CAPÍTULO IX.
Nuestras guerrillas se tirotean con los franceses.—Añagaza de éstos.—Contestación del marqués de Lazán.—Junta general de las autoridades y personas distinguidas.—Juramento de los defensores.
El acaloramiento y efervescencia de los paisanos era tal, que no reposaban un momento; y su imaginación les ofrecía ideas muy singulares. Tengo presente, entre otras, que viendo algunos los destacamentos de caballería en el alto de la Bernardona, propusieron debían ponerse en las zanjas tablones con clavos, llamados mantas, y cubrirlas de abrojos y zarzas; y otros, hacerse banderillas de fuego para dispararlas a los caballos; a lo que el jefe Sangenis contestó que lo de los tablones podía ejecutarse; y a seguida tomaron carros para ir a buscarlos a Torrero y a otras partes con una actividad que no puede concebirse.
El día 24 fue atacada la descubierta que a las tres de la mañana salió de la puerta de Sancho por el camino hondo que va hacia san Lamberto, compuesta de cincuenta hombres a las órdenes del sargento primero de fusileros del reino don Mariano Bellido. Comenzó el tiroteo de una y otra parte; y observando Renovales se iban empeñando demasiado, los reforzó con noventa fusileros más al mando de los subtenientes don José Laviña y don Pedro Francisco Gambra, con cuyo auxilio aquellos valientes comenzaron a arrollar al enemigo hasta desalojarlo de la torre llamada de santo Domingo, que ocupaba. Irritados los franceses de esta preponderancia, cargaron en mayor número; pero Renovales, sin pérdida de tiempo, reunió cien hombres del tercio de Tauste al mando del capitán don Juan Mediavilla, y con un violento partió a su frente y sostuvo el fuego desde las diez hasta la una de la mañana con la mayor intrepidez y valentía. Empeñados ya en una acción, el enemigo dispuso que una columna de granaderos partiese por su izquierda a cortar a nuestros defensores la retirada; y conocida la intención, la ejecutaron aquellos con el mayor orden, dejando en el campo veinte o treinta muertos, y habiéndoles hecho una porción considerable de heridos. Nuestra pérdida consistió solamente en cuatro muertos y once heridos.
Seguía desempeñando las funciones de gobernador militar el marqués de Lazán; y aunque no había una junta de gobierno organizada, se congregaban los jefes militares, las personas de más autoridad, el ayuntamiento, audiencia, cabildo y otros particulares de distinción, y conferenciaban entre sí, sin descuidarse en solicitar el envío de tropas o de paisanos alistados, artillería de grueso calibre que se pidió a Lérida, municiones y comestibles.
En la tarde del 25 observaron los que trabajaban en la batería del Portillo que había delante de las tapias del cementerio inmediato al camino de Alagón unos cinco soldados franceses; y fuese los vieran hacer algunos ademanes, o que creyeron trataban de pasarse, los de la batería les hicieron señas también con un pañuelo. Al ver esto los franceses y polacos, avanzan con la mayor serenidad; y el doctor don Santiago Sas con el arquitecto don Tiburcio del Caso, y dos o tres, salvaron el parapeto y fueron a encontrarse con ellos en derechura. Los del castillo observaban la escena; y noticioso el gobernador don Mariano Cerezo, salió a explorar. Unos y otros vinieron a encontrarse en el camino, frente a la mitad del lienzo o cortina del edificio del castillo por aquella parte. Los nuestros les estrechaban a que dejasen los fusiles, y ellos a que les siguiesen a su campamento. En estas contestaciones vieron los paisanos que iban saliendo por un costado de la tapia del cementerio doce o catorce soldados, y que a poco rato apareció un oficial. Siguieron las contestaciones; y viendo que aparentaban querer entregarse, corrió la voz, y la batería se coronó de tropa y espectadores; y los que guarnecían el castillo subsistieron en las aspilleras preparados los fusiles. El intendente Calvo, cerciorado de todo, salió acompañado del edecán del general el teniente coronel don Emeterio Celedonio Barreelo y otros defensores. Luego que los avistaron, para seguir la farsa, prorrumpieron en aclamaciones de viva España, haciendo ademanes; en términos que se figuraron iba todo aquello de la mejor fe. Para empeñarlos más expusieron que los que asomaban a lo lejos se les unirían; y con esto avanzaron hasta doblar el castillo, y lograron internarlos en un olivar hondo a la derecha del camino de Alagón. Dado este paso, el intendente conoció el compromiso, y así fue que los franceses usaron entonces otro lenguaje; y el empeño era que se avistase con su jefe. A breve rato lo verificó en el camino situado frente a la puerta del Portillo; estuvieron los espectadores impacientes con las largas, presumiéndose alguna felonía, hasta que al anochecer los vieron retirarse sin que los acompañara ningún francés. Es fácil concebir que el jefe con quien trataron haría los mayores esfuerzos para penetrar al intendente de que el resistirles era un desvarío; que los ejércitos españoles habían sido derrotados, y que el Emperador enviaba grandes refuerzos. También le entregó una porción de gacetas y papeles, encargándole enterase de su contenido al gobernador y autoridades, para que éstas desimpresionasen de sus preocupaciones a los paisanos. Esta añagaza tenía sin duda un plan más vasto; pero por fortuna terminó felizmente. Enterado el marqués de Lazán de los pormenores de aquella escena, creyó que las proposiciones suscitadas, aunque con harta poca formalidad, no debían quedar sin respuesta, y por medio del mismo edecán Barredo, que salió el 26 por la mañana en forma de parlamentario, le remitió la siguiente contestación.
«General: El intendente de este ejército y reino me ha trasmitido las proposiciones que Vmd. le ha hecho, reducidas a que yo permita la entrada en esta capital a las tropas francesas que están bajo su mando, y que vienen con la idea de desarmar al pueblo, restablecer la quietud, respetar las propiedades y hacernos felices, conduciéndose como amigos, según lo han hecho en los demás pueblos de España que han ocupado; o bien, si no me conformare a esto, que se rinda la ciudad a discreción. Los medios que ha empleado el gobierno francés para ocupar las plazas que le quedan en España, y la conducta que ha observado su ejército, han podido persuadir a Vmd. la respuesta que yo daría a sus proposiciones. El Austria, la Italia, la Holanda, la Polonia, Suecia, Dinamarca y Portugal presentan, no menos que este país, un cuadro muy exacto de la confianza que debe inspirar el ejército francés.=Esta ciudad, y las valerosas tropas que la guardan, han jurado morir antes que sujetarse al yugo de la Francia; y la España toda, en donde sólo quedan ya reliquias del ejército francés, está resuelta a lo mismo. Tenga Vmd. muy presente la contestación que le di ocho días ha y los manifiestos de 31 de mayo y 18 de este mes, que le incluía; y no olvide Vmd. que una nación poderosa y valiente, decidida a sostener la justa causa que defiende, es invencible, y no perdonará los delitos que Vmd. o su ejército cometan.=Cuartel general de Zaragoza 26 de junio de 1808.=Por el gobernador y capitán general del reino de Aragón, el Marqués de Lazán.»
Para dar éste un testimonio público de su conducta celebró una gran junta, a la que asistieron jefes militares, regidores, magistrados, prebendados, curas, lumineros, alcaldes, y en fin, de todas las clases y estados. La sesión principió manifestando que, según los indicios, estaba próximo el bombardeo; noticia que sorprendió a muchos. La cuestión era extraña para la mayor parte de los convocados: sin embargo, acordaron se ocupara a todo trance el punto de Caparroso para interceptar los convoyes. Efectivamente, avisaron que el 19 se habían aprontado en Pamplona cien caballerías, veinte y cuatro pares de bueyes y cuarenta mulas para conducir artillería de grueso calibre, y que el 17 habían salido mil cincuenta y cuatro hombres de infantería con destino a Zaragoza. Después de suscitar algunas otras especies, resolvieron nombrar personas que, unidas a la junta militar, auxiliasen sus tareas. Hecha la designación, quedaron elegidos los magistrados don Santiago Piñuela y don Francisco Borja de Cocon; los curas párrocos don Joaquín Mazod, don Antonio Guitarte y don Felipe Lapuerta; y de particulares, don Felipe San Clemente y don Cristóbal López de Ucenda. En la sesión del 26, después de deliberar sobre otros puntos interesantes, acordaron que todos los oficiales y soldados alistados, y los que voluntariamente habían tomado las armas, prestaran juramento en la plazuela del Carmen y puertas de la ciudad.
Para solemnizar este acto nombró la junta, y concurrieron, el gobernador del arzobispado don Pedro Valero, el vicario de la Seo don Joaquín Mazod, el regente de la real audiencia don Francisco Borja Cocon, y el decano del ayuntamiento don Rafael Franco de Villalba. Un destacamento del regimiento de Extremadura con su música seguía a la comitiva, llevando la bandera de la virgen del Pilar; y formadas las tropas en el punto señalado, el sargento mayor de dicho regimiento leyó en alta voz el siguiente juramento: «¿Juráis, valientes y leales soldados de Aragón, el defender vuestra santa Religión, a vuestro Rey y vuestra patria, sin consentir jamás el yugo del infame gobierno francés, ni abandonar a vuestros jefes y esta bandera protegida por la santísima virgen del Pilar vuestra patrona?» Una voz general respondió con un ardor y entusiasmo inexplicable: «Sí juramos». No debían esperar menos los que suscitaron la especie. Cuando las obras acreditan los sentimientos del corazón, cuando todavía estaba humeando la sangre de muchos padres de familias, que sin que hubiese precedido un acto de esta naturaleza habían perecido en defensa de la patria, sin duda creyeron que había débiles, y por eso realizaron el acto con el mayor aparato, que continuaron por las puertas en los días sucesivos.
En la gaceta extraordinaria que anunciaba estas gestiones insertaron noticias halagüeñas para sostener el espíritu público. Suponían derrotado el ejército francés de Andalucía; a Murat sin saber qué hacerse; Moncey prisionero; un ejército considerable que venía en nuestro socorro; y aunque estas nuevas eran exageradas, lo cierto es que el principio de la campaña no podía presentarse más ventajoso por todos los ángulos de la Península. Conociendo el enemigo que las proclamas y gacetas no producían ningún efecto, continuaban sus tareas; y unos y otros en esta parte íbamos a competencia, pues los paisanos y militares no reposaban un momento. Las baterías, compuestas con algunos sacos a tierra, iban tomando configuración; y en Buenavista había colocados tres cañones, que el 26 hicieron fuego sobre la Casa Blanca con bala rasa.