CAPÍTULO XV.

Preparativos de defensa en la izquierda del Ebro.—Estado de nuestras fuerzas.—Entra tropa de línea y una partida de pólvora.—El enemigo pasa el Ebro.—Descríbense las escaramuzas ocurridas en las puertas de Sancho, Carmen y santa Engracia.

 

El 27 de junio teníamos ya dos cañones a la izquierda del Ebro; y se destinó a un oficial con dos sargentos, cuatro cabos y sesenta soldados para sostener aquel punto. Fue nombrado comandante de vados el teniente coronel don Rafael Estrada, poniendo a sus órdenes el 29 dos capitanes, dos tenientes, cuatro subtenientes, ocho sargentos, catorce cabos y doscientos ochenta soldados. Se organizaron en lo posible algunos cuerpos, de cuyos nombres y fuerzas, será oportuno hacer mención para formar idea de los acontecimientos sucesivos, como también de los muchos puntos que había que guarnecer y dificultades extraordinarias que superar. Los cuerpos que existían en Zaragoza, según el estado que presentó el 10 de julio el inspector don José Obispo, eran los siguientes: Guardias españolas y walonas; batallón de cazadores de Fernando VII; Extremadura; primer batallón de voluntarios de Aragón; batallón de voluntarios de Aragón de reserva del general; tercio de jóvenes; primer tercio de nuestra señora del Pilar; tercio de fusileros de Aragón; tercio de don Jerónimo Torres; tercero, cuarto y quinto tercio de voluntarios aragoneses, portugueses y cazadores extranjeros; real cuerpo de artillería; compañía de Parias. La total fuerza respectiva de estos cuerpos consistía en mil novecientos once hombres de tropa veterana y seis mil seiscientos setenta y uno bisoños.

Los puntos que cubrían eran: Puerta del Portillo, de Sancho, del Carmen, de santa Engracia, molino de aceite, y avanzada en la torre de Aguilar, puerta del Sol, del Ángel, san Ildefonso, castillo de la Aljafería, conventos de agustinos y trinitarios descalzos, huerta de santa Inés, cuartel de caballería, casa de Misericordia, huerto del oficio de Alpargateros, pino de Ranillas en Juslibol, en los vados, en la academia de san Luis para custodiar los franceses; empleándose en ellos dos mil novecientos noventa y nueve; y en retenes y avanzadas de las puertas del Portillo, Carmen, Sol y Sancho trescientos quince hombres; ascendiendo el total de empleados en servicio activo a tres mil trescientos catorce hombres de tropas y paisanos. Además de los cuerpos mencionados existía el segundo tercio de nuestra señora del Pilar, llamado de los jóvenes, cuya fuerza vendría a ser de unos seiscientos veinte y seis hombres, y las compañías de Tauste; debiendo agregarse a todo esto la tropa que entró el 9 de julio con don Francisco Palafox, y también la porción de caballería coordinada bajo la dirección del coronel Acuña. El cuerpo de artillería, compuesto de un sargento mayor, tres capitanes, tres tenientes, tres subtenientes, diez sargentos, treinta y cuatro cabos y trescientos seis soldados de tropa veterana, se había reforzado algún tanto con los que venían incesantemente; siendo de notar que el día 2 de julio, en que perdimos bastantes artilleros, llegaron nueve a la Puebla de Alfindén, los que envió con carros el coronel don Fernando Gómez de Butrón, que desde dicho pueblo expedía oficios a todas partes para acelerar la marcha de las tropas y paisanos que reunían los partidos para venir a tomar parte en la defensa de Zaragoza.

El 3 de julio entraron en la Puebla a las cuatro y media de la mañana trescientos veinte voluntarios y una compañía de cien hombres a las órdenes del coronel don Antonio Cuadros, que extrajo de Teruel; pues la demás gente que había reunido el gobernador de Daroca para remitírsela se retiró a sus casas, con cuyo ejemplo estuvo expuesto Cuadros a que lo abandonasen, y en grandes apuros para que continuasen los restantes su marcha, que tuvo que variar por estar Torrero ocupado; y habiendo pasado el Ebro, entraron felizmente en la capital. Al mismo tiempo que estos refuerzos, llegó con la mayor oportunidad una remesa de pólvora que, en virtud de los oficios expedidos a resultas de la explosión del 27, envió de las fábricas de Villafeliche el comandante don Ángel Bayón, y ascendió a trescientas diez y ocho arrobas del primer género de cañón y fusil, y ciento cincuenta de plomo, custodiada por un oficial, un sargento, cuatro cabos y cincuenta soldados; siendo los conductores José Moneva, Francisco Bagés y Vicente Langa, vecinos de Villafeliche. El alcalde de la Almunia Antonio Gutierrez envió también veinte y cuatro arrobas, y una barra de plomo de cinco arrobas, con algunos cartuchos; y el de Cariñena Pedro Carabajal aprontó siete arrobas, la única que había en la expresada villa. Grande fue la complacencia que produjo la llegada de tan importantes auxilios, especialmente el de la pólvora, que escaseaba sobremanera, en razón de consumirse por los paisanos indiscretamente. Depositada parte en el almacén del convento de san Agustín, y parte en el de san Juan de los Panetes, los eclesiásticos y otras personas que ignoraban el manejo del arma se dedicaron a la formación de cartuchos.

Por este tiempo el enemigo resolvió hacer un puente para cruzar el Ebro y cortar todas las comunicaciones; pero como tenía pocas tropas, se ciñó a formar una línea de contravalación, para lo que le sirvieron mucho las tapias, acequias y desigualdades del terreno que hay en las inmediaciones de la ciudad; y sólo en algunos parajes tuvo que construir la línea, cuyo ancho era de cuatro pies, y su profundidad de tres, cubierta por un parapeto de otros tres pies de elevación, sin revestimiento ni banqueta formal, y el todo informemente construido; sirviéndose de algunas casas de campo aspilleradas para establecer en ellas las guardias de la trinchera. Una parte de esta línea apoyaba su izquierda en el Ebro, y la derecha en la Huerta, siguiendo lo restante a lo largo de este río, que les servía de impenetrable foso.

Para el paso del Ebro observó el enemigo todas las reglas: escogió un ángulo entrante; colocó en sus costados a cubierto artillería y fusilería; recogió y arregló el maderamen en el edificio de san Lamberto; proporcionó barcos para pasar una avanzada; y en una noche construyó el puente con gruesas vigas de seis varas de largo. En cada cuatro salía una de ellas una vara más que las otras por ambos costados, y cada tres estaban sujetas entre sí, y hacia sus extremos, con tablas que aseguraban grandes clavos: por el medio, y en toda la extensión del puente, corría un piso de tablas con el ancho suficiente para el paso de un cañón o carro. Su figura formaba un ángulo saliente contra la corriente en el paraje en que ésta era más fuerte; y sus cabezas estaban enterradas por ambas orillas en las excavaciones que hicieron para recibirlas: dos amarras salían a veinte varas hacia la parte superior del río: la naturaleza de la madera permitía que esta grande balsa flotase sin socorro alguno del ingenio; pero su ninguna flexibilidad hubiera sido causa de su destrucción al primer aumento que hubieran recibido las aguas: la cabeza del puente estaba defendida con un parapeto y su foso en línea recta de unas trescientas varas de longitud, y flanqueada por un ángulo saliente en cada extremo, en los que abrieron un par de cañoneras: en el medio estaba la salida a la campaña cubierta por una flecha: dos estacadas unían esta obra con las aguas; y el todo lo dejaron sin revestir, aunque las tierras, por areniscas y pedregosas, eran tan malas para la construcción como para la defensa.

Los paisanos y tropa destinada a custodiar el vado en los campos de Ranillas trataban de incomodar al enemigo; pero, establecido el puente, quedó burlada su vigilancia, pues algunos soldados de caballería, pasando el vado por más arriba, treparon a la torre de Sobradiel, camino de los molinos; y enterados del sitio en que las acequias tomaban el agua, inundaron la campiña. Viendo que en la orilla había una batería para hacer fuego a cuantos compareciesen, y que les despedían algunas granadas, el capitán don Joaquín Primo de Ribera, juntamente con el de ingenieros don Luis Abella se dirigieron con dos piezas por el camino de Juslibol al punto de Ranillas, en el que, prevalidos de los cañares y cajeros de las acequias, les fue fácil establecer su batería, procurando enfilar los fuegos hacia el molino de la Abeja. En los días 9 y 10 siguió el fuego de cañón y fusil de una y otra parte; pero el 11 amaneció asegurado el puente, y luego principió una escaramuza, que muchos habitantes salieron a presenciar al puente de piedra, viendo claramente el tiroteo que sostenían los paisanos en el punto de Ranillas, como el de los que salieron por la puerta de Sancho, siguiendo la orilla del Ebro, con dirección al sitio de la refriega. Los labradores sobre el interés general tenían el particular de conservar las heredades, que por aquella parte son preciosas, procurando ganar algún tiempo para ejecutar la siega, y así sostenían el fuego con el mayor empeño; y la caballería, que por la mañana intentó trepar el vado, tuvo que replegarse. Luego que comenzó la acción, don Francisco Palafox, que acababa de llegar con su primer tercio, fue a reforzar el punto de Ranillas, e hizo conducir por la horca de Ganaderos un obús y dos cañones de a ocho, que situó en el alto de la torre de Ezmir, enfilando los fuegos al paso de los barcos, que dirigió el comandante don Manuel Garcés. El choque continuó con tesón; y por la tarde fue el general Palafox con el brigadier don Antonio Torres, el inspector don José Obispo y otros varios a la torre de Ezmir; y observando que el punto de Ranillas iba a ser ocupado por los franceses, se retiraron, y encargaron a los paisanos del Arrabal y Juslibol procurasen cortar por la noche las acequias e inundar los campos, como lo ejecutaron con la mayor exactitud.

A la mañana siguiente volvió a trabarse el choque. Colocaron las tres piezas indicadas en la torre de Ezmir; y viendo que los cañones de a ocho no alcanzaban al vado, habiéndose presentado al medio día don Francisco en aquel punto, le pidieron remitiese uno de a doce; pero todo fue infructuoso por cuanto el enemigo con cautela hizo pasar el vado por frente a la tejería de Almozara a una porción de caballería, llevando cada uno un infante en la grupa, con lo que por la mañana, después de haber tiroteado las guerrillas, desplegaron su fuerza, y avanzaron hasta ponerse en disposición de proteger el paso por el puente a una columna de infantería. Este lo realizaron a las dos y media de la tarde; y habiéndose dividido en dos alas, tomando una la derecha, resguardada de los ribazos que hay a la orilla del Ebro, y dirigiéndose la izquierda hacia la torre de Mezquita, auxiliada de la caballería, fue indispensable abandonar el terreno; y sin embargo de que procuraron retirar la artillería, todavía dio caza el enemigo a los dos cañones de a ocho, que ocuparon; y por fortuna pudo salvarse el obús, que iba algún tanto avanzado, el cual internaron los paisanos por las huertas. También nos tomaron un cañón de a doce que conducían a la torre de Ezmir, y dejaron abandonado en el camino al ver que la tropa y paisanos huían de aquellos sitios. El enemigo ocupó uno o dos barcos chatos, llamados pontones, en aquellas cercanías; y habiendo divisado Maximino Marín, labrador del arrabal, a uno de ellos con dos franceses cercano a la orillarse arrojó al agua con sus compañeros, lo apresaron, y bajaron con él hasta las inmediaciones del puente de piedra. El labrador Galiano, de Juslibol, indicó podían cortarse algunos arboles de los sotos que hay encima de este pueblo, y arrojarlos al Ebro para que desbaratasen el puente; pero nada pudo ejecutarse, porque las tropas enemigas discurrían libremente por toda la campiña. También, a propuesta de otro, comenzaron a incendiar las mieses, pero no prendió el fuego sino en un corto trecho. El enemigo no solo tanteó el vado por la parte de Juslibol, sino también por frente a la villa de Pina. Luego que observaron sus habitantes que dos de a caballo comenzaban a trepar el Ebro por el punto donde estaba el pontón, trataron de salir armados, y estuvieron en observación por algún tiempo: con este motivo fue preciso dar órdenes para que cortasen las sirgas, quitasen las barcas y custodiasen los vados.

El teniente coronel don Rafael Estrada supo al llegar el 16 a Villafranca que unos cuantos dragones acababan de pasar el río, y que muchos paisanos, y aun tropa avanzada, se habían fugado; y a seguida ofició a los alcaldes de Fuentes, Viana, Belchite, Zaida, Quinto, Samper y Alcañiz para que hiciesen venir a los prófugos a la Puebla a fin de custodiar el camino de Barcelona; y por su parte reunió de Pastriz, la Puebla, Alfajarín y Villafranca ciento diez hombres, que condujo hasta el Gállego con cincuenta y dos de la octava del cuarto tercio que habían abandonado sus puestos en dos alarmas, y habían sido reemplazados con la sexta compañía del segundo batallón de Fernando VII, dirigida por don José Colomer. También estaba en Alfajarín el coronel don Manuel Martínez, que llegó el 13 acompañado de los oficiales el teniente coronel de ingenieros don José Fonz, y los de igual clase de infantería don Antonio Guerrero y don Teodoro Royo; los capitanes don Tomás González, ingeniero voluntario, y don Rafael Barco, y los subalternos don Juan Pagán y don Juan Tirado, con los cuales vinieron ciento treinta y siete hombres procedentes de Mora, que de orden del coronel don Andrés Bogiero se unieron en Villarquemado, la mayor parte sin armas. Emprendieron su marcha para venir a Zaragoza; la llegada de una porción de dragones que hallaron cerca del puente de Gállego les impuso, dándoles a entender estaba cerrado el paso, con lo que retrocedieron; y los dragones fueron a la Puebla, en donde el paisanaje, creyéndoles caballería francesa, les hizo fuego, con lo que evitaron la entrada en el pueblo, y pasaron adelante, dirigiéndose a la villa de Gelsa; cuyo suceso, y el observar que los dragones no habían querido reunirse, ni reconocer la autoridad de Martínez, Fonz y demás oficiales, hizo se desbandase la mitad de la gente que venía desde Mora, ejecutando lo mismo muchos de los que custodiaban los vados a las órdenes del comandante don Tomás García Riaño, por lo que tuvo que replegarse hasta la indicada villa. Con esto podrá formarse idea de cual era nuestra verdadera situación, y cuán arduo atender a la defensa de tantos y tan interesantes puntos en medio de la multitud de obstáculos que a cada paso sobrevenían.

Los franceses continuaban sin interrupción sus paralelas, adelantando los trabajos, a pesar de que por todos los puntos procuraban incomodarlos. En la puerta de Sancho el comandante Renovales no cesaba con los dos cuerpos de fusileros y compañías de Tauste de distinguirse en varias y repetidas salidas; entre ellas, el día 7 de julio el sargento primero Mariano Bellido, los cabos José Monclús y Gregorio López, y los soldados Mariano Andrés y Matías Betrós, de fusileros, continuaron acreditándose, y lo mismo los sargentos primeros Miguel Cabestres, Miguel Salanova, Mariano Larrodé, José Lasheras y Juan Marín, que salieron heridos. Su intrepidez y arrojo, como el de los oficiales Laviña, Gambra, Mediavilla y Ruiz, hizo retroceder largo trecho las guerrillas enemigas, logrando dar muerte a diez y siete soldados, hiriendo una porción considerable.

Oyendo los paisanos que era preciso hacer salidas, acalorados por el presbítero Sas, el propietario don Patricio Villagrasa y otros capataces, resolvieron tomar la batería que los sitiadores habían construido en el monte Torrero. Con este fin se dirigieron a las tres de la tarde una porción considerable de los de la parroquia de san Pablo al convento de san Francisco, en donde estaba acuartelado el regimiento de Extremadura, y obligaron al capitán don Blas San Millán, que estaba de guardia, a que los dirigiese. En vano se propuso hacerles ver lo arriesgado de la empresa, y que no podía obrar sin orden del capitán general; todo fue inútil, y tuvo que salir con su ayudante don José Estebe y la tropa disponible, encaminándose al puente de la Huerva, sin poder conseguir el que se formase una partida de guerrilla para evitar un descalabro. Apenas observó el enemigo la salida cuando, luego que estuvieron a tiro, los saludó con una descarga de metralla, que hirió a San Millán y dio muerte a su ayudante Estebe. Apenas supo este incidente don José Obispo, partió con su ayudante don Martín de Castro y sesenta hombres del tercer tercio a sostenerlos; y viendo que se aproximaban más franceses, volvió a la batería de la puerta de santa Engracia y extrajo sesenta voluntarios del cuerpo de reserva, mandados por el capitán don José Lagarda y el teniente don Medardo Vezma, con lo que pudo proteger la retirada y evitar mayores pérdidas; habiendo ascendido la de los paisanos a catorce muertos y veinte heridos, y la de los voluntarios a siete muertos y cuatro heridos.

Abandonado el edificio de la Cartuja alta, se dio principio a la extracción de comestibles y otros enseres; y el teniente Viana con los paisanos del arrabal sostuvieron el puente de Gállego para auxiliar la operación, que se consiguió completamente, a pesar de que el enemigo procuró aproximarse; pero le contuvieron los paisanos, haciendo fuego por los cajeros de las acequias.

Historia de los dos sitios de Zaragoza
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