CAPÍTULO V.
El general Palafox recorre la línea.—Intimación del mariscal Moncey, y la contestación que se le dio.—Las tropas del fortín de San José hacen una salida, y el general O-neille otra por los arrabales.—Los sitiadores abren la primera paralela, y los sitiados reconocen sus trabajos.
Las avanzadas de los franceses estaban delante del molino del Pilar, que es el primer edificio que hay camino de Villanueva, y a igual distancia en el de Juslibol, descubriéndose por los humos que habían fijado su campamento en los olivares de Jesús del monte. Por el lado opuesto los tenían en el distrito que hay desde la Gasa blanca a Torrero. A las nueve salió Palafox con su comitiva, seguido de grupos de pueblo, a recorrer la línea. A las once se presenté delante del reducto del Pilar, como parlamentario, un oficial de la gendarmería. El general estaba a la sazón en aquel sitio; y a presencia de cuantos le acompañaban recibió el pliego. Lee que Madrid había capitulado; y dirigiéndose al oficial: El valor, le dice, de los que se acreditaron el dos de mayo no tiene ejemplo: o ha sido intriga, y se ha vendido la capital, o se defiende en estos momentos. En seguida mandó llevasen al parlamentario vendados los ojos al cuerpo de guardia hasta darle la respuesta; prorrumpiendo en voz alta: No sé capitular; no sé rendirme; después de muerto hablaremos de eso. El pliego se reducía a una carta concebida en estos términos:
«El mariscal Moncey al excelentísimo señor capitán general de las tropas españolas, y a los magistrados de la ciudad de Zaragoza.=Señores: La ciudad de Zaragoza se halla sitiada por todas partes, y no tiene ya comunicación alguna. Por tanto, podemos emplear contra la plaza todos los medios de destrucción que permite el derecho de la guerra. Sobrada sangre se ha derramado, y hartos males nos cercan y combaten. La quinta división del grande ejército, a las órdenes del señor mariscal Mortier, duque de Treviso, y la que yo mando, amenazan los muros. La villa de Madrid ha capitulado, y de este modo se ha preservado de los infortunios que le hubiera acarreado una resistencia mas prolongada. Señores: la ciudad de Zaragoza confía en el valor de sus vecinos; pero imposibilitada de superar los medios y esfuerzos que el arte de la guerra va a reunir contra ella si da lugar a que se haga uso de ellos, será inevitable su destrucción total. El señor mariscal Mortier y yo creemos que Vmds. tomarán en consideración lo que tengo la honra de exponerles, y que convendrán con nosotros en el mismo modo de opinar. El contener la efusión de sangre, y preservar a la hermosa Zaragoza, tan estimable por su población, riquezas y comercio, de las desgracias de un sitio, y de las terribles consecuencias que podrán resultar, sería el camino para granjearse el amor y bendiciones de los pueblos que dependen de Vmds. Procuren Vmds. atraer a sus ciudadanos a las máximas y sentimientos de la paz y quietud, que por mi parte aseguro a Vmds. todo cuanto puede ser compatible con mi corazón, mi obligación, y con las facultades que me ha dado S. M. el Emperador. Yo envío a Vmds este despacho con un parlamento, y les propongo que nombren comisarios para tratar con los que yo nombrare a este efecto. Quedo de Vmds. con la mayor consideración.=Señores:=El mariscal Moncey. Cuartel general de Torrero 22 de diciembre de 1808.»
A la que contestó Palafox lo siguiente: «El general en jefe del ejército de reserva responde de la plaza de Zaragoza. Esta hermosa ciudad no sabe rendirse. El señor mariscal del imperio observará todas las leyes de la guerra, y medirá sus fuerzas conmigo. Yo estoy en comunicación con todas partes de la Península, y nada me falta. Sesenta mil hombres resueltos a batirse no conocen más premio que el honor, ni yo que los mando. Tengo esta honra, que no la cambio por todos los imperios. S. E. el mariscal Moncey se llenará de gloria si, observando las nobles leyes de la guerra, me bate: no será menos la mía si me defiendo. Lo que digo a V. E. es que mi tropa se batirá con honor, y que desconozco los medios de la opresión, que aborrecieron los antiguos mariscales de Francia. Nada le importa un sitio a quien sabe morir con honor, y más cuando ya conozco sus efectos en sesenta y un días que duró la vez pasada: si no supe rendirme entonces con menos fuerzas, no debe V. E. esperarlo ahora cuando tengo mas que todos los ejércitos que me rodean. La sangre española vertida nos cubre de gloria, al paso que es ignominioso para las armas francesas haberla vertido inocente. El señor mariscal del imperio sabrá que el entusiasmo de once millones de habitantes no se apaga con opresión, y que el que quiere ser libre lo es. No trato de verter la sangre de los que dependen de mi gobierno; pero no hay uno que no la pierda gustoso por defender su patria. Ayer las tropas francesas dejaron a nuestras puertas bastantes testimonios de esta verdad: no hemos perdido un hombre; y creo poder estar yo más en proporción de hablar al señor mariscal de rendición si no quiere perder todo su ejército en los muros de esta plaza. La prudencia, que le es tan característica, y que le da el renombre de bueno, no podrá mirar con indiferencia estos estragos, y más cuando ni la guerra, ni los españoles los causan ni autorizan. Si Madrid capituló, Madrid habrá sido vendido, y no puedo creerlo; pero Madrid no es más que un pueblo; y no hay razón para que éste ceda. Sólo advierto al señor mariscal que cuando se envía un parlamento no se hacen bajar dos columnas por distintos puntos, pues se ha estado a pique de romper el fuego, creyendo ser un reconocimiento, más que un parlamento. Tengo el honor de contestar a S. E. el mariscal Moncey con toda atención en el único lenguaje que conozco, y asegurarle mis más sagrados deberes. Cuartel general de Zaragoza 22 de diciembre de 1808.=El general Palafox.»
El comandante coronel del fuerte de San José don Mariano Renovales destacó en este día una guerrilla de ciento cincuenta hombres, la cual sostuvo el fuego con la del enemigo por espacio de cinco horas; y el resultado fue ocuparles una mula, un pellejo de aguardiente y tres fusiles, y desalojarlos de algunos puntos. Nuestra pérdida fue de un soldado, y seis heridos: la del enemigo, de ocho muertos y bastantes heridos. El tiroteo de las guerrillas por ambos extremos seguía sin interrupción; y por la tarde tomó incremento en las cercanías de los arrabales. El motivo fue que paisanos y escopeteros, entre ellos algunos eclesiásticos, como prácticos en los senderos, salieron a batirse voluntariamente resguardados de los cañares y acequias. Delante del molino de] Pilar había una porción de franceses, que apenas contestaban a los infinitos tiros que les dirigían; y por el lado de Juslibol aproximaron un cañón, con el que hicieron algún fuego para entretener a los habitantes, que, ya desde los reductos, ya desde las torres y terrados observaban, a pesar de la niebla, el terreno que ocupaba el enemigo.
Como llamaban la atención por tantos puntos, era menester no descuidarse; y aunque Palafox lo ejecutaba con todo esmero, los ciudadanos celosos contribuían, proponiendo aquellas medidas que juzgaban mas oportunas. El tiroteo de los guerrilleros continuó al día inmediato; y. por el lado de la Casa blanca entraron aquella tarde veinte franceses prisioneros. La guerrilla que salió del fuerte de San José, compuesta de los cazadores de Orihuela y de los de Valencia, llevó su arrojo hasta desalojarlos de algunas torres y tapias, que incendiaron; durante lo cual, y protegidos de la tropa, los paisanos cortaron ochocientos olivos de las posesiones de su izquierda que perjudicaban mucho, sirviendo de guarida y apoyo para proteger sus trabajos al enemigo. Las conversaciones ya giraban sobre el valor e intrepidez de Velasco, a quien se nombró aquella tarde brigadier, ya sobre la pericia de los artilleros, ya sobre la particularidad de haberse abandonado a Torrero, conviniendo en que no podía sostenerse; siendo así que cuando Falcó, en el primer sitio, le abandonó por no tener mas de cien hombres, le hicieron cargo, y formaron consejo de guerra, y fue fusilado; y todos convenían en que, habiendo tanta tropa, era indispensable hacer salidas. El 24 continuaron las guerrillas; y la del fortín de San José, que salió con el objeto de proteger el corte del olivar, comenzado el día anterior, se fue empeñando insensiblemente: y habiendo reforzado los franceses sus grandes guardias, tuvieron que salir parte de los voluntarios del batallón segundo ligero de Aragón; y el choque y fuego duró de una parte y otra desde 1a una de la tarde hasta el anochecer, sostenidos por la artillería del fuerte, que dirigió el teniente coronel don José Ruiz de Alcalá, y en el que murieron el teniente coronel del referido batallón don Nicolás Maldonado y un soldado, y un alférez y nueve soldados heridos; y los franceses perdieron unos treinta entre muertos y heridos. La bizarría de los capitanes y oficiales de las compañías don Ignacio Gumiel, don José Balaguer y don Fernando Soler, como también los tenientes don Manuel Juárez, don Justo Hernández, don Ramón Velasco, don Juan Pacheco, don Juan Mateo de la Plaza, de la compañía suelta de Daroca, y el subteniente don Antonio Gumiel, y la de los soldados Manuel Pertusa López, Mateo Juan y José Aparicio merecieron los elogios y recomendación de su digno jefe y comandante don Mariano Renovales.
Los franceses estuvieron con grande sobresalto por la parte de los arrabales hasta el 24, en que, viendo que nuestras tropas no salían, trataron de formar su bloqueo. Una de las brigadas de la división Cazan ocupó la derecha del camino de Zuera, y la otra la izquierda; dejando dos batallones sobre el puente de Gállego para su conservación. Desde luego inundaron el terreno, con lo que quedaron más pertrechados y defendidos. La división Suchet se situó desde San Lamberto hasta el canal, y la de Morlot por la llanura hasta el río Huerva, en el punto que discurre mas allá de la Casa blanca. La de Musnier se posesionó de las alturas de Torrero; y la de Grandjeau cerraba el demás espacio hacia el bajo Ebro, enlazándose su derecha con los puestos avanzados de las tropas de Gazan sobre la izquierda del mismo río. El general Dedon hizo construir en la parte superior del Ebro un puente de barcas para la comunicación de los diferentes cuarteles del ejército. El general Lacoste, después de reconocer con todo cuidado nuestras obras, propuso e hizo adaptar tres ataques: uno contra el castillo de la Aljaferia, para estrecharnos e inquietarnos por este punto, que era el mas fuerte; otro contra la cabeza del puente de la Huerva, y el tercero contra el fuerte de San José, que reputó con fundamento como el mas débil, pues no teníamos muro terraplenado detrás de esta obra destacada; fuera de que este ataque podía combinarse con el del arrabal, que Lacoste no desesperanzaba emprender.
Por nuestra parte salieron el 25, bajo la dirección del teniente general don Juan O-neille, cuatro mil hombres por los arrabales, dirigiéndose el primero de voluntarios de Aragón y el de Huesca hacia el soto de Mezquita. Entre las balsas y el bosque situaron el tercero de Guardias españolas, segundo de Valencia, y voluntarios de Aragón; y por los caminos de Juslibol y Barcelona marchaban los suizos de Aragón, los walonas, y algunos dragones de Numancia. Comenzó el fuego de las guerrillas; y éstas se fueron empeñando, especialmente por nuestra izquierda: los voluntarios de Aragón y Huesca llegaron hasta las inmediaciones de Juslibol, desalojando de sus puestos avanzados al enemigo, que tuvo una pérdida conocida; siendo la nuestra de unos cuarenta hombres a lo sumo. Todo esto no sirvió sino para poner en expectación a los franceses, y darles a conocer que ya no avanzaríamos mucho mas; pues, a pesar de la bizarría con que el teniente don Simón Pardo, de los de Huesca, con algunos soldados llegó a ocupar dos cañones que habían colocado los franceses en la parte superior del bosque, tuvieron que abandonarlos. Algunos paisanos incorporados sostuvieron el fuego con la mayor entereza.
El haberse presentado el 24 por la noche el comandante don Vicente Martínez a dar cuenta de su comisión, y la relación que hizo del estado y posiciones de las tropas enemigas, acabó de convencer a algunos que el bloqueo no estaba formado, y que podían aprovecharse los momentos para aligerar la ciudad, haciendo salir, antes que formalizaran el sitio, algunos batallones, y toda la caballería. La especie fue tomando incremento el día inmediato. Túvose una junta entre O-neille, Wersage, SaintMarc, Manso, y varios coroneles y oficiales de graduación, que acordaron la salida; y se comenzaron a dar desde luego las debidas disposiciones. Por la noche partió en un barco por el Ebro don Francisco Palafox con el fin de proporcionar refuerzos de tropas que coadyuvasen al levantamiento del sitio. Los alcaldes de barrio reunieron a los paisanos que debían auxiliar la salida: en fin, todo se puso en movimiento. Las tropas avanzadas que fueron a proteger el vado llegaron, a favor de la niebla, hasta muy cerca de la carretera de Barcelona sin que los enemigos las descubriesen; pero a las nueve estaban sin reunir los cuerpos: y por último, prevaleció la desconfianza, triunfó la irresolución, y todos volvieron a sus cuarteles.
Los vigías observaban que por la parte de Torrero trabajaban incesantemente para irse aproximando a establecer las baterías; que frente al soto de Almozara habían formado un puente para tener expedita la comunicación, y que todas las noches a hora de las ocho daban partes con telégrafos de faroles. Los primeros aparecían en las inmediaciones donde estaba el puente; a éste correspondían desde la Bernardona, alturas de la torre de Ezmir, y desde ésta a los puntos opuestos; recorriendo así todo el circuito. En los días inmediatos siguió el fuego de las guerrillas y el de las baterías; despidiendo los morteros del jardín Botánico algunas bombas a los edificios de Torrero. Entre tanto íbamos perfeccionando los trabajos de la línea y muro, y formando baterías en otros sitios mas inmediatos, por si llegaban a ser conquistadas las primeras.
No dejaba de incomodar la gran reunión de tropas; pero los menos cautos creyeron habían conseguido un triunfo, pues todo les parecía poco para defender la ciudad, y solo en fila se consideraban invencibles. Deseando, sin duda, calmar los rumores que tachaban a los jefes de inacción, salieron por los puntos de San José y del Portillo el 31 tropas a reconocer y desbaratar los trabajos del enemigo. Este había comenzado a abrir la paralela del ataque de la derecha a ciento sesenta toesas del convento llamado fuerte de San José, en la noche del 29 al 30, con mil y doscientos trabajadores; la del centro, a ciento cuarenta toesas de la cabeza del puente, con ochocientos; y se extendía sobre la orilla izquierda de la Huerva con el fin de estrecharnos en esta margen, en que podíamos inquietar con salidas sus comunicaciones: y últimamente, dio principio a otra paralela contra el castillo con dos compañías de zapadores, estableciendo a espaldas de las tres las debidas comunicaciones.
Apenas estaban terminadas el 31 la de la derecha y centro, cuando por la mañana rompió el fuego en casi todos los puntos de la línea. El comandante de voluntarios don Pedro Gasea, con doscientos soldados de su cuerpo y cien voluntarios de los que guarnecían la puerta del Sol, procuró llamar la atención por la izquierda, y orilla del Ebro. Por la derecha salió con igual fin hacia las trincheras y tapias que ocupaba el enemigo el segundo don Francisco González con doscientos hombres y ciento cincuenta cazadores de Orihuela, los cuales, viendo ocupaban una torre, cargaron con intrepidez, y consiguieron desalojarlos. En el centro, cincuenta cazadores de Valencia, bajo la dirección de Renovales, les impidieron toda comunicación hacia la derecha e izquierda por los caminos de Torrero y de la Cartuja. Con tan limitadas fuerzas no podían hacerse grandes progresos; y así, apenas pudieron ver de cerca la trinchera comenzada: y rehecho el enemigo de la sorpresa, destacó refuerzos que hicieron retroceder a los nuestros. El fruto de esta tentativa aislada fue recoger algunos efectos del campamento; y costó seis muertos, quedando heridos el teniente coronel de voluntarios don José Aznar, el subteniente don Narciso Mina, y veinte y dos soldados de los referidos cuerpos. Del reducto del Pilar salieron tropas contra la paralela del centro; y todavía fueron menores los resultados. Últimamente, para el reconocimiento de los trabajos comenzados sobre la Bernardona, salió el comandante brigadier don Fernando Gómez de Butrón con mil y quinientos hombres y trescientos caballos. Es de advertir que la paralela la abrieron en una eminencia que domina al castillo, y que a la izquierda se encuentra una llanura honda que termina en el Ebro. Con efecto, destacadas las guerrillas del regimiento infantería de Palafox, y reforzadas por el de los suizos y catalanes, fueron avanzando sin comprometerse hacia la izquierda, y lo mismo hicieron el resto de los granaderos de Palafox, sostenidos por el batallón de Guardias walonas, por el camino de la Muela, entre el de Alagón y la Casa blanca. Por la derecha desfiló el batallón de Huesca, a las órdenes de su jefe don Pedro Villacampa; y las guerrillas de este Cuerpo trabaron sus escaramuzas con el enemigo. Estas, apenas pudieron contrarrestar el impulso e intrepidez de los voluntarios, que, dirigidos por el capitán don Pedro Mendieta, avanzaron extraordinariamente; logrando desalojarlos de varias torres hasta llegar a descubrir su flanco izquierdo. A esta sazón observaron desde la torre del Portillo venían a contener estos progresos una columna de infantería sostenida por un cuerpo de caballería. Entonces salieron los escuadrones de Numancia y Olivencia por el camino de la puerta de Sancho, siguiendo la ribera del Ebro; y Villacampa fue reforzado con el tercer batallón de Guardias españolas, de que era comandante el brigadier don Juan Figueroa. La caballería atacó bizarramente; y como los enemigos no habían formado ningún atrincheramiento, fueron envueltos y acuchillados, dispersándolos en términos que unos se arrojaron a las acequias, otros se refugiaron en un horno de ladrillos, al que dieron fuego porque no quisieron rendirse; y varios quedaron exánimes en el campo de batalla. Para reparar esta sorpresa destacaron los franceses mayores refuerzos; pero al ver esta superioridad, tomó posición el cuerpo de Guardias, a cuya derecha estaba el escuadrón de cazadores de Fernando VII y las otras partidas sueltas; con lo que ejecutó su retirada el batallón de Huesca por el camino de los Tejares, y la caballería por la ribera del Ebro; luego lo verificaron los Guardias con paso uniforme, y a su retaguardia los cazadores, sostenidos unos y otros por los fuegos del castillo. Habiendo quedado expedita la derecha, tomó posición Huesca por la izquierda del castillo, y se retiraron los walonas, suizos, granaderos y catalanes sostenidos por aquel, y por los fuegos del castillo; todo con el mayor orden. Nuestra pérdida consistió en nueve muertos, ochenta y cinco heridos y tres contusos; sin que quedase duda de que la del enemigo fue de alguna consideración. El parte oficial que se publicó estaba concebido en estos términos:
«Excelentísimo señor: Interesando a V. E. se examinase la forma, naturaleza y fuerza del enemigo en sus establecimientos sobre la Bernardona y demás puntos que le son contiguos, siguiendo sus retrincheramientos por nuestra izquierda de la línea hasta el reducto de San José, se sirvió honrarme con este encargo, de que tanto me complazco, y creo haber llenado en todas sus partes. V. E. puso a mis órdenes a este efecto el batallón de reales Guardias walonas, mandado por el capitán don Luis Garro; el de suizos de Aragón, de cargo de su coronel don Esteban Fleuri, que, aunque no restablecido de una contusión que recibió en el ataque del arrabal, se presentó para tener parte en la gloria de este día; el batallón ligero de Huesca, a las órdenes de su sargento mayor don Pedro Villacampa; cien voluntarios catalanes, y hasta doscientos granaderos del regimiento infantería de Palafox; cuya fuerza en efectivo constaba de mil quinientos hombres, con trescientos caballos de los regimientos de Fuensanta, dragones del Rey, Numancia, cazadores de Olivencia, Fernando VII, y partidas de húsares de Aragón; y otros cuerpos al mando del comandante don Domingo Vasalo, el teniente coronel don Francisco Rojas, el capitán don José Múzquiz, el de igual clase don Joaquín Marín, el teniente coronel don Cayetano Torreani, y los capitanes don Antonio Gómez y don Carlos Vega. Pronta, y dispuesta con una bizarra disposición esta tropa, me avancé del castillo con el mayor general de infantería don Manuel de Peñas y los oficiales de plana mayor el coronel don Gervasio Gasea, el teniente coronel don Agustín Ore, los sargentos mayores don Joaquín de Carbajal y don Miguel de Velasco, aquel de mi división, y éste de caballería; el ayudante de campo de V. E. don Fernando Ferrer, el mio don Sebastián Mantilla, los de división don Domingo Gali, y don José Falcón; el del cuartel-maestre del ejército de observación don Manuel de Plaza, y el subteniente don Germán Segura, con seis ordenanzas de carabineros reales; y con efecto, a tiro de pistola del principal trabajo de los enemigos pude afianzar mis determinaciones para obrar con el tino y prudencia que merecía el caso, y que tan afortunadamente respondió al intento. Sobre estos principios dispuse que las guerrillas de Palafox, reforzadas de los suizos y catalanes, figurasen un ataque por la derecha del retrincheramiento de la Bernardona, sin comprometerse; y que el resto de los granaderos de Palafox, sostenidos por el batallón de reales Guardias walonas, lo practicasen asimismo por el camino de la Muela, entre el de Alagón y Casa blanca.
»En ejecución de esta maniobra, con un ardor solo reservado al valor y disciplina, mandé a Villacampa atacase por nuestra derecha, y procurase penetrar hasta descubrir el flanco izquierdo del enemigo, que era todo mi interés: en esta situación recibí aviso del vigía que situé sobre el castillo, que por la margen derecha del Ebro se adelantaba una columna de infantería enemiga sostenida por un cuerpo de caballería: inmediatamente, con los dichos oficiales de plana mayor, me dirigí a dicho castillo con el objeto de examinar este movimiento, del cual asegurado, y notando que el batallón de Huesca, con una intrepidez propia de su buen nombre, no sólo había adelantado al flanco del enemigo, sino que, habiéndole batido de todas las torres en que se apoyaba, se hallaba bastante avanzado sobre la llanura, para sostenerle en todo evento, monté a caballo, y mandé me siguiesen los escuadrones de Numaneia y Olivencia; dirigiéndome por el camino de Sancho a desplegar la batalla sobre la margen derecha del Ebro, acompañado de los insinuados oficiales de plana mayor, exceptuando el mayor general Peñas, a quien, por haberle herido el caballo una bala de fusil, y hallarse a pie, como para que me reforzase y sostuviese caso de una forzada retirada, dispuse se quedase con Huesca en observación de mis movimientos, y el coronel de día don Gaspar de Fiballer, que desde este instante me acompañó durante la acción; y que el distinguido batallón tercero de reales Guardias españolas, que llegó de refuerzo al mando de su comandante el brigadier don Juan de Figueroa, pasase a reforzar a Villacampa, quien, obligado de los considerables refuerzos que el enemigo había recibido, se veía precisado a retroceder: momento indicado para nuestra caballería: mandé atacar; y no bien oída la señal del clarín, escapa, derrota por aquella parte al enemigo, envuelve hasta unos doscientos que quedaron en el campo, y persigue a respetables batallones, que se precipitan de la otra parte de la acequia: dos violentos del enemigo, y la imposibilidad que ofrecía la segunda acequia terminaron la matanza; y estos valientes defensores, con las espadas teñidas de sangre hasta la guarnición, sin haber faltado una línea al orden, atacaron, cargaron, y volvieron a la formación, bien sentidos de que el obstáculo impenetrable hubiese puesto freno a su denuedo y valor. Villacampa, repuesto en batalla, y sostenido por Figueroa, tomó posición para sostener a la caballería de suerte que antes y después se prestaron estas armas los auxilios del arte como maestros en la guerra. Por esta parte se pudo contar la infantería, caballería y artillería enemiga, restando solo lo mas difícil, que consistía en hacer la retirada, pues las fuerzas del enemigo cargaban considerablemente, y en cinco columnas o escuadrones se acercaban como unos mil caballos; pero con la ventajosa posición que hice tomar al referido batallón de Guardias, colocando a su derecha un escuadrón de cazadores de Fernando VII y las partidas sueltas que manda el capitán don Carlos Vega, a su respeto se retiró Huesca al paso de parada por el camino de los Tejares, la caballería por la ribera del Ebro, como en retirada de asamblea el respetable batallón de Guardias españolas lo verificó en batalla a paso sostenido, y a su retaguardia toda la caballería indicada, sostenidos unos y otros por los fuegos del castill.
»Libre ya toda mi derecha, di posición a Huesca por la izquierda del castillo, y orden para que practicasen su retirada los walonas, suizos, granaderos y catalanes, que, sostenidos por et de Huesca y bien dirigidos fuegos por el castillo y batería del Portillo, la verificaron al compás regular a medio tiro de fusil del enemigo, sin que se atreviese a incomodarles en toda ella. Los vecinos de Zaragoza, siempre consecuentes en sus sentimientos de fidelidad, valor y patriotismo, unos con sus fusiles mezclados con la tropa, y otros en conducción de municiones y heridos, han ofrecido un singular servicio, digno de su heredado valor. Las baterías del Portillo y Sancho tuvieron un acierto increíble en la dirección de sus fuegos, y las del castillo, que continuamente nos auxiliaron con fes suyos. No he tratado en esta relación de buscar medios para cubrir faltas o exagerar méritos: toda la ciudad fue un testigo fiel; el enemigo ha padecido por esta parte sobre quinientos muertos, y muy superior el de heridos: de nuestra pérdida incluyo a V. E. el estado adjunto. En esta acción acreditó la tropa el valor que la: caracteriza; su inextinguible entusiasmo y ardor patriótico lo acreditó con disciplina y orden: éste es el valor militar; éste es el mérito de los dignos jefes que las mandan, y de los distinguidos oficiales, que no confunden sus deberes con el de los soldados. Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel general de Zaragoza 31 de diciembre de 1808.—Excelentísimo señor.—Fernando Gómez de Butrón. Excelentísimo señor capitán general de este ejército.»
En igual forma lo dio Renovales de lo ocurrido en dicho día en el fuerte, y decía así:
«Excelentísimo señor: Inmediatamente que se me presentó en la noche de ayer el comandante Gasea, del primer batallón de voluntarios de Aragón (que de orden de V. E, remitió a la mía el señor inspector de infantería don Manuel de Peñas), para que, de acuerdo con. dicho señor, formase combinación y plan de ataque en la mañana de este día, a fin de descubrir y reconocer la calidad de trabajos que el enemigo ha hecho en estas inmediaciones, determiné que dicho comandante Gasca, con doscientos soldados de su cuerpo, y cien voluntarios del Portillo, de la dotación de la puerta del Sol, del mando del comandante don Alberto Langles, saliesen por las Tenerías a ocupar y llamarles la atención por mi izquierda, y orilla del Ebro, y que a las siete de la mañana les rompiesen, el fuego, por dichos puntos, empeñando la acción según las fuerzas de los enemigos que se les opusiese, mientras por la derecha se atacaba con toda formalidad por doscientos hombres del referido cuerpo de voluntarios, y ciento cincuenta cazadores de Orihuela, todos con sus respectivos oficiales, al mando de mí segundo don Francisco González, quien, marchando con su gente en columna hacia las trincheras y tapias que los enemigos ocupaban, les rompieron estos el fuego desde ellas; pero, después de haber echado un exhorto a las tropas de su mando, cargó sobre ellos a la bayoneta, sin disparar un tiro de fusil; posesionándose de la casa, trinchera y tapias. Otro obstáculo hubo que vencer, que solo el valor de nuestras valerosas tropas lo hubiera superado, y fue que el enemigo se hizo fuerte en la casa de la derecha de los trabajos, lo que advertido por González, reanimó a los invencibles voluntarios, y en pocos minutos fueron desalojados, acompañado del famoso y experto capitán de ingenieros don Manuel Rodríguez Pérez para el reconocimiento de dichas obras; llevando consigo al mismo tiempo clavos y martillo para clavar artillería si el enemigo la hubiese tenido en paraje que no se hubiera podido conducir a este punto: mientras tanto, mandaba yo la división del centro, compuesta de cincuenta cazadores de Valencia, del mando del comandante don Pedro Asell, para impedir la comunicación y pronto socorro de derecha e izquierda por los dos caminos de Torrero y la Cartuja; quedando el mando de esta fortaleza al de mis segundos el barón de Erruz y don Alberto Sagastibelza, el comandante de artillería don José Ruiz de Alcalá, los oficiales de marina destinados en este punto don Nicolás Rodabani, don Felipe Zayas y don Félix Ruiz, quienes, con sus acertados tiros por la artillería, contribuyeron a hacer retirar los enemigos, y daban lugar al avance de nuestras tropas. Reconocidos los trabajos que se hallan sobre el flanco derecho de este reducto, y se prolonga en dirección oblicua hasta el camino de Torrero como unas doscientas toesas de distancia de este punto, solo es una trinchera con el parapeto que han producido las tierras de su excavación; su profundidad la suficiente para cubrir a un hombre, con su banqueta para la fusilería, sin que por ahora se advierta vestigio alguno de batería contra éste ni otro punto por la parte indicada. De ningún modo puedo indicar a V. E. la satisfacción que este día he tenido al ver avanzar las referidas tropas como leones sobre dichos enemigos, y recomendar con particularidad sus dignos oficiales, pues cada vez que extendía mi vista sobre derecha e izquierda, solo veía correr los nuestros a porfía sobre los enemigos, y éstos en huida, hasta que, tocando a rebato las campanas de Torrero y generalas, cargó sobre nosotros un refuerzo considerable de tres columnas, a cuyo tiempo mandé se retirase nuestra gente, en virtud de haber conseguido y llenado los encargos de V. E. en el reconocimiento de sus obras. En esta acción han perdido los enemigos, según informes de todos los oficiales y el mío, más de ciento cincuenta hombres; habiendo tomado nuestras tropas cuatro mochilas, seis fusiles, tres mantas, un poncho, una bota, y una sarten con que estaban guisando de comer; y últimamente, señor, si cuando González me pidió refuerzo para seguir adelante hubiese tenido tropa suficiente, no dude V. E. que acaso nos hubiésemos apoderado de Torrero, porque estaba el enemigo arredrado al verse acometido con el mayor denuedo a la bayoneta: consistiendo nuestra pérdida en el capitán de cazadores de Orihuela don Luis Maseres, cuya familia recomiendo con particularidad a V. E., seis soldados muertos de dichos cuerpos, heridos al teniente coronel del primero de voluntarios don José Aznar, el subteniente don Narciso Mira., y veinte y dos soldados de los referidos cuerpos. También debo recomendar a V. E. al teniente de zapadores de Calatayud don Miguel Mir, que con diez y seis hombres concurrió con toda firmeza a los trabajos de demoler las obras del enemigo durante la acción, en la qué tuvo, dos heridos, siendo uno de ellos el valeroso sargento primero de la misma Manuel Casaus, que fue el primero que lo emprendió al frente de su gente. Igualmente recomiendo a V. E. al subteniente don Diego Ballester, del primero de voluntarios de Aragón. Es cuanto por ahora tengo que informar y poner en noticia de V. E., a fin de que tenga el gusto de saber con verdad la confianza que se les debe a dichas, tropas. Dios guarde a V. E. muchos años. San José 31 de diciembre de 1808.=Excelentísimo señor.=Mariano Renovales.=Excelentísimo señor capitán general de este ejército y reino.»
Como desde por la mañana vieron formados los batallones en el Coso para recibir órdenes, concurrieron muchos habitantes a las puertas, y aparecieron las baterías coronadas de espectadores, y también las torres y demás sitios desde donde podía descubrirse el campo de la pelea. El fuerte de san José estaba cubierta de un humo den?o, y se divisaba claramente el tiroteo de las guerrillas. En las alturas de Torrero tenía el enemigo sobre las armas varios cuerpos de infantería y caballería. Por la tarde fue extraordinario el concurso en la batería e inmediaciones de la plaza del Portillo. El fuego graneado y cañoneo del castillo formaba un contraste majestuoso, y el eco resonaba por las cordilleras de los montes circunvecinos. Era admirable la serenidad con que las personas de ambos sexos, y de todas clases, subsistían a las inmediaciones del castillo, dedicándose unos a prestar socorros a los heridos, y otros a buscar municiones: muchos paisanos armados, incorporados a las tropas, lidiaron con denuedo; y cuando los batallones regresaron al anochecer, y la caballería entró con los sables tintos en sangre, los aplausos resonaron de todas partes con una algazara la más viva.
Estas ventajas parciales servían para sostener el entusiasmo. Consiguiente Palafox en sus principios, dirigió una brillante proclama a los soldados de su ejército de reserva, que decía:
«Ayer sellasteis el último día del año con una acción digna de vosotros: cuando dispuse un reconocimiento general en los puntos que ocupa el enemigo, os bailé mas prontos a un ataque, no pudiendo vuestra bizarría conteneros: bien luego bailasteis con quien chocar. El campo del enemigo todo en masa caía sobre vosotros, cuando, obedeciendo mi orden con mas Velocidad que pude darla, os arrojasteis sobre ellos, destrozando con vuestra bizarra caballería los famosos guerreros del norte, que os esperaban a pie firme. Su descarga no os aterró; mucho menos sus bayonetas, pues llegando mas pronto vuestras espadas, tuvo el gusto esta invicta ciudad de ver tendidos por el suelo inumerables cadáveres de los bandidos que la sitian. Sonó el clarín, y a un tiempo mismo los filos de vuestras espadas arrojaban al suelo las altaneras cabezas, humilladas al valor y al patriotismo. ¡Numancia, Olivencia! estoy satisfecho de vuestra bizarría: ya he visto que vuestros ligeros caballos sabrán conservar el honor de este ejército y el entusiasmo de estos sagrados muros. ¡Batallones que os hallasteis en la acción! todos sois merecedores del aprecio de vuestro general: ¡y vosotros, jefes, a quienes he confiado el mando de estos cuerpos; y los que guardáis los fuertes muros de esta ciudad! todos sois acreedores a la justa opinión pública. Comenzad este año como acabasteis el pasador sean mayores nuestras glorias, puesto que deben ser mayores los empeños, y mayor el lauro de conseguir con vuestro esfuerzo la entera libertad de España. Yo os prometo, soldados, toda mi consideración: y para que el día de ayer sea anotado entre los grandes y felices de nuestro ejército, he dispuesto que, en testimonio de vuestra bizarría llevéis al pecho una cinta encarnada todos los que os señalasteis en tan distinguida acción: también vosotros, vecinos de esta ciudad que quisisteis disfrutar de iguales glorias, hallándoos en el fuego en medio de mis soldados, llevareis con ellos esta distinción: usadla, sí, valientes soldados; y sea entre vosotros un estímulo: sabed que me hallareis pronto siempre a premiar vuestro valor, así como a castigar la menor cobardía, que no espero en vosotros. Ceñid esas espadas ensangrentadas, que son el vínculo de vuestra felicidad, el apoyo de la patria, el cimiento del trono de Fernando, y la gloria de vuestro general. Cuartel general de Zaragoza 1 de enero de 1809.=Palafox.»