CAPÍTULO XVII.
Descríbense los exteriores de la ciudad en la línea del mediodía.—El enemigo ocupa el convento de capuchinos; los defensores lo recuperan, y no pudiendo sostenerlo lo incendian.—Alarma en la noche del 17 de julio.
Habemos llegado con la narración de los acontecimientos político-gubernativos hasta el 24 de julio; y es preciso retroceder para hablar de los sucesos militares a la época que especificamos, anterior a los días en que habiendo pasado el Ebro trataron de llamar nuestra atención por aquella parte, ya para circunvalar la ciudad, ya para adelantar sus obras y estrechar el sitio. No será, pues, importuno describir la línea exterior desde la puerta de santa Engracia hasta la Quemada, para formar idea de las obras avanzadas del enemigo. Escarmentados los franceses con el mal éxito que tuvieron en cuantos ataques intentaron por su izquierda, apenas llegó el general Verdier con los grandes refuerzos que se ha referido, variaron su plan de ataque; y a este fin comenzaron a trazar su línea desde la torre de Montemar hasta el puente de san José. Estaba situada a la izquierda del río Huerva, y era el punto de apoyo para dirigir sus tentativas contra la puerta del Carmen y conservar el paso del río, que desde allí viene a correr paralelo con la ciudad hasta que desagua en el caudaloso Ebro. Los edificios confrontantes son tapias de la huerta de santa Engracia, que es dilatada, y discurren formando un ángulo que termina en las casas de Camporreal, cuyas paredes se unen con el cementerio de san Miguel; y luego siguen los edificios que enlazan con la puerta Quemada y muro antiguo de Zaragoza.
El cauce del Huerva no es profundo, pero el terreno por su derecha domina las huertas mencionadas: a corta distancia de su orilla, y sobre los sitios más a propósito, construyeron tres baterías: la primera contra el edificio y puerta de santa Engracia; otra en la salitrería contra la huerta del monasterio, y la tercera para cruzar los fuegos de ambas y asestarlos contra la puerta Quemada. Para comunicarse entre ellas y conducir la artillería, hicieron caminos cubiertos, cuyas obras perfeccionaron a poca costa por la abundancia de cauces y calidad del terreno. Entretanto seguían los trabajos, observaron los enemigos que estaba casi abandonado el convento de capuchinos. Vieron les era ventajoso para tomar la puerta del Carmen, y lo ocuparon, prevalidos de la oscuridad. Los defensores de ésta conocieron que iban a estrecharlos, y llenos de entusiasmo intentaron recuperarlo a toda costa. Una compañía de voluntarios de Aragón, y otra de extranjeros, hicieron una bizarra salida, y sostuvieron un vivo tiroteo, logrando introducirse por el edificio y hacer retirar al enemigo: por el pronto nuestras tropas incendiaron el convento, pero considerándose con pocas fuerzas desistieron; y en este infructuoso, pero atrevido choque, perdimos algunos valientes.
Entre capuchinos y la puerta del Carmen estaba la casa-campo de Atares, ocupada por cien voluntarios de Aragón: fue batida en brecha desde el convento con dos cañones, mientras un obús arrojaba granadas contra sus defensores, obligándoles a que abandonasen las aspilleras. Los trabajadores enemigos empezaron a zaparla; y aunque les arrojaron unas cuantas granadas, la brecha quedó practicable, y fue preciso a los nuestros retirarse a la batería. Inmediatamente construyeron un ramal a tiro de pistola de la puerta del Carmen, revistiendo su obra con gaviones y faginas, y colocando en la cresta del parapeto guarda-cabezas. Desde este instante, tiradores escogidos por ambas partes no permitieron que nadie se asomase sin saludarle a balazos, que por la corta distancia rara vez dejaron de hacer su efecto; siendo principalmente víctimas los artilleros, como que eran los más expuestos. En esta ocasión se distinguieron los jefes Hernández y Ramírez, y el oficial de artillería don Francisco Berbecey, con otros de que no puedo hacer conmemoración.
Corrió la voz de que un prisionero había asegurado que los enemigos estaban minando con el objeto de volar la batería de la puerta del Carmen. Los inteligentes despreciaron la especie, pues no teníamos sino débiles tapias y sencillos parapetos revestidos con sacos a tierra, que por todos lados veía el enemigo, alojado a tiro de pistola. Sin embargo, los ingenieros dispusieron se hiciesen dos ramales de contramina a derecha e izquierda de la batería del Carmen, que iban a reunirse más allá del foso de ésta. Tenían cuatro pies de ancho y cinco y medio de alto, habiéndose notado que la línea de menor resistencia era de catorce pies. La buena calidad de las tierras permitió que no se encofrase esta obra, en la que se consumieron unos brazos y un tiempo que empezaba a ser precioso. Tan extraordinario era el ardor de los que residían dentro del recinto de la inmortal Zaragoza, que al ver iban aproximándose más y más los franceses (a pesar de lo infructuoso de las salidas), no perdían ocasión de incomodarles, ni ellos para sobrecogernos.
En la noche del 17 percibimos a las nueve un ligero tiroteo; y a las doce, el enemigo intentó una sorpresa, aunque en vano, porque los defensores estaban prevenidos. A la menor alarma se coronaron de tiradores las aspilleras, y en una exhalación corrió el fuego desde la puerta del Sol hasta la del Portillo. El paisanaje obró con bastante orden. Una fusilería inmensa, y más de cuarenta piezas de artillería tronaban a la vez. La noche era oscura y tempestuosa; y se vio bien cuán temibles son los fuegos rasantes y cubiertos, que algunos autores modernos propenden a que se usen con mucho empeño en la fortificación. Los franceses conocieron que los verdaderos deseos de defenderse y el valor suplen la impericia, y que tan temibles eran los zaragozanos de noche como de día.
Al contemplar al enemigo tan próximo a la puerta del Carmen, temieron con fundamento peligrase aquel punto. Efectivamente, quería trepar por las tapias que enlazaban dicha puerta con la torre del Pino, pues conseguido esto era fácil coger por la espalda la batería de la puerta de santa Engracia y la del Carmen; por lo que, huyendo del fuego que le hacíamos desde el convento y huerta de trinitarios, fijó su atención sobre los puntos que intentaba acometer con denuedo. Nuestros valientes trataron de desalojar de sus atrincheramientos a los franceses; y para ello, cien granaderos de Guardias de infantería española y walona, y algunos portugueses, se arrojaron sobre ellos al descubierto, pero con poco fruto, pues reunían contra el punto tanto fuego parapetado, que fue preciso desistir, después de sufrir alguna pérdida.