CAPÍTULO XIX.

Principia el bombardeo.—Extracción de los enfermos del hospital.—El enemigo abre dos brechas.—Palafox sale con el estado mayor.—El marqués de Lazán y don Francisco se le reúnen.— Se da el asalto, y entran los franceses por las huertas de santa Engracia y de Camporreal.

 

Admirables son los sucesos referidos y pero al considerar lo singular de los que restan, la imaginación confundida no sabe como describir con precisión y claridad tanta multitud de asombros y proezas ejecutadas en los días sucesivos. Las obras enemigas perfeccionadas; grandes convoyes de municiones y pertrechos de guerra: todo presagiaba la desolación, el estrago y la muerte. Lefebvre y Verdier, afianzados con siete baterías, y en ellas sesenta piezas, la mayor parte a tiro de pistola de nuestras débiles tapias y terraplenes, contaban como inevitable nuestra ruina. ¡Cielos, dadme energía para trasmitir a la posteridad lo que ocurrió en estos días horrorosos y aciagos, y desempeñar la parte más ardua de esta interesante narración!

El 31 de julio comenzó el bombardeo por la mañana, y continuó hasta el 4 de agosto inclusive, con tal actividad, que despidieron más de seiscientas .granadas y bombas. La mayor parte las dirigían a las inmediaciones de la puerta del Carmen, torre del Pino, santa Engracia y línea que va hasta la huerta de Camporreal, que eran los puntos elegidos para internarse. A las inmediaciones de la puerta de santa Engracia existía el suntuoso edificio del hospital general de nuestra señora de Gracia, fundado en el año de nuestro señor Jesucristo 1425 por el rey don Alonso el V. Ya en aquella noche cayeron en él varias bombas y granadas; pero viendo que parecía ser el blanco del enemigo, principiaron a remover los pobres enfermos, dementes y demás imposibilitados, para evitar fuesen víctimas de las explosiones. ¡Miserable humanidad, que no te respeta el guerrero, y te persigue sobre el lecho del dolor! Había en aquel entonces quinientos enfermos, y bastantes heridos: por el pronto los trasladaron a la iglesia, poniendo las camas por las capillas: entre tanto cargaban carros con jergones y aquellos efectos más precisos. Los que tal cual podían caminar salieron envueltos en sus mantas, y otros sin cubrir su desnudez, palpitantes, escuálidos, con paso trémulo, viéndose aguijados de las bombas que reventaban por aquellas inmediaciones. A otros los conducían en camillas: algunos perecieron, quedando sus miembros mutilados por los cascos de las granadas, que caían como de llovido. ¡Qué espectáculo tan terrible!

El intendente Calvo dio las disposiciones necesarias con la mayor entereza para realizar esta grande obra, que presenció constantemente, como también el regidor de Sitiada don José Dara Sanz y Cortés, barón de Purroy, y don José Obispo. Varios dependientes de la casa, algunos religiosos de san Francisco, oficiales de la intendencia y contaduría, y muchos vecinos honrados, a una con las piadosas mujeres coadyuvaron con un celo encantador y heroico a aliviar la suerte de aquellos desgraciados. En pocas horas consiguieron colocarlos en la lonja de la Ciudad, que es un salón compuesto de tres naves, sostenido de ocho magníficas columnas, que tiene de longitud ciento noventa y dos pies, ciento veinte de latitud, y ciento sesenta de altura; el cual se construyó en el año de 1551. Frente a este edificio estaba el de la real Audiencia, edificado en 1450; y allí se acomodó otra porción. Tendidos aquellos infelices por el suelo y escaleras, en medio de tanta amargura tenían la satisfacción de ver con cuanto interés y fervor les presentaban los escasos socorros que aquellas escabrosas circunstancias permitían.

Las familias de todo aquel distrito iban replegándose a lo interior, huyendo los horrores del bombardeo. Las gentes discurrían por las calles, con paso azorado, decaídas con tan extraordinarias penurias y desgracias, observando si venía a desgajarse a sus pies la bomba destructora: todos silenciosos, meditabundos, la respiración agitada, ofrecían el espectáculo más asombroso que puede concebirse. El fuego era infernal; de lo que no se puede formar idea. Las bombas y granadas echaban por tierra trozos enteros de los edificios: una multitud de balas de cañón de a doce y diez y seis batían de frente, de revés y de enfilada el punto por donde el enemigo quería introducirse, que era la parte comprendida entre la puerta del Carmen, la de santa Engracia y su huerta; apoyando esta operación desde su línea de contravalación con un fuego sostenido de fusilería. Por la tarde intentaron un ataque falso, que tal vez se hubiera convertido en verdadero si hubiesen flaqueado los defensores. Según datos del vigía, las baterías inmediatas, al atacar por aquella parte incomodaron nuestras defensas con setecientos tiros de cañón, obús y mortero en el espacio de catorce horas. El castillo padeció bastante, pues llegó a verse derruido un lienzo de su débil muralla, y parte del edificio hacia el poniente, lo que consternó a algunos; pero el valeroso Cerezo cerró la puerta, diciéndoles a sus paisanos: Caballeros, aquí no hay mas remedio que morir o vencer. Todo manifestaba bien que el enemigo iba a echar el resto, y que se nos preparaba una catástrofe terrible. Las pruebas que había dado don Mariano Renovales de valor y entereza excitaron a Palafox a dirigirle el siguiente oficio:

«Luego que V. S. reciba éste, pasará a tomar el mando en jefe del cantón que comprende desde la puerta del Sol hasta la huerta de santa Engracia inclusive, con todas las puertas, baterías, avanzadas, &c.=Lo que comunico a V. S. para su puntual cumplimiento. Cuartel general de Zaragoza 3 de agosto de 1808.»

Y por la noche del mismo le mandó una minuta concebida en estos términos:

«A don Mariano Renovales le avisa el capitán general que esta noche hay rumores que tratan de un asalto con escalas que traen. Entérese Vmd. bien de toda la línea del fosal de san Miguel y huerta de Camporreal. Un asalto se evita con fusiles, con pistolas, con lanzas, con piedras. Si hay serenidad son perdidos los que asaltan. Vmd. es activo, y no solamente no dormirá, sino hará que no duerman los demás.=Palafox.»

Amaneció por fin el 4 de agosto; día tremendo sobre toda ponderación. Al rayar el alba, las sesenta bocas de fuego comenzaron a sonar cadenciosamente; y parecía que todo iba a salirse de sus quicios. La imaginación vehemente no descubría sino un abismo espantoso, y la escena más trágica y lúgubre. Veamos como dirigieron su ataque para apoderarse de Zaragoza. Salió la infantería enemiga de sus líneas por derecha e izquierda del castillo, y avanzaban, creyendo apurados a los defensores, cuando de proviso precipitaron estos al foso una porción de ruinas que ocultaban las nuevas baterías construidas, de que no tenían noticia, las cuales hicieron dos descargas de metralla con tal oportunidad, que los franceses se retiraron a sus atrincheramientos, dejando sobre el campo tendidos varios cadáveres, y entre ellos el del que marchaba a su frente. Al mismo tiempo amenazaron por su derecha; y se cruzó un fuego vivo en el molino de aceite, con lo que llamaban la atención para cargar con todas sus fuerzas por el centro. Las baterías de brecha redoblaban sus tiros; pero en la huerta de santa Engracia no produjeron por el pronto efecto, porque la tapia no tenía sino dos o tres varas, y lo demás era un terraplén revestido de piedra y argamasa, con lo que la bala rasa, o reflejaba, o se enclavaba, hasta que, advirtiéndolo, alzaron la puntería; y en nuestras baterías el cuerpo de ingenieros estaba tan puntual en reparar los daños, que con la misma precipitación que veinte y seis piezas derribaban los parapetos, se rehacían con sacos a tierra y de lana; operación arriesgadísima, y con la que se manifestó cómo el valor y pericia pueden equilibrar la defensa con el ataque de una plaza.

El gobernador general marqués de Lazán, luego que rompió el fuego manchó con la caballería a las cercanías de la puerta de santa Engracia, desde donde, acompañado de su hermano don Francisco, daba las órdenes; y tropa y paisanos se distribuyeron por toda la línea. Nuestros cañones sostuvieron el fuego con tal tesón, que fueron inaccesibles al enemigo. Entre tanto se desplomaban las tapias sobre los defensores: los trozos de pared que se desprendían de la puerta y arco de santa Engracia colmaban de escombros las baterías, sepultando a muchos bajo su peso. El enemigo llegó en repetidos aproches a tocar la batería de la puerta del Carmen; y el foso, aunque reducido, quedó cubierto de cadáveres franceses; sobresaliendo en tan vigorosa defensa los paisanos lanceros del quinto tercio; dando pruebas de un valor heroico el comandante don Pedro Hernández, que, auxiliado de su ayudante don Mariano Villa, y reforzado por don Lorenzo Cerezo, hijo del don Mariano, con ciento cincuenta hombres que extrajo del castillo sostuvo toda la mañana aquella enardecida pelea.

El capitán comandante de Guardias valonas don Luis de Garro permaneció con toda su compañía desde las cuatro hasta las nueve de la mañana, en que fue relevada, maniobrando con los cañones por falta de artilleros; y en el mayor riesgo salvaron dos de ellos y un obús: y tuvo en las cinco horas de combate un alférez, un sargento, cuatro cabos y once soldados muertos, y un sargento, dos cabos y nueve soldados heridos. Como la torre del Pino estaba en el ángulo saliente que hay desde la puerta de santa Engracia a la del Carmen, hicieron una defensa vigorosísima, pero también perecieron muchos. El subteniente del tercer tercio de voluntarios aragoneses don Narciso Lozano fue con un retén de un sargento, dos cabos y veinte y cuatro soldados, y perdió un cabo y veinte y dos soldados. Don Francisco Ipas, subteniente de la segunda compañía de escopeteros voluntarios de la parroquia de san Pablo, perdió veinte y cuatro de treinta que llevó; por manera que de los doscientos hombres que hacían fuego en la torre y tapia que discurría hasta la puerta, la mayor parte quedaron muertos o heridos. El impertérrito comandante coronel don. Antonio Cuadros daba sus órdenes con el mayor tesón y acierto: el coronel don Antonio Torres permanecía en la huerta al lado de sus valientes; y el benemérito Sangenis, acompañado de don Manuel Tena, iba recorriendo aquel trecho y cerrando las brechas, lo que ejecutó en la tapia indicada como pudiera hacerlo un soldado, pues todos uniformes trabajaban con el mayor celo. Don José Obispo llevaba sin cesar refuerzos; y el capitán don José Martínez hacía conducir municiones, dando ánimo a los infinitos heridos, que apenas se atrevían a salir a la plazuela por la multitud de balas que cruzaban por aquel sitio. Don Felipe San Clemente subsistió en la batería; y el coronel don Domingo Larripa se señaló por sus tareas, como también el capitán don Joaquín Montalbá y don Fernando Jacques.

En esto, una granada incendió el convento de religiosas capuchinas; pero a poco rato el capitán Martínez tomó sus disposiciones, y logró extinguirlo. Trabajaban ímprobamente jefes, soldados y paisanos en el reducido trecho que queda indicado. El segundo comandante don Fernando Pascual; el infatigable Renovales, con otros cuyos nombres no han llegado a mi noticia, sostenían aquel terrible fuego y los ataques que comenzaron por toda la línea. Las compañías de paisanos dirigidas por Zamoray, imitando el valor y entereza de su jefe, y del acérrimo don Andrés Gurpide, que como diestro tirador hacía mucho daño a los artilleros de las baterías enemigas, llegaron a inutilizar los fusiles, y fue preciso mandar un carro cargado de ellos. Una columna que llegó al puente de la Huerva fue contenida por el fuego que hacían desde la torre del Pino y tapia de su izquierda. El enemigo, a pesar de las pérdidas que experimentaba, redoblaba más y más sus esfuerzos: llenos de calor, aproximaron un cañón que hacía mucho daño a nuestros valientes; y habiendo perecido sus conductores, el intrépido José Ruiz, soldado del segundo de voluntarios de Aragón, al oír a su comandante Cuadros ofrecer una charretera al que lo clavase, lo ejecutó con una velocidad sorprendente, logrando salir ileso de tan arriesgada empresa.

El capitán general Palafox iba recorriendo los puntos, y su hermano el marqués subsistía en el más peligroso, que era el del centro; y ambos procuraban hacer frente a tantos horrores y desastres como por todas partes nos circuían. La oposición y resistencia que hallaron los franceses desde la puerta del Carmen hasta la de santa Engracia, los arredraba; pero felizmente, habiendo atravesado el río Huerva, abiertas dos brechas en la tapia de las dilatadas huertas de santa Engracia y Camporreal, se introdujeron en ellas; y aunque desde los edificios inmediatos sufrían un fuego terrible, fueron cargando fuerza, y después de varios encuentros entraron poco a poco, dando algún rodeo para venir a coger por la espalda las inexpugnables puertas. Herido el teniente coronel don Felipe Escanero, y por la segunda vez el teniente coronel de artillería don Salvador de Orea, viendo el capitán comandante del punto de la huerta don Bartolomé Lavega la intrepidez y superioridad con que acometía por aquella parte el enemigo, después de perdida mucha gente comenzó a retirarse. El fuego y las explosiones se multiplicaban a porfía: perecían valientes sin término, abrumados unos de las masas y trozos de paredes y tapias desplomadas, y otros de las infinitas balas y cascos de bombas, como el teniente don Pascual Cimorra; no cesando la muerte de cebarse entre los combatientes, que, constantes en su propósito, preferían a todo perder la vida.

De cada momento la situación era mas escabrosa y crítica: los lienzos de las tapias caían, dejando a los defensores al descubierto, y la metralla y balas causaban un horroroso estrago. El subteniente de voluntarios de Aragón don Antonio Arruc procuraba animar a la tropa, que, no pudiendo resistir tanto fuego, parecía que desmayaba; pero una bala de fusil le hirió, y tuvo precisión de retirarse. Cerciorado el marqués del estado tan lastimoso de la defensa de aquel punto, y que habían perecido todos los artilleros, viendo que no le enviaban refuerzos, dispuso que don Antonio Cuadros retirase los cañones, lo que se ejecutó a cuerpo descubierto, colocando parte en la entrada del callejón de la torre del Pino, y parte en la calle de santa Engracia, a lo cual cooperó el soldado de gastadores Ramón Perdiguer, que en aquella mañana obró con la mayor serenidad, reparando las brechas bajo el espantoso fuego del enemigo. A seguida cerraron la puerta de santa Engracia. Para colmo de las infinitas desgracias que ocurrían, sobrevino que al tiempo de poner el valiente don Antonio Cuadros un saco para formar batería, una bala de fusil le dejó yerto; y esta pérdida hizo una impresión extraordinaria sobre todos los que conocían el mérito que este jefe tenía contraído. Al ver los que estaban tras las tapias inmediatas a la torre del Pino que los franceses ocupaban el monasterio, retiraron los dos cañones a las casas de santa Fe, los que quedaron al cuidado de Antonio Fernández, sargento primero de artillería; y entonces fue cuando el marqués de Lazán con don Felipe San Clemente, el coronel don Domingo Larripa y otros estaba en la casa de Palomar, allí inmediata: sabedor de que iban internándose por los jardines y corrales inmediatos, se retiró: y aunque el sargento Fernández logró echar por tierra en una o dos descargas a los que comenzaron a salir por la portería del monasterio, como ya asomaban por el frente, y otros venían a coger la espalda por las huertas y campo santo del hospital de nuestra izquierda, fue necesario retirar los cañones, lo cual ejecutaron a brazo los paisanos, poniéndolos en la entrada de la calle de santa Engracia.

Viendo el general Palafox que no podía sostenerse la ciudad si no llegaban los refuerzos que por momentos esperaba, y ya habían llegado a Pina; ignorando a qué atribuir tal demora, resolvió ir a buscarlos, y atravesar a todo trance por la línea enemiga. Partió, pues, con su comitiva y algunos soldados de caballería, vadeando el Gállego por el camino de Pastriz para dirigirse a la villa de Pina. El marqués de Lazán y su hermano don Francisco subsistieron un poco más de tiempo en las inmediaciones a la puerta de santa Engracia; pero esparcida la voz de que atacaban por el arrabal, partió éste a cerciorarse, dejando al marqués en aquel arriesgado punto.

Posesionados los franceses de la torre del Pino después de siete horas de fuego, fue preciso retirar los cañones de la puerta del Carmen; y en este apuro, el sargento mayor del tercer tercio de voluntarios aragoneses don Alonso Escovedo, y su segundo don Francisco de Paula Bermúdez, cadete de Guardias de corps, que con su tropa bisoña guarnecían el colegio del Carmen, auxiliaron al comandante Hernández; y a pesar de verse casi cortados, tuvieron tesón y denuedo para situarse en el edificio de Convalecientes, a fin de sostener lo restante de aquella línea, e impedir se derramasen por aquellas calles a tomar por la espalda las baterías de las puertas de Sancho y del Portillo. En estos puntos fueron heridos en un brazo el capitán don Félix Llorens, el subteniente de Extremadura don José Alba y el presbítero don Ginés Palacín. Cuando el coronel Obispo fue con unos pocos paisanos a la plaza del Carmen para hacer frente a los que se dirigían hacia el juego de pelota, ya asomaban por las puertas de la iglesia del convento del Carmen, y al mismo tiempo iban avanzando hacia la calle de santa Engracia, aunque con lentitud. El primer cuidado del enemigo fue posesionarse de la línea, y ocupar las puertas del Carmen y santa Engracia. A este objeto, al paso que algunos iban haciendo la descubierta por los huertos de las casas inmediatas al monasterio, y otras que ocupan un terreno bastante espacioso, bajaban de Torrero las columnas francesas, y la caballería iba a tomar posición, amenazando aquel torrente de fuerza entrar en la ciudad a sangre y fuego.

Los que desde las torres observaron aquel aparato bélico, se arredraron, y el espanto creció de punto al considerar el estado tan deplorable de Zaragoza. Apenas vio Renovales cómo iban explayándose, fue al molino de aceite de la Ciudad, y tomó un cañón y cincuenta hombres, colocándolo en la plaza de san Miguel. En seguida pasó a la puerta del Sol, y tomó otros cincuenta hombres y dos cañones, que trasladó y situó uno en pos de otro a la entrada de la calle de santa Engracia, encargando la dirección del primero a su ayudante don Mariano Bellido, que hizo algunas descargas apoyado de la fusilería dirigida por Renovales con el mayor acierto, de modo que causaron gran daño a los franceses, y contuvieron sus progresos. Efectivamente, tomaron el rumbo de introducirse por las tapias de la huerta del convento de san Francisco para apoderarse de él y huir el fuego que les hacíamos, y al mismo tiempo dirigieron varias granadas para hacer abandonar aquel punto y los cañones a los defensores. Una de ellas incendió las municiones y abrasó a dos artilleros, con lo que lograron su objeto. Abandonada que fue la batería colocada en la calle de santa Engracia, junto a las casas del hospital, salió el marqués de Lazán por el puente de piedra, y reunido con don Francisco y otros, siguieron la misma ruta que Palafox, y llegaron al anochecer al pueblo de Osera.

Al considerar la situación de la capital en aquellos momentos, me estremezco, y la pluma se cae de las manos. Habitantes y defensores en número considerable comenzaron a retirarse hacia la plaza de la Seo llenos de confusión, arrojando algunos las armas; y agolpados iban a tomar el puente de piedra, cuando poseído de celo y entusiasmo el comandante de la puerta del Ángel el coronel don Cayetano Samitier, comenzó con espada en mano a querer contener aquella muchedumbre: sus declamaciones fueron inútiles; y el pueblo, compuesto de ancianos decrépitos, madres desoladas, esposos, que aunque intrépidos, les abrumaban los clamores de sus mujeres, presentaba la escena mas patética y lúgubre que puede concebirse. Ya una hora antes a la desfilada habían salido infinitos; pero cuando pareció imposible resistirse, fue extraordinaria la reunión. Las voces de los que querían contener a los fugitivos, unidas a los clamores de algunos infelices, y el pavor pintado en los semblantes taciturnos producía un contraste el mas terrible. En esta crisis llegó el teniente de húsares españoles don Luciano Tornos y Cajigal, y desenvainando su espada, mandó volver cara al cañón de la batería de san Lázaro, y tomando la mecha, amenazó con resolución a la muchedumbre: a seguida mandó hacer igual gestión con los cañones del puente: otros se revistieron de igual espíritu: algunos eclesiásticos comenzaron sus exhortaciones, las que un religioso hacía mostrando un crucifijo.

Mientras esto pasaba por la plaza de la Seo, los franceses, viendo que sólo les saludaban con algún tiro aquellos pocos patriotas que no sabían retirarse sino paso a paso, cobraron más denuedo, y se prepararon en la calle de santa Engracia y juego de pelota para desfilar en columna. Reinaba el silencio más profundo; y sólo se distinguía el sonido bronco de la gran campana, que tocaba a rebato para manifestar el tremendo peligro en que estaba Zaragoza. El enemigo, conociendo no debía extender sus fuerzas sino en masa, desistió del empeño de internarse por la casa de Camporreal, y se reconcentró en el monasterio de santa Engracia y calle recta que va a salir a la plaza del Carmen, en cuya operación consumió una larga hora.. Alineados y pertrechados de municiones, tocaron marcha; y viendo desierto el Coso, comenzaron a salvar una valla que allí había.

Historia de los dos sitios de Zaragoza
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