CAPÍTULO XXI.

Intimación del general francés.—Heroica resolución de los jefes militares de la plaza.—Fórmanse baterías en las bocacalles, y el enemigo fortifica su línea.—El marqués de Lazán entra con parte de las tropas auxiliares.—Añagaza para ocupar por sorpresa el convento de san Ildefonso.

 

El día 5, el general en jefe francés envió un paisano de los varios que hicieron prisioneros, con segundo pliego, amenazando que si no se rendía luego, luego Zaragoza, iba a convertirla en cenizas. El brigadier Torres, conociendo el apuro por su parte, y tratando de ganar tiempo por otra, manifestó a las autoridades la intimación. Los momentos no podían ser mas apurados. El ayuntamiento se congregó en su sala consistorial, y la oficialidad en la casa del brigadier Torres. Allí fue donde, después de varios debates, prorrumpió Sangenis con una entereza sobremanera plausible: Hay recursos; el mayor don de la guerra es ganar tiempo, y a todo trance deberemos perecer entre las ruinas. Su resolución fue seguida; y como al mismo tiempo aconteció que Jorge Ibort entró por la plaza de la Seo vociferando venían ya los voluntarios en nuestro auxilio, el ayuntamiento no tomó ninguna resolución, y dejó al pueblo que siguiese sus impulsos. Los oficiales ingenieros regresaron a sus puntos, y comenzaron a fortificarse por la espalda. En las inmediaciones a la puerta del Portillo alzaron un parapeto con foso, y colocaron dos piezas cargadas a metralla, quedando cerrados en cien varas de espacio los defensores, sobre cuyas cabezas, por vanguardia y retaguardia, cruzaban todo género de proyectiles. En la puerta de Sancho enfilaron parte de la artillería contra las calles inmediatas. El cañón de a veinte y cuatro retirado de la puerta del Carmen lo pusieron delante de la de san Ildefonso, por si llegaban a entrar en la plaza del Mercado. Después formó don José Ramírez con sacas una batería, e hicieron varias cortaduras; y se pertrechó la calle de san Gil, que era punto muy interesante, por ir recta a la puerta del Ángel.

Después de tomada la batería de la puerta del Carmen, fue preciso abandonar el convento de trinitarios; habiéndose señalado en su conservación el oficial de Soria don Ignacio Lozano. Los defensores se retiraron por una mina construida para hacer uso de ella en el último apuro, y formaron varios parapetos y cortaduras hacia el flanco izquierdo, a cuya sazón fue herido de una bala de fusil el oficial ingeniero que dirigía estas obras, pues era un punto arriesgadísimo. Delante de la iglesia de santa Fe construyeron una batería con sacas, bancos y maderos; y al fin de la calle nueva de san Ildefonso, junto a su plazuela, un parapeto. Era extraordinario el ardor con que todos a porfía cooperaban a la defensa de la capital, que bombardeaba furiosamente el enemigo. Éste seguía el mismo sistema de fortificar su línea con baterías de sacos a tierra, y haciendo fuego de cañón contra las nuestras.

Viendo los generales que no se daba a sus intimaciones otra respuesta que un fuego continuado y vivo, trataron de sorprendernos; y al intento comparecieron por la calle de santa Engracia una porción de polacos con alguna caballería; y habiendo hecho diferentes ademanes desde la calle, y por la puerta de san Francisco, situados tras la trinchera que habían formado con los cadáveres de varios religiosos y las estatuas que tenía la hermandad de la Tercera orden, aparentando querían entregarse, salieron el mayor general Obispo y el ayudante don Simón Jimeno a la cruz del Coso con varios soldados y paisanos. El ayudante Jimeno llevaba una pica, y en la lanza un pañuelo blanco; pero apenas se presentó, lo mataron; y creyendo que esto podía ser efecto del fuego que hacían los patriotas desde las casas de Lloret y arco de Cineja, procuraron Obispo y Martínez contenerlos, como lo consiguieron, y entraron en contestaciones. Esto produjo un espectáculo enteramente nuevo. Salieron de la línea varios pelotones de paisanos saltando las vallas, y entre otros lo ejecutó el presbítero don Miguel Cuéllar, que ya en el día anterior se había mezclado en lo más rudo del choque de la plaza de la Magdalena y calle del Coso, el cual habló con un oficial que hacía de intérprete, a quien conoció por haber estado antes en la ciudad. Manifestaban querer entregarse, pero que tenían miedo a los paisanos; y para desengañarlos, Cuéllar los excitó a que pasasen. Un oficial joven dio muestras de prestarse; pero viendo que en la calle de frente disparaban tiros los paisanos, quiso retirarse. Cuéllar lo cogió de la casaca, diciéndole no tuviese reparo. Al ver esta acción el oficial, desenvainó el sable, y el otro su espada; comenzaron a forcejear, de cuyas resultas aquel se lastimó, y lo introdujo dentro del parapeto. Por último, al ver unos y otros que no querían dejar las armas, comenzó el fuego, y todos se retiraron con la mayor precipitación.

En la noche del día 5 se hizo tina cortadura, bajo la dirección del oficial de artillería don Manuel Tena, frente a la iglesia de san Pedro, calle de san Gil; y como seguía el tiroteo, quedó herido, aunque levemente, el brigadier Torres. Allí inmediata, a pesar de la estrechez de las calles, estuvo formada la caballería; y el capitán del regimiento de Borbón don Juan Dufú, su ayudante don Juan Pozas, y el teniente don Domingo Pavía sufrieron el fuego que los franceses hacían para imponer a los defensores.

Entre tanto iba aproximándose el marqués de Lazán con cuatrocientos Guardias españolas, que venían al mando del capitán don Nicolás Fiballer. Esta tropa llegó el 2 a Osera, y quedó esperando allí órdenes; pues don Francisco María Bañuelos con fecha del 2 ofició desde Pina al general Palafox, dándole cuenta de que en la junta de oficiales se había arreglado el siguiente plan: De Pina, por la Val de Osera, a salir a Farlete, o camino que va de Zaragoza a dicho lugar por la balsa del llano de Candasnos, y de allí a tomar las alturas que dominan a Villamayor y sus inmediaciones, tratando de venir siempre cubiertos. Conociendo que el enemigo iba a atacar reciamente, se expidieron varios propios, entre ellos fray Vicente de San Bruno, quien tuvo que arrojar los papeles por haber dado con una avanzada enemiga; y habiéndolo llevado a Torrero, manifestó que iba a Fuentes; y como los franceses tenían proyectado ir allí, entraron en sospechas, y lo hicieron servir de guía; pero habiéndole mandado entrar al pueblo con algunos soldados para que viniesen el cura y alcalde, tuvo proporción de huirse, y fue a Osera manifestando cómo estaba Zaragoza, y sobre todo la escasez que había de pólvora.

A Bañuelos se le contestó el 3, sin pérdida de momento, con propio que salió a las cinco de la tarde, ampliando las ideas sobre su marcha; encargándole la actividad, y que la introducción de pólvora era urgentísima; que no se detuviese en organizaciones, ni consultas, sino en aprovecharse del entusiasmo de que indicaba estar todos poseídos. Se le ofrecía salir cuando comenzase la acción con todas las fuerzas posibles de la plaza; y que la marcha la ejecutara con reserva, pues el enemigo estaba alerta sobre el camino de Barcelona. A las ocho de la noche recibió un segundo aviso, participándole lo furioso del bombardeo; que al amanecer se temía un ataque; que faltaban las harinas, porque las tahonas no servían; concluyendo con estas expresiones: «Considéreme V. S. por todas partes, apurado, y que es indispensable ganar los instantes. Yo contaba que mañana, en que se cumplen los cuatro días, vendrían esas tropas; excusado es que yo repita que al momento, al momento que V. S. reciba éste se ponga en marcha, porque de lo contrario podrá llegar tarde.» Penetrados, pues, de la necesidad y apuro en que estaba la capital, dispusieron salir el 4 por la noche con dos carros cargados de pólvora y tres piezas de artillería.

Todo estaba prevenido, cuando llegó un edecán diciendo que Zaragoza estaba perdida; pero posteriormente arribó el coronel don Emeterio Barredo manifestando lo contrario, y con orden para que moviesen. El marqués se incorporó con los Guardias españolas, y tomó la izquierda, viniendo a caer por Pastriz sobre el vado del Gállego. Las avanzadas y descubiertas enemigas vieron nuestras tropas luego que salieron de Pastriz, y a más de paso cruzaron el Ebro: así fue que al llegar al vado vieron un destacamento de ciento cincuenta caballos que venía a impedir el paso; pero cuando llegaron se había verificado, felizmente.

El marqués dejó las tropas, y con una ligera escolta entró a la una en Zaragoza; y habiendo hallado al brigadier Torres en el arrabal, que acababa de escribir un oficio para su hermano el general, dándole cuenta que el enemigo atacaba por cuatro puntos, y también lo de los parlamentos, que queda referido, y que lo iba a remitir con propio, añadió una postdata participándole su llegada; y sin pérdida de tiempo mandó a Torres pasase al vado con gente y dos violentos, como lo verificó, suponiendo enviaría fuerza el enemigo para imposibilitar la entrada de nueva tropa. No se equivocaron, porque a su arribo había ya comenzado el tiroteo. La caballería por el pronto trató de cortar el ala izquierda, pero el comandante don Francisco Bañuelos formó sus guardias en tres divisiones, que al todo eran cuatrocientos hombres; y al abrigo de zanjas provisionales aparentó una retirada, con lo que cargó el enemigo; pero revolviéndose los nuestros, les hicieron varias descargas, que desordenaron la caballería. Les franceses repasaron el río, dejando una gran guardia de observación; y a las dos horas llegaron trescientos infantes y doscientos caballos con ánimo de dejar expedito el vado; pero como a este tiempo teníamos ya los dos violentos, comenzó el fuego, y desistieron de su empresa. Al anochecer entraron la mitad de los Guardias en Zaragoza bajo el mando del capitán don Nicolás Fiballer, y la otra mitad al día siguiente. El enemigo no hizo sino destacar para la descubierta varias partidas de caballería.

En tanto los Guardias españolas se batían sobre las amenas riberas del Gállego, principió el choque por todos los puntos. Luego que Verdier y Lefebvre tuvieron noticia de la llegada de los Guardias españolas, aprovecharon los momentos e hicieron un esfuerzo para apoderarse de la ciudad, pero los patriotas estaban alerta. No bien observaron su intento, cuando de todas partes les contestaron con un fuego vivo que les impuso, y más el ver los acometían con un valor sin igual; pues, ocupando todas las casas del hospital, paralelas a la calle de san Gil, se propuso el denodado Simonó desalojarlos; y atravesando la calle del Coso con una porción de los suyos a cuerpo descubierto, fue herido en un muslo; pero los demás se introdujeron en los edificios, y allí lucharon con cuantos sobrecogieron o trataron de resistirse. La tropa y paisanos iban escudriñando las casas; y Obispo y Martínez restauraron en la de la tesorería treinta mil reales vellón, con varios papeles; y esto sin internarse, pues el 7, Antonio Larte, sargento primero de la primera compañía del cuarto tercio, recogió todavía sesenta y seis vales reales, valor de diez y seis mil cuatrocientos pesos, y aseguró allí mismo gran porción de papeles.

No era menos sorprendente ver cómo iban encontrando franceses por las bodegas y sótanos: en la de la tesorería, Matías Carrica halló uno; y viéndole en ademan de hacer fuego, le disparó un tiro que le pasó el brazo derecho, y entonces se le rindió; y le ocupó una espada de montar y una mochila. Al ir Francisco Ignacio Ibáñez el 6 a ver si le habían dejado alguna cosa en su casa, sita en el arco de Cineja, divisó en una aguardentería un soldado francés, y arrojándose a él, sin llevar armas, lo precisó a que se le rindiese, como lo ejecutó, cuyo prisionero entregó al comandante del cuarto tercio el coronel don Sancho Salazar. En el mismo día, Antonio Navascués, patrón de barcos, viendo que aparentaban en la calle del Carmen querer rendirse unos pocos franceses, salió con veinte hombres para recibirlos. Les insinuó dejasen las armas, a lo que se resistieron; y hallándose frustrado, se arrojó al más inmediato, y retirándolo con presteza le quitó el fusil, y lo presentó en el palacio del general al capitán don Jorge Ibort. ¿Y qué diremos del arrojo del célebre José de la Era, carpintero, que a la edad de setenta y seis años, armado sólo de un cuchillo, acometió denodadamente a dos franceses que estaban saqueando, después de haber asesinado los habitantes, logrando matar al uno y hacer prisionero al otro? A este ejemplo, desde la noche del 4 en adelante ocurrieron muchos lances singulares, pues las descubiertas eran por las casas; y como la confusión de la tarde tremenda fue tal, que todo andaba mezclado y revuelto, de aquí provino el que unos, ansiosos de saquear, y otros embriagados, quedasen por las casas, y que fuesen después sorprendidos. Sería interminable referir todos los sucesos particulares; pero con los narrados hay lo bastante para formar alguna idea de las proezas ejecutadas en el recinto de la capital cuando ocupaban su séptima parte los enemigos.

Viendo no podían sorprendernos, y que los defensores eran infatigables, usaron de una añagaza para apoderarse del convento de san Ildefonso. Ya por la mañana habían logrado (aparentando querían pasarse) sobrecoger al comandante don Pedro Hernández, a quien condujeron prisionero a Torrero. Como desde el convento enfilaban los fuegos al tránsito que era preciso para avanzar hacia la calle del Azoque, les interesaba ocupar aquel punto; y así salieron a la nueva de san Ildefonso en bastante número. Con sus ademanes consiguieron llamar la atención de los paisanos, y movidos algunos del deseo de hacer prisioneros, entraron en contestaciones. Llegó en esto el teniente coronel don Benito Piedrafita; y luego que saltó el parapeto, les propuso dejasen las armas si efectivamente querían entregarse; mas viendo lo resistían, mandó hacer fuego; y fueron tan puntuales, que la calle quedó cubierta de cadáveres; y si alguno se pudo salvar, debió salir muy mal herido. En los tiroteos que ocurrieron el 5 por el punto de san Ildefonso, murió el oficial don Tomás Aznar, hermano del difunto don Andrés Aznar, teniente general que fue del cuerpo de Artillería.

Era raro el aspecto que ofrecía el campo de batalla. Los franceses por una parte saqueaban el recinto que ocupaban, al paso que por otra salían a explorar con artificio la disposición y espíritu de los patriotas, los que los perseguían en medio de sus rapiñas, pertrechándose y fortificando las calles para defender a palmos el terreno. El fuego se sostenía por las torres, por los tejados, y desde las casas por ventanas y balcones, cosa muy nueva para las tropas de Napoleón, a pesar de que habían visto mucho. Éstas insitían en hacer fuego con un cañón desde la calle de santa Engracia, por lo que los defensores perfeccionaron la batería de la puerta de Cineja; y viendo que los enemigos habían formado parapetos con cadáveres de religiosos y compañeros suyos, pusieron en la trinchera cadáveres franceses, lo cual producía un hedor intolerable por todo aquel distrito. A tal punto llegó el encono y furor de los combatientes. También llevaron para corresponderles otro cañón; y fue tal la destreza de un artillero alemán que lo manejaba, que logró desmontar el del enemigo; pero con la multitud de tiros que aquel dirigió y los nuestros, cayó a trozos el monumento dedicado a la memoria de los Mártires, y la casa inmediata vino a tierra, con lo que quedó impenetrable la entrada por aquel sitio.

Ya se ha referido como luego que ocupó el enemigo la torre del Pino fue preciso retirar la artillería de la puerta del Carmen, a lo que cooperaron las dos compañías de Guardias walonas a las órdenes de su jefe don Luis Garro, que lo ejecutaron con dos cañones y un obús; y que el comandante don Pedro Hernández con la mayor oportunidad ocupó los edificios inmediatos, con lo que impidió entrasen por el cuartel a tomar la batería del Portillo por la espalda, lo que hubiese ocasionado un gran trastorno, y acaso la perdición de la ciudad. El enemigo, luego que vio esta acertada operación, y que no podía dirigirse sino con rodeo a la plaza del Carmen, trató con todo empeño de formar batería para enfilar sus fuegos contra Convalecientes, o más bien contra las avenidas de aquella parte; pero encargado de aquel punto el comandante don Fernando Cepino, por haber hecho prisionero a Hernández, comenzó con el mayor esmero a defenderlo; y aunque el enemigo desbarató por dos veces nuestra trinchera, la repuso con la mayor celeridad el teniente de ingenieros don Antonio Cortines, que, despreciando el fuego, ejecutó esta maniobra arriesgadísima.

Al mismo tiempo, el teniente de la primera compañía del primer tercio de voluntarios aragoneses don José Sarabia, encargado del hospital de Convalecientes, lo defendió con ochenta hombres, y repelió con granadas de mano los aproches continuos del enemigo. Éste hizo además un fuego terrible de obús y mortero contra el edificio; y las explosiones cubrieron de escombros a los defensores que lo guarnecían. También auxiliaron estos esfuerzos el teniente del segundo batallón ligero de Zaragoza don Baltasar Pallete, que se presentó voluntariamente con treinta hombres de su cuerpo, y el subteniente del regimiento de Extremadura don Ignacio Taboada.

Historia de los dos sitios de Zaragoza
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