel don Adriano Valkuer, que con una compañía de suizos subsistía en la torre del Arzobispo, teniendo que sostener incesantes acometidas, se ejecutó la mañana del 29 una salida, en la que ocurrió lo que expresa el parte oficial que se dio al público.
«Excelentísimo Señor:=En cumplimiento de la orden que V. E. se sirvió comunicarme, mandándome pasase a informarme de la situación que ocupaba el enemigo en la margen izquierda del Ebro, y tomar el mando de las tropas que le defendían; habiéndolo verificado con un escuadrón de cazadores de Fernando VII, compuesto de cincuenta plazas, a las órdenes del capitán don Francisco Dufau; otro de igual número, del cuerpo de reserva de V. E., a las órdenes de su capitán don Manuel Juano, y treinta voluntarios de Aragón al mando de don Jerónimo las Eras, me dirigí a la torre del Arzobispo, que se veía atacada por los enemigos, y sostenida por una compañía de suizos al mando del teniente coronel don Adriano Valkuer, e inmediatamente formé la caballería en tres divisiones, y mandé a Juano que con la mía avanzase hasta la torre, sostenida por los treinta voluntarios; y visto que fue por los enemigos, empezaron a verificar su retirada, replegándose a la altura de Gállego, en donde tenían emboscada su tropa en número de quinientos hombres y cien caballos; y habiéndoseme incorporado como hasta unos cuatrocientos paisanos armados, me pareció debía atacarles en su retirada, como en efecto lo ejecuté; pero habiendo notado que por las alturas de Juslibol y san Gregorio se dirigían dos columnas bastante numerosas de infantería y caballería a tomarme por el flanco izquierdo, me fue forzoso abandonar el proyecto y salirles al encuentro con la mitad de las fuerzas por el camino que guía a Cogullada, mientras el coronel don José Obispo, tomando el flanco izquierdo, recobró los molinos, ocupando una posición muy ventajosa, apostando el resto con un volante de a cuatro en el camino de Barcelona, para que en todo evento sostuviese mi retirada: a poco tiempo rompieron el fuego las partidas de guerrilla con las enemigas; y dispuse que mi ayudante don Francisco Toro, con don Carlos Porta y don Manuel de la Plaza, que voluntariamente se me agregaron deseosos de venir a las manos con los enemigos, avanzasen hasta encontrarles (que tarjaron poco tiempo); y me avisaron que la caballería enemiga venía atacando a gran galope; y en efecto, se acercó hasta medio tiro de pistola de la nuestra que tenía emboscada entre la arboleda del camino, desde donde, al primer toque de degüello, cargó con tal intrepidez sobre el enemigo, que le obligó a huir vergonzosamente hasta ponerse resguardados de sus trincheras: en el intermedio seguía el fuego de fusilería por derecha e izquierda, tan bien dirigido por los paisanos y corto número de tropa, que su infantería se vio en la dura precisión de tener que imitar en un todo a su caballería, refugiándose igualmente de una casa y tapias encima de Cogullada, de donde fueron igualmente desalojados y perseguidos a bastante distancia, abandonando algunos bagajes cargados de municiones de boca y guerra, fusiles, mochilas, y algunos cajones sueltos de cartuchos.=La pérdida de los enemigos ha sido muy considerable, según los rastros de sangre que por todas partes se encontraban; consistiendo la nuestra tan solo en un voluntario de Aragón y un paisano muertos: es increíble el ardor y espíritu que noté en nuestras tropas y paisanos: todos a porfía despreciaban los riesgos por adquirir la victoria; y faltaría al cumplimiento de mi obligación si dejase de recomendarlo a V. E. en general, y particularmente el mérito que han contraído mis tres ayudantes de campo don Francisco Toro, don Manuel de la Plaza y don Carlos Porta, quienes, cruzándose por el fuego de los enemigos, me traían noticias sin cesar del centro de sus columnas, como igualmente siendo los primeros a cargarlas al frente de la caballería cuando mandé que atacase a los comandantes de los cuerpos expresados, y a los subalternos de cazadores don Francisco Pavía y don José Alipi, que con sus partidas de guerrilla no han dejado de incomodar al enemigo durante la acción.=Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel general de Zaragoza 29 de julio de 1808.=Excelentísimo Señor.—Fernando Gómez de Butrón.= Excelentísimo Señor don José Palafox y Melci.»
«Al paso que se empeñaba esta lid, los que guarnecían las baterías de Sancho y del Portillo hicieron dos paseos militares, en los que empeñaron acciones bien reñidas por los puntos opuestos sin pérdida nuestra, en los que una compañía de valientes portugueses hizo prodigios de valor y atacó las baterías enemigas. Dividieron sus fuerzas ambos comandantes, el coronel don Francisco Marcó del Pont y el teniente coronel don Mariano Renovales, en tres columnas; y sostuvieron el fuego por derecha e izquierda, mientras el centro obraba con tal acierto, que en este día, en que justamente se vio presentarse al enemigo con mas orden y mejor posición que hasta entonces, quedó bien escarmentado, dejando los campos manchados con su sangre, y abandonando efectos y fusiles en su vergonzosa huida.»
A la izquierda del Ebro, y por el camino de Barcelona, a distancia de cuatro leguas de esta capital, inmediato al pueblo de Osera, hay un barranco que ofrece una situación ventajosa. Varios paisanos y soldados que no se resolvieron a internarse en la plaza, ignorándolas fuerzas del enemigo, lo ocuparon, y formaron un desaliñado atrincheramiento; dedicándose unos a cortar el puente, que forma una parte del camino sobre el barranco, y otros a hacer parapetos. Convocaron gentes de aquellas cercanías; y los pueblos de Pina, Gelsa y Velilla les contribuían con raciones. En pocos días consiguieron reunir hasta trescientos hombres, y nombraron por su comandante al teniente coronel don Antonio Guerrero. Trasluciéronlo los franceses; y para cerciorarse enviaron una descubierta de coraceros, la cual dio con treinta voluntarios, seis carabineros y una porción de paisanos, que al todo vendrían a ser cien hombres; y luego que estos les hicieron fuego, matándoles cuatro, volvieron grupa. El 29 fueron a desbaratar las obras y dispersar el paisanaje mas de mil hombres, y la vanguardia comenzó el tiroteo. Los paisanos y pequeña porción de tropa situada en el barranco, mal armados y con pocas municiones, recibieron con bastante entereza el ataque, y sostuvieron el fuego por espacio de hora y media, en el que hicieron algún daño al enemigo; pero a poco rato aparecieron parte de las tropas francesas haciéndoles fuego por la espalda, con lo que principió el desorden, y avanzando las del frente, no les quedó otro partido que la fuga, la cual ejecutaron dirigiéndose a pasar el Ebro a nado; y este desastre no dejó de ocasionarnos alguna pérdida. La caballería persiguió a los fugitivos, y todavía hicieron diez y nueve prisioneros, entre ellos a don Juan Antonio Tabuenca. Los habitantes de Osera y Aguilar abandonaron sus hogares, y los franceses avanzaron hasta las eras de Pina, a donde llegaron al anochecer a sazón que estaban cerrando las bocacalles y entradas del pueblo para defenderse. Felizmente arribó entonces el coronel don Francisco Romeo con doscientos voluntarios del cuerpo de Amat; y éste, con lo restante del batallón entró a media noche; y luego al amanecer salieron algunas guerrillas, que recorrieron el sitio en que la tarde anterior acampó el enemigo; y viendo que éste iba a atacar, formó en batalla el segundo de voluntarios de Aragón; y conociendo sin duda los franceses la superioridad de fuerzas, después de haberse tiroteado por largo rato, se retiraron precipitadamente. El enemigo veía operaciones arregladas, pues el mismo día que trataron de atacar a los del barranco tuvieron que hacer frente a las tropas que salieron a batirse por el camino de Barcelona y torre del Arzobispo, y atender a la continuación y conservación de las obras. El habérseles presentado en Pina tropa de línea debió sorprenderles, aunque no ignoraban esperábamos refuerzos. Lo cierto es que no se perdonaba ningún género de fatiga por una y otra parte, y que los zaragozanos se excedían a sí mismos.
Ufanos con haber disipado la reunión de los patriotas en el barranco de Osera, regresaron a sus campamentos; pero al mismo tiempo que ocurrió este ligero choque a las vistas de Pina, tuvimos otro de mas importancia junto a la torre del Arzobispo. La mañana del 30 observaron los vigías que por el puente provisional del enemigo pasaba una columna de infantería apoyada de caballería. A esta sazón ya había principiado el tiroteo entre las avanzadas que salieron de la torre del Arzobispo bajo la dirección de su comandante don Adriano Valkuer, al que los franceses contestaron; y empeñados unos y otros con el mayor tesón, consiguieron las partidas de suizos, Guardias españolas, batallón ligero de Zaragoza y voluntarios de Aragón rechazarlos, desalojándolos de la torre de Lapuyade, y precisándolos a retirarse desordenadamente por el camino de Cogullada. Replegados sobre este punto, apenas llegó la columna indicada cargaron sobre nuestra infantería con fuerzas tan considerables, que tuvo que retirarse con el mayor orden, sostenida por el capitán don Manuel Juano con cuarenta caballos de su compañía, que llegó en aquel instante. Noticioso Palafox de esta ocurrencia, comisionó al coronel don Fernando Gómez Butrón, inspector de caballería, para que con diferentes partidas de infantería y caballería los reforzara; y con efecto, lo verificó con buen éxito, según dio cuenta en el parte oficial siguiente:
«Excelentísimo Señor:=Hallándome a las cinco de la mañana de hoy en la batería de la puerta del Carmen, advertí toque de generala, y en seguida el de la campana de Torrenueva: inmediatamente monté a caballo, acompañado de mis ayudantes don Francisco Toro, don Carlos Porta y don Manuel de la Plaza, a cuyo tiempo recibí la orden de V. E. de pasar a dirigir el ataque de las tropas destinadas a sostener la torre del Arzobispo, lo que verifiqué inmediatamente.= Encontré a los enemigos con fuerzas muy considerables, sin duda con el objeto de vengar la sangre que el día anterior habían derramado: sus intentos fueron vanos, pues nuestra tropa y paisanaje les recibió con tal serenidad de espíritu (animada por el que caracteriza al coronel don José Obispo, mayor general de infantería, y al teniente coronel de Extremadura don José Ramírez, que hasta mi arribo había dirigido la acción), que habiendo rechazado a los enemigos, les persiguieron en su retirada hasta cerca de Cogullada, en cuyo camino, cargándoles un escuadrón de caballería del cuerpo de reserva de V, E. a las órdenes de su capitán don Manuel Juano, les derrotó completamente, haciéndoles varios prisioneros, y tomándoles muchos fusiles, mochilas y otros efectos: mas cuando yo creía decidida la acción y nuestro el campo de batalla, advertí que por la altura de san Gregorio y Juslibol bajaban dos columnas, como de unos seiscientos hombres cada una, con un escuadrón de caballería a su retaguardia, y otra que por la parte del Gállego se emboscaba, con el objeto sin duda de tomarme por el flanco derecho: todas tres me atacaron a un tiempo; y considerando mis cortas fuerzas, y que la retirada en tan críticas circunstancias era indispensable, pues su caballería se adelantaba, para evitar el desorden que ésta podía introducir en mis columnas, mandé colocar la que me acompañaba en el orden de batalla; y poniéndome a su frente, me resolví a admitir el partido que el enemigo adoptase; pero a poco tiempo noté que los paisanos que cubrían mi izquierda se retiraban hostigados de la superioridad de fuerzas con que se veían atacados: dispuse que mis ayudantes pasasen a ponerles en orden, y aun yo mismo tuve que ejecutarlo ínterin la caballería, sostenida por un corto número de voluntarios del cuerpo de reserva, se dirigía con el mejor orden a la torre del Arzobispo, en donde sufrimos un vivo fuego a distancia de medio tiro de fusil: a esta sazón me llegó una compañía de refuerzo del regimiento de Extremadura, la que, mandada por su teniente coronel, cargó con tanto denuedo sobre los enemigos, que no pudiendo estos resistir el fuego, empezaron a verificar su retirada con algún desorden, que por instantes se aumentaba luego que don Jerónimo Piñeiro, comandante de nuestra artillería volante, rompió el fuego con un violento que conducía: de forma que desde el instante en que llegó la compañía de Extremadura no estuvo dudosa la victoria por nuestra parte ni un solo momento, dejando el campo de batalla cubierto de cadáveres, entre ellos un oficial y un general de división, único fruto que cogieron en esta jornada; consistiendo su pérdida en mas de cien muertos, muchos heridos, cinco prisioneros, ciento cincuenta fusiles y un sin número de mochilas, sables y otros efectos. Por nuestra parte tuvimos ocho muertos y doce heridos, entre ellos el capitán de caballería don Manuel Juano, el subalterno de Extremadura don Francisco Santano, el cadete don Baltasar Facsiel, y dos sargentos del mismo cuerpo, con mas dos caballos muertos y diez heridos. No es fácil explicar a V. E. el espíritu y ardor de nuestras tropas y paisanos; bastará decir que con la tercera parte de fuerzas han tenido la gloria de batir a los vencedores de Marengo, Austerliz y Jena. No sé, señor, a quién recomendar a V. E., pues en cada uno de los que se hallaban en esta acción solo he encontrado prodigios de valor; oficiales, ayudantes míos y soldados procuraban a porfía adquirir para sí el laurel teñido en sangre de nuestros enemigos: tal ha sido, señor, la jornada de hoy.=Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel general de Zaragoza 30 de julio de 1808.=Excelentísimo señor capitán general.=Fernando Gómez de Butrón.»
Como en aquella premura no podían recogerse las noticias con la debida exactitud, y los militares ansiaban porque se mencionasen en los partes sus respectivos servicios, fue preciso suplir algunas conmemoraciones: con este fin, a continuación del que dio Butrón, se insertaron en la gaceta extraordinaria de 1 de agosto en esta forma:
«Esta derrota, unida a la del día de antes de ayer 29, en que a más de la pérdida de Ranillas la experimentaron no menos considerable en las baterías de santa Engracia y Portillo, han dejado al enemigo lleno de terror.znEl paisanaje creía que los franceses no tenían espaldas, ni que sabían abandonar sus armamentos y mochilas, aun viéndose atacados por fuerzas inferiores; pero han quedado completamente desengañados. = El coronel don Antonio de Cuadros, comandante de santa Engracia, con sus acertadas disposiciones, apoyadas de sus valientes soldados y artilleros, y el de la batería del Portillo el teniente coronel don Ignacio López, acreditaron de nuevo su valor y conocimientos militares, sosteniendo con sus oportunos y bien dirigidos tiros el ataque de la compañía de Guardias, que a las órdenes de su comandante don Luis de la Vega hizo prodigios de valor.—No pueden negarse los debidos elogios a estos dignos comandantes por la acción del día de antes de ayer, como también por la de hoy al teniente coronel del regimiento de Extremadura don José Ramírez, y al mayor general de infantería don José Obispo, y en una y otra al inspector de caballería don Fernando Butrón, quien, animado de un celo nada común, se ha encontrado en las dos acciones, mandando como jefe el ataque de sus tropas, y animándolas con su ejemplo como soldado. Son también acreedores al común aprecio su ayudante don Francisco Toro, con don Carlos Puerta, don Manuel de la Plaza, y don José Bernal, capitán de Extremadura.=El capitán don Manuel Juano con su compañía se ha distinguido en los dos días, habiendo sido herido en el de antes de ayer, y vuéltose a la acción después de curado.=Igualmente se distinguieron los caballeros guardias de corps don Justo Urrechu y don Domingo Arecbavala, quienes se agregaron voluntariamente a la caballería y entraron en acción, ocupando y llenando completamente el puesto de soldados, haciéndose acreedores al particular elogio que los distingue.=Los mismos guardias, y además don José Torres, don Domingo Canales, don Vicente Teruel y don Juan Revenga se presentaron también el día 29 voluntariamente a servir en el ataque agregados a la artillería volante, en cuyo destino se mantuvieron durante la acción con todo el valor y entusiasmo que es tan propio de su honor.=Se hace sumamente; recomendable la conducta de los individuos de este tan distinguido como desgraciado cuerpo, tanto porque en él tuvo principio la gloriosa restauración de nuestra patria, rompiendo los ocultos lazos con que pretendió el enemigo común ligar su libertad e independencia, como por la ardiente sed que manifiestan en ser destinados, a los puntos de mas riesgo.=El brigadier don Antonio de Torres, comandante de fusileros del reino, con sus valerosos soldados ha repetido una de las continuas pruebas, de su patriotismo, contribuyendo con el mayor ardor a la derrota del enemigo: su celo infatigable por la justa causa le hace muy recomendable y digno, del aprecio general.=También se han distinguido el teniente don José Villacampa y el subteniente don Miguel Gila, quienes con sus partidas avanzaron siguiendo al enemigo hasta cerca del puente de Gállego. Todas las tropas y sus dignos oficiales se han portado con la mayor bizarría, disputándose con entusiasmo la gloria de quién sacrificaría mas enemigos al amor de la patria.=Son dignas del mayor elogio las de los diferentes cuerpos ya citados que guarnecían la torre del Arzobispo.=El comandante de aquel puesto don Adriano Valkuer hizo con las pocas tropas de su mando prodigios de valor, como igualmente el capitán de la compañía de Guardias españolas don Luis de la Vega, quien fue herido en la acción.»
El interés era general; y así muchos, impacientes por saber como iban las cosas, sin temor a los riesgos, llegaron hasta el sitio de la lucha, y tuvieron el placer de anunciar con anticipación al pueblo espectador el triunfo conseguido. La entrada de las tropas y paisanos victoriosos por la puerta del Ángel conmovió los ánimos de una multitud que estaba esperándolos con el mayor anhelo. La vista de los defensores de la madre patria acaloró las imaginaciones, y todos prorrumpieron en repetidos vivas. Brillaba en los semblantes la complacencia que produce una justa represalia; y la sangre francesa de que estaban teñidas algunas espadas, casi humeando, era el objeto mas grato a los ojos del padre desolado y de la esposa afligida. Cuanto se ha referido de los pueblos mas belicosos no equivale a la grandeza de espíritu que mostraron en esta época los zaragozanos. La posteridad tributará mejor los debidos elogios a unas acciones tan heroicas. Vendrá un tiempo en que Zaragoza y sus inmediaciones serán un objeto de asombro para los viajeros.
Al día siguiente ocurrió una alarma a las doce de la mañana; y salió la caballería a las órdenes del coronel don Antonio Torres, la cual, con algunos voluntarios, fusileros y paisanos, tomó el camino de los molinos. Los franceses que los ocupaban comenzaron a defenderse: el coronel Torres mandó avanzar hasta las tapias de la huerta que hay contigua al del Pilar; y aunque allí hicieron alto don Narciso Lozano, subteniente de la quinta compañía del tercer tercio de voluntarios de Aragón, asaltó con catorce hombres las tapias de la huerta; y desde la torre o edificio que había en ella hizo fuego a los que ocupaban el molino, hasta que observando les venían refuerzos, fue preciso retirarse, siendo Lozano y su gente loa últimos que lo ejecutaron.