CAPÍTULO XIV.
El barón de Warsage organiza un cuerpo.—Los franceses entran en Calatayud.—Choque de Villafeliche.—Gestiones para interceptar los convoyes de bombas.—Resistencia de la villa de Sos.
He insinuado que los franceses, resueltos a variar de plan en tanto que llegaban refuerzos, habían dejado una fuerza suficiente para comenzar a abrir las trincheras; y con este motivo emprendieron varias incursiones por la provincia. Pero antes de internarme más en los sucesos militares y políticos que ocurrían en Zaragoza y sus inmediaciones, daré una ligera idea de los esfuerzos de algunos pueblos y ciudades comarcanas, y de los sacrificios que hicieron, dignos por cierto de trasmitirse a la posteridad, y de ocupar un lugar distinguido en esta historia. En la ciudad y partido de Calatayud tomaron sus habitantes sin demora parte en el levantamiento de Zaragoza; y el barón de Warsage, designado por jefe para dirigir el entusiasmo de aquella juventud, comenzó desde luego a organizar algunas compañías; pero se veía en el apuro que casi todos los pueblos de la provincia, y era el no tener fusiles ni municiones. Por fin, le enviaron de las fábricas de Villafeliche diez quintales de pólvora, y el general Palafox le remitió a principios de junio dos cañones de a cuatro con su brigada. Como Calatayud es pueblo de carrera, iban llegando sin cesar oficiales y soldados que a la desbandada venían huyendo de Madrid y de otros pueblos.
El corregidor, o alcalde mayor, don Ignacio de la Justicia protegía en lo posible tan heroicos esfuerzos; y con esto el barón logró entre soldados y paisanos reunir dos mil hombres, de los cuales sustrajo don Francisco setecientos de tropa de línea con dos cañones de a cuatro que aquel tenía, para incorporarlos a las tropas del general Palafox que fueron dispersadas en la batalla de Épila. Muchos concurrieron al Frasno, y otros a Calatayud; por manera que don Francisco Palafox, encargado por su hermano para que tan presto como llegaran los dispersos viniese al socorro de Zaragoza, salió en compañía de Warsage con más de mil hombres, bien armados, de Calatayud para el pueblo de Almonacid, en donde recibió pliegos para que activase su marcha, como lo ejecutó, retrocediendo con treinta hombres para conducir unos presos. En el camino tuvo noticia que los franceses estaban por las inmediaciones de la Almunia; y extraviándose por montes y veredas inusitadas, llegó al Frasno, cuyo pueblo halló casi abandonado; y concluyeron todos de fugarse a poco rato, porque un pastor avisó al barón que los franceses estaban en la venta de Morata. No se detuvo un momento; y con veinte y dos hombres que le siguieron llegó al estrecho de la Condesa, desde donde observó una columna enemiga de mil infantes y doscientos veinte caballos. A poco rato divisó otra de igual fuerza, caminando ambas a paso redoblado. Los veinte y dos hombres al verlas huyeron, y el barón tuvo que partir precipitadamente con sus edecanes, haciendo una marcha violenta, pues destacaron contra él algunos caballos, que le persiguieron, llevando sólo la distancia de dos tiros de fusil, hasta el puerto de Calatayud. En este punto se habían reunido como unos quinientos paisanos y algunos soldados, que, cerciorados de la fuerza enemiga, estaban en el mayor conflicto. Faltos de municiones, y con solos doscientos fusiles útiles, tuvieron todavía bastante serenidad para sostenerse, ocupando aquellas alturas hasta entrada la noche para imponer al enemigo.
Al abrigo de la obscuridad partieron a las gargantas de Nuestra Señora de Illescas y San Ramón, distantes una hora de Calatayud; y habiendo sabido Warsage que la fuerza enemiga era de alguna consideración, se dirigió a las inmediaciones de la ciudad, en donde tuvo una junta con algunos de los oficiales de más graduación; y resolvió retirarse por Ateca, y desde allí venir a caer sobre Daroca para auxiliar en su caso las fábricas de Villafeliche; mandando cortar los puentes, y poniendo algunos embarazos para entorpecer el paso a la caballería. Al ver esto los habitantes de Calatayud, abandonaron la mayor parte, inclusas las comunidades religiosas, en el espacio de una hora la ciudad, quedando sólo de los individuos de ayuntamiento el corregidor y dos diputados; y estando aquel meditando lo que debería practicar, se le presentó un coronel francés de orden del general, y se convinieron en franquear lo necesario para la tropa acampada en las inmediaciones; y a hora de las ocho de la mañana entró en Calatayud la oficialidad y gran guardia, en número de unos doscientos infantes y treinta caballos. Una partida de franceses que fue al lugar de Torres, la recibieron sus habitantes a fusilazos; y habiéndoles muerto uno, entraron y pasaron por las armas a trece paisanos que hallaron, y partieron después de incendiar y saquear el pueblo. El enemigo subsistió acampado delante de Calatayud hasta el 7, en que habiendo recibido pliegos, al medio día tocaron generala, y a las dos de la tarde levantaron sus reales, dejando el camino de Madrid, a pesar de haber dado órdenes para que les acopiasen víveres en Ateca; y regresaron otra vez por el camino de Zaragoza, trayéndose doscientas arrobas de pólvora que ocuparon en la ciudad.
Las pocas tropas que custodiaban las fábricas de Villafeliche a las órdenes del comandante teniente coronel don Ángel Bayón, suponiendo trataría el enemigo de apoderarse de aquel punto, oficiaron a Warsage para que estuviese por aquellas inmediaciones, por lo que rehusó enviar más gente a don Francisco, haciéndole ver no tenía sino quinientos hombres, y muchos desarmados, pues la restante fuerza la había ocupado en las remesas de pólvora, y muchos se habían desertado. No se equivocaron, porque a pocos días, tomando los franceses la dirección por el campo de Cariñena, subieron hacia el puerto de Codos, en donde el comandante de aquel campo don Ramón Gayán, con el paisanaje armado y unos cincuenta voluntarios que le proporcionó el gobernador de Daroca, les hizo algunos de menos; y continuando su marcha, el 17 de julio a las cinco de la tarde apareció a las inmediaciones una descubierta; y nuestra tropa avanzada observó venía un destacamento de mil doscientos hombres y cincuenta caballos. Por el pronto comenzaron a hacer señas con los pañuelos, dando a entender deseaban entrar de paz; pero como vieron no se les contestaba, desplegaron la caballería para imponer a los paisanos. Éstos, en lugar de arredrarse, rompieron un fuego vivo y ordenado: el enemigo se adelantó; y observando más firmeza de la que esperaba, para atraerlos a la llanura se retiró con buen orden. Enardecidos los paisanos y soldados, avanzaron; pero luego que pudo maniobrar la caballería, los atacaron con vigor, y tuvieron que replegarse precipitadamente a tomar las alturas que hay sobre los molinos y camino de Ateca, desde las cuales rompieron el fuego, sosteniéndolas con entereza; y aunque algunos lograron entrar en la. villa, pagaron cara su temeridad: y luego que llegó el barón con su gente retrocedieron escarmentados; y después de haber durado el tiroteo de una y otra parte hasta las nueve de la noche, a las diez tocaron generala, y regresaron por la misma ruta que habían traído.
A la mañana siguiente hallaron dispersos algunos franceses; y el subteniente de la compañía de fusileros de Calatayud don Juan Biec y López con su partida consiguió hacer veinte y cinco prisioneros. El teniente coronel de artillería don Ángel Salcedo dirigió a los paisanos y tropa bisoña; el capitán del primer tercio don Rafael de Gracia se batió, perdiendo la tercera parte de su gente; y el capitán de cazadores don Bonifacio Pérez, que atacó al frente con su caballería, quedó muerto de un balazo. En este encuentro murieron bastantes franceses; y nuestra pérdida no fue de la mayor consideración, aunque también nos hicieron prisionera una avanzada que sorprendieron, dirigida por Langa: debiendo observarse que este acontecimiento fue señalado, por cuanto nuestra tropa bisoña lidió contra duplicadas fuerzas de soldados aguerridos; y el resultado por entonces fue impedir la ocupación de las fábricas de Villafeliche. De vuelta de tan desgraciada expedición cometieron algunos excesos en la villa de Muel, a pretexto de que cuando subieron habían muerto a algunos franceses que quedaron rezagados. En el pueblo de Añón ocurrió también que negaron las raciones a la guarnición de Tarazona, compuesta de mas de trescientos hombres. Para vengar el insulto fue una partida contra el pueblo. Treinta o cuarenta hombres los recibieron a escopetazos; y habiéndoles hecho algunos de menos tuvieron que retirarse. Tales fueron los sucesos más esenciales que ocurrieron a la derecha del Ebro: pasemos a ver rápidamente los de la izquierda, con especialidad en el partido de Cinco Villas.
Celebrada la junta para tratar sobre los medios de impedir los convoyes de bombas y granadas, el marqués de Lazán autorizó, a una con la junta militar, a don Andrés de Egoaguirre para que, de acuerdo con las autoridades, reuniese los paisanos y formase cuerpos o guerrillas. Egoaguirre, unido con el abogado de Corella don Luis Gil, publicó una proclama para excitar a los navarros a que imitasen la conducta de los aragoneses; lo cual produjo el debido efecto. Supieron que don Antonio Florián conducía a Zaragoza la poca tropa arreglada que había por aquel territorio, y que trataba de ejecutar lo mismo don Ginés Marcos Palacín, quien con fecha 4 de julio escribía a Palafox llegaría el 5 con trescientos valientes que conducía y todo lo necesario para su manutención. Antes del arribo de Egoaguirre, el comandante don Francisco González con los doscientos hombres que tenía a sus órdenes salió a situarse en el punto llamado el Yugo, altura inmediata al pueblo de Tudela, para interceptar las municiones que bajaban de Pamplona; pero, o fuese omisión, o por otra causa, lo cierto es que aquellas pasaron sin oposición, y que la tropa regresó a Sos, en donde recibió la orden por medio del capitán don Cosme Ubago para venir a socorrer a Zaragoza. Como por una parte había expedido oficios el general Palafox para que concurriesen a la capital, y de otra el marqués y la junta circulaban también órdenes para llevar adelante los planes más conducentes, nacía de esto una contraposición desventajosa: pero como quiera, los comisionados Egoaguirre y Gil trataron de llevar adelante su empresa; y noticiosos de que habían salido de Pamplona veinte y seis carros y cincuenta caballerías con bombas y pólvora, escoltados de setenta y cinco a ochenta hombres, y que vendrían iguales remesas los días sucesivos, dispusieron que don Luis Gil fuese a la Bardeta con trescientos cincuenta hombres de infantería y doce caballos, y que el corregidor de Sos don Vicente Bardají se le incorporase con cuarenta soldados del regimiento de Tarragona, dos oficiales y seis soldados de caballería que existían en dicho pueblo; y oficiaron al comandante de armas de la villa de Ejea don Ginés Marcos Palacín para que el día 10 al amanecer estuviese en el punto de las Cuebetas.
El 9 salió por la tarde Bardají con su gente para ir al punto señalado; y aunque recibió un oficio de Palacín en que le pedía armas y municiones, como había de pasar por las inmediaciones de Ejea, le avisó desde Castiliscar, y se dirigió al punto de reunión a las nueve de la mañana. A esta sazón recibió un oficio de Palacín, en el que exponía conceptuaba poco ventajoso el punto del Yugo, y que lo sería mucho más el de los Portillos, en las inmediaciones de Caparroso. Habiéndose conformado Bardají, avisó a Gil para que concurriese a los Portillos, y partió a las cuatro de la tarde; y después de haber proporcionado a su gente algún alivio, recibió a las diez de la noche un oficio en que le decían no contase sino con la fuerza procedente de Sangüesa, con lo que quedó el plan trastornado. No obstante, Bardají, dejando su tropa en paraje seguro, fue con el oficial don José Chacón y el médico don José Martínez al lugar de Carcastillo para enterarse de lo que motivaba la detención de Gil, a quien no pudieron persuadir les acompañase; de modo que fue preciso recoger de las Cuebetas las municiones y víveres aprontados, y retirarse todos a la villa de Sos.
Este pueblo llamó a seguida la atención de los franceses; y considerándolo punto ventajoso, trataron de ocuparlo. Cerciorados los habitantes de Sos, no titubearon en defenderse, a pesar de la escasez de medios. En las dos o tres veces que se presentaron los recibieron con tesón; pero, a pesar de esto, resolvieron atacar al pueblo el día 23. Divididos por varios puntos, destacaron diez y siete caballos con orden de tomar un punto avanzado, pero los veinte paisanos que lo defendían sostuvieron el fuego por espacio de una hora, logrando rechazarlos, hiriendo gravemente cinco hombres y dos caballos: siendo muy digno de loa el que sin jefes, sin tropa, con malas armas, y escasos de municiones, tuviesen bastante espíritu aquellos naturales para hacer frente al enemigo. Los franceses veían que los paisanos estaban dispuestos por todas partes a incomodarlos y perseguirlos. Esta oposición no podía menos de producirles un atraso en el acopio de víveres para su ejército, bien que a prevención tenían galleta, pues conocieron que la empresa se iba prolongando de cada día mas y mas. Si esto sucedía en los pueblos comarcanos, la insistencia y tenacidad en defenderse los habitantes de Zaragoza se acrecentaba sobremanera; y para dar una idea de sus esfuerzos volvamos la vista a las operaciones que poco ha insinuamos haber comenzado a practicar para bloquearnos.