CAPÍTULO XV.

Los franceses hacen nuevos esfuerzos para ocupar las Tenerías, y activan los trabajos de minas.—Defensa del jardín botánico.—Continúan las explosiones.—Retírase la artillería del reducto avanzado en las Tenerías.—Choques ocurridos en la calle de las Arcadas.

 

Mucho daba que discurrir a los ingenieros franceses la acérrima defensa que hacían los sitiados; y como singular tenían que variar los medios, y valerse de todos los recursos del arte para llevar adelante su empresa. Constantes en el plan de avanzar por su derecha, ocuparon diferentes casas, y sus minadores formaron dos ataques para pasar como se ha dicho la calle del Coso, que en aquel distrito tiene noventa pies de latitud. Adelantaron desde el 13 al 17 los trabajos para poner dos hornillos debajo del edificio de la Universidad, con el fin de darles fuego el día que atacasen el arrabal, para ocupar a los defensores en los dos puntos a un mismo tiempo. Entre tanto atacaron varias veces infructuosamente la última casa de la manzana inmediata a la puerta del Sol, que se defendió con un valor y bizarría a toda prueba para sostener la batería que teníamos en el Coso. Como estaba rodeada toda de escombros, no podían embestirla sino al descubierto. En vano aplicaron los minadores, y en vano la batieron en brecha con un cañón de a doce. Los defensores se sostuvieron con una firmeza sin ejemplo, y el enemigo estaba absorto y aburrido.

«Así es, dice el mismo barón de Rogniat, que a esta época nuestras tropas comenzaban a desmayar viendo que los obstáculos se multiplicaban a lo infinito, estaban a más no poder fatigadas, y unos combates tan sangrientos en que se lidiaba cuerpo a cuerpo, y en que perdíamos lo mas selecto de nuestra oficialidad, y una porción considerable de zapadores y minadores, y los más valientes soldados sin hacer grandes progresos, producían la desesperación en todo el ejército. ¿No es una cosa bien singular y que jamás se ha visto, prorrumpían todos en los campamentos, el que un ejército de veinte mil hombres sitie a otro de cincuenta mil? Apenas habemos conquistado una cuarta parte de la ciudad y estamos apurados. Es preciso vengan refuerzos, por que si no perecemos todos, y esas malditas ruinas serán nuestro sepulcro antes que podamos vencer uno solo de esos fanáticos con el sistema que han adoptado. El mariscal, continúa, procuraba sostener y reanimar el espíritu de sus tropas, haciendo presente a los oficiales que los sitiados perdían mucha más gente, que estaban sus fuerzas apuradas con tan obstinada defensa, que ya no se repetirían las mismas escenas, y que si llevando al extremo su frenesí querían renovar los ejemplares de Numancia, y sepultarse en los escombros de la ciudad, las bombas, las minas, y la epidemia acabarían con todos indefectiblemente. En verdad perecían cada día centenares; las casas, lunas, y vagos que ocupábamos estaban sembrados de cadáveres, en términos que parecía no conquistábamos sino un cementerio.»

Este modo de producirse da la idea mas alta del género de defensa que se hizo en Zaragoza, y poco puede añadirse a lo que refiere el barón de Rogniat en una materia que no hace mucho honor a los vencedores del norte, y a la gran nación que había supeditado las plazas de primer orden. Por fin atravesaron los minadores la calle de las Arcadas por una galería, y abrieron brecha con la mina en medio de la manzana de casas que se extiende desde los Agustinos hasta la puerta del Sol. Esta línea constituye una parte del antiguo muro, y así es que muchas de ellas, aunque de una construcción tosca, están enlazadas con algunos torreones o baluartes de la indicada muralla, y es bastante larga y estrecha. La asaltaron por la brecha y ocuparon una parte de ella, persiguiendo a los defensores por sus mismas comunicaciones. Inmediatamente volvieron aquellos en mayor número a atacarlos con denuedo, y los arrojaron de algunas que después volvieron a recuperar. Uno de los torreones les impidió penetrar por su izquierda por no tener salida, y tuvieron que aplicarla el petardo para abrirse paso, y lanzar a los que la ocupaban, arrojando bombas y granadas en los aposentos. Una de ellas desplomó todas las bóvedas hasta el sótano, y tuvieron que descolgarse con cuerdas los polacos para llegar a las manos con los sitiados, que se retiraron después de escarmentar bien su osadía.

Desengañados de que no podían avanzar por su izquierda a la puerta del Sol, después de asegurarse, colocando en batería un obús en la calle de las Arcadas muy cerca de San Agustín, comenzaron nuevos trabajos de minas para pasar la calle mayor de las Tenerías y posesionarse en la hilera o manzana de casas del frente, y desde allí tomar el reducto por la espalda, pues de otro modo les era imposible. Esta calle es ancha, y la falta de cuevas y calidad del terreno les hizo conocer que su trabajo iba a ser inútil, por lo que resolvieron abrir brecha con dos piezas de a doce colocadas en los edificios de la parte del muro. Fuese que esto tampoco proporcionaba el resultado que apetecían, o que conociesen que aun abierta brecha era imposible dar el asalto, pues además de la fusilería en el parapeto y cortadura formada delante de la puerta del Sol, había colocados dos cañones de a veinte y cuatro que enfilaban la calle, y cuyos fuegos hubiesen hecho un enorme destrozo; lo cierto es que por el extremo del convento de San Agustín, que da al fin de la calle en donde había una cortadura sin terraplenarse, atacaron a la zapa el extremo de la manzana, aprovechándose de una antigua traversa que teníamos, huyendo los saludos de los cañones de a veinte y cuatro: y aunque con trabajo y perdiendo de treinta a cuarenta hombres consiguieron apoderarse de un corral y vago del edificio donde trabajaban los curtidos.

En las casas del hospital general prepararon el terreno para colocar una batería de obuses que enfilase la calle de San Gil, y otra con tablones delante de los escombros de la iglesia para dos cañones contra la del Coso por el frente del ataque del centro, y proteger al mismo tiempo sus operaciones. El acaloramiento era tal, que no podían menos de tomar semejantes medidas, porque luego que vieron los defensores estaban en las casas del hospital inmediatas al cuadro de la soledad, el comandante coronel don Luciano Tornos a una con don Pedro Moya, alférez de artillería, y otros, hicieron avanzar a remo uno de los dos cañones que había en el Arco de Cineja, desde donde comenzaron a incomodarles con descargas de metralla; bien que esta fue operación momentánea, y así retiraron luego el cañón a su lugar, pues de lo contrario hubiese sido preciso abandonarlo; y de resultas de semejante arrojo pusieron los franceses la batería sobre los escombros, delante de la iglesia, según queda insinuado, y también situaron un cañón debajo de un blindaje que los nuestros habían construido.

Además de estos trabajos seguían con la mayor actividad los minadores franceses sus ataques subterráneos para atravesar la calle del Coso; y aunque a esta sazón tenían perfeccionadas dos galerías, no hicieron uso, por que el plan era que, concluidas jugasen todas las explosiones a un tiempo, para ver si un estrépito tan formidable hacía alguna impresión en los ánimos de los impertérritos Zaragozanos. Con el mismo tesón seguía el trabajo de minas contra la Universidad, y el terrible fuego de la la batería nº 14 y de la del nº 7, a la izquierda del convento de Jesús.

Queda insinuado que, desde el 10 que ocuparon los franceses el monasterio y Puerta de Santa Engracia por más que trataron de explayarse a su derecha para enlazarse con los que ocupaban el trozo de ciudad mas allá de la Quemada, habían hallado siempre una resistencia extraordinaria, y es preciso manifestar el tesón con que paralizaron semejantes esfuerzos las tropas que guarnecían la batería del jardín botánico y resto de toda aquella línea. Conociendo ya en los primeros días la intención del enemigo, retiraron con oportunidad las que ocupaban el parapeto de la huerta de Faura, y los destinaron a sostenerla tapia divisoria de dicha huerta con la de Santa Catalina, la cual estaba de antemano preparada. Bien avanzaron los franceses a la callejuela inmediata, pero el comandante de ingenieros don Mariano Villa con una compañía del primero de voluntarios los hizo retirarse con precipitación concentrándolos en el monasterio. Volvieron en los días consecutivos a insistir, y fueron igualmente escarmentados; pero como por su frente no hallaban la misma resistencia, progresaron hasta llegar al Coso, y después a la calle de Santa Catalina, a cuya sazón tenían los nuestros él fuego a retaguardia. Era muy de notar que en los varios ataques y tentativas que hicieron no superasen la simple cortadura que se abrió en la callejuela del cementerio del hospital, ni la débil tapia aspillerada paralela a la que volaron de la huerta del convento de Jerusalén, de modo que con esto y algunos pequeños atrincheramientos formados por el-ingeniero Villa se sostuvo este punto, a pesar ríe tener tres fuegos contra sí, dos brechas abiertas por el frente del Huerva, y sufriendo además las descargas de un obús con que les incomodaban desde la huerta de Faura; todo lo que hacía su defensa muy apurada y crítica.

Situados los franceses en las casas inmediatas a la calle de Santa Catalina, comenzaron a minar para destruir el palacio del conde de Aranda, y cortar por este medio a los del jardín botánico. Los defensores de este punto dieron principio a otra galería desde la cuadra de la casa hasta encontrarse con ti trabajo del enemigo, y formados los hornillos, tuvieron que llenarlos con dos bombas, porque en la noche del 16 de febrero escaseaba la pólvora y tío había la necesaria aun para la construcción de cartuchos. Con esto no pudieron por entonces realizar su plan. Al mismo tiempo que ocurrían estos singulares encuentros subterráneos, atacaron una de las casas contiguas a las tapias del jardín de la de Aranda, creyendo ganarla por sorpresa, pero hallaron una oposición tan tenaz que quedaron bien escarmentados.

Introducidos que fueron en el corral y vago de la calle Mayor de las Tenerías, al amanecer del 17 atacaron los edificios de su derecha a fin de cortar las tropas que sostenían el reducto de la Salitrería frente al desembocadero del río Huerva. Desde este hasta los edificios habían formado un parapeto y cortadura, con lo que tenían expedita la comunicación por su espalda; y es preciso describir la firmeza con que, durante el sitio, fue sostenido este interesante punto. La obra estaba sobre una elevación del terreno, teniendo a muy corta distancia el caserío de don Victorián González por su derecha, y a la espalda los sótanos donde trabajaban los curtidos, que están unidos con las manzanas de casas de las Tenerías. Era uno de los reductos que tenían alguna solidez, y estaba coronado con cuatro o seis piezas de artillería: por la parte de atrás lo cerraba un tapiado que servía para fabrica de salitres, y entonces de alojamiento a las tropas que lo guarnecían. El mayor número era del segundo y quinto tercio del batallón ligero del Portillo a las órdenes de su comandante don Agustín Dublaisel, y por la noche lo reforzaban cuarenta hombres del batallón del Carmen; de modo que toda la fuerza consistiría a lo sumo en ciento diez y siete hombres, que por último permanecieron perennes) sin que los relevasen, como sucedía en otros puntos.

Ocupados los conventos de las Mónicas y San Agustín, hicieron los franceses grandes esfuerzos para apoderarse de la casa de González y en seguida del reducto. Como el edificio estaba aislado, tenía contra sí los fuegos del parapeto y cortadura puesta al fin de la calle Mayor de las Tenerías, y los del reducto, de modo que lograron tomar la casa, pero no pudieron maniobrar, y ocurrió el que los franceses la ocupaban de día, y los nuestros por la noche. En este intermedio intentaron varias salidas contra el reducto, pero hallaron una oposición la mas vigorosa. En una de ellas, que fue a principios de febrero, llegaron con más arrojo a dar el ataque unas compañías de polacos; avanzaron varias veces, pero siempre con mal éxito, y el Capitán quedó junto; a la cortadura o foso atravesado el muslo de un balazo. El fuego duró todo el día, y en aquel trecho quedaron yertos muchos de los esforzados que intentaron asaltar la fortificación. Viendo que no podían dominar el valor de los defensores, comenzaron, a construir una batería delante la casa de González, pero conocieron luego que era inútil, y que nuestros fuegos habían de dominarla; por lo que, después de haber formado un parapeto con cestos y fajinas, abandonaron la empresa.

Para vengarse de esta rivalidad, en que llevaban la peor parte, incomodaban a los defensores del reducto desde los terrados de San Agustín, y los que tenían que agacharse en el foso padecieron con la humedad y trabajo, por no ser relevados, tal deterioro en su salud, que al último mas que hombres parecían esqueletos. Con motivo del fuego que les hacían, el comandante Egoaguirre conoció no podía jugar la artillería, y la retiraron por la noche. Habiéndose indispuesto los comandantes Langles y Egoaguirre les sucedió el coronel don José Miranda. La situación de este punto era tan crítica que el enemigo estaba en disposición de superar el parapeto y cortar a los que guarnecían el reducto. A este objeto comenzó por la mañana el ataque con el mayor denuedo, y después de un gran tiroteó, alboroto, y pérdidas, únicamente lograron apoderarse del patio de la casa inmediata a la cortadura. Sufriendo mucho permanecieron en él, y vacilantes iban a abandonarlo, cuando a fuerza de amenazas los jefes los precisaron a volver a la carga. Para reforzar a los asaltadores y sacarlos del apuro era preciso pasar por un diluvio de balas, y sufriendo las horrendas descargas de los cañones de a veinte y cuatro puestos delante de la puerta del Sol, y aunque el terreno de la calle, que hace una media curva,y la otra cortadura los protegía, los fuegos del reducto los apuraba, y ciertamente padecieron tanto que tuvieron que volverse a sus atrincheramientos.

Con igual empeño insistieron para avanzar en la calle de las Arcadas hacia la puerta del Sol y hacer abandonar a los patriotas la estrada cubierta de sacas de lana, que había apoyada contra la casa de la esquina a su izquierda. Posesionados de cuatro casas a su derecha en la acera de la puerta del Sol, colocaron con algún trabajo un cañón de a ocho para batir en brecha la referida casa del ángulo, Consiguieron por fin abrirla, y considerándola bastante capaz, trataron de asaltarla. Previéndose esto, y conociendo lo importante que era sostener aquel edificio,lo reforzaron con una porción de tropa y paisanos de lo mas selecto, y los recibieron con tal entereza, que no puede presentarse un choque parcial mas interesante y glorioso. Apenas salieron de sus guaridas, cuando un fuego vivo graneado y las puntas de las bayonetas les hicieron retroceder a su pesar, y lo mismo sucedió en el centro, pues atacaron con la mayor bizarría para avanzar a su derecha, y sobre no ganar terreno quedaron igualmente descalabrados.

El paisanaje,después de pasar el día armado esperando la señal para hacer una salida, se retiró algún tanto exasperado, y los más advertidos no dejaban de penetrar que estaba decidida la suerte de Zaragoza. El enemigo, que conocía también el estado apurado de la plaza, no quería comprometerse, y economizaba su tropa, prometiéndoselo todo del tiempo y de la guerra subterránea. Constante en este sistema para avanzar por su derecha y apoderarse de los edificios de las Tenerías, derruyó por medio de un petardo las paredes de la casa contigua a la cortadura, y después de varias escaramuzas, por último avanzaron los polacos, y como era consiguiente abandonaron la batería del reducto indicado; esta operación, aunque necesaria, produjo algún desorden. A seguida fueron explayándose por toda la manzana de casas, sirviéndose de nuestras comunicaciones; pero si al principio no hallaron oposición, rehechos en las últimas los patriotas, les hicieron frente, y contuvieron sus progresos. Al mismo tiempo que lidiaban por las casas de la acera izquierda de la calle Mayor del arrabal, acometieron contra la torre o baluarte antiguo de donde tantas veces habían sido rechazados. Al efecto dirigieron algunas bombas, y aprovechándose de la confusión y trastorno que reinaba, la ocuparon y fueron avanzando hasta la última casa inmediata a la puerta del Sol. Allí los recibieron con entereza, y reanimándose los defensores en medio de tanto conflicto, los maltrataron de tal manera que retrocedieron a la torre inmediatamente. Dadas las doce, sobre los choques indicados que continuaban sin interrupción, trató el enemigo de asaltar la brecha abierta el día anterior en la casa del ángulo, y por segunda vez tuvo que ceder mal su grado después de pagar bien cara su osadía.

Historia de los dos sitios de Zaragoza
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