CAPÍTULO IV.
Posiciones del ejército francés.—Ocupación de Torrero.—Ataque acérrimo contra las baterías de los arrabales.
Los rumores de que venían los franceses iban tomando incremento. Al mismo tiempo que se conocía lo perjudicial de cerrarse con tal número de tropas, se creía que todas eran necesarias. Ya estaba convenido saliese una división de seis mil hombres para Cinco Villas, y que la caballería acampase en las inmediaciones, como inútil para la defensa interior; pero nada se ejecutó. Los generales Saint-Marc y O-neille conocían lo importante de este paso; pero Palafox estaba fluctuante e indeciso.
Reforzado el mariscal Moncey con dos divisiones del quinto cuerpo a las órdenes del mariscal Mortier, se pusieron las tropas en movimiento. Después de haber pasado la de Gazan el Ebro frente a Tauste, marchó por Castejón a la villa de Zuera, a donde llegó el 20 por la tarde: en esta misma, la de Suchet tomó posición sobre la derecha del río, junta a San Lamberto, distante una hora de Zaragoza. El tercer cuerpo siguió por el cajero de la derecha del canal; y Moncey situó una sobre el terreno elevado, a la izquierda del río Huerva, casi frente a las inclusas; y las otras dos sobre la margen de dicho río. Según han querido manifestar los franceses, todas las fuerzas que presentaron para la toma de Zaragoza estribaban en diez y siete mil hombres del quinto cuerpo para formar el bloqueo, y catorce mil destinados a poner en ejecución los trabajos indispensables para el sitio. Tenían seis compañías de artilleros, ocho de zapadores, tres de minadores, cuarenta ingenieros, y la artillería insinuada.
Sabedores de la aproximación de los franceses, nuestras tropas se prepararon a defender sus puntos. La línea del canal, con sus respectivos reductos y baterías, estaba guarnecida con las divisiones de Saint-Marc y O-neille, que compondrían lo menos diez mil hombres. El fortín de San José lo ocupaban los regimientos de cazadores de Orihuela y Valencia, a las órdenes del coronel don Mariano Renovales. El arrabal lo guarnecían tres mil hombres, bajo la inspección del mariscal de campo don José Manso. En la torre del Arzobispo había una porción de suizos al mando del teniente coronel don Adriano Walker. Distribuidas las tropas en esta forma, los enemigos llegaron al puente de la Muela. Desde luego comenzó a obrar aquella batería, que estaba al cuidado del brigadier don Antonio de Torres; pero las columnas .tomaron el camino del cajero, hacia Santa Bárbara y Pilón de la leche; descubriéndose con la mayor distinción a lo largo del camino una multitud de tropa tendida, y fuera de formación, que iba a doblar la línea. Varias avanzadas de caballería aparecieron al anochecer delante de Buenavista. Tanto esta batería como los violentos, hicieron de seis a siete fuego; pero cerrada la noche, los franceses avanzaron por los almacenes hasta el ojo del murallón del barranco de la Muerte, y se posesionaron de aquel interesante punto. El mariscal don José Manso, jefe de los arrabales, destacó en aquella noche el primer batallón de voluntarios de Huesca con la caballería de la Fuensanta a las alturas de San Gregorio, y el batallón de tiradores de Floridablanca al puente de Gállego, junto con el tercer regimiento infantería de Murcia, a las órdenes de su coronel don Francisco Trujillo. El general O-neille dio orden para poner cañones en las baterías de los Tejares y del Macelo eclesiástico. También salieron una porción de trabajadores bajo la dirección de don Francisco Tabuenca a hacer varias cortaduras en el camino hondo de las balsas, y derribar las tapias de las torres circunvecinas.
La mañana siguiente, la batería indicada rompió el fuego con la mayor viveza a sazón que la segunda brigada del general Grandjeau aparentó un ataque de frente; pero como las tropas a las órdenes del general Habert ocupaban el ojo del murallón, vencieron con facilidad los obstáculos que les opusieron hacia aquella parte. Esto, unido a que una columna de la división Morlot, siguiendo la hondura de la Huerva, pasó por debajo del canal y almenara del Pilar, para tomar por la espalda la cabeza del puente inmediato a las inclusas, hizo conocer a nuestras tropas que tanto la Casa blanca, como la batería de Buenavista y edificios de Torrero estaban flanqueados; y viendo la imposibilidad de sostenerse, los abandonaron; logrando los que ocupaban la altura de Buenavista retirar sus cañones, a excepción de uno que había desmontado el fuego del enemigo. Creyendo facilitar más la retirada, volaron el puente de América; y los defensores se agolparon dentro de los reductos y parapetos que formaban la segunda línea.
Dueños los franceses de las alturas de Torrero, desprendieron una columna, que con la mayor intrepidez llegó a tiro de fusil de toda la circunferencia del fuerte de San José, a ver si podían apoderarse, u ocuparlo en aquella primera sorpresa. Viendo que ochocientos hombres acometían, y que iban a asaltar el foso, rompió el fuego de cañón y fusilería: y las tropas con su jefe Renovales hicieron una defensa tal, que, conociendo necesitaba de otros preparativos la empresa, se retiraron después de haber sufrido bastante; sin que de nuestra parte resultase otro daño que el haber tenido un capitán y cinco soldados heridos. Por la izquierda y centro avanzaron hacia la torre de los Ingleses y reducto del Pilar algunas piezas, con las que incomodaban a los que defendían estos puntos.
En esto, la división del general Gazan, que había salido aquel día de Zuera, estaba próxima a los arrabales; y su plan era ocuparlos para facilitar las operaciones del sitio. Las partidas apostadas la tarde anterior en las alturas de San Gregorio, subsistían en ellas cuando supieron que venían por la espalda tropas enemigas. El ingeniero voluntario don Pablo Dufú fue el que se les comunicó, acompañado de un guía. Por otra parte, se dio orden al capitán de zapadores don Francisco López para que cortase la acequia por el soto de Mezquita, e inundase los campos y llanura de la izquierda. Cerciorado el teniente coronel don Pedro Villacampa, sargento mayor del batallón de voluntarios de Huesca, de que las fuerzas que iban a atacarle eran muy superiores, se replegó al camino de Barcelona, considerando, a causa de la inundación, impracticable la retirada por nuestra izquierda. Así lo ejecutó, conteniendo en lo posible al enemigo, para que llegasen los refuerzos. A esta sazón fue atacado el tercer regimiento infantería de Murcia, a las órdenes de su coronel don Francisco Trujillo, apostado en el puente de Gállego; y tuvo que replegarse hasta unirse con la caballería, que con dos violentos tenía orden de sostenerlos: y reforzados con el regimiento suizo de Aragón, que ocupaba la torre del Arzobispo, el batallón de Guardias walonas, y el primero de voluntarios de Aragón, les hicieron frente con un fuego, muy sostenido.
Parte de la caballería estaba formada en la plaza de la Seo, y desde la puerta del Ángel hasta la calle de San Gil, Nadie sabía a dónde dirigirse al ver todos los puntos amenazados; y los cuerpos esperaban órdenes. A las doce se divisaban las tropas enemigas en diferentes direcciones desde el camino de Juslibol hasta el de Barcelona, que era la extensión de su línea. El mariscal Manso conoció desde luego que el verdadero ataque era contra la izquierda y centro; de consiguiente dio las órdenes mas enérgicas y oportunas para envolver el flanco izquierdo del enemigo; luego encargó el reducto de los Tejares al acreditado coronel don Manuel de Velasco, que le merecía la mayor confianza; y lo guarneció con la tropa de cazadores voluntarios de Cataluña, y cien suizos del regimiento de Aragón, y del primero de Murcia. La batería del Macelo eclesiástico, inmediata a la de los Tejares, fue encomendada al coronel del segundo batallón de Murcia don Mariano Peñafiel, con su tropa; dejando la dirección de la artillería al capitán graduado de coronel don Ángel Salcedo. En este estado, viendo crecía el fuego de las guerrillas en términos de comenzarse un terrible ataque, tocaron generala con las cajas y la campana de la torre Nueva, que es la que ponía en acción al paisanaje para concurrir a los choques. A la una empezó a jugar el cañón con la mayor actividad.
Los franceses atacaron la batería de los Tejares, inmediata a las balsas de Ebro viejo, construida con los mismos ladrillos de las cocidas de los hornos, en muchas partes sin barro ni zanja, a tiempo que ejecutaban igual operación hacia la batería del centro y torre del Arzobispo. La columna avanzó con entereza sin disparar un tiro. Entre tanto despedían granadas; pero los defensores sostenían el reducto con un fuego graneado y vivo. La artillería jugaba con tal destreza, que no perdía tiro. Velasco tenía que trabajar para contener el ardor de los subalternos y paisanos. Impávido competía en la serenidad con los jefes que venían dirigiendo el ataque. Dejábalos aproximar, y árbitro de sus vidas, caían a su voz yertos sobre la campiña. Los consecutivos golpes, y descargas incesantes de fusilería desde los edificios del Macelo, dejaban en las columnas unos claros extraordinarios, por más que los reemplazaban inmediatamente. La batería del centro hacía igual destrozo en la columna que por el camino de los Molinos emprendió otro ataque; de modo que se hizo general por toda la línea. Un fuego horroroso, y de que no puede darse idea, difundía el estrago por las filas enemigas, que avanzaban impertérritas con un valor inconcebible. El sollado ocupaba el puesto de su compañero; y el jefe, con semblante guerrero, tremolaba el sable, creyendo estar próximo a asaltar el débil parapeto de tepes de los reductos; pero nuevas descargas los contenían y los hacían caer expirantes, castigando su osadía. El tesón de los que atacaban, y la resistencia de los defensores, producía la escena mas interesante que puede describirse.
La pelea era encarnizada; y las columnas de reserva situadas junto al convento de Cogullada, tuvieron que aproximarse. En aquel intervalo se descubrió lo horroroso de aquel espectáculo sangriento; pero la densidad del humo no daba lugar para contemplarlo detenidamente. Los defensores divisaban el reflejo de las armas en medio de aquellas llanuras. El viento impetuoso parece que agitaba las bayonetas erizadas de tantos combatientes. Velasco los contempla a placer; y cuando considera la columna bastante cerca, los cañones despiden la metralla, y con ella la muerte. Sin embargo, avanzan: nueva descarga causa otros tantos desastres; y éstos solo sirven para acalorar su ardimiento. Algunos consiguen ponerse bajo cañón, y arriban al parapeto para asaltar el reducto: disputan el terreno con el sable y arma blanca, y el jefe y varios oficiales y soldados mueren al pie de la batería. En este encuentro perdimos al capitán don José de Santa Cruz y al subteniente don Esteban Jiménez, que con otros murieron llenos de gloria inmarcesible.
Los momentos eran críticos en el asalto de la izquierda; y no lo eran menos en el del centro. El no haber destruido una torre inmediata a la derecha del camino hizo que en el acto del ataque intentaran algunas compañías ocuparla para dominar desde ella la batería. Felizmente lo divisaron los defensores; y cuando habían abierto una pequeña brecha, frustraron una gestión, que hubiera sin duda producido funestos resultados. El reducto del centro, junto al Macelo, no tenía la elevación que el de los Tejares; y no habiendo hecho uso del construido a la derecha del camino más arriba, ni del situado en el de Barcelona, que por aislados no podían apoyar la fusilería, cargaron con ímpetu sobre él; y llegó la columna tan cerca, que algunos se arrojaron a ocuparla, entre ellos el comandante que la dirigía; pero el teniente del segundo de Murcia don Julián González le dio muerte; y también perecieron cuantos llegaron a internarse en aquel recinto. El batallón segundo de Murcia se distinguió en estos momentos, y parte del segundo de Valencia, que con su coronel don Felipe Arsú llegó a reforzarlo con la mayor oportunidad. El combate seguía encarnizado: y, ¡cuántas proezas quedarían sepultadas en la oscuridad! ¡cuántas acciones extraordinarias ejecutadas por el soldado, paisanos, mujeres, y habitantes de los arrabales, pues pocos abandonaron su casa en aquellos momentos críticos!
La pérdida de los enemigos a las cuatro de la tarde era sensible. El fuego que sufría era infernal, y las masas sobre que descargaba ofrecía un blanco seguro desde todos los puntos de la línea. A pesar de esto repitieron nuevas tentativas, avanzando con tal confianza, que parecía estar satisfechos del triunfo. Algunos intentaron desfilar por el estrecho paso de la izquierda del camino que hay entre la batería y los estanques que la guarnecían; pero quedaron allí mordiendo el polvo: varios cayeron sobre las aguas, y sus cuerpos erraban pausadamente por la laguna: otros, cruzados sobre el estrecho, servían de estorbo a los que, creyéndose mas afortunados, iban en pos a experimentar igual suerte. Todo era ya estrago, horror y desolación. Escarmentados en cuantos aproches intentaban, y sin poder ganar aquellas débiles baterías, estaban vacilantes, sin saber qué partido tomar. Por fin, repiten nuevos ataques, desplegando todas sus fuerzas18.
Los franceses, desde un principio ocuparon la batería del camino de Barcelona, sita entre la primera y segunda plaza, que nuestras tropas abandonaron; pero durante el choque nada adelantaron, porque a su izquierda quedaba el convento de Jesús; y lo primero era superar las baterías salientes de los Tejares y del Macelo, pues, siguiendo el camino hasta la calle de San Lázaro, les obstaban los fuegos cruzados de los edificios, y tenían que arrostrar de frente aquella batería. A distancia de unos cien pasos de ésta, e izquierda del camino, había un gran caserío, algo distante de las baterías de los Tejares y Macelo. Una columna parte por medio de los campos a ocuparlo en derechura. Las tropas que guarnecían el convento de Jesús, y la caballería que estaba formada en el camino que desde San Lázaro va por la derecha del convento, observando continuaba su marcha, creyó que dichas baterías estaban ocupadas, y que iban a ser cortados irremisiblemente. Sin detenerse a calcular, y poseídos de esta especie, comenzaron a retirarse: la caballería, derramada por la calle y puente, embarazaba el tránsito: todos se agolpaban a la huerta del convento de Altabás, o Santa Isabel, que era el paso para salvar la batería. La detención fue causa de que el regimiento de caballería de Fernando VII perdiese a su coronel don Adriano Cardon, que, herido de un balazo, falleció a pocos días; que su teniente coronel don José Torriani quedase contuso, y herido gravemente el mayor don Santiago Chasco. La voz corre, y el desorden comienza por toda la línea.
En medio de estos rumores, el coronel don Manuel Melgarejo, y su teniente coronel don Diego Lacarta, subsisten con parte de la tropa en sus baterías, y todos los valientes ofrecen defenderlas hasta el último apuro. A esta sazón, Palafox que, desde los torreones de palacio que caen a las riberas del Ebro, observaba en compañía de O-neille y sus edecanes los movimientos de las tropas, y cuanto ocurría en el campo de batalla: apenas divisó aquel trastorno y agitación, marcha con la espada desenvainada hacia el puente de piedra. Estaba éste tan embarazado, ya con motivo de obrarse la segunda arcada, ya por la caballería, que nadie podía pasar sino a costa de grandes fatigas. La presencia de Palafox hizo retroceder a muchos; y conociendo que la batería de San Lázaro estaba expuesta, dispuso que por aquella parte saliese el batallón de Guardias walonas, mandado y dirigido por su comandante coronel don Luis de Garro. Antes de tomarse esta disposición, en la batería de San Lázaro no había sino un artillero, algunos paisanos, y unos seis soldados cazadores de Orihuela situados por las casas del camino inmediatas al convento, en la línea de la batería, para hacer fuego a la columna guarecida con el indicado caserío. Bien disparó algún cañonazo, pero sin fruto. En esto comienza nuestro batallón tambor batiente a desfilar por el camino: no bien asoma, cuando el enemigo contiene su marcha, se prepara a recibir la carga, y comienza un fuego activo. El batallón de voluntarios de Huesca sostuvo el choque, y éste acabó de arredrarlos enteramente. La tarde iba decayendo; y a las cinco seguía el ataque sólo para favorecer la retirada de las tropas, que por fin lo verificaron al abrigo de la oscuridad.
Si lo ejecutado en este día excita el asombro y admiración, ya por el modo, ya por las circunstancias, no debe omitirse que los habitantes permanecieron con una extraordinaria serenidad. Las gentes que no podían tomar .parte en la acción, transitaban de un sitio a otro, y estaban en la plaza de la Seo enterándose de cuanto pasaba. En el templo del Pilar no permitían la entrada sino a las mujeres, a fin de que todo hombre útil concurriese al choque. Por la línea opuesta únicamente despidió el enemigo contra los trabajos que continuaban en la muralla .del campo del Sepulcro algunos proyectiles; pero, a pesar de todo, quedó muy adelantado el parapeto, foso y estacada.
Apenas se retiró el enemigo, cuando el paisanaje y soldados de los puntos fueron a recorrer los campos cubiertos de cadáveres, y recogieron algún botín. El pueblo, acostumbrado a escenas militares, indicaba que la caballería debía perseguir su retirada. Fatigados los franceses con unas marchas rápidas para sorprender los arrabales, y después de cinco horas de fuego y ataque, era de creer que no tendrían vigor para hacer frente, y menos no estando prácticos en el terreno. Esta observación, fundada, parecía apoyar la especie, y daba margen a conceptuar que la salida hubiera sido ventajosa; pero la desconfianza, el temor de ser atacados al día siguiente, y no tener ideas exactas de las fuerzas del enemigo, paralizó el proyecto. La capilla de nuestra señora del Pilar al anochecer estaba colmada de un inmenso pueblo, que concurrió a desahogar sus afectos religiosos.
Esto fue exactamente lo que aconteció el 21 de diciembre. Zaragoza se cubrió de gloria inmortal en este día. Es verdad que tenía tropas, jefes, baterías, fosos, empalizadas; pero también fue atacada por puntos opuestos por un ejército formidable de tropa selecta y aguerrida. Los franceses venían confiados en que por lo menos aquella tarde ocupaban los arrabales. Su objeto fue sorprendemos a sazón que estuviesen entretenidas las tropas con la defensa de Torrero; pero como éste lo abandonaron al momento, se frustró el plan; y a esto sin duda se debió en parte el buen éxito. Nuestra pérdida fue muy poca, porque casi todos hacían fuego pertrechados de las baterías y edificios; cuando por el contrario, las columnas enemigas recibían de frente, y por los costados la metralla, y una lluvia de balas, que les ocasionó un daño terrible.
Para penetrarse del mérito que contrajeron los defensores, era preciso haber presenciado todos los pasos y escenas de este día. Es verdad que estaban guarnecidos los puntos con tropa, y jefes que daban las órdenes mas oportunas, pero muchas fueron también promovidas por el celo particular: y, a excepción de los artilleros y tropa que servían las baterías, todos los restantes obraban compelidos de su decidida voluntad a defenderse, y del empeño formado en arrostrar todo género de peligros. Interpolados el paisanaje y la tropa por los edificios, sostuvieron la línea, situándose donde bien les parecía, y concurriendo a donde había mas necesidad con un entusiasmo que no puede describirse. Lejos de huir el riesgo, estaba la calle que va a parar al Macelo cubierta de un concurso, que en parte no servía sino de obstáculo para ciertas medidas. La salida de los walonas en los momentos de dirigirse a ocupar los franceses el punto mas descuidado de toda la línea fue muy oportuna. El enemigo no supo ciertamente aprovecharse de aquella turbación, que pudo percibir, para apoderarse del convento de Jesús; lo que, verificado, le hubiese sido expedito internarse por San Lázaro al puente, y, penetrada así la línea, apoderarse de los arrabales; pero en las acciones de la guerra, la suerte a las veces destruye la mejor combinación, o da la victoria.
Este triunfo colmó de complacencia a todos los habitantes; y muchos salieron la mañana del 22 a contemplar el campo de batalla. Estaba el día opaco y nebuloso, y presentaba la escena más lúgubre. Delante de las baterías de los Tejares y Macelo, y en los bordes de las balsas o lagunas había un sin número de cadáveres, la mayor parte desnudos. Los que salieron a saciarse con el botín habían hacinado algunos, que en diferentes posiciones ofrecían a la vista un cuadro horroroso. Rastros de sangre, fusiles y uniformes eran objetos que de todos lados descubría la vista esparcidos acá y acullá sobre la llanura. Cuanto más escudriñaban, tanto mayor era su admiración. Recogidos los fusiles, cargaron diez carros, que condujeron a la Maestranza. El ataque del día 21 se anunció en esta forma:
«Habiendo recibido orden el mariscal de campo don José María Manso de ocupar el arrabal con tres mil hombres, y situado ya en este punto, en la noche del 20 destacó, por disposición de nuestro general, el primer batallón de voluntarios de Huesca con la caballería de la Fuensanta a las alturas de San Gregorio, y el batallón de tiradores de Floridablanca al puente de Gállego, juntamente con el tercer regimiento infantería de Murcia, a las órdenes de su coronel don Francisco Trujillo. Entre tanto se ocupó en distribuir las fuerzas necesarias en las baterías con la artillería que trajo el coronel don Manuel Velasco de orden del excelentísimo señor don Juan O-neille, con la que se guarneció el reducto de los Tejares, y quedaron todas las demás baterías en el mejor estado de defensa, a pesar de lo crudo de la noche y de lo fatigada que estaba la tropa.
»A este tiempo se le dio aviso de la torre de Ezmir de que detrás de las alturas de san Gregorio se divisaban tropas enemigas; y habiéndose ofrecido el capitán ingeniero voluntario don Pablo de Defay a llevar el aviso de la salida de nuestra tropa, lo ejecutó, acompañado de un guía, con la misma exactitud con que desempeñó su obligación en el ataque del día 21. Asimismo, el capitán de zapadores don Francisco López cortó la acequia por el soto de Mezquita, en conformidad de lo ordenado por nuestro general, quedando inundados los campos que cubrían nuestra izquierda.
»Luego que amaneció el día 21, tuvo aviso dicho comandante del teniente coronel don Pedro Villacampa, sargento mayor de voluntarios de Huesca, de dejarse ver los enemigos en número considerable por la espalda de san Gregorio, con cuya noticia le envió orden de defender aquel punto todo lo posible; y que, en caso de ser cargado de fuerzas muy superiores, se replegase sobre el camino de Barcelona, por estar inundados los de nuestra izquierda. Así lo ejecutó el referido jefe, conteniendo al enemigo, y dando lugar a que llegasen los refuerzos. Habiendo sido atacado a este mismo tiempo el coronel Trujillo en el puente de Gállego, y desplegándose con el mayor orden, se situó en el mismo camino de Barcelona, donde estaban colocados dos cañones violentos y toda la caballería; y dispuso que el regimiento suizo de Aragón, dejando cien hombres en la torre del Arzobispo, saliese a sostener las tropas que venían en retirada; y con el mismo objeto mandó que saliesen el batallón de Guardias walonas y el primero de Voluntarios de Aragón, con orden de cargar sobre el enemigo si se presentaba oportunidad para ello: todos estos encargos desempeñaron con bizarría los citados cuerpos, haciendo un fuego muy sostenido.
»Luego que conoció nuestro experto comandante que el verdadero ataque se dirigía contra la izquierda y centro de nuestra línea, dio las disposiciones convenientes para envolver el flanco izquierdo del enemigo, y pasó al reducto de los Tejares, punto del verdadero ataque, que guarnecían los cazadores voluntarios de Cataluña y cien suizos de Aragón; encargando la defensa de aquel punto a toda costa al coronel don Manuel de Velasco, por la gran confanza que tenía en su pericia y valor. Desde allí se dirigió a la batería del rastro, cuyo mando se confirió al coronel del segundo batallón de Murcia don Mariano Peñafiel, y lo desempeñó con la mayor inteligencia y bizarría.
»Los enemigos dieron diferentes ataques a nuestra izquierda, señaladamente contra la batería del Rastro;.pero habiendo sido infructuosos, hubieron de retirarse vergonzosamente, dejando burlados todos sus esfuerzos. El heroísmo con que se defendieron las baterías de la izquierda y centro sorprendió al enemigo; pues habiendo sido ata-. cada la primera por una columna que llegó hasta cerca del parapeto, fue tal el acierto con que dirigió la artillería el coronel don Manuel de Velasco, el espíritu y serenidad con que los jefes, oficiales y tropa, los cazadores de Cataluña, destacamentos de suizos, y el primero de Murcia resistieron el impetuoso avance, que destrozaron su columna, dejando el campo cubierto de cadáveres, y más de dos mil fusiles por digno trofeo del vencimiento,en cuya demanda murieron gloriosamente el capitán don José de Santa Cruz y el subteniente don Esteban Jiménez.
»La batería del Rastro mandada por don Mariano Peñafiel, y su artillería dirigida por el valeroso capitán graduado de coronel don Ángel Salcedo, se defendió con una firmeza y esfuerzo imponderable; dejando el campo inmediato sembrado de cadáveres enemigos, y en este número el comandante de su columna, que fue muerto de un fusilazo por el teniente del segundo de Murcia don Julián González. Así caminaba la defensa de ambas baterías, en las cuales se obraban prodigios de valor, cuando se introdujo algún desorden y confusión, sin que se pudiese atinar con la verdadera causa de este accidente; pero cesó de todo punto con la presencia del general, que con sus acertadas providencias y enérgicas persuasiones redujo prontamente los esfuerzos de la defensa a su primitivo estado. Guarnecía la batería del centro el primer batallón del segundo de Murcia, que se distinguió por su valor; siendo acreedor a iguales alabanzas la parte del segundo de Valencia, que con su coronel don Felipe Arsú vino a reforzar este punto.
»Son igualmente dignas de todo elogio la primera y tercera compañía de zapadores de Valencia, que sirvieron la artillería, y el capitán de la primera don Francisco López, el cual substituyó en el manejo de ella al oficial don José Saleta, que fue muerto en el combate; y finalmente, varias partidas de voluntarios de Aragón, del tercio de Huesca, walones y otros cuerpos que, después de haber peleado bizarramente en el campo, se refugiaron a ella.
»Es también muy digno de consideración el mérito que contrajeron el coronel don Manuel Melgarejo y su teniente coronel don Diego Lacarta, porque habiéndose esparcido voces de que el enemigo había penetrado la línea, y por consiguiente hallarse cortados, mantuvieron su batería con la mayor firmeza, resueltos a morir antes que desampararla. En la batería de San Lázaro se distinguieron en sumo grado el sargento mayor don Jacobo Dutrus con el segundo batallón del segundo de Murcia, y el de la misma clase don José de Latorre, del batallón de Chelva; y don Francisco Trujillo con su tercer regimiento de Murcia añadió nuevos méritos a los que ya se había granjeado.
»Por último, es excusado todo encarecimiento en representar el heroísmo, pericia y singular esfuerzo de los oficiales de artillería, los cuales en la defensa de las baterías elevaron a muy altos quilates el gran renombre y clarísima fama de este nobilísimo cuerpo, dejándonos mucho que compadecer la pérdida de don José Saleta y don Juan Pusterla.
»Entre los que adquirieron inmortal gloria en aquella acción memorable, cuenta con distinción dicho señor comandante al mayor general de su división y teniente coronel marqués de la Cañada-Ibáñez; al teniente coronel don Tomás de Cires, comandante anterior del arrabal, el que, según las noticias que nos han llegado, añadió nuevos timbres a su valor y pericia militar; al teniente de cazadores de Olivencia don Ignacio Landasurí, que hizo las veces de mayor general de caballería con aprobación de S. E.; al capitán de ingenieros don Blas Gil; a los ayudantes de dicho comandante el teniente coronel don Juan Uriarte, y al capitán don Joaquín Aguileta; como también al ayudante del mayor general de infantería don Juan Eugenio de Salinas, subteniente de cazadores de Orihuela.»